“No me llamen por el nombre”, de Mísia, en su álbum Garras dos sentidos (1998)
Mísia es el nombre
artístico de Susana Maria Alfonso de Aguiar, portuguesa de Oporto. Su padre es
portugués, pero su madre es catalana; tal vez por eso su voz me suena tan
cercana, tan de familia. Ella trabajó en Barcelona de bailarina de cabaret
(tiene incluso una onda Liza Minelli, pero es mucho más linda), pero se hizo
famosa cuando decidió, siguiendo el estilo de Amália Rodrigues y tomando textos
de los grandes poetas portuguesas, dedicarse al fado.
En mi intención de ir emparchando ausencias en este blog,
faltaba, evidentemente, una canción en portugués, y faltaba también un buen
fado; con este tema de Misia quedan saldadas ambas deudas.
El fado es pariente del tango: ambos comparten una visión
desalentadora de la vida, una visión urbana, oscura, nostálgica. Sin embargo,
en comparación con el fado, el tango vendría a ser como el carnaval carioca.
Porque hay pocas cosas, muy pocas, más depres que un fado. Ponele algunos
poemas de García Lorca, la película Love
Story, el tema principal del film Trapito
de García Ferré: poco más.
Aporto dos definiciones famosas del fado. La primera, del
gran poeta portugués Fernando Pessoa: “El fado es la fatiga del alma fuerte, el
mirar de desprecio de Portugal al Dios en que creyó y que también lo abandonó”.
O sea: es un canto de alguien que fue y que dejó de ser, que confió y que fue
traicionado, que tuvo y dejó de tener.
La segunda definición es de Amália Rodrigues, una de las más
famosas intérpretes de fados, que indica cómo deben cantarse: “[al fado] hay
que sentirlo y hay que nacer con el lado angustioso de las gentes, sentirse
como alguien que no tiene ambiciones ni deseos; una persona que sea… como si no
existiera. Esa persona soy yo, y por eso he nacido para cantar el fado”. Esta
definición es genial porque toca uno de los puntos más característicos del “yo”
del fado: una des-identidad, una tristeza que te hace casi casi no ser nadie, y
que se expresa en una voz dulce pero desgarrada, femenina (en oposición al
tango, que casi siempre es masculino, aun cuando lo cante una mujer), romántica
(del romanticismo siglo XIX de tumbas y crímenes y dioses impiadosos y pasiones
mortales).
Este fado, “Não me chamem pelo nome” (“no me llamen por el
nombre”, con música de José Antonio Amaral sobre un poema de primera mitad del
siglo XX del poeta modernista portugués Antonio Botto) es uno de mis
preferidos, y además responde casi al pie de la letra con las dos definiciones
previas: la yo poética se va disolviendo ante nuestros ojos, consumiéndose como
una vela: una “vela de altar”, dedicada al amado como si fuera su dios. De
hecho, lo llama “señor”, como se llama solamente a dios o al amo, y este fado
es así, mezcla de fe traicionada, esclavitud sentimental y masoquismo.
Después de la intro de acordeón, entra la guitarra
portuguesa (una guitarra redondita, de 12 cuerdas) y más adelante, dos guitarras españolas. Un bajo
(muy sutil, casi no se lo escucha) completa el cuarteto de cuerdas que le hace
el contrapunto al acordeón. Entre ellos, la intensa voz de Mísia va naufragando
exitosamente.
Y eso que el tema comienza (al menos, si consideramos la
letra) bastante positivo: las primeras estrofas, eróticas, plantean un juego de
pregunta-respuesta tipo “¿de quién es esta manita?: tuyita, tuyita”. Lo único
que hace prever que la cosa no va a seguir muy alegre es que, cuando le habla
dulcemente al oído, este “señor de mis ojos” no le habla a ella de amor, sino
de muerte. Y ella, sin voluntad, dedicada a él como a un dios, hace todo lo que
él le pide. Y entre lo que él le pide (suponemos que hay varias cosas), lo más
terrible es cantar. ¿Por qué cantar será lo más terrible? Porque cantar, en la
forma en que ella canta, la hace sufrir, la consume, la vacía: no canta “La
cucaracha” ni “El payaso Plimplín”, evidentemente. Canta fado. Y cantar-actuar-amar
(va todo junto) la va matando, a Mísia, lenta y dolorosamente, como a la Dama de las Camelias en la
novela homónima de Dumas hijo o como a Nicole Kidman en Moulin Rouge: evidentemente, el de cabaretera es un oficio muy de
riesgo, ninguna ART quiere hacerse cargo.
El verso más impresionante, en mi humilde parecer, es el que
da título a la canción: ella pide que no la llamen por su nombre, pues se
siente como una hoja otoñal, ya caída y a punto de morir sin haber disfrutado
nunca del verdor de la primavera. Es decir, ella solo le queda llorar por ella
misma.
La última estrofa es, como suele suceder en los fados, la más
inquietante y la más terrible: la fuente (que es un símbolo nefasto, como saben
todos los lectores de García Lorca: a diferencia del río, el agua de la fuente
nunca avanza, siempre queda ahí estancada, muerta) murmura algo, y eso que dice
es: si es que hay felicidad en algún lado, no me digas dónde. La yo poética ya
no cree en la felicidad, pero aun en el caso de que la hubiera en algún lado,
no considera posible que exista para ella. No solo siente que su propia
felicidad ya es imposible: ni siquiera quiere saber dónde vive la felicidad.
Un canto a la vida, bah: alegría não tem fin.
Sin embargo, al menos para mí, la belleza es siempre una
ocasión alegre, aunque comunique un tema triste. Y esta canción es bella, así
que vale la pena brindar entrechocando las copas y escucharla con una sonrisa, y si es en
buena compañía, mucho mejor. Eso sí: al menos por esta vez, dejemos los nombres
de lado.
Não me chamem pelo nome
Quem é que abraça o
meu corpo
Na penumbra do meu
leito?
Quem é que beija o
meu rosto,
Quem é que morde o
meu peito?
Quem é que fala da
morte
Docemente ao meu
ouvido?
- És tu, senhor dos
meus olhos
E sempre no meu
sentido.
A tudo quanto me
pedes
Porque obedeço não
sei:
Quiseste que eu
cantasse
Pus-me a cantar , e
chorei.
Não me peças mais
canções
Porque a cantar vou
sofrendo;
Sou como as velas do
altar
que dão luz e vão
morrendo.
Não me chamem pelo
nome
Que me deram ao
nascer;
Sou como a folha
caída
Que não chegou a
viver.
Meus olhos que por
alguém
Deram lágrimas sem
fim,
Já não choram por
ninguém
-Basta que chorem
por mim.
O que é que a fonte
murmura?
O que é que a fonte
dirá?
- Ai, amor, se
houver ventura,
Não me digas onde
está.
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No me llamen por el
nombre
¿Quién abraza mi cuerpo
en la penumbra de mi cama?
¿Quién besa mi rostro,
quién muerde mi pecho?
¿Quién me habla de muerte
dulcemente al oído?
Eres tú, señor de mis ojos
y siempre en mi sentimiento.
A todo cuanto me pides
por qué obedezco, no sé:
quisiste que cantara,
me puse a cantar y lloré.
No me pidas más canciones,
porque al cantar voy sufriendo;
soy como las velas del altar,
que dan luz y van muriendo.
No me llamen por el nombre
que me dieron al nacer;
soy como una hoja caída
que no llegó a vivir.
Mis ojos, que por alguien
dieron lágrimas sin fin,
ya no lloran por ninguno:
basta que lloren por mí.
¿Qué murmura la fuente?
¿Qué es lo que la fuente dirá?
Ay, amor, si hubiera felicidad,
no me digas dónde está.
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Saluda anónimo mientras se deshoja,
DJ Vago
Vago,me ha conmovido no solo el tema sino su aproximación, su iluminación...
ResponderEliminarMe des (h)ojo también