“Zamba de mi esperanza”, de Luis Profili, por Jorge Cafrune
Sigue la serie “Cincuenta
años no es nada, ponele”, para canciones de alrededor de 1965. Vieron que
empecé con canciones en inglés (“California Dreamin´”, “My generation”). Y
serán mayoría, porque en ese momento, arreciando los sesentas, el ojo de la
tormenta musical mundial estaba en Inglaterra, y el resto del orbe, quién más
quién menos, imitaba y copiaba lo que sucedía allá, que era de alguna manera el
nacimiento del rock moderno.
Para que se den
una idea, de 1965, acá en la Argentina, es una de las primerísimas canciones de
rock en español, “La respuesta”, de Los Gatos Salvajes. Más allá de su valor
como antecedente, es una imitación bastante sosa y somnífera de un tema (de los
malos) de los Beatles.
Los Gatos
Salvajes, “La respuesta”:
Otros, en
cambio, imitaban a los Beatles pero les salía mucho mejor. Los uruguayos tenían
algunos grupos muy buenos, y el gran hit del 65 por estas latitudes fue “Break
it all”, de los Shakers, que parece propiamente compuesta por los Beatles del
65 (muchos no dudarían ni un instante en firmarla “Lennon-McCartney”), solo que
con un mensaje bastante más antisistema que el de los pibes de Liverpool: “pero
cuando empiece la música, no te quedes ahí como un pavote, salí a romperlo
todo, ¡rompelo todo!”
Los Shakers, “Break it all”:
Pero por estos
lares, el foco musical estaba puesto, desde hacía rato, en el folclore, que
convocaba multitudes y llenaba los espacios disponibles de la radio y la
televisión. El festival de Cosquín era EL acontecimiento musical del año, y
todo el tiempo se componían y se grababan nuevos temas.
Es así que
llegamos al tema de hoy, la archifamosa “Zamba de mi esperanza”, que si bien
fue compuesta en la década previa (por el mendocino Luis Profili, que no sabía
escribir música y componía así a la que te criaste con su guitarra), recién fue
grabada en 1964 y 1965, por Cafrune primero y poco después por Los Chalchaleros.
Así que, considerando los bajos estándares de calidad que me exijo a mí mismo, este
tema me cuadra perfecto para la serie “Cincuenta años no es nada, ponele”. Y
también, ya que estamos, para una mono-serie de “Cuarenta años no es nada”, porque ya
mismo, pasado mañana, se cumplen 40 años del último golpe de Estado, que dio
paso a la más sangrienta dictadura vivida aquí en la Argentina.
Y qué tendrá que
ver la “Zamba de mi esperanza” con la dictadura, se preguntarán. Tiene. Ya
llegaremos. Pero primero, presentemos al intérprete elegido, al gran Jorge
Cafrune, “El Turco” como le decían (era jujeño pero hijo de sirio-libaneses, y
se le notaba en la facha), quien fue el primero en grabar esta zamba y tal vez
fue el primero en popularizarla.
Cafrune empezó como parte de Las Voces de
Hoayra (luego devenidos Los Cantores del Alba), pero luego se lanzó como
solista y se presentó en Cosquín en 1962, con gran éxito. Pocos años después,
mientras visitaba un pueblito perdido (Huanguelén), descubrió nada menos que al
joven José Larralde. Y en el 65 llevó a Cosquín, sin avisar ni pedir permiso, a
una pebeta papusa llamada Mercedes Sosa; Facundo Cabral siempre tuvo al Turco
como gran amigo y maestro (“No soy de aquí ni soy de allá” la compuso para él)...
Como para que se den una idea de que Cafrune no solo cantaba bien, también
sabía de música, investigaba y escuchaba, y era buen tipo además. Solía salir a
caballo y armaba largas giras visitando pueblitos y escapándole a las grandes
ciudades.
En los setentas,
Cafrune se fue de gira por España y Francia, y allí (en España) fue grabada la
versión que elegi hoy, del programa de Rafaella Carrá. Mírenlo, no tiene
desperdicio, comenzando por la siempre bizarrísima Rafaella, la facha del Turco
(que me hace acordar al astrónomo árabe de El Principito (la película,
recuerden que yo no leo), que hace un gran descubrimiento pero por cómo está
vestido nadie le cree. Sin embargo, a Cafrune uno sí le cree, porque cuando
termina la presentación y los besos y el cocoliche rubio de Carrá, empieza la
intro de guitarra (muy linda) que Jorge compuso para la zamba, y luego empieza
a cantar, y no hay nada bizarro aquí: tenía una hermosa voz, Cafrune, y la
sabía usar. Pone la guitarra casi vertical, apretadita, casi como si le
estuviera cantando a ella y a nadie más.
Zamba de mi esperanza
Zamba de mi esperanza,
amanecida como un querer.
Sueño, sueño del alma
que a veces muere sin florecer.
Zamba, a tí te canto,
porque tu canto derrama amor.
Caricia de tu pañuelo
que va envolviendo mi corazón.
Estrella, tú que miraste,
tú que escuchaste mi padecer;
estrella, deja que cante,
deja que quiera como yo sé.
El tiempo que va pasando,
como la vida, no vuelve más.
El tiempo me va matando
y tu cariño será, será.
Hundido en horizonte,
soy polvareda que al viento va.
Zamba, ya no me dejes,
yo sin tu canto no vivo más.
Estrella, tú que miraste,
tú que escuchaste mi padecer;
estrella, deja que cante,
deja que quiera como yo sé.
La zamba, de por
sí, musicalmente, es de lo más sencilla. No tiene grandes complicaciones ni
secretos, y toda su gracia (para mí) se contiene en esas dos notas del “zam-ba”
inicial, ese intervalo descendente de cuarta (“de cuarta” es un término
técnico, eh, no una valoración: de sol a re, cuarta descendente), intervalo que
luego se va repitiendo en eco y estructurando toda la canción, dándole ese aire
melancólico y lerdón, pero amable.
La letra está en
segunda persona, el cantor le habla directamente a su amada, identificada con
la palabra Zamba: la música, específicamente la zamba, es lo amado, lo que da
sentido a la vida del cantor. Y le habla, entremedio, también a su destino (o a
Dios, o a cualquier fuerza superior a lo humano), identificado con la palabra
Estrella: le pide (en virtud de lo que pasó y padeció para llegar hasta allí) que
le dé más tiempo para poder seguir cantándole a la Zamba. Por momentos parece
que Zamba y Estrella fueran el mismo ser, en tanto mantiene la conversación con
ambas a la vez; pero prefiero pensar que no, que una cosa es una cosa y otra
cosa es otra cosa, como decía Panigazzi: si fuera una sola, ¿por qué llamarla de
dos formas distintas?
A la Zamba le
dice que la quiere y que no lo deje; a la Estrella, en cambio, le pide que sí
lo deje: que le dé tiempo para seguir viviendo, amando, cantando: “Deja que
cante, deja que quiera como yo sé”. La del cantor es una doble esperanza, de
amor y de tiempo; y como toda esperanza, es puro anhelo pero sin ninguna
seguridad, porque la muerte puede sorprenderlo en cualquier momento y en la
forma menos pensada. Puede decirse que es una canción esperanzada, pero no es
alegre. Y está bien que así sea.
De ninguna
manera esta zamba puede considerarse una canción de protesta, y su contenido
político es tendiente a cero. Y sin embargo, los militares del gobierno de
facto que comenzó el 24 de marzo de 1976 incluyeron a la “Zamba de mi esperanza”
en su listado de canciones prohibidas (había, por supuesto, también listados de
libros prohibidos, de teorías matemáticas prohibidas, de ropas y aspectos
prohibidos, y claro, personas prohibidas, a esas directamente las mataban o las
desaparecían).
En 1977, el papá
de Cafrune (que era músico también) murió. Jorge volvió al país para el
velorio, y se quedó. En enero de 1978 se volvió a presentar en Cosquín, ante
una multitud que lo adoraba. Le pidieron “Zamba de mi esperanza”, y él, tras un
instante de duda, dijo: “Aunque no está en el repertorio autorizado, si me la
piden, la cantaré”. Y cantó la zamba.
Pocos días después,
comenzó una larga cabalgata con rumbo a Yapeyú, en Corrientes, donde pensaba
dejar un poquito de tierra que había juntado en Boulogne-Sur-Mer; de la tumba
de San Martín hasta el lugar donde él había nacido. A poco de haber comenzado
la cabalgata, fue embestido de lleno por una camioneta, que lo mató (nunca se
aclaró, pero supongo que al caballo también). El hecho fue catalogado por las
autoridades como “un accidente vial” y el conductor de la camioneta, supongo,
ni siquiera fue preso.
El dudoso “accidente”, con el tiempo, fue probado como
un asesinato en toda la regla, pues se reunieron testimonios de personas
detenidas ilegalmente en el campo de concentración y exterminio La Perla, en
Córdoba (bajo responsabilidad del reverendísimo hijoputa Luciano Benjamín Menéndez),
que escucharon cómo unos milicos nefastos planeaban “el operativo especial”
contra Cafrune, que no podía ser un “típico” secuestro seguido de torturas y
muerte, en tanto el Turco era una figura muy popular y lo único que había hecho
era cantar una zamba. Pero los milicos consideraban que haber cantado “Zamba de
mi esperanza” era un gesto de rebeldía, y que si no hacían nada, pronto
seguirían otros gestos, y así quién sabe adónde podían llegar a parar. Tal vez,
a torcer el rumbo, a cambiar las cosas, a evitar que siguieran robando (porque
los civiles y milicos que propiciaron el Golpe se hicieron millonarios de la
noche a la mañana, nunca hay que olvidar eso), torturando y matando... Tenían
miedo, pavor de que se sumaran los gestos, de que la gente cantara lo que no
debía cantar, leyera lo que no debía leer... Tras el “accidente”, los mismos
milicos, en La Perla, festejaron el éxito de su “operativo especial”, que no
dejó que cantara más uno de los más grandes folcloristas que dio nuestro suelo.
Alguien podría
preguntarse, también: ¿y por qué estaba esta zamba en el listado de canciones
prohibidas? La respuesta es tan sencilla y absurda que no podría incluirse en
ninguna novela o cuento, porque sería tildada de inverosímil; pero la realidad
es menos quisquillosa que la ficción. “Zamba de mi esperanza” estaba prohibida
por incluir una única palabra, una palabra que no querían que sonara ni
existiera. Esa palabra era esperanza.
Hasta la próxima
semana, espero,
DJ Vago
La esperanza fracasa muchas veces, el dolor jamás. Por eso algunos creen que más vale dolor conocido que dolor por conocer. Creen que la esperanza es ilusión: son los ilusos del dolor
ResponderEliminarjuan gelman
Muy buena publicacion
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