“Qué me van a hablar de amor” (1946), de Homero Expósito y Héctor Stamponi, por Roberto Goyeneche y por Julio Sosa
Ya en la segunda mitad de esta larga serie titulada “Tango/Drama”,
vuelvo al tango (de los cuatro lectores de este blog, tres me protestaron por
haber incluido a Taylor Swift la semana pasada: gente ingrata) con “Qué me van
a hablar de amor”, de Expósito (Homero) y Stamponi (Héctor), un tango de
mediados de los cuarenta que me permitirá incluir y contraponer a dos grandes
cantores: Goyeneche y Julio Sosa.
La música de Stamponi está muy bien: el contrapunto funciona
a tiempo completo, y los violines y bandoneones se acomodan, como carreteando,
a los recovecos de la historia; pero la letra de Homero (Expósito) “se come” el
tango, porque presenta, en pocos rasgos, el prontuario entero de un personaje
que, aunque quiere mostrarse recio y “más allá del bien y del mal”, termina
generando algo así como un sucedáneo de la simpatía, y una cierta especie de penita.
Toda la letra es como la reacción del protagonista ante las “enseñanzas”
de algún/os gil/es que se agranda/n y pretende/n darle lecciones (a él, justo a
él) sobre el amor. Y entonces él, que hasta entonces se había mantenido
tranquilo con su ginebra espantosa en el bar de mala muerte, se saca el cinto mental
y comienza su protesta: “A mí no me vengan a contar cómo se cuecen las habas,
porque mientras ustedes van, yo fuivinefuivinefuivine”. Así sería la letra si
la hubiera escrito yo: por suerte la escribió Homero (Expósito), un grande de
verdad, que ya apareció un par de veces en el blog (cuando hablé de “Fangal” (entrada 80) y luego, en el último posteo de
la segunda temporada (entrada 100), sobre el bolero “Vete de mí”.
De entrada en la canción, el protagonista del tango se
presenta como alguien que se ganó lo que tiene (su experiencia) a fuerza de
golpes y esfuerzos:
Yo he vivido dando
tumbos
rodando por el mundo
y haciéndome el
destino...
Y en los charcos del
camino,
la experiencia me ha
ayudado
por baquiano y porque
ya
comprendo que en la
vida
se cuidan los zapatos
andando de rodillas.
Él ya sabe cómo son las cosas, y entonces larga la
conclusión del argumento:
Por eso
me están sobrando los
consejos,
que en las cosas del
amor
aunque tenga que
aprender
nadie sabe más que yo.
No dice “Me las sé todas”, sino “también tengo cosas que
aprender… pero menos que todos ustedes”. El final de la línea argumental sería
que NADIE sabe todas “las cosas del amor”, que todos tenemos que aprender todo
el tiempo. De alguna manera, todos somos ignorantes del amor, todos somos
iguales; pero algunos, aclara el cantor, somos más iguales que otros, y yo (el
cantor, no yo-yo) sé lo suficiente como para darles consejos a ustedes,
gilastrunes, porque…
Yo anduve siempre en
amores,
¡qué me van a hablar
de amor!
O sea: la experiencia está de su lado, pareciera. Él se
declara Gardel sin sonrojarse.
Sin embargo… inmediatamente empieza a desbarrancar. A
desbarrancar mal, contando la verdadera historia: él habrá andado “siempre en
amores”, pero en realidad tuvo UN amor en serio, y lo dejó turulato:
Si ayer la quise, qué
importa...
¡qué importa, si hoy
no la quiero!
Dice él “no importa”, como la zorra dice “están verdes” ante
las uvas que no alcanza. Dice “ya no la quiero”, pero se hace difícil creerle,
aunque utilice una metáfora extraña para definir los ojos de su ex(?)amada: Pequeño
Saltamontes, no te recomiendo utilizar “sos un ancla” como línea seductora. Ni
siquiera si aclaran “sos un ancla linda”.
Eran sus ojos de cielo
el ancla más linda
que ataba mis sueños;
Pero en el tango, el cantor zafa, porque enseguida aclara
qué quiso decir: ella “ataba sus sueños”, y luego ella se fue “de mis cosas”
(es decir: de su vida) y “entró a ser recuerdo” (ella entró en su pasado, como
pasa en “Los mareados”, ¿se acuerdan?). Y él quedó desanclado, a la deriva, sin
rumbo, llevado por mil corrientes (mil amores que no llegan, entre todos, a
opacar a aquel, al verdadero, el que le duele).
Era mi amor, pero un
día
se fue de mis cosas
y entró a ser
recuerdo.
Después rodé en mil
amores,
¡qué me van a hablar
de amor!
Y la conclusión de esa historia de amor doliente es: “yo me
las sé todas”, pero a esta altura ya no le cree nadie. O mejor dicho: uno le puede
creer que sabe de “las cosas del amor”, pero más por aquel amor perdido que por
los otros mil amores por los que rodó (desanclado y sin detenerse).
La siguiente estrofa es muy bella, nos recuerda por qué
Homero es Homero y nosotros no: el Invierno asesino le echa al cantor “la soga
del recuerdo” al cuello, como para ahorcarlo, y utiliza la ausencia como una
viga desde la cual echarle la soga. Pero él se suelta, como se suelta “un potro
mal domado” (otro tanguero que se compara con un caballo, como en “Por una
cabeza”), mañero. Y nuevamente suelto (desanclado, sin rumbo) rompe “las cosas
del pasado” como quien rompe una rosa entre las manos… y se clava al hacerlo
todas las espinas, claro: no le es gratuito, ese “sabérselas todas”:
Muchas veces el
invierno
me echó desde la
ausencia
la soga del recuerdo,
y yo siempre me he
soltado
como un potro mal
domado,
por mañero y porque yo,
que anduve enamorado
rompí como una rosa
las cosas del pasado.
Ahora, en el presente, él declara “estar viviendo en otra
aurora” (pero quién le cree), y pide, suplica: “No me expliquen el amor”. Está
muy bien, ese verso: no hay que explicar el amor, es inútil. O se sabe o no se
sabe, o se tiene o no se tiene, explicarlo sirve tanto como definirlo: es
decir, no sirve para nada. Y él, dolido como está (desanclado), y aunque solo
sabe que no sabe nada, igual le alcanza para saber que sabe más que cualquiera:
Y ahora
que estoy viviendo en
otra aurora
no me expliquen el
amor,
que aunque tenga que
aprender,
nadie sabe más que yo.
Es, bajo la apariencia de una historia de puro canchereo, un
tango que va bailando por la cornisa del desencanto, pero no se cae.
Hay, al menos en shutub, dos grandes versiones de este
tango: la de Goyeneche y la de Julio Sosa. La de Julio Sosa exhibe su enorme
voz, y él (“El Varón del Tango”) era muy canchero, así que la parte del
canchereo la hace muy bien. No es mi versión preferida, porque él como que la
canta medio enojada, a la canción, como diciendo “Rajá de acá, perro” (onda “Walk”,
de Pantera). Y hace otra cosa que odio pero que a él le encantaba: el recitado.
Cómo le gustaban los recitados, a Julio Sosa. Acá el recitado (empieza en el
minuto 2:05) lo único que hace es parafrasear lo que ya dice la letra de la
canción. O sea: te escuché la primera vez, ¿para qué me lo decís de nuevo? Pero
si no hubiera la versión siguiente, esta sería, sin dudas, la elegida, porque
Julio tenía esa voz que no hay con qué darle.
Por Julio Sosa:
Pero mi favorita es esta otra, del Polaco Goyeneche. Él
podría haber sido un cantor onda Julio Sosa, porque voz tenía (tal vez no tanta
como Julio, pero…). Eligió, sin embargo, otro estilo, el de “decir” el tango,
lo que significa, supongo, esa forma de cantar dándole a cada palabra su
espacio, su tono y su tiempo. Como hacen, por ejemplo, Ute Lemper, o Billie
Holiday: cada sílaba vale por sí misma, en un tango cantado por Goyeneche. Nada
se desperdicia. Y eso le permite, cuando llega el salto final de
dominante-tónica (el chaaaan-chán que cierra todo tango), haber dicho mucho más
que la letra.
Solo por dar un ejemplo, cuando el Polaco canta por primera vez la
línea “qué me van a hablar de amor” la hace como riéndose, como que le causa
gracia que otros vengan a querer explicarle algo que él ya se sabe de memoria.
Y cuando reafirma “no me expliquen el amor”, la palabra “expliquen” (eSpliquen)
la hace con una entonación de hastío, de impaciencia, como diciendo “no sean
nabos, qué es lo que se creen que son, para querer eSplicarme lo que no tiene
eSplicación, porque si la tuviera, yo sería el primero en saberlo”. Y todo eso,
metido en la palabra. Eso me parece a mí, al menos, y por eso Goyeneche es mi
cantor de tangos favorito. Sus discípulos nunca lograron igualarlo, y está sin
dudas en el selecto grupo de los tangueros más inolvidables.
Por Goyeneche:
Qué me van a hablar
de amor
Yo he vivido dando
tumbos
rodando por el mundo
y haciéndome el
destino...
Y en los charcos del
camino,
la experiencia me ha
ayudado
por baquiano y porque
ya
comprendo que en la
vida
se cuidan los zapatos
andando de rodillas.
Por eso
me están sobrando los
consejos,
que en las cosas del
amor
aunque tenga que
aprender
nadie sabe más que yo.
Yo anduve siempre en
amores,
¡qué me van a hablar
de amor!
Si ayer la quise, qué
importa...
¡qué importa, si hoy
no la quiero!
Eran sus ojos de cielo
el ancla más linda
que ataba mis sueños;
era mi amor, pero un
día
se fue de mis cosas
y entró a ser
recuerdo.
Después rodé en mil
amores,
¡qué me van a hablar
de amor!
Muchas veces el
invierno
me echó desde la
ausencia
la soga del recuerdo,
y yo siempre me he
soltado
como un potro mal
domado,
por mañero y porque yo,
que anduve enamorado
rompí como una rosa
las cosas del pasado.
Y ahora
que estoy viviendo en
otra aurora
no me expliquen el
amor,
que aunque tenga que
aprender,
nadie sabe más que yo.
Bueno, voy terminando nomás. Como despedida, una pastillita
de color: mientras buscaba versiones de este tango, descubrí que Cristian
Castro (de quien no voy a opinar, pero imagínense) tiene una canción a la que le puso exactamente el mismo título: “Qué me
van a hablar de amor”. El tema es tan malo (música somnífera, letra sin gracia
ni sentido, canto “very forgettable”) que para lo único que sirve es para
contrastar: nos enseña a apreciar cómo se puede hacer con una misma idea dos
canciones tan nadaquever.
Y con esto me despido y me voy a dormir una larga siesta
hasta la semana que viene. Porque ¿sabés, piscuí?: en las cosas del dormir nadie
sabe más que yo.
DJ Vago