“Ballade” en sol menor (opus 118 Nº 3) de Johannes Brahms (1893)
El que toca el piano en honor de Bolt no es un “tipo chino”,
como subtitula el clip, sino el famoso Lang Lang, uno de los más importantes
concertistas de piano del mundo en la actualidad. Al igual que Bolt, yo tampoco
entendí muy bien el porqué de la performance de Lang Lang, pero más allá de
este episodio, él me cae simpático, es un gran pianista.
Esta semana comentaré una obra sin letra, solo para ahorrar.
Hablaré de las seis piezas para piano que componen el opus 118 de Johannes Brahms
(una de sus últimas composiciones), compuestas en 1893, y en particular de la
tercera de ellas, la “Ballade” en sol menor. El “Intermezzo” Nº 2 es hermoso
también, al igual que la “Romanze” Nº 5, y el último “Intermezzo” de la serie
(Nº 6), cuyo tema recuerda la famosa melodía del “Dies Irae” (la llamada “misa
de muertos” compuesta a partir de un famoso poema en latín), no sé si es lindo
pero sí bastante inquietante.
De paso, me tomaré un rato para despotricar contra el
virtuosismo de los concertistas.
Pero comienzo hablando un poquito de Brahms. Aunque algunos
lo ponen a la altura de las Grandes Bes de la música (Bach y Beethoven), él no
alcanzó ese grado de genialidad; sí fue un gran músico, por lo general
subestimado. "Muy formal, muy académico”, suele opinarse de las
composiciones de Brahms, pero fue un innovador también, y algunas de sus obras
son maravillosas.
En un momento de su vida, a los cincuenta y pico, cansado de
todo, anunció su retiro de la composición musical. Pero al igual que Messi, no
pudo sostener esa renuncia, y poco después volvió a componer. En esa etapa ya
madura escribió estas breves piezas para piano. Pocos años más tarde, Johannes enfermó
y murió.
Estas seis piezas (se solía agrupar las composiciones
musicales en grupos de 6, pues se consideraba que en tanto el 7, el número de
Jesús, simbolizaba la perfección, el 6 era un número “humilde”, una declaración
de lo imperfecto de la obra.
(Digresioncita: por qué el 7 era el número de Jesús,
preguntarán. En tanto Jesús era Dios y a la vez hombre, reunía numéricamente el
carácter divino (el 3, la Santísima Trinidad) con lo humano (el 4, por los
cuatro elementos constitutivos del hombre: agua, aire, tierra, fuego). Pero no
me hagan irme por las ramas, que me canso. Fin de la digresión.)
Estas seis piezas, decía, fueron dedicadas a Clara Schumann,
en ese entonces ya viuda del famoso compositor Robert Schumann.
Juancito Brahms, que había sido niño prodigio musical (y
desde chiquito se había tenido que ganar la vida tocando música en salones y cabarutes
allá en Hamburgo), se conoció con el matrimonio Schumann cuando tenía 20 años.
Robert
y Clara también habían sido músicos precoces, y se conocían desde que tenían 9
años (se casaron a los 18, a pesar de los numerosos palos en la rueda que
pusieron los padres de Clara).
Johannes admiraba a Robert, lo consideraba un maestro. Y
Robert, cuando lo llegó a conocer, le tomó cariño también a Johannes: un chico
talentoso, buena onda, prometedor.
Sucedió también, al mismo tiempo, que Johannes se enamoró de
Clara. Clara, a quien todos quienes la conocieron consideraban una mujer,
excepcional, encantadora y de enorme sensibilidad, inteligencia y belleza, era
catorce años mayor que Juan, pero eso no fue ningún impedimento para que él la
adorara.
Robert, muy pronto y lamentablemente, desarrolló una
enfermedad mental que en la época se diagnosticó como psicosis melancólica. Hoy
habría posibilidades de tratarlo con más herramientas, pero en ese entonces,
tras un intento de suicidio, Robert se internó (por voluntad propia) en un
loquero y murió dos años después, sin poder salir de su depresión.
Clara quedó sola y embarazada. De su octavo hijo. Una
situación un poco complicada, como bien sabrán aquellas que hayan quedado
viudas estando embarazadas de su octavo hijo. Sin embargo, Johannes estuvo a su
lado en esos años difíciles, la ayudó (iba a escribir “la apoyó”, pero me di
cuenta de que podría malinterpretarse) y la acompañó.
Esa amistad/amor se
mantuvo durante todo el resto de la vida de ambos. Se vertieron ríos de tinta
sobre si Clara y Juan se volvieron amantes o mantuvieron las cosas en un plano
platónico (algo que a Juan no le interesaba especialmente, como queda claro en
sus cartas y comentarios), pero ellos se encargaron de no zanjar la duda. En todo
caso, es cosa de ellos. Lo indudable es que había sentimientos allí, entre los
dos. Johannes nunca se casó (aunque se le cuentan algunos amoríos no muy
felices). Clara (quien tampoco volvió a casarse, por cierto) murió pocos meses
después que Johannes.
Y estas piezas de Johannes fueron dedicadas a Clara. Son
súper románticas, intensas, llenas de ideas y sentimientos. A mí me parecen
espectaculares, las piezas. Y tal vez mi favorita sea la Balada, la número 3 de
la serie. Recuerdo cuando la escuché por primera vez: yo era chico y no conocía
nada de la historia de Brahms, solamente escuchaba la música, y realmente me
conmocionó. Es una pieza que transmite mucho, que te deja sintiendo y pensando,
como si te hubieran pegado un mazazo en el corazón...
... siempre y cuando se la ejecute bien. ¿Qué quiero decir
con esto? Me explico: considero (es solo una humilde opinión personal, por
supuesto) que el 95% de los concertistas de piano destruyen esta obra. Que a
pesar de tener la indicación “allegro” (alegre, rápida) es, por sobre todas las
cosas, una balada, y por lo tanto no debe ser tocada como si fueras una ardilla
que se está escapando de un dóberman. Quienes terminan la pieza en menos de 4
minutos le dan una aceleración que hace que uno no pueda escuchar como se debe
todo lo que sucede allí en la balada: las idas y vueltas, la construcción del
clima, la llegada a los acordes dramáticos, las modulaciones armónicas, las
sutilezas del contrapunto. El romanticismo de la pieza requiere un poco de “aire”
(tiempo) para inflarse, para desarrollar todo su potencial.
Entre los concertistas de piano, hay un montón (la mayoría,
diría yo) que pareciera que quieren demostrar (demostrarnos) que son capaces de
mover los dedos a la velocidad de la luz, de hacer malabarismos musicales (como
Lang Lang en el video del comienzo): que tocar bien el piano es tocar muy
rápido. Que el virtuosismo (tocar rápido) es virtud. Bueno, para nada es así.
Tocar bien un instrumento musical es tocar cada pieza como debe ser, y eso
incluye, por supuesto, no acelerarla ni ralentarla cuando no corresponde.
A continuación, como ejemplos de lo que digo (y para que
decidan ustedes mismos si opinan como yo o no, nada que ver), un popurrí de “precoces”
y, como cierre, la versión que elegí.
· Radu Lupu, un ejemplo de cómo matar esta pieza. Aflojá
Radu, relajate, ya sabemos que podés tocar rápido.
· Lo mismo va para vos, Ivo Pogorelich. No te tengo miedo.
· Y también vos, Eri Mantani. ¿Dejaste la pava en el fuego?
· Y vos también, Valentina Lisitsa (23:58 en el clip). Brahms
te odia, sabelo.
· Y vos, Anna Gourari, ¿estás buscando marca para los juegos
olímpicos?
Pero aquí va la versión que elegí, la pulenta, por Seymour Bernstein. De las que escuché en internet (y escuché todas las que hay en Youtube) es la que más se acerca a mi imagen sonora mental (que es todavía un poquitín más lenta). Pero Seymour (que no lo conozco, pero me parece un capo) le da buen sentido a los acordes y engarza bien la melodía. Es preciosa la forma en que toca la segunda sección (desde el 1:45 en el clip).
En fin, es una hermosa pieza, esta balada. Si les gustó y se
quedan con ganas, escuchen también las piezas 2 y 5, del opus 118.
Eso es todo por hoy. Me despido con un lento y sentido abrazo
a Brahms, otro a Clara, otro a Robert y otro a ustedes. Y le daría también un
abrazo a Bolt, por qué no, aunque no creo que lo alcance.
DJ Vago
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