“Malagueña salerosa” (tradicional mexicano)
La canción elegida para hoy, como penúltima entrega de la
serie “Canciones de película”, es “Malagueña salerosa”, que apareció en un
montón de cintas. La más reciente y famosa, “Kill Bill”, de Quentin Tarantino (una gran película sobre una venganza sangrienta),
pero antes de eso estuvo en montones de filmes, pues es un tema muy famoso.
En 1947, Pedro Galindo y Elpidio Ramírez la registraron
como compositores, y de allí en adelante pararon el puchero cobrando derechos
de autor, pero en realidad fue una avivada, porque la canción es un son
huasteco anónimo que tiene muchos, muchísimos años.
La música con seguridad es popular y anónima; sobre la
letra hay algunas dudas, porque al ser tan básica y pobre, me cuesta creer que
sea de origen popular. La música mexicana es enormemente rica y se destacan sus
letras frescas y plenas de gracia. Piensen, por ejemplo, en “La maquinita”,
llena de humor negro, o en “La llorona” (inmortal en la versión de Chavela
Vargas), con esa tierna picardía sutilmente erótica:
A mí
me dicen el Negro, llorona.
Negro,
pero cariñoso.
Yo
soy como el chile verde, llorona:
picante
pero sabroso.
Ay
de mí, llorona, llorona.
Llorona,
llévame al río
y
tápame con tu manto, llorona,
porque
me muero de frío.
Bueno, “La malagueña”, también conocida como “Malagueña
salerosa”, no tiene nada de eso. La música es muy bella y la canción se te pega
a los huesos, en especial cuando sin aviso de pronto aparece un falsete que
parece no tener fin en mitad de una palabra (“eres liiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiinda
y hechicera”), pero la letra es increíblemente tosca.
La síntesis de la letra de esta canción es: “sos linda”. El
resumen, un poco más extenso, sería: “sos linda, malagueña, y aunque yo soy
pobre, te tengo ganas”. Para decir esto, el cantor se extiende en unas imágenes
y versos que rozan lo ridículo, y a veces lo atraviesan de lleno como con una
katana de Hattori Hanzo. Fíjense, si no, en la primera estrofa.
Qué
bonitos ojos tienes
debajo
de esas dos cejas,
debajo
de esas dos cejas
qué
bonitos ojos tienes.
Esto nos da mucha información: que ella tiene ojos (más
de uno seguro), que son bonitos, que están ubicados debajo de las cejas, y que
las cejas son dos. Toda esta información sería muy pertinente, digamos, si
estuviéramos en “Star Wars”, pero localizándonos en México o en cualquier lugar
razonablemente terrestre, es totalmente innecesario aclarar dónde tiene ella
los ojos, y qué cantidad de cejas posee.
Durante meses estuve yo pensando otros versos similares a
este:
“Qué anchos tobillos posees
arriba de esos dos pies”;
“Qué turgentes pechos tienes
bajo esos dos esternones”;
“Qué puntiaguda mandíbula
presentas encima del cuello”;
“Qué amarillos dientes tienes
en el interior de esa boca”
etcétera,
pero creo que ninguna de mis invenciones iguala la
ridiculez de “qué bonitos ojos tienes / debajo de esas dos cejas”.
La segunda estrofa nos presenta también enormes
inconvenientes:
Ellos
[los
ojos bonitos, acuérdense] me quieren
mirar,
pero
si tú no los dejas,
pero
si tú no los dejas
ni
siquiera parpadear.
O sea: los ojos de ella, que al parecer tienen voluntad
propia, quieren mirar al cantor (cómo él lo sabe es un misterio más de esta
misteriosa letra). Pero ella, que es como una gobernante totalitaria de sus
propios ojos, los censura, no los deja que lo miren a él. Y no solo eso: no los
deja hacer nada, “ni siquiera parpadear”.
Entonces, ¿ella no parpadea? ¿Va con los ojos cerrados
por todas partes? ¿No se choca con las cosas? Pero si caminara con los ojos
cerrados, ¿cómo él sabría que tiene “bonitos ojos”? Solo queda que ella no
parpadee porque va con los ojos eternamente abiertos: ¿no se le secan, los
ojos? ¿No tiene problemas en la vista? (“Qué secos y rojos tus ojos / arriba de
esas dos mejillas”). Y si va siempre con los ojos abiertos, ¿cómo hace ella
para impedirle a los ojos que lo miren a él? (en especial, cuando se le pone
delante y le canta esos sapucais mexicanos que te vuelan la peluca).
En fin: muchas preguntas, ninguna respuesta. Pasemos al
estribillo, una estrofa doble:
Malagueña
salerosa,
besar
tus labios quisiera,
besar
tus labios quisiera
malagueña
salerosa
A esta altura, ya nos damos cuenta de que ella no es una
persona para él, sino apenas una suma de partes sueltas: ojos, cejas (dos),
labios… Ma qué “mujer-objeto”: esto es peor todavía, es la cosificación máxima.
Las feministas se lo comerían crudo (con esas bocas), al cantor.
“Salerosa” significa, claro, “que tiene salero”. El
salero es una palabra española para aludir a la gracia, el atractivo y la
picardía (no necesariamente acompañados de belleza física).
y
decirte, niña hermosa,
que
eres linda y hechicera
eres
linda y hechicera
como
el candor de una rosa.
Ya le dijo que tiene bonitos ojos y que es hermosa
(decirle “niña” no es buena idea, tampoco: supongo (espero) que sea una imagen
para decirle a ella que es muy joven, y no que la malagueña sea efectivamente menor
de edad); pero lo que el cantor necesita, además de besarle los labios, es
decirle (no mientras la está besando, espero) “que es linda y hechicera”. ¿Hay
necesidad? ¿No estaba claro, a esta altura?
Pero aún faltaba un verso para completar la estrofa, y el
cantor se las ingenia para arruinarlo, pues compara la lindura de la malagueña
con “el candor de una rosa”.
¿No podía decirle: “eres linda como una rosa”? Sería un
cliché bastante pavote, pero al menos tendría sentido. “Candor” significa “ingenuidad”,
“pureza”. ¿Las rosas tienen candor? ¿El candor (una cualidad abstracta) es “lindo”?
¿El candor es “hechicero”? ¿Por qué el candor sería lindo? ¿Por qué el cantor,
en vez de apelar al candor, no le dice, ya que vemos que no estaría participando
de las marchas por “ni una menos”, de última un piropo más tradicional y que se
entienda?: “estás que te partís de buena, malagueña”, “¿qué comés, bulones,
malagueña?”.
Y las dos últimas estrofas, si bien corren el foco hacia
la cuestión social, tampoco evitan el naufragio:
Si
por pobre me desprecias,
yo
te concedo razón,
yo
te concedo razón
si
por pobre me desprecias.
Esta estrofa, que es la única diría que parece algo que
podría decir un ser humano normal, invalida el resto de la canción: si ella
tiene razón en despreciarlo, ¿qué hace él ahí, rompiéndole las bolas con sus
frases ininteligibles sobre cejas (dos), candores de rosa y bonituras-linduras?
La secuencia lógica sería:
Él:
tenés razón en despreciarme.
Ella:
okey, adiós.
Pero no, él sigue ahí para una estrofa más:
Yo
no te ofrezco riquezas,
te
ofrezco mi corazón,
te
ofrezco mi corazón
a
cambio de mi pobreza.
¿Cómo “a cambio de mi pobreza”? ¿Deja de ser pobre, al
ofrecerle el corazón? No. Sigue siendo pobre. ¿Entonces? ¿No debería decir “en
compensación por mi pobreza”, “para contrarrestar el inconveniente de que yo
sea un pelagatos”? Es decir: no le ofrece riquezas, y tampoco le ofrece
oraciones sintácticamente válidas.
Pero claro, repite el estribillo y espera que la
malagueña salerosa se concentre en el sapucai y los gorgoritos y no en las
palabras que él le está diciendo.
La versión elegida es la de Chingón, grupo de rock-ranchero
mexicano-estadounidense, que se popularizó por haber sido utilizada en la
película Kill Bill, en 2003. Mantienen la gracia y la melodía de la versión original, pero la hacen
más roquera y rasposa (como Avenged Sevenfold, solo que los de Chingón pronuncian bien el castellano).
Malagueña
salerosa
Qué
bonitos ojos tienes
debajo
de esas dos cejas,
debajo
de esas dos cejas
qué
bonitos ojos tienes.
Ellos
me quieren mirar,
pero
si tú no los dejas,
pero
si tú no los dejas
ni
siquiera parpadear.
Malagueña
salerosa,
besar
tus labios quisiera,
besar
tus labios quisiera
malagueña
salerosa
y
decirte, niña hermosa,
que
eres linda y hechicera
eres
linda y hechicera
como
el candor de una rosa.
Si
por pobre me desprecias,
yo
te concedo razón,
yo
te concedo razón
si
por pobre me desprecias.
Yo
no te ofrezco riquezas,
te
ofrezco mi corazón,
te
ofrezco mi corazón
a
cambio de mi pobreza.
Malagueña
salerosa,
besar
tus labios quisiera,
besar
tus labios quisiera
malagueña
salerosa
y
decirte, niña hermosa,
que
eres linda y hechicera
eres
linda y hechicera
como
el candor de una rosa.
Esta canción apareció en un montonazo de películas
mexicanas, y recientemente, en algunos filmes hollywoodenses. Aquí va, como
cierre de este largo posteo, un popurrí de ejemplos.
- En la película “Enamorada” (1946), por unos mariachis
anónimos, con María Félix (a.k.a. “María Bonita”) en el papel de La Chica Que
Revolea Los Ojos, y Pedro Armendáriz en el rol de El Militar Tímido.
- Por Antonio Aguilar y Joselito, en la película “El
caballo blanco” (1961). El clip comienza con una música de suspenso que no
tiene nada que ver, y luego Antonio y Joselito, ambos sobre un caballo (que no,
no es blanco) empiezan a cantar esta canción a dúo (choca un poco, a mí al
menos, escuchar al pibito de pantaloncitos cortos decir que quisiera besar en
los labios a la misma malagueña que el adulto de sombrero gigante y enterito
mostaza).
El niño canta “a la española” y el grande “a la mexicana”
(muy buenas voces ambos, imposible negarlo), acompañados por unas trompetas y
una orquesta que no sabemos dónde están, ahí en medio del campo, y mientras
tanto, por si fuera poco, desde el minuto 3 del clip hacen destrezas con el
caballo, en una demostración circense bastante innecesaria.
- Miguel Aceves Mejía, “El Falsete de Oro”, que cantó
esta canción en varias películas (por ejemplo, “Amor se dice cantando”, de
1959, y la de este clip, “Las canciones unidas”, de 1960). Aquí, acompañado por
el famosísimo Mariachi Vargas, Miguel en su caballo blanco y con su traje típico empieza a
perseguir a la malagueña (Elvira Quintana Molina), mientras le canta. El tipo
es un pesado del año cero, y realmente resulta amenazante, eso de perseguir a
la pobre chica mientras le canta a voz en cuello. Para nuestro alivio, la muchacha llega a refugiarse en una iglesia y lo deja cantando solo al quía con su
falsete de oro y su caballo blanco.
- Otra por Miguel, en la película “Los cinco halcones”
(1962). En la escena, que transcurre en una especie de pulpería, prueban una
guitarra (“Ráscale, a ver qué tal suena”), y de repente Miguelito se da vuelta
y, así porque sí, le empieza a cantar a una mujer que está ahí viendo si compra
una cortina. Al cumplirse el minuto 1 del clip, e igual que en la película
anterior, aparecen trompetas de la nada, y lo más gracioso es que Miguel decide
alejarse de la mujer, camina cinco pasos y empieza a cantarle la segunda
estrofa a otra mujer que está ahí (esta, por lo menos, le devuelve la mirada),
y luego se van sucediendo las mujeres, les va cantando a todas por turnos, es
muy ridícula la escena, muy graciosas las caras que ponen las distintas mujeres
cuando él les canta. Miguel hace la canción un poco más lenta e íntima, y canta
muy bien sin dudas.
https://www.youtube.com/watch?v=LLPekLFTBz4
- Comienzo de la película “Érase una vez en México”
(2003), con Salma Hayek y Antonio Banderas (y Enrique Iglesias, que habría
hecho mejor en seguir su carrera como actor). Aquí Antonio, mientras pasan los
créditos de la película, simula tocar la guitarra (una guitarra bastante chota
y pobretona, que sin embargo suena como de súper concierto).
- Final (alerta spoiler…!) de la película “Kill Bill”
(2003), de Quentin Tarantino incluyendo los créditos finales. La versión es la
de Chingón.
Y eso es todo por hoy. Me voy a poner un colirio en los
(dos) ojos enrojecidos que tengo debajo de mi (una) ceja, y a descansar hasta
la semana que viene, cuando terminará esta serie de canciones de cine.
Candorosamente se despide:
DJ
Vago
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