“La Marsellesa”, de Rouget de Lisle (1792)
Vi “Casablanca” al menos sesenta veces. Cómo odio esa
película.
No solo es una sucesión interminable de clichés, sino que la
trama es históricamente incorrecta e inverosímil; Víctor me parece un agrandado
sin causa, Ilsa una tontuela nórdica (bella tontuela, eso sí) y Rick un nada
heroico y sí bastante pelotudo seudorrebelde.
Por qué la vi tantas veces entonces, se preguntarán. O no se
preguntarán, pero igual les voy a decir: porque me obligó mi hermana la quinta, la Pata.
Ella A-MA esa película (así, en dos sílabas mayúsculas). Desde que tenía doce
años, pone cara de arrobamiento cada vez que Bogart le dice “Kiddo” a Bergman,
llora con cada atisbo de sentimiento y desde los quince va moviendo los labios
repitiendo, palabra por palabra, cada frase de la película, con especial
énfasis en esas cursilerías del tipo “¿Eso que se escucha son cañones, o es mi
corazón que late?”, o “Lo recuerdo perfectamente: los alemanes vestían de gris,
tú vestías de azul”… Pero a la Pata no le gusta mirar sola “Casablanca”, y no
teniendo mejor opción (al menos, en los años de nuestra infancia), me obligaba,
so pena de boicotear corporativamente con las demás hermanas mis privilegios de
hermanito-menor-varón-mimado, a que mirara la película con ella. Así que me
banqué sesenta veces, al menos, cómo el capitán Renault se hace el mujeriego
pero sutilmente (o no tanto) le tira los galgos a Bogart durante toda la
película (y se queda con él, al final, venciendo a la indecisa noruega de
sombrero estrafalario). Sesenta veces cómo Rick, increíblemente, decide que no,
que mejor le deja voluntariamente el amor de su vida a un desconocido (que no
parece demasiado interesado en ella tampoco), “por el bien de la humanidad”
(?). Sesenta veces el avión levanta vuelo con niebla y todo, sin banderillero
ni torre de control, rumbo a Lisboa, para ir de allí a Estados Unidos con su valiosa
carga de líder antinazi + esposa sumisa, lo que resolverá, evidentemente, la
Segunda Guerra Mundial a favor de los Aliados (?). En fin.
Pero sí hay una escena que cada vez que la veo me emociona
un poquito. Y no es por la escena en sí (aunque está bastante bien armada),
sino por la música. Es la escena en que, mientras los alemanes cantan una
marcha (típica 2/4 de marchita militar), se interpone Víctor Laszlo y ahí nomás
mete, con orquesta y todo, “La Marsellesa”, que pronto es entonada por todos los
paisanos del bar (incluidos los paisanos árabes y la cantante española, que
seguramente aprendieron “La Marsellesa” por ósmosis), produciendo una especie
de orgasmo patriótico-musical colectivo que opaca la marcha alemana y arranca
lágrimas dentro y fuera del celuloide. Para mi hermana, medio paquete de
carilinas solo en esa escena. Yo me aguanto el llanto, sobre todo por ahorrar
energías, pero me emociono, porque tengo mi corazoncito, y la canción lo
amerita.
“La Marsellesa” es, según muchísima gente, el himno nacional
más lindo del mundo. Yo acuerdo, ponele, aunque no me interesa mucho ese
ránking. Muchos otros dicen que el himno argentino es el más lindo del mundo,
pero claro, los que dicen eso son, en un 99,9%, argentinos, así que no se les
puede creer demasiado. Tienen en común, ambos, que no son canciones en 2/4 sino
en 4/4, es decir, no son “marchas”, sino que sostienen su épica nacionalista en
un ritmo menos marcial, más “cantable”. La música de “La Marsellesa” es
notablemente inflamable, y va conduciendo al cantor de consigna en consigna
hasta llegar al “¡marchad! ¡marchad!”, ante el cual uno difícilmente puede
quedarse acostado tomando mate (yo sí puedo).
El autor de la canción, Claude Joseph Rouget de Lisle, es un curioso caso de militar-ingeniero-músico. Resulta que el alcalde de Estrasburgo le encargó a Claude, oficial del cuerpo de ingenieros del ejército, que compusiera una canción para las tropas que marcharían contra los austríacos. Rouget de Lisle, casi sin esfuerzo, se despacha con su “Canto de guerra para el ejército del Rhin”. Tres meses después, un general marsellés escuchó el tema en un funeral militar y lo presentó a sus soldados, mientras se preparaban para concentrarse en París. Entonces, los soldados marselleses, mientras entraban en la Ciudad Luz, entonaron, a voz en cuello, la marcha patriótica, que gustó inmediatamente a todos quienes las escucharon y pasó a ser conocida, de allí para siempre, como “La Marsellesa”, aunque por cierto que ni la canción, ni su autor ni nadie relacionado con su creación era de Marsella ni de sus alrededores.
A lo largo de la historia conoció períodos de popularidad y
de relativo olvido, e incluso prohibiciones; por ejemplo, entre 1940-1945 no se
podía cantar en territorio francés, pues era considerada, como en “Casablanca”,
una canción “subversiva” y anticolaboracionista.
Va, ya que estoy, cuadro de Rouget de Lisle entonando por
primera vez su “Canto de guerra”.
El cuadro es parecido a su equivalente argentino, con
Mariquita Sánchez de Thompson, aunque este último cuadro muestra una escena
mucho más high-class y menos enfervorizada (el fervor se mide, por ejemplo, en
la cantidad de manos levantadas [Francia 3, Argentina 0] y en que Mariquita
tiene la letra de la canción escrita en una hoja, mientras que Rouget dejó caer
la hoja equivalente en el piso y no necesita mirarla).
Al igual que en el caso argentino, la letra original es
interminable: siete estrofas de amor sacro de la patria, brazos vengadores,
libertad libertad querida, banderas victoriosas, enemigos moribundos y
valientes arremetidas triunfales y gloriosas: un plomazo.
Lo que quedó como himno en la actualidad es, por suerte,
solo la primera estrofa y el estribillo, que ya bastante violento es:
básicamente, se dice a los ciudadanos que se pongan las pilas, porque están
llegando los tiránicos enemigos, que planean quitar de nuestros brazos a los
hijos y compañeras/os y, lisa y llanamente, degollarlos, porque son
sanguinarios y feroces. Por lo tanto, hay que tomar las armas, marchar y formar
batallones, hasta lograr que la “sangre impura” de los enemigos corra por los
surcos de los campos (yo preferiría agua de lluvia, para las cosechas, pero se
ve que había sequía ese año, en la France). Con lo cual, resulta que nosotros
no éramos tanto menos feroces y sanguinarios que los tiránicos enemigos, al fin
y al cabo. A menos claro, que esa sangre con la que pensamos teñir los campos
no sea en ningún caso de mujeres ni de niños, tema sobre el cual no se hace
ninguna aclaración específica en la letra de la canción. Pero digamos que sí,
que los tiránicos son los otros y nosotros solamente nos defendemos. Cosa que
no aplica mucho que digamos a Francia, que se la pasó conquistando cuanto país
pudo, desde el mil ochocientos en adelante; pero la música siempre ayuda a la
causa, sea esta cual sea. Ya lo dijo el mismo Napoleón, hablando de “La
Marsellesa”: “Esta música va a ahorrarnos muchos cañonazos”.
A los fans de Harry Potter no se les habrá pasado por alto
lo de los “sangre impura”. Pero no se hagan ilusiones: no creo que se esté
diciendo que los austríacos y prusianos son magos hijos de padres no-magos
(“muggles”). En todo caso, los franceses, que son tan celosos de la grandeza de
su patria, tendrían aquí un antecedente para enjuiciar a Rowling por plagio y
declarar que “Jarrí Pottér cest francés ossí”.
Hay, por supuesto, innumerables versiones de “La
Marsellesa”, pero elijo la siguiente, tomada de la película “La vie en rose”,
sobre la vida de Edith Piaf, en la que se muestra a una Edith pequeñita
ganándose la vida cantando “La Marsellesa” en un pueblito. Porque esta canción
adquiere, para mí, su verdadera dimensión cuando es cantada a capella, y la
fuerza de la voz humana es la que sostiene, por sí sola, todo el sentido y la
potencia de la patria. Puede ser la voz de muchos soldados marselleses, o la de
los borrachines de un bar africano, o la voz de una sola niña: cuando este tema
suena así, desnudo de trompetas y banderas, es cuando más hondo cala y nos empuja
a cruzar montañas y encarar proezas impensables.
https://www.youtube.com/watch?v=EIzzugI7Tdo
O a seguir tomando mate en la cama, que también tiene lo
suyo.
La Marsellaise
Allons, enfants de la patrie,
le jour de gloire est arrivé!
Contre nous, de la tyrannie,
l'étendard sanglant est
levé.
L'étendard sanglant est
levé:
entendez-vous dans les
campagnes
mugir ces féroces soldats?
Ils viennent jusque dans vos bras,
Égorger nos fils, nos compagnes!
Aux armes, citoyens!
Formez vos bataillons!
Marchons, marchons,
qu'un sang impur
Abreuve nos sillons!
|
La Marsellesa
Marchemos,
hijos de la patria,
¡el
día de gloria ha llegado!
Contra
nosotros, de la tiranía,
el
estandarte sangriento se ha alzado.
El
estandarte sangriento se ha alzado:
¿escucháis
en las campiñas
rugir
a esos feroces soldados?
Vienen
para, en vuestros brazos,
degollar
a nuestros hijos, a nuestras compañeras!
¡A
las armas, ciudadanos!
¡Formad
vuestros batallones!
Marchad,
marchad,
¡que
una sangre impura
alimente
nuestros surcos!
|
Saluda patrióticamente hasta la próxima,
DJ Vago
Vago, usted reniega de sus hermanas pero creo que es para disimular su metejón con la nórdica, si no... ¿para qué la foto aparte?
ResponderEliminarExcelente elección y fuerza alos irlandeses!
Qué observadora, Susana. Pero la foto es una dedicatoria silenciosa a mi amigo S. Vargas: él es el del metejón con Ilsa Lund. A mí me gustan las morochas que cantan, como ya Ud. lo señalara oportunamente.
EliminarLa próxima que su hermana lo obligue a ver la peli en cuestión, me llama, que yo soy de esas que se la saben de memoria y no me molestaría reemplazarlo.
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