“Volver” y “Volvió una noche” (1935) de Gardel y Le Pera
Me di cuenta de que hacía mucho que no comentaba tangos
por acá, así que empiezo una serie titulada “Volver al tango”, en la que
rondaré y redondaré sobre el que tal vez sea el principal tema del tango como
género (más, incluso, que el amor contrariado o que la abnegación de la vieja
que lava ropa para criar al zanguango que se vuelve de grande un tarambana): la
imposibilidad del regreso.
[Digresión: estos son, para los que quieran intentar
volver, los tangos ya comentados en el blog: “Nada” (posteo 25), “Fangal” (80),
“El que atrasó el reloj” y “Los mareados” (137), “Por una cabeza” (139), “Qué
me van a hablar de amor” (141), “Sur” (144), “Esta noche me emborracho” (160).]
Suena filosófico, el tema, y lo es: lo que pasó vive en
nuestros recuerdos, pero ya solamente allí, y por eso cualquier intento de
volver a ese amor, a ese barrio, a ese mundo que fue nuestro tiempo atrás está
destinado a un resonante fracaso. El tanguero insiste e insiste (hay que
reconocerle el empeño), pero no hay manera: ya nunca lo verán como lo vieran, y
el hoy es un triste remedo sin remedio del dorado ayer.
Para comenzar elegí dos canciones geniales, curiosamente hermanadas
y, a la vez, opuestas: “Volvió una noche” y “Volver”. Ambos tangos fueron
compuestos (y cantados) por Carlos Gardel, con letra de Alfredo Le Pera, en
1935, es decir, pocos meses antes de la trágica muerte de ambos en un accidente
aéreo en Medellín, Colombia, en el mes de junio.
[Mini digresión: “Por una cabeza”, que ya comenté en el
blog, también es del 35: uno no puede evitar pensar (y lamentarse con tanguera
amargura) cuántos nuevos temas maravillosos hubieran sido creados por Gardel y
Le Pera de haber seguido vivos al menos unos añitos más. Gardel cantaba tan
bien que a veces olvidamos qué gran compositor era.]
De ambos, “Volver” es sin dudas el más conocido, y creo
no equivocarme si lo incluyo entre los diez tangos más famosos que hay. No es,
sin embargo, un tango que a mí me guste mucho (aunque sí me gustan algunos
versos, como “Yo adivino el parpadeo” o “bajo el burlón mirar de las estrellas”).
Pero lo traigo aquí como un contraejemplo, una excepción de la regla de todos
los demás tangos que comentaré, donde el regreso al pasado se demuestra como una
hazaña imposible.
Es que aquí, en “Volver”, se plantea que sí se puede
regresar. No es una canción alegre: nosotros, los de entonces, ya no somos los
mismos (“las nieves del tiempo platearon mi sien”). Pero el lugar al que
regresamos es, en este tango, el mismo: la misma calle, las mismas luces, las
mismas estrellas. Y el cantor siente que el regreso, a pesar de todo, no solo
es posible, sino inevitable: “que veinte años no es nada / que febril la mirada
/ errante en las sombras / te busca y te nombra”. ¿Así que “veinte años no es
nada”? ¡Mirá vos! Como dice Liliana Felipe en una parodia de este tango: “¿Qué
querrá decir nada? ¿Se acuerdan,
muchachas, lo bien que cantaba?”. Claro que son algo, veinte años: veinte años
es una vida entera. Si tenés veinte años, ya podés decir que viviste. Si tenés
40, ya viviste dos vidas. Y así. (Una vez escribí una tesis sobre esto, pero
después usé las hojas para tapar agujeros en las ventanas.)
Volver, incluso si se piensa que es posible, no es
gratis: el cantor tiene miedo, mientras emprende el regreso. Esos miedos
encabezan la segunda estrofa. Tiene miedo del pasado que le saldrá al encuentro
(y hace bien en temer, como veremos en el tango siguiente). Y, curiosa pero
genialmente, dice que tiene miedo de la noche: no por oscura, sino porque en
ella viven (y se mueven) los recuerdos poderosos, capaces de aplastar sin
piedad a cualquier sueño loco de regreso feliz: “Tengo miedo de las noches /
que, pobladas de recuerdos, / encadenen mi soñar”.
Pero la conclusión es positiva, esperanzada: a pesar de
los miedos y del paso del tiempo y de los (enormes) inconvenientes, el regreso (pespunteado por tres verbos en infinitivo, "volver", "sentir", "vivir") es justo y necesario: “Y aunque el olvido,
que todo destruye, / haya matado mi vieja ilusión, / guarda escondida una
esperanza humilde / que es toda la fortuna de mi corazón.”
Todo esto es una gran mentira, claro. Es un tango
mentiroso, “Volver”. Eso no lo hace un mal
tango, por supuesto; pero es muy fácil imaginarse al cantor, ya bajado del barco,
volviendo al viejo barrio de noche... Ahí perdería seguramente su sonrisa
impecable y su ilusión infundada, y el tango, inevitablemente, pasaría a ser “Sur”:
“Las calles y las lunas suburbanas / y mi amor y tu ventana, / todo ha muerto,
ya lo sé”.
[Gardel, como dije, murió muy pronto, antes de que existiera
el tango “Sur”, así que él mismo, si bien nunca volvió, no pudo comprobar en
persona hasta qué punto ese volver es imposible.]
Va el tango “Volver” en la primera, única y mejor versión
que tuvo y tendrá, la de Carlos Gardel:
Yo
adivino el parpadeo
de
las luces que a lo lejos
van
marcando mi retorno.
Son
las mismas que alumbraron
con
sus pálidos reflejos
hondas
horas de dolor.
Y
aunque no quise el regreso,
siempre
se vuelve al primer amor:
la
quieta calle donde el eco dijo
“Tuya
es su vida, tuyo es su querer”,
bajo
el burlón mirar de las estrellas
que
con indiferencia hoy me ven volver.
Volver
con
la frente marchita,
las
nieves del tiempo
platearon
mi sien.
Sentir
que
es un soplo la vida,
que
veinte años no es nada,
que
febril la mirada
errante
en las sombras
te
busca y te nombra.
Vivir
con
el alma aferrada
a un
dulce recuerdo
que
lloro otra vez.
Tengo
miedo del encuentro
con
el pasado que vuelve
a
enfrentarse con mi vida.
Tengo
miedo de las noches
que,
pobladas de recuerdos,
encadenen
mi soñar.
Pero
el viajero que huye
tarde
o temprano detiene su andar.
Y
aunque el olvido, que todo destruye,
haya
matado mi vieja ilusión,
guarda
escondida una esperanza humilde
que
es toda la fortuna de mi corazón.
Volver
con
la frente marchita,
las
nieves del tiempo
platearon
mi sien.
Sentir
que
es un soplo la vida,
que
veinte años no es nada,
que
febril la mirada
errante
en las sombras
te
busca y te nombra.
Vivir
con
el alma aferrada
a un
dulce recuerdo
que
lloro otra vez.
El otro tango de hoy, “Volvió una noche”, a pesar de
compartir compositores y prácticamente haber sido compuesto al mismo tiempo que
“Volver”, es diametralmente opuesto, en cuanto a la propuesta filosófica.
Tanto, que es casi una respuesta directa al melancólico optimismo de “Volver” (y "Volvió una noche" es el último tango de Gardel, el último que compuso antes del accidente).
Aquí, los miedos cobran vida, y la noche, cargada de sombras y recuerdos, se
hace presente para tentar al cantor con un regreso al pasado.
Este tango sí está entre los que me gustan mucho, me
parece de una enorme genialidad. Considero que aquí la versión de Gardel no es
la mejor (por más que él siempre cantaba impecable, claro); pero este tango
tiene un dramatismo narrativo que “pide” un canto más enfático y actuado, en
algunos versos. Por eso elegí la versión de Julio Sosa (incluso por encima de
otras grandes versiones, como la de Goyeneche).
Empieza el tango y en los primeros versos se define toda
una escena: él está, probablemente, en un cabaret o antro similar, y llega
ella, su amor del pasado (casi como un fantasma que vuelve de la muerte, y en
efecto en la segunda estrofa se la llama “espectro”). En ese pasado, ella se
portó mal con él (se habla de “felonía” y “crueldad”, aunque probablemente lo
que pasó es que ella lo dejó nomás); pero a él le da pena recriminarle cómo
terminaron.
Y entonces ella le hace una propuesta, al mejor estilo
Diablo tentando a Jesús en el desierto. Le pide que la perdone y que vuelvan a
estar juntos, y así “el tiempo viejo otra vez vendrá”, y volverán, mágicamente,
a la primavera de sus vidas.
Empieza entonces el estribillo, que es de una gran
genialidad y está dividido en dos partes: primero, lo que él piensa, tras
escuchar la propuesta de ella:
“¡Mentira,
mentira!”, yo quise decirle,
“las
horas que pasan ya no vuelven más.
Y
así mi cariño al tuyo enlazado
es
solo un fantasma del viejo pasado
que
ya no se puede resucitar”.
Es decir, él es muy consciente de que el regreso es
imposible y que el pasado es inalcanzable. Sin embargo (y esto es de las
mejores cosas de este tango) él no le dice a ella todo eso que
piensa. Se lo calla, por lástima ("Callé mi amargura y tuve piedad"). De todas maneras, ella igual entiende: con
solo verle la cara, se da cuenta de todo lo que él pensó (eso saben hacer
muchas mujeres, por cierto). Y ella, derrotada también, acepta la respuesta
silenciosa, la negación definitiva de toda posibilidad de volver:
Callé
mi amargura y tuve piedad;
sus
ojos azules muy grandes se abrieron,
mi
pena inaudita pronto comprendieron
y
con una mueca de mujer vencida
me
dijo: “Es la vida”, y no la vi más.
Ese “es la vida” que dice ella es a la vez definición y
despedida. No me hables de volver, no me digas que veinte años no es nada: la
vida es así, la vida es esto que queda: el presente gris y el pasado
inalcanzable. No será alegre, pero al menos es verdad.
La segunda estrofa no agrega casi nada a la acción; sin
embargo, es una gran segunda estrofa, porque redimensiona todo lo anterior.
Después de la respuesta silenciosa y el adiós, ella se va en silencio, “sin un
reproche”, y el cantor entonces siente un impulso: decide mirarse al espejo. No
solo ve allí una sien plateada, sino que reconoce que en su propia frente se
acumulan “tantos inviernos”... Y entonces tiene una revelación: él sintió
lástima por ella, cuando volvió a verla, pero ella también (y antes, incluso)
sintió lástima por él: toda la propuesta de ella fue, al menos en parte, un signo
de piedad hacia él. En “Esta noche me emborracho”, el cantor se lamenta por
encontrarla a ella “sola, fané y descangallada”, como una sombra de la belleza
que había sido; pero en ese tango él, el cantor, no se mira en el espejo, no se
da cuenta que él tampoco es el jovencito apuesto que había sido. Aquí él sí se
atreve a mirarse al espejo y reconoce que la imposibilidad es de los dos lados,
que el tiempo actuó también en él mismo, y que solos, descangallados, fanés e
imposibilitados de volver están los dos.
Volvió
una noche
Volvió
una noche, no la esperaba,
había
en su rostro tanta ansiedad
que
tuve pena de recordarle
su
felonía y su crueldad.
Me
dijo, humilde: “Si me perdonas,
el
tiempo viejo otra vez vendrá.
La
primavera es nuestra vida,
verás
que todo nos sonreirá”.
“¡Mentira,
mentira!”, yo quise decirle,
“las
horas que pasan ya no vuelven más.
Y
así mi cariño al tuyo enlazado
es
solo un fantasma del viejo pasado
que
ya no se puede resucitar”.
Callé
mi amargura y tuve piedad;
sus
ojos azules muy grandes se abrieron,
mi
pena inaudita pronto comprendieron
y
con una mueca de mujer vencida
me
dijo: “Es la vida”, y no la vi más.
Volvió
esa noche, nunca la olvido,
con
la mirada triste y sin luz,
y
tuve miedo de aquel espectro
que
fue locura en mi juventud.
Se
fue en silencio, sin un reproche,
busqué
un espejo y me quise mirar:
había
en mi frente tantos inviernos
que
también ella tuvo piedad.
“¡Mentira,
mentira!”, yo quise decirle,
“las
horas que pasan ya no vuelven más.
Y
así mi cariño al tuyo enlazado
es
solo un fantasma del viejo pasado
que
ya no se puede resucitar”.
Callé
mi amargura y tuve piedad;
sus
ojos azules muy grandes se abrieron,
mi
pena inaudita pronto comprendieron
y
con una mueca de mujer vencida
me
dijo: “Es la vida”, y no la vi más.
Como bonus track, la versión de Liliana Felipe de este
tango. Lo hace más lento, lo que no me enloquece, pero me gusta mucho cómo dice
el último verso del estribillo (“Es la vida”).
Con esto termino por hoy, ojalá les haya gustado el
posteo. Pero si no les gustó, no es necesario que me lo digan: solo mírenme y
me voy a dar cuenta.
La semana que viene continuará esta serie tanguera. Si es
que vuelvo.
Hasta la vuelta,
DJ
Vago
No hay comentarios:
Publicar un comentario