“Barro tal vez”, de Luis Alberto Spinetta, en su álbum Kamikaze (1982)
A Laura Linzuain y Silvina Chauvin.
Hoy, como tercera entrega de la serie “Rock nacional
(argentino)”, me arriesgo por fin con un tema del gran Luis Alberto Spinetta,
quien nos dejara (físicamente) en 2012.
Quiero aclarar que si el Flaco no había aparecido antes por
este blog no es, como podrían malpensar los imaginados, porque me daba fiaca.
Aunque sí me daba fiaca, porque bueno, no son temas sencillos de comentar; el “Aserejé”
me llevó menos esfuerzo, por un decir. Seré vago, tal vez.
Pero el principal motivo para la demora spinettiana es que
no soy un gran fan de él. O sea: me gusta mucho su música, y hay temas suyos (varios)
que me encantan. Pero no soy, bajo ningún concepto, un fan. Y el problema es
que los fans de Spinetta son MUY fanáticos. Son cuasi terroristas musicales,
capaces de pasar a degüello con el filo de un folleto budista a quien osare
decir algo no-positivo sobre el Flaco.
A mí me pasó, hace dos años: en una reunión de amigos tuve
la mala ocurrencia de confesar que aunque escucho a Spinetta cada tanto, en
general no oigo discos enteros de él de corrido, porque me aburre un poco. En
la reunión había una fan de Spinetta, de incógnito, disfrazada de ser humano
común, que al escucharme saltó hacia mí armada con lo que tenía en esos
momentos en sus manos, y que inmediatamente, tras derribarme de una patada en
el tren inferior, me desparramó el triple de cantimpalo y queso por toda la
cara y me estrelló la copa de malbec en el oído izquierdo, mientras gritaba “¡Dale,
decilo de nuevo! ¡Atrevete, dale!”. Entre cuatro la separaron de mi magullada
persona, pero lo peor fue que después los demás coincidieron en que quien había
estado desubicado era yo (no creo que todos fueran fans de Spinetta, más bien
me parece que tenían miedo de ser las siguientes víctimas). Así que me fui
solito y solo a la guardia del Fernández, oliendo a vino y con pedacitos de
vidrio y cantimpalo por toda la cara, mientras silbaba (con dificultad) “Seguir
viviendo sin tu amor”.
Y tres meses atrás, mientras conversaba con un compañero a
la salida de la oficina, ambos íbamos en el subte, él me preguntó si me gustaba
Spinetta, y le dije que sí, que claro, aunque prefería a Calamaro, y de la otra
punta del vagón escuché a uno que gritaba permiso permiso y que, al llegar
hasta mí, sacó un aerosol lleno de lo que se cree que es un preparado casero de
gas pimienta, ácido sulfúrico y metáforas volátiles, que procedió a rociarme
por toda la cara y la camisa. Tardé dos semanas en recuperarme, al menos
físicamente.
Así que por eso me mantuve reacio a comentar un tema de
Spinetta. Pero bueno, el blog lo estaba
pidiendo. Eso sí, me cuidaré (haré todo lo posible) por no decir nada negativo.
Igual: no pienso nada negativo del Flaco. Era un genio. Es un genio. Si alguna
vez pensé o dije otra cosa, es que yo era un infeliz. Pero ya no lo soy. Ahora me
transformé. Vi la luz.
Entre el montón de temas que podría haber elegido, tomaré “Barro
tal vez”, que fue grabado como parte del disco Kamikaze, en 1982, pero había sido compuesto mucho antes, entre
1964 y 1965, cuando Luis Alberto tenía entre catorce y quince años.
Este dato, inevitablemente, genera esta reflexión: ¿quién
escribe así a los catorce-quince años? ¿Cómo es posible? Debe haber muy pocos
casos en la historia del mundo. Mi hermana la tercera, tras sorber de más el
mate, me sopla: Rimbaud. Okey, pero Rimbaud no sabía de música, y el Flaco, por
si fuera poco, a los quince ya sabía un kilo: al menos, lo suficiente para componer
una zamba y fusionarla con rock apenas lo suficiente como para que no desentone
con ninguno de los dos géneros. Musicalizada solo con una guitarra eléctrica y (genialidad:) con unos grillos de fondo (se grabó en un patio con jardín).
Y cantarla así: porque ¡cómo cantaba Spinetta! Creo que no
descubro la pólvora si digo que las canciones de Spinetta son, por afano, las
más difíciles de cantar de todo el rock, no solo argentino, sino en todo el
idioma castellano. Lo que él hacía parecer fácil es extremadamente difícil, y
uno se cansa de ver naufragar (o apenas salvarse del naufragio) a quienes
intentan cantarlas sin haberse preparado lo suficiente.
“Barro tal vez” es, indudablemente, un tema de juventud,
dentro del conjunto de la obra del Flaco: así de complejo y profundo como es,
resulta sencillo por comparación, respecto de muchos temas posteriores. Un
reguetonero se pasaría dos años intentando decodificar la primera estrofa, pero
para el Flaco, esto es la sencillez encarnada. Podría haber elegido temas más
complejos y famosos, pero bueno, tampoco quería arriesgarme tanto, considerando.
Este es un poema mitológico, en cierta forma: un poema de
transformación, de trasmutación. Como los de Ovidio (me sopla de nuevo mi
hermana tercera), en que la chica acosada se vuelve laurel o el dios calentón
se transforma en cisne, o en marido.
El comienzo es la voluntad de cantar, como un imperativo,
como una necesidad física y vital: cantar para no morir; aunque cantar produzca
también, tal vez, la muerte física, y “solo quede tiempo en mi lugar” (qué
bello verso, ¿no?):
Si no canto lo que
siento,
me voy a morir por
dentro.
He de gritarle a los
vientos hasta reventar,
aunque solo quede
tiempo en mi lugar.
El canto-grito es, digamos, la etapa uno, el interruptor que
inicia la metamorfosis. Inmediatamente el cuerpo, ya reventado-diluido,
desaparece (“mi carne ya no es nada”) y comienza la fusión.
Que es, a la vez, una fusión con la naturaleza y con la
música (la música es, después de todo, parte la naturaleza, como saben los
biólogos, los músicos y los músicos-biólogos). La voz ya no está, ahora hay
silencio, un silencio momentáneo, de tránsito, que implica sufrimiento (de lo
poco físico que quedó), pero también voluntad:
He de fusionar mi
resto con el despertar,
aunque se pudra mi
boca por callar.
La transformación es, al mismo tiempo, en naturaleza y en
canción. En árbol y en sonido. En quietud y movimiento. Es una metamorfosis
doble, y el resultado es también una combinación, como la del agua y la tierra
que forman el “barro tal vez”.
Ya lo estoy queriendo,
ya me estoy volviendo
canción,
barro tal vez.
Y es que esta es mi
corteza
donde el hacha
golpeará,
donde el río secará
para callar.
En esta estrofa y la siguiente se repite varias veces la
palabra “ya”, para marcar ese momento clave de la transformación, como si fuera
un “paso a paso” del volverse canción-árbol, de ese revivir ya no como simple
persona, sino como parte del mundo y del arte:
Ya me apuran los
momentos,
ya mi sien es un
lamento,
mi cerebro escupe ya
el final del historial
del comienzo que tal
vez reemprenderá.
Es, sin dudas, una hermosa canción (si no opinan lo mismo,
les aconsejo que lo callen aunque se mueran por dentro). Y es claro que uno
puede sentir esto a los quince años (o a los cincuenta): lo increíble es poder
expresarlo así.
Barro tal vez
Si no canto lo que
siento,
me voy a morir por
dentro.
He de gritarle a los
vientos hasta reventar,
aunque solo quede
tiempo en mi lugar.
Si quiero me toco el
alma,
pues mi carne ya no es
nada.
He de fusionar mi
resto con el despertar,
aunque se pudra mi
boca por callar.
Ya lo estoy queriendo,
ya me estoy volviendo
canción,
barro tal vez.
Y es que esta es mi
corteza
donde el hacha
golpeará,
donde el río secará
para callar.
Ya me apuran los
momentos,
ya mi sien es un
lamento,
mi cerebro escupe ya
el final del historial
del comienzo que tal
vez reemprenderá.
Si quiero me toco el
alma,
pues mi carne ya no es
nada.
He de fusionar mi
resto con el despertar,
aunque se pudra mi
boca por callar.
Ya lo estoy queriendo,
ya me estoy volviendo
canción,
barro tal vez.
Y es que esta es mi
corteza,
donde el hacha
golpeará,
donde el río secará
para callar.
Hay muy buenas versiones de este tema (ninguna como la de
Spinetta, por supuesto). Mercedes Sosa, Pedro Aznar y otros la emprendieron con
“Barro tal vez” en forma muy bella. Pongo aquí el dueto entre Mercedes y Luis
Alberto, que está muy bien.
Y me despido hasta la próxima semana, si es que sobreviví a
esta empresa y me transformé, a los ojos de los spinettianos, en un ser
razonablemente invisible o desdeñable, tolerable tal vez.
Haya paz,
DJ Barro
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