“Nada”, de Dames-Sanguinetti, por Liliana Felipe, en su álbum Tangachos (2005)
A los tangueros.
Faltaba un tango en este blog, evidentemente. Faltan muchas
cosas, pero que no hubiera un tango era imperdonable. Aquí va uno que me
encanta, para ir tachando ítemes de mi lista de mal karma.
Elegí “Nada”, con música de José Dames (rosarino él) y letra
del uruguayo Horacio Sanguinetti (seudónimo de Horacio Basterra, un talentoso
poeta que murió apenas pasados los cuarenta años).
Lo elegí por varias razones. Por un lado, porque la melodía
es muy bella. Además, tiene una estructura impecable, que comienza muy
suavecita y te va conduciendo en un crescendo de desesperación hasta terminar
pum para arriba en el estribillo, dominado por las dos terminantes sílabas de
la palabra nada. Y por último, porque
es el segundo tema que me vino a la mente cuando me inundé, la semana pasada.
La historia es bastante sencilla. Y es una especie de
refutación de la propuesta de “Las cuatro y diez” de Aute (revisen los temas
del mes pasado, si se lo perdieron). Mientras Aute proponía un reencuentro con
la noviecita del secundario en el que todo iba como sobre ruedas, y terminaba
con un “llamame, que no se corte”, acá el punto intenta hacer la
Gran Aute , pero fracasa notablemente,
porque ni siquiera la encuentra, a la ex papusa. Llega a la casa de ella y se
encuentra con nada. Peor que nada: con un nada-nada,
un nada repetido que, como ya vimos
(me remito al posteo sobre “No me importa nada”, de Luz Casal, en algún mes que
me da fiaca chequear), es mil veces peor que un nada común y corriente, porque no deja lugar a ninguna duda.
Una genialidad de la letra es que, a diferencia de lo que
casi siempre sucede en los tangos, el encuentro no se produce. Por lo general,
el yo poético del tango repudia a la mujer, o la ensalza, o la odia, o la echa,
o la levanta del piso, o le da ternura, pero siempre a partir de un encuentro
(que a veces es más bien un choque). En “Nada”, el encuentro no se produce, y
solamente tenemos la voz única del yo-macho-tanguero que, como un infeliz
integral, y a pesar de que le avisaron que era al pedo, va nomás a la casa de
la noviecita para encontrarse lo que era obvio que se iba a encontrar:
cualquier cosa, menos a ella. En este caso, ni siquiera halla a nadie,
solamente una casa abandonada, un portón vacío, un candado, telarañas,
amuletos-signos del paso del tiempo que realzan su soledad y lo mal que la está
pasando, que es, por supuesto, una de las condiciones sine qua non de los tangos. Al menos, de los tangos que me gustan a
mí.
Si se fijan en los sustantivos que va presentando la letra,
pueden captar muy sintéticamente la coherencia de la propuesta:
casa - nieve – alma - silencio
– puerta – umbral - candado – dolor – corazón – nada - telarañas – yuyal - rosal
– cruz - tristeza – quietud – amor - pena – portón – lágrima - flor
(eliminé las repeticiones)
Hay una serie de objetos-lugares (casa, puerta, candado, telarañas, portón, etc.), una serie de sentimientos y sensaciones (nieve, silencio, dolor, nada, tristeza,
quietud, etc.) y una (pequeña) serie de remisiones a un pasado glorioso y
positivo, que son como la pizca de azúcar necesaria para realzar el amargo
sabor de la salsa en dos por cuatro (rosal,
amor, corazón, flor). La cruz del candado es comparada con la cruz (la
carga insoportable) que lleva sobre sí el narrador, y en el nevado invierno de
su alma, la única flor que puede crecer es la de una lágrima.
Y todo, por no escuchar a los gomías, que le habían batido
(más de una vez, al parecer) que NO fuera a la casa de ella. Que NO la iba a
encontrar. Que NO vivía más allí. Pero él, típico cabezadura rioplatense, va
nomás, a darse la cabeza contra la pared (o contra el portón con candado, en
este caso).
¿Y por qué? Porque está arrepentido. Es decir, que él la había
dejado a ella. Y “hoy”, años y años después, decidió que no, que en realidad se
había equivocado, y vuelve a buscar su amor. Qué otario, la verdad. Te digo que
se salvó de que ella no estuviera en la casa, porque además del desencanto de
verla pasada de kilos y con arrugas (como seguramente está él también, con el
agregado de estar quedándose ya medio pelado) se hubiera comido flor de sopapo.
Qué fácil es venir ahora al pie, con el caballo cansado, gil de goma, como
quien fue un turro toda su vida y decide convertirse en santurrón a los
ochenta. Pero la Gran Aute
sale una vez de cada cien. Tarde piaste, pichón del arrabal.
Pero aunque no me simpatice la causa del punto, este tango
me gusta mucho. En especial en las versiones canyengues y arrabaleras, como la
de Goyeneche (pondré abajo el link, si estoy de humor), opuestas al pulido y
casi hollywoodense “tango canción”, por ejemplo, de Julio Sosa (sin dudas una
de las mejores voces del rubro, pero esos tangos con coritos de fondo y
violines no me los banco).
Elegí, entre todas, la versión de la cantautora cordobesa (villamariense)
Liliana Felipe, en su excelente álbum Tangachos.
Por un lado, porque sigue la línea de Goyeneche, y nos presenta una versión muy
diferente de “lo esperado” de una intérprete mujer de tangos (adjuntaré abajo,
como ejemplo de una buena cantante de tangos femenina “estándar” el link de la
versión de María Isabel Bozzini). Este “Nada” de Liliana no es lírico, limpio y
armónico, sino dramático, descarnado, disonante, exagerado, sentido. Ni
siquiera te cambia, como hace la típica cantante tanguera, el género del yo, y
dice “hoy he vuelto arrepentido”, y no “arrepentida”. Y con ese vozarrón que
tiene, tan sugerente y tan imposible de olvidar, en el que cada tanto se suelta
algún gallito cordobés-amexicanado. Alarga algunas letras casi hasta el
infinito (puertaaaaa, corazoooooooooon, nnnnnnnnnnada, quietuuuuuuud, ennnnnnnnn), en un tartamudeo
sentimental autista que refleja, en mi humilde opinión, magistralmente la
limitación insana del yo poético.
(en el link que pongo, aparece, después de "Nada", "Naranjo en Flor", del mismo disco de Liliana Felipe; por las dudas, pongo abajo otro link, donde también se puede escuchar la canción)
Nada
He llegado hasta tu
casa,
yo no sé cómo he
podido,
si me han dicho que no
estás,
que ya nunca volverás,
si me han dicho que te
has ido.
¡Cuánta nieve hay en
mi alma!
¡Qué silencio hay en
tu puerta!
Al llegar hasta el
umbral,
un candado de dolor
me detuvo el corazón.
Nada, nada queda en tu
casa natal,
solo telarañas que
teje el yuyal,
y el rosal tampoco
existe
y es seguro que se ha
muerto al irte tú,
todo es una cruz.
Nada, nada más que
tristeza y quietud,
nadie que me diga si
vives aún.
Dónde estás, para
decirte
que hoy he vuelto
arrepentido
a buscar tu amor.
En la cruz de tu
candado
por tu pena yo he
rezado,
y ha rodado en tu
portón
una lágrima hecha flor
de mi pobre corazón.
Nada, nada queda en tu
casa natal,
solo telarañas que
teje el yuyal,
y el rosal tampoco
existe
y es seguro que se ha
muerto al irte tú,
todo es una cruz.
Nada, nada más que
tristeza y quietud,
nadie que me diga si
vives aún.
Dónde estás, para
decirte
que hoy he vuelto
arrepentido
a buscar tu amor.
Para comparar y elegir, van otras versiones, en las que van
a notar, además de los diferentes estilos, cambios en la melodía y hasta en la
letra. La de Goyeneche primero, porque me gusta. Después la de Julio Sosa, un
gran exponente del tango “de estudio”. En tercer lugar, la de Baglietto (a
quien banco) con Vitale (a quien fumigaría con glifosatos), que da por
resultado un engendro más lento que la justicia, con una onda Richard
Kleidermann que te mata. Y por último, la versión de Bozzini, como muestra de “tango
femenino” (que a mí no me gusta, aunque la voz de ella es sin dudas muy linda,
y canta muy bien).
Goyeneche:
Juio Sosa:
Baglietto-Vitale:
https://www.youtube.com/watch?v=oy3JyNHriIk
María Isabel Bozzini:
Se despide con una queja de bandoneón y un salto de dominante-tónica (chaaaaan-chán!),
DJ Vago
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