“Doña Soledad” (1968) y “Milonga del alma III” (1989) de Alfredo Zitarrosa
A Germán Machado, que venía pidiendo a Zitarrosa desde hace un montón
Continúo con la serie “Dime cómo te llamas” (esta vendría a
ser la cuarta entrega, y aún faltan dos más). Esta canción no iba a venir acá,
pero la escucha continuada de “Eleanor Rigby”, la semana anterior, me llevó de
las orejas hasta este candombe, porque Eleanor, traducida al uruguayo, bien
podría haberse titulado así, “Doña Soledad”. Salvo eso, no, no tienen mucho que
ver, este candombe de Don Alfredo con el tema de McCartney, me doy cuenta. Pero
como me encanta Zitarrosa y era una deuda del blog, me pareció un buen momento
para incluirlo.
Alfredo Zitarrosa, hijo natural que fue dado en adopción (de
chico lo llamaban el Pocho Durán) y que terminó luego viviendo con su madre
biológica y su nuevo esposo (quien le dio a Alfredo el apellido Zitarrosa).
Laburó de varias cosas, entre ellas de locutor y periodista, hasta que
finalmente alguien se avivó de que el pibe podía cantar: lo anotaron medio de
prepo en un concurso de canto, se ganó sin esperarlo 50 dólares, y allí comenzó
su carrera musical. Y además de tener una gran voz (gruesa, bien varonil),
resultó que era un poeta de aquellos, y podía componer música como muy pocos
pudieron. Comunista hasta la coronilla, sus canciones reflejaron siempre las
penurias de los pobres (en especial los peones rurales y los obreros urbanos) e
incitaron a la rebelión y la lucha por cambiar esa realidad.
Lo que más y mejor cantó y compuso (siempre, o casi siempre,
con acompañamiento de guitarras) son milongas, pero también diversos ritmos
folclóricos, algún tango, y dos o tres candombes. Alfredo pensaba que el
candombe era eminentemente instrumental: se tenía que lucir la percusión, y el
canto siempre quedaba más bien como un accesorio, en el universo candombero.
Sin embargo, cada tanto le salían algunas “cositas sencillas”, como esta “Doña
Soledad”, canción a la que nunca le puso muchas fichas pero que era de las que
más le pedía la gente, y al final hasta como que se encariñó con ella.
Porque la propuesta es más bien sencilla: presentar un
personaje. Lo que no es sencillo ni corriente es la forma en que Zitarrosa lo
hace (mediante una especie de descripción - conversación) y a quién elige como
héroe del candombe: una mujer pobre (proletaria, digamos: de clase baja, o
media-baja). Alfredo compuso pensando-recordando a una mujer que veía barrer la
vereda en su pueblo.
La recuerda peleando en el almacén por una moneda (un
vintén, es decir, una moneda uruguaya de veinte centavos); a pesar de que
trabaja, no le alcanza para comprar ni pan y vino, si no la ayudaran. Y no la
dejarían, aunque tuviera los vintenes, que comprara más que pan y vino, que
transformara eso en carne y sangre: Jesús lo hizo, y así le fue. Acá en este
pueblo, el único que puede disponer de la carne y la sangre es el patrón. Él la
conoce de verdad, a doña Soledad (es uno de los pocos), y por eso “le conversa
de más”. Y ella hubiera querido, aunque más no fuera para poder conversar
mejor, haber podido estudiar. Pero no pudo, porque ya de niña tuvo que ponerse
a trabajar, y nunca dejó de hacerlo: ¿quién tiene tiempo para estudiar, si
trabaja desde niño? Y él insiste en pedirle a doña Soledad que igual lo
intente, que se ponga a pensar. Que piense, por ejemplo, qué quieren decir,
cuando le dicen que no tiene libertad. La libertad es poder comer, estudiar,
reír, estar sano, trabajar, y también pensar. Y que los que quedan puedan poner
lo que quede de nosotros en un ataúd, cuando nos vayamos. La lucha por la
libertad también es algo que le importa a usted, doña Soledad: no está sola
como Eleanor Rigby, y aunque pelee por una moneda, no necesita ir a la iglesia
a levantar el arroz del piso.
Es un acercamiento sincero y humano, y respetuoso, hacia esa
mujer por la que nadie da dos mangos. No la subestima, no la ensalza, no le
dice que es una heroína ni que no sirve para nada. La valora por lo que es, y
la impulsa a avanzar. Al ritmo de los tambores del candombe, que siempre ayudan
y dan ganas de bailar (no a mí, por supuesto: yo solo bailo mentalmente).
Doña Soledad
Mire, doña Soledad,
póngase un poco a
pensar,
doña Soledad,
cuántas personas habrá
que la conozcan de
verdad.
Yo la vi en el almacén
peleando por un
vintén,
doña Soledad.
Y otros dicen:
"haga el bien,
hágalo sin mirar a
quién".
Cuántos vintenes
tendrá
sin la generosidad
doña Soledad,
con los que pueda
comprar
el pan y el vino nada
más.
La carne y la sangre
son
de propiedad del
patrón,
doña Soledad:
cuando Cristo dijo
"¡no!",
usted sabe bien lo que
pasó.
Mire, doña Soledad,
yo le converso de más,
doña Soledad,
y usted para conversar
hubiera querido
estudiar.
Cierto que quiso
querer,
pero no pudo poder,
doña Soledad,
porque antes de ser
mujer
ya tuvo que ir a
trabajar.
Mire, doña Soledad,
póngase un poco a
pensar,
doña Soledad,
qué es lo que quieren
decir
con eso de la
libertad.
Usted se puede morir
eso es cuestión de
salud
pero no quiera saber
lo que cuesta un
ataúd.
Doña Soledad,
hay que trabajar...,
pero hay que
pensar....
no se vaya a morir...,
la van a enterrar...
Doña Soledad...
Doña Soledad...
Y ahora que ya me estoy despertando, no quisiera cerrar este
posteo zitarrosiano sin incluir al menos una milonga, género en el que
realmente se lució. Y elijo la “Milonga del alma 3”, que salió editada
póstumamente (Alfredo murió en 1989), como parte de un disco (“Sobre pájaros y
almas”) hecho a dúo con Numa Moraes. Hay milongas del alma 1, 2 y 4, pero esta,
la tercera, es la única de las cuatro que canta Zitarrosa solo, y es, para mí,
totalmente inolvidable. La música es espectacular, y siempre es un lujo poder
escuchar esa voz gruesa de Alfredo cantando una milonga.
La letra es del poeta Washington Benavides (con ese nombre,
resulta ocioso aclarar que es uruguayo, a pesar de que se cambió la Z final del
apellido para que sonara más brasileño, el Benavídez), y es un poema realmente
precioso, que ronda las cuestiones del recuerdo repentino, el pasado de
juventud versus el presente de lucha, el amor, el olvido imposible, la materia,
el espíritu y el alcoholismo (a menos que esa “bebida con calor de madre” sea
el mate, tratándose de uruguayos no habría que descartarlo, al contrario, cada
vez me parece más que es el mate nomás: borren lo de alcoholismo). No me da la
cabeza para comentar coherentemente esta poesía, pero les recomiendo que la
lean primero y la escuchen después, porque no tiene desperdicio (hay versos que
me taladran la mente, como “jacarandoso árbol de la flor”, “pétalo a pétalo te
alcé, ilusoria”, "la memoria es amante que requiere / un tiempo que no puede ser el mío", “y ese señor olvido que no olvida”…).
Me acordé, ahora que digo esto, que Zitarrosa no se consideraba
un poeta. “Yo hago versos nomás”, decía; “la canción le rinde a la poesía un
tributo de amor”. Lindo eso, ¿no?
En la grabación, la milonga se antecede de un recitado
(comúnmente llamado “El comunista”, que es parte de un recitado mayor del disco
“Sobre pájaros y almas”). El recitado, que parece casi como una autopresentación de Alfredo, no parece tener mucho que ver con el poema
(por no decir: casi nada), así que yo al menos los considero dos piezas
separadas.
Recitado:
“Está sentado ahí. Todos saben que es comunista, lo
respetan, se sabe, es pobre y rico, generoso al convidar, al envidar y hasta
para echar el resto. Confirmo, porque todos sospechan, que tiene miles y miles
de compañeros almas y más.”
https://www.youtube.com/watch?v=44SLrtte_8U
Milonga del alma III
De la frágil materia
del olvido,
pétalo a pétalo te
alcé, ilusoria,
tan hondo para amar,
tan resentido
que vuelvo el rostro a
toda mi memoria.
Pero no quiero en esta
mala gana
verte como a una
Alicia en el espejo,
inalcanzable mancha de
una plana
cuando era niño,
cuando no era viejo.
La memoria es amante
que requiere
un tiempo que no puede
ser el mío;
no puedo ser el silbo
de lo umbrío,
yo soy el cazador, soy
el que hiere.
Jacarandoso árbol de
la flor
que pone azul a toda
la plazuela
y que te vio guardándote
mi amor,
como a fruto robado,
una chicuela.
Y yo, que duermo a
veces en el seno
de una bebida con
calor de madre
—qué digo, no, tan solo
de comadre—,
amo el valor del que
cayó en el cieno.
El amor que blasfema
atado como un perro a
dura estaca
y aleja del costado
del poema
una visión pueril de
toma y daca.
El alma tan mentida,
el tiempo frívolo de
sacrosanto
viernes de pasión
vestido;
la irresponsable llama
de la vida
en el pábilo negro de
mi canto
y ese señor olvido que
no olvida,
y ese señor espanto.
Y eso es todo. Hoy estuve ultradiscreto en mis comentarios,
por lo cual este posteo seguramente quedó mejor que cuando doy rienda suelta a
mi cháchara infame. Ustedes dirán. No nos vamos a pelear por una moneda.
Los saluda hasta la próxima,
DJ Vago
Que muy bueno, excelente, gracias Vago
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