“Por una cabeza” (1935), de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera
Yo ponía un blues
y mi abuela a Jesús
le pedía que Gardel
no fuera de Toulouse.
En “Raro”, del Cuarteto
de Nos
Como tercera entrega de la serie “Tango/Drama”, vamos con “Por
una cabeza”, uno de los más famosos tangos de la historia, letra de Le Pera y
música de Carlos Gardel. Aunque hubo montones de versiones y covers a lo largo
de la historia, elegiré, obviamente, la versión cantada por Gardel, que no
necesita cantar cada día mejor para ser gigantesco.
Este tango fue compuesto y grabado en 1935, muy poco antes
de que ambos, el letrista Le Pera y el cantor-compositor Gardel, fallecieran en
un accidente de avión en Colombia, en junio de ese mismo año. Cuando un artista
de la magnitud de Gardel muere en la cumbre de su carrera, sin tiempo de
decaer, automáticamente se convierte en un mito, y a la vez, nos quedamos todos
con ganas de saber qué más hubiera compuesto y, sobre todo, cantado.
No voy a entrar aquí a contar quién fue Gardel, y menos, a
definir cuál fue su verdadera nacionalidad. Es que me tiene sin cuidado si vio
la luz por primera vez (y, con pocos minutos de edad, sonrió ya con la
dentadura completa y la sonrisa canchera) en Francia, en Uruguay o en
Argentina. No soy muy fan de las nacionalidades, y no me siento extranjero en
ningún lugar (como dice el tío). Entiendo, igual, que el mundo es como es, y
seguramente cuando yo ya no esté también se arrancarán los ojos para
adjudicarse mi cuna cuatro territorios: el País Vasco, la República de
Catalunya, el Sultanato de Córdoba y el Reino del Plata. Pero yo sugeriré,
desde la tumba (o desde donde sea que esté durmiendo la siesta): “Mi patria es
la Música”, y volveré a lo mío.
Gardel era Gardel. No es el estilo de tangos ni de canto del
tango que más me llama (soy más bien goyenecheano), pero nadie puede negarle
una gran, gran voz, un gran estilo y un gran carisma. Y era buen músico
también, porque los tangos que él compuso están más que bien.
“Por una cabeza” es una buena muestra de ello: un tango sentimental,
sinuoso, cuya música se te pega como la llovizna, ideal para bailar, que suele
aparecer en cuanta película yanqui donde un personaje tiene que saber bailar
tango (Al Pacino en la remake de “Perfume de mujer”, Arnold Zwarzenegger en una
de esas películas malísimas que hacía, y tantos, tantos otros), cuando en
realidad, por lo general, eso que hacen se parece muy poco y muy lejanamente, o
directamente nada de nada, a bailar tango.
La letra es, admitámoslo, bastante misógina. Bueno, es un
tango de los años 30, tampoco le podemos pedir peras al olmo. Él (el cantor) es
un desastre, pero no se ahorra de tirarle palos a ella, la “coqueta y risueña
mujer”, a quien tacha de mentirosa y le reclama su inconstancia, siendo que él
mismo confiesa que es un tarambana de aquellos (y solo puede decir, para
justificarse, “qué le voy a hacer”). Y claro, el otro pequeñito tema no-feminista
es que toda la letra está armada en la analogía entre la mujer y un caballo.
Detalles.
Al menos, Le Pera tuvo la delicadeza de que el caballo que protagoniza
la canción fuera un potrillo, y no una yegua. Gracias, Alfredo.
A lo largo de la canción, se compara la adicción al juego
con la adicción a las mujeres. Él se propuso sentar cabeza y abandonar el juego
(los juegos) cientos de veces… peeero: no hay caso, apenas se le cruza una falda
por delante, ahí va él atrás. Y lo mismo le pasa con las carreras de caballos:
Cuántos desengaños
por una cabeza,
yo juré mil veces
no vuelvo a insistir,
pero si un mirar
me hiere al pasar,
su boca de fuego
otra vez quiero besar.
Basta de carreras,
se acabó la timba,
¡un final reñido
yo no vuelvo a ver!
Pero si algún pingo
llega a ser fija el
domingo,
yo me juego entero,
¡qué le voy a hacer!
A lo largo de la canción habla de una sola chica, pero en
realidad es como si hablara de cien, de todas a la vez. Se lamenta de que “si
ella me olvida qué importa perderme mil veces la vida, para qué vivir”, pero no
suena sincero: él parece ser, por sus acciones, quien olvida y se deja llevar
por la corriente de cualquier mirada. El amor es más bien un “metejón de un día”,
y él tiene por ella un gran amor, pero que dura exactamente lo que dura su
cariño hacia el noble potrillo: solo hasta que cruzan el disco y entonces él,
desengañado, rompe los boletos perdedores y los quema en la hoguera donde ya se
consume arde, apasionado e inútil, todo su querer. Al menos, hasta que la
insana pasión renazca Fénix la próxima vez, el próximo domingo, cuando haya un
nuevo dato de un caballo “que no puede perder” (una fija) o un mirar lo hiera
al pasar. Y él, como Sísifo, está destinado a perder siempre, siempre ahí
nomás, siempre por una cabeza.
Este antihéroe tanguero no es enternecedor, y no lograría captar
muchas simpatías, si es que el tango no lo cantara Gardel.
Pero el tango comienza con una imagen que me encanta. Me
hace reír siempre, y me parece un gran logro: el caballo está por ganar pero
afloja al llegar y pierde (apenas por una cabeza); y al regresar, ya caminando,
hacia los establos, él (el apostador que perdió todo) cruza miradas con el animal,
y el caballo, al pasar le habla con los ojos (esos ojazos grandes y sinceros de
caballo) y le lanza un mudo pero elocuente reproche: “No olvidés, hermano: vos
sabés, no hay que jugar”.
Hasta lo llama “hermano”, lo cual es como decirle que
él también es un caballo (de hecho sí, él “entra como un caballo” en las trampas
de la timba y del amor).
¿No es una genialidad, que le hable el potrillo? Me mata,
esa primera estrofa. Solo con eso ya me gustaría este tango, aunque no lo
cantara Gardel.
Por una cabeza
Por una cabeza
de un noble potrillo
que justo en la raya
afloja al llegar
y que al regresar
parece decir:
“No olvidés, hermano,
vos sabés, no hay que
jugar”.
Por una cabeza,
metejón de un día
de aquella coqueta
y risueña mujer
que al jurar sonriendo
el amor que está
mintiendo
quema en una hoguera
todo mi querer.
Por una cabeza
toda la locura.
Su boca que besa,
borra la tristeza,
calma la amargura.
Por una cabeza,
si ella me olvida,
qué importa perderme
mil veces la vida,
para qué vivir.
Cuántos desengaños
por una cabeza,
yo juré mil veces
no vuelvo a insistir,
pero si un mirar
me hiere al pasar,
su boca de fuego
otra vez quiero besar.
Basta de carreras,
se acabó la timba,
¡un final reñido
yo no vuelvo a ver!
Pero si algún pingo
llega a ser fija el
domingo,
yo me juego entero,
¡qué le voy a hacer!
Por una cabeza
toda la locura.
Su boca que besa,
borra la tristeza,
calma la amargura.
Por una cabeza,
si ella me olvida,
qué importa perderme
mil veces la vida,
para qué vivir.
Y eso es todo por hoy. Apostaré lo que tengo a que esperarán
ansioso por mi próximo posteo, en donde cosecharé reproches agrios por el tema
elegido, una historia de tanguero desengaño amoroso en una canción cero-tango.
Hasta entonces, qué importa perderme mil veces la vida:
DJ Vago
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