“Selva”, de La Portuaria (1993) y “Rumba del perro” de Andrés Calamaro (2000)
Como tercera entrega de la serie “Es una jungla allá
afuera”, vamos con un tema que supo ser famoso a mediados de los noventa, y
luego se olvidó. Es “Selva”, el hit más icónico de La Portuaria, banda liderada
por Diego Frenkel que desplegó un repertorio con fuertes influencias del
R&B, el blues y el jazz. El tema apareció incluido en el disco más famoso y
vendido de la banda, Devorador de
corazones (1993), con el que alcanzaron el disco de platino.
Comienza con un riff de acordeón, al que pronto se suman
los vientos, luego la batería y la guitarra, y finalmente, en el segundo 17, la
voz de Frenkel en un grito tarzanesco de “¡Seeeeellllvaaaaa!”.
Al igual que en las canciones previas, estamos en la
selva. Y aunque aquí no se aclara, uno imagina que no es la selva-selva, sino
la jungla-ciudad, la selva de cemento. Y esos “ruidos de animales salvajes” que
se describen de entrada pronto serán nuestros propios ruidos al movernos, al
bailar: el cantor nos propone que bailemos “hasta salir del cuerpo”, y asumir
así una nueva condición (o, más bien, aceptar la condición que ya teníamos de
antes, pero sin darnos cuenta): “somos animales en celo”.
Lo de “en celo” no sé, pero que somos animales, somos.
Pregúntenle a cualquier biólogo decente y se los confirmará: los humanos somos
monos. Monos africanos, para más exactitud. Los humanistas podrán objetar: “Momentito:
no somos unos monos cualesquiera”. Y tienen razón. Aunque el carácter “especial”
de nuestra monez puede ser, según cómo lo veamos, un atenuante o un agravante;
podemos alegrarnos de todo lo que conseguimos a pesar de ser unos simples
monitos, o deprimirnos por cómo desperdiciamos y arruinamos nuestros “dones”
tan supuestamente superiores en armarnos un mundo tan así, como el que hicimos.
Lo dejo a vuestro monil criterio.
En esta canción, bailar no nos sacará de la selva, pero
nos hará sentir más a gusto, más como en casa: basta de bajonearse como Bob en “Concrete
Jungle”, basta de sentirse felizmente corrompido como en “Welcome to the Jungle”
de Guns n´ Roses. Llegar a la selva es, aquí, volver a casa: al hogar de
nuestro propio interior. No es un lugar feliz (“Hay un mundo distinto: selva y
dolor”), pero es nuestro.
Y llegaremos, parece, bailando. Por qué la danza,
actividad humanizada-semiotizada-cultural si las hubiere, nos animalizaría, se
los debo: pregúntenle a Frenkel. En todo caso, yo no llegaré a esa selva,
porque no soy lo que dice un buen bailarín. Soy lo que dice un bailarín
horrible. Pero con lo lindo que soy, imagínense si además bailara bien: sería
demasiado, el mundo colapsaría. Así que mejor así: vayan ustedes, bailando
des-pa-ci-to hacia la selva, y yo los miraré de acá de lejos.
En la segunda mitad de la canción, Frenkel quiso hacer
una especie de estrofa a lo Nicolás Guillén, con sonidos “t” y “r” que, al
parecer, dan una cosa de tambor, y el tambor da una idea de selva:
Ruge,
Tantor.
Ruge
Tantor, Terán, tantor de acero.
Lo gracioso es que Tantor es, en la historia de Tarzán,
el nombre del elefante, así que Tantor no podrá “rugir”, por más que se lo
pidan. Frenkel debería haberle pedido: “Barrita, Tantor”. En cuanto a Terán, es
un pueblo y el apellido de un filósofo, y no sé qué hace aquí esa palabra,
excepto sumar una “t” y una “r” más. O sea: la próxima, dejémosle a Nicolás
Guillén, eso de songorocosonguear, que es menos fácil de lo que parece.
En todo caso, es una canción muy rítmica, muy pegadiza,
muy bailable y seguramente muchos de ustedes la recordarán con feliz añoranza,
de los años en que eran medio bestias, o bestias enteras, y la pasaban bomba.
Selva
Selva,
ruido de animales salvajes.
Jungla.
Baila,
baila,
baila
hasta salir de tu cuerpo.
Danza,
danza,
somos
animales en celo.
Voy
buscando un oasis donde nadar,
si
tu cuerpo se enfría, buscas calor.
Va
bailando mi corazón,
siento
risa, siento temor.
Hay
un mundo distinto: selva y dolor.
Selva,
selva.
Jungla,
ruido de animales salvajes.
Ruge,
Tantor.
Ruge
Tantor, Terán, tantor de acero.
Danza,
danza,
somos
animales en celo.
Voy
buscando un oasis donde nadar,
si
tu cuerpo se calla, busca parar.
Va
bailando mi corazón,
siento
risa, siento temor.
Hay
un mundo distinto: selva y dolor.
Y como complemento, me tincó incluir en el posteo de hoy una
canción de Andrés Calamaro tan simpática como desconocida, perdida en el centenar
de temas del quíntuple disco El salmón
(2000) y titulada “La rumba del perro”. Esta poco esforzada canción (ya
expliqué, en antiguos posteos que me da fiaca referenciar, que Calamaro es
amigo mío y, en comparación, yo soy el que más se esfuerza) no tiene nada que
ver con el famoso tema calamarense “El perro” (ese que comienza “Muerto el
perro, se acabó la rabia / ya no sos el amigo de los turcos de Malabia”). Aquí,
en un tema alegre e infantil, se empiezan a enumerar animales (mientras, en el
coro, se escuchan trinos, rugidos y demás voces animalísticas) y luego el
cantor anuncia que:
A
veces me confundo
con
un ave migratoria en extinción,
esa
es mi historia.
En esos test psicológicos en los que se pregunta “Si
fueras un animal, ¿qué animal serías?”, la mayoría de las personas contesta “águila”,
“león”, bichos imponentes o elegantes o simpáticos. Calamaro se siente más bien
golondrina, eternamente desarraigado y huyente.
(Digresión: yo respondía “perezoso”.)
Ese hombre-ave, entonces, se vuela, se pierde en
horizontes lejanos, siempre a punto de extinguirse en una realidad hostil: se
transforma, se vuelve animal y lo asume con entereza, en un estribillo gracioso
y, de alguna manera, tierno:
Yo
soy un animal también, soy un animal
casi
como todos los demás:
si
falta lo primordial,
como
cualquier animal,
puedo
desaparecer igual.
No sabemos qué será “lo primordial” para este animalito
que canta, pero cada uno de nosotros puede pensar qué sería lo primordial para
nosotros: eso que nos hace humanos, que nos mantiene atados a esta humanidad,
que nos impide volar y convertirnos en aves migratorias y, al alejarnos,
extinguirnos (al menos, en lo que refiere a nuestro humano fuego). Sin eso
primordial, ¿qué sería de nosotros, compañeros animales?
Se los dejo como reflexión. Rúmienlo y rujan, Tantores.
Rumba
del perro
La
rumba del gato, la rumba del perro
y de
todos los animales del ancho mundo.
A
veces me confundo
con
un ave migratoria en extinción,
esa
es mi historia.
La
rumba del pato, la rumbita del ratón
y de
todas las especies animales
que
cura todos los males
como
un ave migratoria en extinción
y
una canción.
Yo
soy un animal también, soy un animal
casi
como todos los demás:
si
falta lo primordial,
como
cualquier animal,
puedo
desaparecer igual,
puedo
desaparecer también,
puedo
desaparecer igual.
Igual.
Y eso es todo por hoy. Hasta la próxima semana en la
jungla,
DJ
Tantor
Hola de nuevo! Te cuento, respecto a Selva, de La Portuaria, que Terán es el apellido del saxofonista que toca en el tema (Alejandro Terán). Fijate (escuchá, mejor dicho, je) el saxo que suena justo cuando dice la frase en cuestión. Terán (o su saxo) vendría a ser el "Tantor de acero", por la similitud de su sonido con el de un elefante al barritar ;)
ResponderEliminarUau, qué buen dato! Muchas gracias por compartirlo y desasnarme!
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