“Llegó
con tres heridas”, de Miguel Hernández y Joan Manuel Serrat (1972)
Retomando la serie de poemas breves musicalizados,
comento uno bien breve, del enorme Miguel Hernández. Tan breve es el poema, que
Serrat tuvo que cantarlo dos veces seguidas para que el tema arañara apenas los
dos minutos (la extensión favorita de las canciones punk); pero si se le quitara
la intro y la repetición, el poema cantado duraría menos de cuarenta segundos,
con lo que se convertiría en la canción más breve comentada en este blog
(destronando de su récord medieval [58 segundos] a “Chapirón de la reina”,
posteo 64).
Llegó
con tres heridas:
la
del amor,
la
de la muerte,
la
de la vida.
Con
tres heridas viene:
la
de la vida,
la
del amor,
la
de la muerte.
Con
tres heridas yo:
la
de la vida,
la
de la muerte,
la
del amor.
No parece decir demasiado, ¿no? Pero dice.
En principio, define a la vida a partir de las heridas:
para estar herido antes hay que estar vivo, Pequeño Saltamontes, y la herida
misma, su dolor, su sangre ansiosa, nos confirma que aún lo estamos. Este
motivo aparece también en otros poemas de Miguel, por ejemplo en “El herido”
(del que Serrat tomó una parte para armar su famosa canción “Para la
libertad”):
Herido
estoy, miradme: necesito más vidas.
La
que contengo es poca para el gran cometido
de
sangre que quisiera perder por las heridas.
Decid
quién no fue herido.
Mi
vida es una herida de juventud dichosa.
¡Ay
de quien no esté herido, de quien jamás se siente
herido
por la vida, ni en la vida reposa
herido
alegremente! (...)
Estar herido, entonces, no es algo necesariamente malo:
Miguel diría que es, más bien, inevitable. Y las heridas son tres, como tres
fuegos que nos marcan y nos constituyen, hechos como estamos, de carne y
palabras ardientes, como dice Miguel (y canta Joan) en “La boca”:
Con
tu lengua tres palabras,
tres
fuegos has heredado:
Vida,
muerte, amor; ahí quedan
escritas
sobre tus labios.
En las dos primeras estrofas de “Llegó con tres heridas”
se habla de alguien en tercera persona: él o ella. Como no tiene nombre, esa
persona representa a toda la humanidad, o mejor dicho, a cualquiera de quienes
formamos parte de ese caótico y peculiar grupo. Esa persona “llegó” (en la
primera estrofa) con tres heridas, y de nuevo, aunque no se dice adónde llegó,
uno podría imaginar que el verbo en pasado se refiere a llegar a la existencia,
llegar al mundo: ya nacemos con esas tres heridas, las heredamos de nuestra
madre (seguro) y (quizás) de nuestro padre también.
En la segunda estrofa, el o la protagonista (que podría
ser el mismo de la primera estrofa o no, ser otro/a) “viene” con las mismas
tres heridas: el tiempo presente indica que el tiempo pasó, pero las heridas se
mantienen, y viene, así triplemente herido/a, adonde sea que va (posiblemente
al encuentro, a encontrarse con otra persona).
Y en la estrofa final cambia el protagonista, pues se
pasa a una primera persona, un “yo” explícito pero también sin nombre, que se
coloca en pie de igualdad con aquel o aquella que protagonizó las estrofas previas:
yo también llegué, yo también vine con esas mismas tres heridas igualadoras.
Las tres nos hacen ser humanos, sí, pero no son
equivalentes: hay una que es la más importante, la esencial, y lo sabemos no
porque el poema lo dice, sino porque lo sugiere (en forma sutil pero muy
genial) mediante la ubicación relativa de esa herida respecto de las demás.
¿La descubrieron?
Sí, es la herida del amor, que ocupa los lugares más
importantes en la triple repetición de las estrofas: la herida del amor es la
primera que se menciona en la primera estrofa (la que abre el poema), es la que
ocupa el lugar central en la segunda estrofa (el centro del poema) y es la que
cierra la última estrofa (la que cierra el poema).
De esa forma el amor precede a la vida; y lo hace, al
menos en abstracto, pues la unión sexual/amorosa entre dos personas es
requerimiento (hay excepciones, sí) para que alguien nazca. Es (el amor) el eje
de la vida adulta: lo que está encerrado entre la vida y la muerte, lo que le
da sentido (segunda estrofa). Y cuando llega el final (del poema y de la vida:
tercera estrofa) la herida del amor es la que sigue abierta aún después de la
muerte, vencedora (¿se acuerdan del poema de Quevedo “Amor constante más allá
de la muerte”? Lo puse en el posteo 105, si lo quieren ver, es el que termina
con “polvo será, mas polvo enamorado”).
Así que ya ven que hay tela para cortar, en el poemita.
Pero aunque podría seguir, dejo aquí, para no abrumar y que cada quien pueda
seguir atendiendo sus propias heridas.
La canción de Serrat es muy bella (¡qué buena voz tenía, a los veintipico!) y destaco, en primer
lugar, que el Nano haya seleccionado este breve poema para integrar su primer
disco de canciones de Miguel Hernández (el segundo, mucho más reciente, es Hijo de la luz y de la sombra, y tiene
también algunas canciones buenísimas). Además, le dio un ritmo y un riff
roquero, no la hizo pesada ni lenta, a la canción; y en la repetición del poema
se manda con un énfasis exultante, victorioso: estamos heridos, señores, no
tristes.
Como bonus track van algunas versiones más de la canción, con
la salvedad de que (para mí) la de Serrat es la mejor.
- Por Mercedes Sosa: una voz excepcional, sin dudas. El
arreglo musical no aporta mucho (más bien se retira, para escuchar a Mercedes).
https://www.youtube.com/watch?v=k9sYtlkpWDY
https://www.youtube.com/watch?v=9finRv-HCeE
https://www.youtube.com/watch?v=oZFnDBuiELU
https://www.youtube.com/watch?v=Rr1I8skej4o
DJ
Vago
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