2º movimiento (Allegretto) de la 7ª sinfonía (en La mayor, op. 92), Ludwig van Beethoven (1813)
A Gustavo Hugo Vargas, en su cumpleaños.
Hoy ya había amenazado con empezar la serie “Si se mata al
cantor”, pero volveré a posponerla una semanita (soy magistral, para la demora)
porque hoy, por fecha y ganas, era día para encarar Beethoven, el único de los
SuperAmigos de la Música que aún no había aparecido por este blog (Mozart,
posteo 23; Bach, posteo 84).
Hay una razón para esa ausencia (o presencia demorada, mejor
dicho): Beethoven es complicado. Y no quería poner “Para Elisa”, sino una de
las obras pulenta de este genial músico, que tiene muchas. Las sonatas y los
conciertos para piano de Beethoven son espectaculares; los cuartetos de cuerdas
(en especial los últimos) son fabulosos. Y las sinfonías son… qué sé yo, qué
son. Me deja mudo, el sordo.
[De entrada, aquí va una digresión sobre la música clásica
en general. El tema con la música clásica es que hay que aprender a escucharla.
Hay montones de montones de personas que no escuchan música clásica porque la
consideran aburrida. Nada más lejos de la verdad: en una obra como la que elegí
para hoy (la séptima de Beethoven) pasan cosas. Todo el tiempo. En tres
compases pasan más cosas que en toda la discografía de Romeo Santos y Katy
Perry (juntos).
El problema es que para poder darse cuenta de lo que está
pasando ahí no alcanza con que te llegue el sonido a la oreja: vos tenés que
poner algo de vos. Tenés que concentrarte, tenés que prestar atención a cosas
que no existen en otro tipo de obras y que pasan desapercibidas si no estás con
todas las pilas puestas. Tenés que dedicarle tiempo, y que ese tiempo que
dedicás a escuchar, te dediques a escuchar. Si estás haciendo la comida o
escribiendo Rebelión en la Granja o lo que sea, y ponés de fondo una sinfonía
de Beethoven, es imposible darse cuenta de todo lo que está sucediendo allí. Lo
que quiero decir, así tan torpemente, es que escuchar música clásica es algo
extremadamente activo. No es automático. Tuviste que aprender a hacerlo (a mí
me enseñaron; uno puede aprender solo, pero es mucho más difícil).
Eso sí: lo
que uno da, lo recibe con creces: uno cambia, como ser humano, al escuchar una
sinfonía de Beethoven. Los que leen (no es mi caso) deben sentir algo parecido
cuando leen una novela larga y espectacular. Al terminar, uno es una persona
mejor (un poquito mejor, tampoco se agranden), y el mundo es un poco más ancho.
Escuchar una sinfonía de Beethoven (o una ópera de Mozart, o una cantata de
Bach) es un plan, más intenso que ver una película en el cine. Y escuchar todas
las sinfonías de Beethoven es un proyecto de vida (por favor, no intenten en
sus casas escucharlas a las nueve de un tirón, hay personas que murieron por
eso).
Otra gente (o la misma de antes) tampoco escucha música
clásica porque la considera elitista, finoli, high-class. Eso quieren los ricos
que pensemos: que todo lo bueno es para ellos, no para nosotros. Los músicos
son laburantes, y en esa época lo eran igual o más que ahora. Bach era empleado
de una parroquia, y Mozart vivió contando el mango y con plata prestada toda su
corta vida. Beethoven daba clases de música y cobraba por sus obras. Para los
nobles europeos, esos músicos eran sirvientes, más prestigiosos que un valet,
pero menos que un buen cocinero. Pero no importa: aunque los músicos hubieran
sido ricos ellos mismos, sus obras son patrimonio de la humanidad, son de
todos. Lo único “elitista” de la música clásica es que, como dije, se necesita
cierto conocimiento para disfrutarla, cierta educación (educación musical,
quiero decir). Un analfabeto puede decir que la literatura no es para él, pero
está equivocado: debería ser para él también (al menos, debería él poder
decidirlo). Es una lástima que no lo sea. Fin de la digresión.]
Listo entonces. Acá en el blog no les puedo enseñar a
escuchar música clásica, apenas puedo dar un par de consejos, así que si no
saben de antes, arréglense como puedan. Por lo dicho y lo no dicho, aunque voy
a poner aquí toda la sinfonía, me voy a centrar especialmente en el segundo
movimiento, el Allegretto. Si pueden
disponer de cuarenta minutos para sentarse en un sillón, olvidarse del mundo y
escuchar toda la sinfonía entera, háganlo. Van a terminar cansados, pero
felices. Si no, con ocho minutitos (una ganga) pueden disfrutar del segundo
movimiento, que es genial. Pero no minimicen la ventana del blog y jueguen al
Candy Crash al mismo tiempo, les pido por favor. Es preferible que lo pospongan
para otro momento (eso sí les puedo enseñar, posponer es lo mío).
[Otra mínima digresión sobre las sinfonías de Beethoven:
hizo solo nueve (Mozart tenía más de cuarenta), pero porque cada una es una
obra complejísima, intensa y significativa, con un carácter propio; una
búsqueda musical-existencial de la san puta, para decirlo técnicamente. Cuando
escuchamos alguna de esas obras (en especial la tercera, la quinta, la sexta,
la séptima, la novena) estamos asistiendo a una obra cumbre de la humanidad, a
algo que podría intentar justificarnos ante los aliens, cuando vengan a borrarnos
del mapa universal con su rayo verde flúo. La séptima me encanta y es, de las
sinfonías famosas, quizá la menos famosa, y por eso la elegí hoy.]
La séptima fue estrenada en Viena, a fines de 1813. Hacía cinco
años que Beethoven (que tenía 43 años) no estrenaba una sinfonía. Para ese entonces, Napoleón había
sido vencido definitivamente, y Beethoven ya estaba casi sordo, si no sordo del
todo. Él dirigió la orquesta, en el estreno de su obra, pero contó con la ayuda
del músico (y amigo) Ludwig Spohr, que marcaba los tiempos a los demás músicos,
en especial en los pasajes más suavecitos (pianos).
En un momento, en uno de esos pasajes pianos, Beethoven, que al no escuchar,
calculaba a ojito los tiempos, se comió algunos compases, y marcó, abriendo los
brazos y con fuerza, la entrada del forte…
y la orquesta no le hizo caso, claro, porque faltaban tres compases de la parte
piano. Tres compases después, comenzó
la parte fuerte y el director pudo volver a oír y retomar su rol.
A nosotros nos parece totalmente increíble que alguien que
no escuchaba nada pudiera componer obras musicales como las que compuso
Beethoven. También sería increíble que las hubiera compuesto sin ser sordo: lo
de la sordera es casi una canchereada. Como el karateca que te avisa que te va
a fajar utilizando solamente el pulgar izquierdo, porque no necesita más.
Ludwig Beethoven tenía, ya de antes, un carácter bastante podrido, e imagínense
que la sordera no le mejoró el panorama. Fue un genio tirando a sufriente, y la
vida no le fue sencilla. Sus contemporáneos reconocieron su talento, pero
también lo criticaron larga y extendidamente: “Demasiadas ideas”, decían, por ejemplo,
de esta séptima sinfonía. “Demasiadas ideas, todas descoordinadas”; “Beethoven
compone enojado o loco” (esto lo dijo el papá de Clara Schumann), “¿Qué le pasa
a este tipo? La mezcla de ideas conduce al oyente a un abismo de barbarie”
(esto es maravilloso, y resulta, hoy, más elogio que otra cosa).
Así como criticaban a Beethoven por tener “demasiadas ideas”,
habían criticado a Mozart por poner “demasiadas notas”, y a Bach también lo
acusaron de componer demasiado complicado. Supongo que varios dirán lo mismo de
mí: demasiadas palabras, demasiadas malaspalabras, demasiadas siestas. Es el triste
destino de nosotros, los genios humildes.
Pero dijeran lo que dijeran los críticos, a la gente le
encantó esta sinfonía. Nadie hacía sinfonías como Beethoven, y doscientos años pasaron y nadie se le arrimó tampoco. Los aplausos y los gritos de entusiasmo de los presentes
sobrepasaron todo límite de decoro (consideren que estaban en el Palacio
Imperial de Viena…) y empezaron de antes de que terminara la orquesta. Unos
zanguangos, los quías. Hasta Beethoven los escuchaba, de tan fuerte que
gritaban y vitoreaban. Y en especial, adoraron el segundo movimiento: la
orquesta tuvo que volver a tocarlo ahí mismo, como bis. Y en las siguientes
presentaciones, lo mismo. La melodía del allegretto (que se establece, con sus
grupos de cinco notas y por el bajo armónico, después del primer acorde, y
luego se repite obstinadamente a lo largo de los ocho minutos) fue silbada y
tarareada por todos los habitantes de Viena desde el día siguiente y durante
meses por todos lados, mientras caminaban, mientras tomaban el bondi o mientras
se comían un pancho con salchichas de allá.
Beethoven mismo expresó que estaba contento con su obra
(algo que, si lo sentía, no lo decía casi nunca).
Cuando escuchen (esto o cualquier obra clásica), intenten
siempre concentrarse en las líneas melódicas más graves (los colores rojos de
abajo, en el link “coloreado” que pongo (que por cierto, ayuda bastante a
entender, si uno no está familiarizado con la obra). Porque los violines y las
flautas los escuchamos aunque no queramos; pero si nos centramos en las líneas
agudas, los graves se nos pierden, y dejamos de escuchar cosas importantes. También
pueden intentar identificar cuál es cada instrumento que suena: ¿ese es un
clarinete, o un oboe? ¿Eso es un violín, o un violonchelo? Sí, hay que prestar
atención. Sí, es difícil. Vas bien.
7ª sinfonía, segundo movimiento, Allegretto:
https://www.youtube.com/watch?v=ffYKCNY6kUk
Se van a dar cuenta de que es solo música, pero a la vez,
pasan cosas conceptuales ahí dentro. Hay climas que se construyen. Hay ideas.
Hay sensaciones.
Muchos intentan traducir eso a ideas concretas
extramusicales: dicen, por ejemplo, que la melodía de este movimiento es una
especie de marcha fúnebre en honor de los soldados muertos en batalla contra
Napoleón. Cada uno puede interpretar lo que quiera, pero lo cierto es que
Beethoven jamás dijo nada que justificara esa interpretación, y en general, él
estaba en contra de que se intentara explicar su música a partir de “objetivos”
extramusicales. La música no quiere decir otra cosa (como sí sucede con la
sonoridad de las palabras): es música. Pero bueno, cada uno puede interpretar
lo que quiera. Yo no siento que la melodía sea fúnebre, para nada, pero a mucha
gente le parece que sí, y no está mal pensarlo.
Si vienen de escuchar el primer movimiento (que es rápido y
alegre y ultra-rítmico), el segundo movimiento parece muy lento; sin embargo,
es bastante movido (podría hacerse, incluso, un poquitín más rápido que el que se
escucha en el link). Y cuando terminan el allegretto, el tercer movimiento
retoma a un ritmo bien rápido y juguetón, casi cómico (“este Luisito, ¡cómo
mezcla ideas!”).
Bueno, basta por hoy, ya me cansé de hablar, ni yo mismo me
escucho lo que digo.
Aquí va el segundo movimiento, con sus colores amigables, y
abajo completo los links a las demás partes de la sinfonía, por si quieren
emprenderla completa.
Y la semana que viene despospondré lo pospuesto, ponele.
7ª sinfonía, primer movimiento, Poco sostenuto - Vivace:
7ª sinfonía, tercer movimiento, Presto:
7ª sinfonía, cuarto movimiento, Allegro con brio:
Hasta que volvarnos a oírnos (Aufwiederhören),
DJ Vago
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