solo un tema por semana,
y con que le guste al diyei alcanza

lunes, 3 de diciembre de 2012

[6] Chupaos esa mandarina, Watson


“El testament d´Amelia”, anónimo medieval del siglo XIV, interpretado por Joan Manuel Serrat en Cançons tradicionals (1967)


Para los que me mandaron anónimos quejándose de que estaba poniendo temas demasiado nuevos y comerciales, acá tienen: esta canción tiene apenas setecientos añitos, y contando. Estuvo primera en los charts europeos durante 5.249 semanas, y obtuvo 235 discos de lino bordado, cuando los discos se utilizaban solamente para apoyar las copas encima. Hubiera convertido a su autor en la gran figura musical de la Alta Edad Media, pero es un tema anónimo, así que el crédito se lo llevará, por esta vez, el pueblo catalán y (un poquito) Joan Manuel Serrat, que a los veintitrés añitos decidió grabar un disco de canciones medievales.

Esta es ocasión inmejorable para que haga una de las cosas que más me gustan en la vida (solo que pocas veces junto la energía para hacerlo): hablar de mí mismo.

Porque voy a decirles, si no lo adivinaron ya, que Vago es un apellido catalán, y que mi nombre, S., fue puesto en honor de Serrat. Tengo seis hermanas, todas mayores. Soy, por lo tanto, el benjamín de la familia. El nombre de mi padre es Josep Vagot; cuando nací, mi madre vasca, Condescendencia Iturraspe, lo instruyó en estos términos: “Ya que no has parido, al menos ve a anotar al niño en el registro civil”. Eso hizo mi padre, de mala gana. Es una costumbre familiar de los Vagot nunca pronunciar las últimas letras (“Nunc pronunciam l´últim letr d´la palabr”, diría meu pare Josep, a quien todos en casa llamábamos Yusé). Entonces, el empleado del registro civil anotó lo que escuchó, Vago, y mi padre, aunque detectó el error, no tuvo ganas de corregirlo. Con el nombre de pila hubo un breve altercado, porque querían ponerme Serrat, pero no estaba en la lista de nombres permitidos. El empleado del registro civil ofreció Serafín y Silverio, pero mi padre no aceptó. “Póngale S”, dijo, cansado de discutir. “¿S qué?” “S y punto”, respondió mi padre, y eso hizo el empleado, que bien podría haber sido un familiar lejano. Así obtuve mi nombre, S.; no hay muchos nombres con puntuación incluida, así que lo considero casi como un honor, aunque estoy un poco podrido de que me pregunten, cuando me presento, “¿Diminutivo de Ezequiel?”.

Pero bueno, basta de mí, que ya me estoy agotando antes de empezar, y hay mucho para decir sobre el testamento de Amelia. La canción es lenta (Serrat podría haberla hecho un poquitín más rápido, para mi gusto, pero es Serrat y no voy a ser yo quien lo critique). La melodía es tristona, pero muy bella, casi como una canción de cuna . La letra es un romance tradicional, y al igual que la música, derivó en los últimos setecientos años en muchísimas versiones diferentes.

Joan Manuel Serrat tomó, para la música, la versión más famosa, la del insigne guitarrista Miguel Llobet (que tiene una particularidad: requiere, para su ejecución, que la cuerda más grave de la guitarra se afine un tono más grave, en re en lugar de en mi).


Serrat armó, con ayuda de Antoni Ros-Marbà y bajo la dirección artística de Salvador Gratacòs, una versión para orquesta, aunque la orquestación es tan simplona que bien podría haberse obtenido igual resultado con un cuarteto de cuerdas, un clarinetista manco y un penderetero suplente.

Para la letra, Joan tomó una decisión absolutamente genial: de todas las versiones existentes (y les aseguro que son muchas), eligió la más escueta de todas, la más breve; la que resulta, por lo tanto, más brutal al llegar a su desenlace.

Porque los medievales vivían, en promedio, exactamente la mitad que nosotros, habitantes del siglo XXI, así que no tenían ningún tiempo que perder, y tal vez por eso la letra del tema va al grano y no se detiene en detalles. Es, en mi humide opinión, la primera canción de género policial de la historia. Tal vez sea la única, pero confirmarlo me llevaría mucho trabajo, así que se los dejo a ustedes.

Paso a glosar, entonces, esta historia policial detectivesca digna de Agatha Christie.

Ya en la primera estrofa, en menos de veinte palabras, Anónimo plantea casi toda la situación inicial: la princesa Amelia (en algunas versiones, Mafalda, lo que permite un juego de palabras en el primer verso: “Mahalta està malalta”) está enferma. No es una princesa cualquiera, sino la hija del “rey bueno” (posiblemente, alguno de todos los Berengueres que pulularon durante la medievalidad regional; digamos, por decir, Berenguer III “El Grande”). A la enferma la van a ver condes y nobles (aunque en otras versiones se dice que en vez de condes la van a ver metges, médicos). Este es el primer indicio: ¿por qué la va a visitar tanta gente importante? Pues porque Amelia es huérfana de padre, el “buen rey” ya murió, y su hermano (que aparecerá más adelante en la historia) no está disponible, por lo que Amelia es, si no inminente reina (no había mucho cupo femenino, en la época), al menos potencial madre de reyes futuros. Es una heredera joven, muy adinerada (como se verá) y está gravemente enferma. En la versión de Serrat, los médicos ya no van a verla: está, por lo tanto, desahuciada; ya nadie cree que sane.

Viene el estribillo, tan breve: el corazón se me mustia como un ramo de claveles. ¿Quién es ese “yo” al que se le estruja el cor? Podría ser Amelia (que se mustia rápidamente), o podría ser simplemente el cantor, conmovido por la situación de la princesa; o los dos a la vez (remito a mi reflexión sobre el gato de Schrödinger, en alguna semana previa que me da fiaca chequear). No se aclara, no hay tiempo que perder: es la Edad Media, loco.

Entra, en la segunda estrofa, un nuevo personaje, que llama a Amelia “mi hija”: por un momento, pensamos que es el buen rey, pero no, porque enseguida Amelia le contesta y nos confirma que es la madre. La madre le pregunta qué mal la aqueja. Amelia le responde crípticamente: “Vos sabés muy bien, qué mal tengo yo”. Cualquiera que escuche esto se da cuenta, hoy y hace setecientos años, que Amelia está acusando a la vieja de algo. No sabemos bien de qué, ni por qué, pero aparentemente la madre tiene cierta responsabilidad en la enfermedad de su hija, y sabe lo que el resto del mundo parece ignorar: la naturaleza de dicha enfermedad.

La madre, viéndose acusada, se va por la tangente: “Bueno, confesate de eso”; es decir, contale a tu cura confesor-confidente esas sospechas, yo no tengo nada que responder. Y ahora viene el punto: “Y una vez que estés confesada, harás tu testamento”.

Ajá: con que esas teníamos. Eso quiere la madre: que la hija haga su testamento. ¿Por qué? Porque quiere ligar algo. Y quiere, sobre todo, estar presente, saber qué es lo que le va a dejar la hija (la heredera) cuando muera. No le pone muchas fichas a la curación de la hija. No le levanta el ánimo, precisamente.

En la cuarta estrofa, y ahorrándonos todas las escenas intermedias, es Amelia la que habla, y ya está dictando su testamento, que se extiende hasta la quinta y última estrofa. En algunas variantes del texto, Amelia detalla a quién dejar sus ricas ropas; pero en todas incluye, en el testamento, un número escalofriante de propiedades inmuebles. En esta versión sintética, se da cuenta de siete castillos (siete es, diría Borges, un atajo del infinito: Amelia es multimillonaria, para la época). Los siete castillos los reparte entre su Dios, su pueblo y su familia, mostrando la importancia relativa que da a cada elemento de la tríada: un castillo a los pobres, dos a la iglesia, y cuatro a su hermano Carlos. Nuevo enigma: ¿por qué no está presente su hermano, tan querido, y heredero varón del “buen rey”, por añadidura? En otras versiones del texto se da a entender que Carlitos está en Francia, prisionero o guerreando; por eso no entra en la tensa escena del testamento, que transcurre en un ámbito íntimo del que solo participan, además de Amelia, su madre y los anónimos testigos y el anónimo escribiente, que ni siquiera se mencionan porque no son esenciales; y, como se dijo, “¡This is the Middle Age!” (y el embajador cae al pozo ciego).

Llega la última estrofa, el final del testamento, que en algunas versiones está precedida por la impaciente e interesada pregunta de la madre: “¿Y a mí, qué me dejás, hija mía?”. Amelia anuncia: “Y a vos, madre, te dejo a mi marido, para que lo tengas en tu habitación, como desde hace tiempo hacés”.

¡Chan! Chupaos esa mandarina. Nos desayunamos, en dos brutales versos, de tantas cosas que quedamos noqueados: por lo pronto, Amelia no es una niña, sino una mujer adulta, y está casada. ¿Dónde está su marido? No con ella, por cierto. Mientras la mujer está enferma, él está “entreteniendo” a su propia suegra. La doña (pecando de optimismo) espera ligar algún castillito, pero no: le dejan solamente lo que ya usufructua de antes: el dorima de la hija.

Gran desilusión, supongo: la madre tenía, evidentemente, muchas expectativas sobre el testamento de Amelia. Tanto como para apurar a su hija a que lo redactara. Y más aún: tanto como para ser ella la causante de la enfermedad. En diversas versiones del romance, Amelia se queja de que la “medicina” que la madre le da desde hace tiempo es, en realidad, un veneno que la está matando. En otra de las versiones se da una variante más rebuscada, pero verosímil: la madre la envenenó mediante un ramo de claveles; el veneno entró a ella junto con el aroma de las flores. Este modus operandi vuelve macabra y nada inocente la mención de los “claveles mustios” del estribillo.



Una pinturita, la mami. Tiene motivo (quiere quedarse con la plata y con el marido de la hija), oportunidad (está casi sola en la corte para “cuidar” a la nena, ante la ausencia de Carlos y del finado rey) y medios (los claveles asesinos o, en su defecto, los medicamentos adulterados). Elemental, Watson.

Podríamos proponer que Amelia delira a causa de su enfermedad, que ve complots donde no los hay y que acusa injustamente a la madre. Si los deja tranquilos, piensen eso, pero yo le creo a Amelia: así avanza la literatura. Además, una historia de delirios infundados no sobrevive a setecientos años de hits.

Sexo semi-incestuoso, dramas familiares y crímenes aberrantes: después dicen que lo medieval es aburrido.

El único link que encontré con este tema tiene un insufrible popurrí de fotos de Serrat más o menos actuales. Si pueden, no lo vean: escuchen nomás.

Voy a seguir escuchando este tema toda la semana, a ver si descubro algo más. Si eso sucede, seguramente lo agregaré en un recuadrito a la derecha.




L'Amèlia està malalta,
la filla del bon rei.
Comtes la van a veure,
comtes i noble gent.

Ai, que el meu cor se'm nua
com un pom de clavells.

Filla, la meva filla,
de quin mal us queixeu?
El mal que jo tinc, mare,
bé prou que me'l sabeu.

Filla, la meva filla,
d'això us confessareu.
Quan sereu confessada
el testament fareu.

Un castell deixo als pobres
perquè resin a Déu.
Quatre al meu germà en Carles.
dos a la Mare de Déu.

I a vós, la meva mare,
us deixo el marit meu
perquè el tingueu en cambra
com fa molt temps que feu.

Ai, que el meu cor se'm nua
com un pom de clavells.
La Amelia está enferma,
la hija del buen rey.
Condes van a verla,
condes y gente noble.

Ay, que el corazón se me mustia
como un ramillete de claveles.

Hija, mi hija,
¿de qué mal os quejáis?
El mal que yo tengo, madre,
harto bien lo conocéis.

Hija, mi hija,
de eso os confesaréis.
Cuando estés confesada,
el testamento haréis.

Un castillo dejo a los pobres
para que recen a Dios.
Cuatro a mi hermano Carlos,
dos a la Madre de Dios.

Y a vos, madre mía,
os dejo a mi marido
para que lo tengáis en la alcoba
como hace tiempo que hacéis.

Ay, que el corazón se me mustia
como un ramillete de claveles.


Se despide con un suspiro, extenuado,
DJ Vago

4 comentarios:

  1. Grande a más no poder, Serrat, no le da escozor tener esa S de Serrat y el puntito, Vago?

    ResponderEliminar
  2. No se si se puede pero me podrian dar la letra de la canción mas larga o en las versiones mas detalladas

    ResponderEliminar
  3. Me gusto mucho tu explicación es muy detallada,quisiera pedirte un favor, y si se podria muchas gracias.

    ResponderEliminar