“Ne me quitte pas”, de Jacques Brel (1959)
Aquí va, como segundo episodio de la serie dedicada a los
varones conflictuados, “No me dejes”, del cantautor belga Jacques Brel. No digo
nada del otro mundo si afirmo (con la misma impunidad con que la universidad de
Michigan lanza sus descubrimientos científicos) que “Ne me quitte pas” es una
de las cinco canciones más significativas, conocidas y versionadas de toda la
historia de la canción universal. Si vos no la conocés, el que está fuera del
mundo sos vos, no le eches la culpa a la canción.
Pero lo más probable es que sí, que la conozcas, aunque sea
en alguna de sus infinitas versiones (las hay en todos los idiomas y en todos
los ritmos, se calcula que hay unas 3.000 versiones, algunas muy respetables,
como las de Nina Simone, Ray Charles, Neil Diamond, Edith Piaf…). Pero ninguna
versión (no digo que escuché todas, pero sí bastantes) alcanza el mismo impacto
que logra la versión de Brel en francés.
Dicen que dicen que Brel (que estaba casado desde hacía años) compuso la canción después de la separación definitiva con su amante, la también cantautora belga Suzanne Gabriello (“Sisú”, le decían, Zizou).
Pero él
no es la víctima en el asunto, porque ella lo dejó, a Jacques, después de
muchas idas y vueltas, después de que él se negara a aceptar su paternidad (Zizou
estaba embarazada), después de un intento de suicidio de ella y de que descubriera
que él tenía otra amante más. Y con esos dientes, eh.
Porque uno lo mira, a Jacques Brel, y es la prueba más
rotunda de que no es necesario ni un gramo de belleza física para enamorar a
otro ser humano. Y si uno lo ve cantando “No me dejes” (abajo pongo el link) así,
transpirado, dientudo, con esos labios gruesos, boca torcida, asimétrico todo él,
ojito chico, orejón… uno piensa: claro, cómo no va a estar rogando que no lo
dejen (nosotros, que nos creemos lindos porque hace tiempo no nos vemos al
espejo).
Pero lo cierto es que la canción se hizo tan famosa,
supongo, porque uno puede muy fácilmente sentirse identificado: todos, en algún
momento (a veces en muchos momentos, pero al menos en uno) pensamos en alguien
y nos dijinos: “que no me deje”. Todos sentimos esa necesidad de continuar
juntos o de volver a estar con alguien, sea amante, padre/madre, amigo/a o lo
que sea. Y cuando llegó el momento de la separación, todos sentimos, en algún
momento, un poquito de esa desesperación que se rebalsa de la canción.
Ahora, existe algo que se llama dignidad, y por eso casi
nadie hace lo que Jacques en su canción: arrastrarse hasta lo más profundo del
lodo de lo humano para suplicar a su amante que no lo deje. Pienso en Adele,
por ejemplo (si recuerdan lo que hablamos sobre “Take it all” el año pasado):
ella también estaba desesperada porque no la dejara su novio Resortín
Rayodesol, pero cuando vio que ya no había remedio y que él estaba decidido a
dejarla, por más que quedó desmoronada, tuvo un mínimo dejo de entereza para
decirle “Ma sí, andate entonces y que seas (in)feliz”.
Jacques, en cambio, no tiene ningún respeto hacia sí mismo
(ojo, estoy hablando del yo poético que canta esta canción, no del Jacques Brel
real) y empieza a suplicarle a ella, así cara a cara (lo que en su caso es
tremendo), que no lo deje.
Que todo lo que pasó se puede olvidar (aunque no se sabe cómo
sería posible olvidar las horas “que mataban a veces, a golpes de porqué, el
corazón de felicidad” [qué lindo esto, ¿no?]).
Que todo lo que parecía muerto y apagado (como el volcán
Copahue) puede volver a resplandecer de fuego, que los campos quemados pueden
dar más trigo que nunca.
Como los argumentos parece que no la están convenciendo, él
comienza a hacer promesas. Promesas ridículas, como que le va a traer perlas de
lluvia del país donde no llueve o que morirá y se levantará de la tumba, cual
zombi, para taparla de oro y de luz, o armará un país de amor donde ella estará
por encima de cualquier constitución republicana… Al que escucha, le resulta
evidente que estas promesas no van a dar mucho resultado, porque probablemente
lo que ella necesitaba eran cosas más simples, como que bajara la tapa del
inodoro, se acordara de su cumpleaños o la invitara al cine algún miércoles…
Pero él está embaladísimo en su arrastramiento, y sigue
prometiendo cosas: que va a inventar palabras, que va a contarle historias buenísimas,
todas con la misma moraleja: “qué lindo es que la gente se junte” (en su
letanía desesperada, romántica siglo XIX, Jacques hasta se da el gusto de citar
Rojo y negro [Le rouge et le noire], la famosa novela de Stendhal).
Al ser varón quien canta, todavía suena más desesperado todo
esto, porque el abandono a los sentimientos y la debilidad emocional son
características que se intentó muy meticulosamente, desde siempre, atribuir a
lo femenino.
Nada parece estar resultando, y entonces él, resignando
hasta el último átomo de derechos humanos remanentes, promete que si ella no lo
deja, él se va a quedar calladito y quieto en un rincón mientras ella la pasa
bomba, contento de volverse apenas “la sombra de tu sombra, la sombra de tu
perro”. ¿La sombra de tu perro? Uau. No se puede caer más bajo que esto. Y al
perro tampoco le causaría mucha gracia, supongo.
Obviamente, nada de esto alcanza, porque en el momento en
que tenés que rogarle a alguien que no se vaya es porque esa persona ya decidió
irse, y tarde o temprano se va a ir, por más que le repitas, como para
hipnotizarla, ochocientas veces “no me dejes”.
A pesar de todo lo dicho (y a causa de todo ello), la canción
es genial, y está muy bien que un varón, alguna vez, haya cantado piedra libre
para todos los compas y haya aceptado eso que todos sentimos alguna vez, aunque
no podemos decirlo porque tenemos una reputación (?) que cuidar, en este mundo.
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas,
il faut oublier,
tout peut s'oublier,
qui s'enfuit déjà,
oublier le temps
des malentendus
et le temps perdu,
a savoir comment
oublier ces heures
qui tuaient parfois
a coups de pourquoi
le coeur du bonheur,
ne me quitte pas
ne me quitte pas
ne me quitte pas
ne me quitte pas.
Moi je t'offrirai
des perles de pluie
venues de pays
où il ne pleut pas,
je creuserai la
terre
jusqu'après ma mort
pour couvrir ton corps
d'or et de lumière,
je ferai un domaine
où l'amour sera roi,
où l'amour sera loi
où tu seras reine.
Ne me quitte pas
ne me quitte pas
ne me quitte pas
ne me quitte pas.
Ne me quitte pas
je t'inventerai
des mots insensés
que tu comprendras,
je te parlerai
de ces amants-là
qui ont vu deux fois
leurs coeurs
s'embraser
je te raconterai
l'histoire de ce roi
mort de n'avoir pas
pu te rencontrer.
Ne me quitte pas,
ne me quitte pas
ne me quitte pas
ne me quitte pas.
On a vu souvent
rejaillir le feu
d'un ancien volcan
qu'on croyait trop vieux;
il est paraît-il
des terres brûlées
donnant plus de blé
qu'un meilleur avril,
et quand vient le
soir
pour qu'un ciel
flamboie
le rouge et le noir
ne s'épousent-ils pas.
Ne me quitte pas,
ne me quitte pas
ne me quitte pas
ne me quitte pas.
Ne me quitte pas
je ne vais plus pleurer,
je ne vais plus parler,
je me cacherai là
a te regarder
danser et sourire
et à t'écouter
chanter et puis rire,
laisse-moi devenir
l'ombre de ton ombre,
l'ombre de ta main
l'ombre de ton chien.
Ne me quitte pas
ne me quitte pas
ne me quitte pas
ne me quitte pas.
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No me dejes
No me dejes,
es necesario olvidar,
todo se puede olvidar,
lo que se escapó,
olvidar el tiempo
de los malentendidos
y el tiempo perdido,
a saber cómo
olvidar esas horas
que mataban a veces
a golpes de porqué
el corazón de felicidad,
no me dejes
no me dejes
no me dejes
no me dejes.
Yo te ofreceré
perlas de lluvia
traídas del país
donde nunca llueve,
yo cruzaré la tierra
hasta después de mi muerte
para cubrir tu cuerpo
de oro y de luz,
haré un dominio
donde el amor será rey,
donde el amor será ley,
donde tú serás reina.
No me dejes,
no me dejes
no me dejes
no me dejes.
No me dejes,
yo te inventaré
palabras absurdas
que comprenderás,
te hablaré
de esos amantes
quie vieron dos veces
abrazarse sus corazones,
te contaré
la historia de aquel rey
muerto por no haber
podido reencontrarte.
No me dejes,
no me dejes
no me dejes
no me dejes
Se ha visto a menudo
salpicar el fuego
de un antiguo volcán
que se creía demasiado viejo;
es, parece,
como las tierras quemadas
que dan más trigo
que en el mejor abril,
y cuando llega la noche,
para que un cielo brille
el rojo y el negro
no se desposan.
No me dejes,
no me dejes
no me dejes
no me dejes.
No me dejes,
no voy a llorar más,
no voy a hablar más,
me esconderé allá
a mirarte
bailar y sonreír
y a escucharte
cantar y después reír,
dejame volverme
la sombra de tu sombra,
la sombra de tu mano,
la sombra de tu perro.
No me dejes,
no me dejes
no me dejes
no me dejes.
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Rogando que porfi porfi porfi porfi vuelvan, se despide
(pero solo por un ratito, ¿dale?):
DJ Vago
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