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martes, 11 de agosto de 2015

[134] Por un vintén



“Doña Soledad” (1968) y “Milonga del alma III” (1989) de Alfredo Zitarrosa



A Germán Machado, que venía pidiendo a Zitarrosa desde hace un montón


Continúo con la serie “Dime cómo te llamas” (esta vendría a ser la cuarta entrega, y aún faltan dos más). Esta canción no iba a venir acá, pero la escucha continuada de “Eleanor Rigby”, la semana anterior, me llevó de las orejas hasta este candombe, porque Eleanor, traducida al uruguayo, bien podría haberse titulado así, “Doña Soledad”. Salvo eso, no, no tienen mucho que ver, este candombe de Don Alfredo con el tema de McCartney, me doy cuenta. Pero como me encanta Zitarrosa y era una deuda del blog, me pareció un buen momento para incluirlo.


Alfredo Zitarrosa, hijo natural que fue dado en adopción (de chico lo llamaban el Pocho Durán) y que terminó luego viviendo con su madre biológica y su nuevo esposo (quien le dio a Alfredo el apellido Zitarrosa). Laburó de varias cosas, entre ellas de locutor y periodista, hasta que finalmente alguien se avivó de que el pibe podía cantar: lo anotaron medio de prepo en un concurso de canto, se ganó sin esperarlo 50 dólares, y allí comenzó su carrera musical. Y además de tener una gran voz (gruesa, bien varonil), resultó que era un poeta de aquellos, y podía componer música como muy pocos pudieron. Comunista hasta la coronilla, sus canciones reflejaron siempre las penurias de los pobres (en especial los peones rurales y los obreros urbanos) e incitaron a la rebelión y la lucha por cambiar esa realidad.

Lo que más y mejor cantó y compuso (siempre, o casi siempre, con acompañamiento de guitarras) son milongas, pero también diversos ritmos folclóricos, algún tango, y dos o tres candombes. Alfredo pensaba que el candombe era eminentemente instrumental: se tenía que lucir la percusión, y el canto siempre quedaba más bien como un accesorio, en el universo candombero. Sin embargo, cada tanto le salían algunas “cositas sencillas”, como esta “Doña Soledad”, canción a la que nunca le puso muchas fichas pero que era de las que más le pedía la gente, y al final hasta como que se encariñó con ella.

Porque la propuesta es más bien sencilla: presentar un personaje. Lo que no es sencillo ni corriente es la forma en que Zitarrosa lo hace (mediante una especie de descripción - conversación) y a quién elige como héroe del candombe: una mujer pobre (proletaria, digamos: de clase baja, o media-baja). Alfredo compuso pensando-recordando a una mujer que veía barrer la vereda en su pueblo.

La recuerda peleando en el almacén por una moneda (un vintén, es decir, una moneda uruguaya de veinte centavos); a pesar de que trabaja, no le alcanza para comprar ni pan y vino, si no la ayudaran. Y no la dejarían, aunque tuviera los vintenes, que comprara más que pan y vino, que transformara eso en carne y sangre: Jesús lo hizo, y así le fue. Acá en este pueblo, el único que puede disponer de la carne y la sangre es el patrón. Él la conoce de verdad, a doña Soledad (es uno de los pocos), y por eso “le conversa de más”. Y ella hubiera querido, aunque más no fuera para poder conversar mejor, haber podido estudiar. Pero no pudo, porque ya de niña tuvo que ponerse a trabajar, y nunca dejó de hacerlo: ¿quién tiene tiempo para estudiar, si trabaja desde niño? Y él insiste en pedirle a doña Soledad que igual lo intente, que se ponga a pensar. Que piense, por ejemplo, qué quieren decir, cuando le dicen que no tiene libertad. La libertad es poder comer, estudiar, reír, estar sano, trabajar, y también pensar. Y que los que quedan puedan poner lo que quede de nosotros en un ataúd, cuando nos vayamos. La lucha por la libertad también es algo que le importa a usted, doña Soledad: no está sola como Eleanor Rigby, y aunque pelee por una moneda, no necesita ir a la iglesia a levantar el arroz del piso.



Es un acercamiento sincero y humano, y respetuoso, hacia esa mujer por la que nadie da dos mangos. No la subestima, no la ensalza, no le dice que es una heroína ni que no sirve para nada. La valora por lo que es, y la impulsa a avanzar. Al ritmo de los tambores del candombe, que siempre ayudan y dan ganas de bailar (no a mí, por supuesto: yo solo bailo mentalmente).

https://www.youtube.com/watch?v=fW_ChKw95Dc


Doña Soledad
Mire, doña Soledad,
póngase un poco a pensar,
doña Soledad,
cuántas personas habrá
que la conozcan de verdad.
Yo la vi en el almacén
peleando por un vintén,
doña Soledad.
Y otros dicen: "haga el bien,
hágalo sin mirar a quién".

Cuántos vintenes tendrá
sin la generosidad
doña Soledad,
con los que pueda comprar
el pan y el vino nada más.
La carne y la sangre son
de propiedad del patrón,
doña Soledad:
cuando Cristo dijo "¡no!",
usted sabe bien lo que pasó.
Mire, doña Soledad,
yo le converso de más,
doña Soledad,
y usted para conversar
hubiera querido estudiar.
Cierto que quiso querer,
pero no pudo poder,
doña Soledad,
porque antes de ser mujer
ya tuvo que ir a trabajar.
Mire, doña Soledad,
póngase un poco a pensar,
doña Soledad,
qué es lo que quieren decir
con eso de la libertad.
Usted se puede morir
eso es cuestión de salud
pero no quiera saber
lo que cuesta un ataúd.

Doña Soledad,
hay que trabajar...,
pero hay que pensar....
no se vaya a morir...,
la van a enterrar...
Doña Soledad...
Doña Soledad...

Y ahora que ya me estoy despertando, no quisiera cerrar este posteo zitarrosiano sin incluir al menos una milonga, género en el que realmente se lució. Y elijo la “Milonga del alma 3”, que salió editada póstumamente (Alfredo murió en 1989), como parte de un disco (“Sobre pájaros y almas”) hecho a dúo con Numa Moraes. Hay milongas del alma 1, 2 y 4, pero esta, la tercera, es la única de las cuatro que canta Zitarrosa solo, y es, para mí, totalmente inolvidable. La música es espectacular, y siempre es un lujo poder escuchar esa voz gruesa de Alfredo cantando una milonga.



La letra es del poeta Washington Benavides (con ese nombre, resulta ocioso aclarar que es uruguayo, a pesar de que se cambió la Z final del apellido para que sonara más brasileño, el Benavídez), y es un poema realmente precioso, que ronda las cuestiones del recuerdo repentino, el pasado de juventud versus el presente de lucha, el amor, el olvido imposible, la materia, el espíritu y el alcoholismo (a menos que esa “bebida con calor de madre” sea el mate, tratándose de uruguayos no habría que descartarlo, al contrario, cada vez me parece más que es el mate nomás: borren lo de alcoholismo). No me da la cabeza para comentar coherentemente esta poesía, pero les recomiendo que la lean primero y la escuchen después, porque no tiene desperdicio (hay versos que me taladran la mente, como “jacarandoso árbol de la flor”, “pétalo a pétalo te alcé, ilusoria”, "la memoria es amante que requiere / un tiempo que no puede ser el mío", “y ese señor olvido que no olvida”…).

Me acordé, ahora que digo esto, que Zitarrosa no se consideraba un poeta. “Yo hago versos nomás”, decía; “la canción le rinde a la poesía un tributo de amor”. Lindo eso, ¿no?

En la grabación, la milonga se antecede de un recitado (comúnmente llamado “El comunista”, que es parte de un recitado mayor del disco “Sobre pájaros y almas”). El recitado, que parece casi como una autopresentación de Alfredo, no parece tener mucho que ver con el poema (por no decir: casi nada), así que yo al menos los considero dos piezas separadas.

Recitado:
“Está sentado ahí. Todos saben que es comunista, lo respetan, se sabe, es pobre y rico, generoso al convidar, al envidar y hasta para echar el resto. Confirmo, porque todos sospechan, que tiene miles y miles de compañeros almas y más.”


https://www.youtube.com/watch?v=44SLrtte_8U

Milonga del alma III

De la frágil materia del olvido,
pétalo a pétalo te alcé, ilusoria,
tan hondo para amar, tan resentido
que vuelvo el rostro a toda mi memoria.

Pero no quiero en esta mala gana
verte como a una Alicia en el espejo,
inalcanzable mancha de una plana
cuando era niño, cuando no era viejo.

La memoria es amante que requiere
un tiempo que no puede ser el mío;
no puedo ser el silbo de lo umbrío,
yo soy el cazador, soy el que hiere.

Jacarandoso árbol de la flor
que pone azul a toda la plazuela
y que te vio guardándote mi amor,
como a fruto robado, una chicuela.

Y yo, que duermo a veces en el seno
de una bebida con calor de madre
—qué digo, no, tan solo de comadre—,
amo el valor del que cayó en el cieno.

El amor que blasfema
atado como un perro a dura estaca
y aleja del costado del poema
una visión pueril de toma y daca.

El alma tan mentida,
el tiempo frívolo de sacrosanto
viernes de pasión vestido;
la irresponsable llama de la vida
en el pábilo negro de mi canto
y ese señor olvido que no olvida,
y ese señor espanto.


Y eso es todo. Hoy estuve ultradiscreto en mis comentarios, por lo cual este posteo seguramente quedó mejor que cuando doy rienda suelta a mi cháchara infame. Ustedes dirán. No nos vamos a pelear por una moneda.

Los saluda hasta la próxima,


DJ Vago

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