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viernes, 24 de enero de 2020

[221] Bajo el burlón mirar de las estrellas


“Volver” y “Volvió una noche” (1935) de Gardel y Le Pera


Me di cuenta de que hacía mucho que no comentaba tangos por acá, así que empiezo una serie titulada “Volver al tango”, en la que rondaré y redondaré sobre el que tal vez sea el principal tema del tango como género (más, incluso, que el amor contrariado o que la abnegación de la vieja que lava ropa para criar al zanguango que se vuelve de grande un tarambana): la imposibilidad del regreso.

[Digresión: estos son, para los que quieran intentar volver, los tangos ya comentados en el blog: “Nada” (posteo 25), “Fangal” (80), “El que atrasó el reloj” y “Los mareados” (137), “Por una cabeza” (139), “Qué me van a hablar de amor” (141), “Sur” (144), “Esta noche me emborracho” (160).]

Suena filosófico, el tema, y lo es: lo que pasó vive en nuestros recuerdos, pero ya solamente allí, y por eso cualquier intento de volver a ese amor, a ese barrio, a ese mundo que fue nuestro tiempo atrás está destinado a un resonante fracaso. El tanguero insiste e insiste (hay que reconocerle el empeño), pero no hay manera: ya nunca lo verán como lo vieran, y el hoy es un triste remedo sin remedio del dorado ayer.

Para comenzar elegí dos canciones geniales, curiosamente hermanadas y, a la vez, opuestas: “Volvió una noche” y “Volver”. Ambos tangos fueron compuestos (y cantados) por Carlos Gardel, con letra de Alfredo Le Pera, en 1935, es decir, pocos meses antes de la trágica muerte de ambos en un accidente aéreo en Medellín, Colombia, en el mes de junio.

[Mini digresión: “Por una cabeza”, que ya comenté en el blog, también es del 35: uno no puede evitar pensar (y lamentarse con tanguera amargura) cuántos nuevos temas maravillosos hubieran sido creados por Gardel y Le Pera de haber seguido vivos al menos unos añitos más. Gardel cantaba tan bien que a veces olvidamos qué gran compositor era.]

De ambos, “Volver” es sin dudas el más conocido, y creo no equivocarme si lo incluyo entre los diez tangos más famosos que hay. No es, sin embargo, un tango que a mí me guste mucho (aunque sí me gustan algunos versos, como “Yo adivino el parpadeo” o “bajo el burlón mirar de las estrellas”). Pero lo traigo aquí como un contraejemplo, una excepción de la regla de todos los demás tangos que comentaré, donde el regreso al pasado se demuestra como una hazaña imposible.



Es que aquí, en “Volver”, se plantea que sí se puede regresar. No es una canción alegre: nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos (“las nieves del tiempo platearon mi sien”). Pero el lugar al que regresamos es, en este tango, el mismo: la misma calle, las mismas luces, las mismas estrellas. Y el cantor siente que el regreso, a pesar de todo, no solo es posible, sino inevitable: “que veinte años no es nada / que febril la mirada / errante en las sombras / te busca y te nombra”. ¿Así que “veinte años no es nada”? ¡Mirá vos! Como dice Liliana Felipe en una parodia de este tango: “¿Qué querrá decir nada? ¿Se acuerdan, muchachas, lo bien que cantaba?”. Claro que son algo, veinte años: veinte años es una vida entera. Si tenés veinte años, ya podés decir que viviste. Si tenés 40, ya viviste dos vidas. Y así. (Una vez escribí una tesis sobre esto, pero después usé las hojas para tapar agujeros en las ventanas.)

Volver, incluso si se piensa que es posible, no es gratis: el cantor tiene miedo, mientras emprende el regreso. Esos miedos encabezan la segunda estrofa. Tiene miedo del pasado que le saldrá al encuentro (y hace bien en temer, como veremos en el tango siguiente). Y, curiosa pero genialmente, dice que tiene miedo de la noche: no por oscura, sino porque en ella viven (y se mueven) los recuerdos poderosos, capaces de aplastar sin piedad a cualquier sueño loco de regreso feliz: “Tengo miedo de las noches / que, pobladas de recuerdos, / encadenen mi soñar”.

Pero la conclusión es positiva, esperanzada: a pesar de los miedos y del paso del tiempo y de los (enormes) inconvenientes, el regreso (pespunteado por tres verbos en infinitivo, "volver", "sentir", "vivir") es justo y necesario: “Y aunque el olvido, que todo destruye, / haya matado mi vieja ilusión, / guarda escondida una esperanza humilde / que es toda la fortuna de mi corazón.”

Todo esto es una gran mentira, claro. Es un tango mentiroso, “Volver”. Eso no lo hace un mal tango, por supuesto; pero es muy fácil imaginarse al cantor, ya bajado del barco, volviendo al viejo barrio de noche... Ahí perdería seguramente su sonrisa impecable y su ilusión infundada, y el tango, inevitablemente, pasaría a ser “Sur”: “Las calles y las lunas suburbanas / y mi amor y tu ventana, / todo ha muerto, ya lo sé”.

[Gardel, como dije, murió muy pronto, antes de que existiera el tango “Sur”, así que él mismo, si bien nunca volvió, no pudo comprobar en persona hasta qué punto ese volver es imposible.]

Va el tango “Volver” en la primera, única y mejor versión que tuvo y tendrá, la de Carlos Gardel:




 Volver
Yo adivino el parpadeo
de las luces que a lo lejos
van marcando mi retorno.
Son las mismas que alumbraron
con sus pálidos reflejos
hondas horas de dolor.
Y aunque no quise el regreso,
siempre se vuelve al primer amor:
la quieta calle donde el eco dijo
“Tuya es su vida, tuyo es su querer”,
bajo el burlón mirar de las estrellas
que con indiferencia hoy me ven volver.

Volver
con la frente marchita,
las nieves del tiempo
platearon mi sien.
Sentir
que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,
que febril la mirada
errante en las sombras
te busca y te nombra.
Vivir
con el alma aferrada
a un dulce recuerdo
que lloro otra vez.

Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida.
Tengo miedo de las noches
que, pobladas de recuerdos,
encadenen mi soñar.
Pero el viajero que huye
tarde o temprano detiene su andar.
Y aunque el olvido, que todo destruye,
haya matado mi vieja ilusión,
guarda escondida una esperanza humilde
que es toda la fortuna de mi corazón.

Volver
con la frente marchita,
las nieves del tiempo
platearon mi sien.
Sentir
que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,
que febril la mirada
errante en las sombras
te busca y te nombra.
Vivir
con el alma aferrada
a un dulce recuerdo
que lloro otra vez.

El otro tango de hoy, “Volvió una noche”, a pesar de compartir compositores y prácticamente haber sido compuesto al mismo tiempo que “Volver”, es diametralmente opuesto, en cuanto a la propuesta filosófica. Tanto, que es casi una respuesta directa al melancólico optimismo de “Volver” (y "Volvió una noche" es el último tango de Gardel, el último que compuso antes del accidente). Aquí, los miedos cobran vida, y la noche, cargada de sombras y recuerdos, se hace presente para tentar al cantor con un regreso al pasado.

Este tango sí está entre los que me gustan mucho, me parece de una enorme genialidad. Considero que aquí la versión de Gardel no es la mejor (por más que él siempre cantaba impecable, claro); pero este tango tiene un dramatismo narrativo que “pide” un canto más enfático y actuado, en algunos versos. Por eso elegí la versión de Julio Sosa (incluso por encima de otras grandes versiones, como la de Goyeneche).

Empieza el tango y en los primeros versos se define toda una escena: él está, probablemente, en un cabaret o antro similar, y llega ella, su amor del pasado (casi como un fantasma que vuelve de la muerte, y en efecto en la segunda estrofa se la llama “espectro”). En ese pasado, ella se portó mal con él (se habla de “felonía” y “crueldad”, aunque probablemente lo que pasó es que ella lo dejó nomás); pero a él le da pena recriminarle cómo terminaron.

Y entonces ella le hace una propuesta, al mejor estilo Diablo tentando a Jesús en el desierto. Le pide que la perdone y que vuelvan a estar juntos, y así “el tiempo viejo otra vez vendrá”, y volverán, mágicamente, a la primavera de sus vidas.

Empieza entonces el estribillo, que es de una gran genialidad y está dividido en dos partes: primero, lo que él piensa, tras escuchar la propuesta de ella:

“¡Mentira, mentira!”, yo quise decirle,
“las horas que pasan ya no vuelven más.
Y así mi cariño al tuyo enlazado
es solo un fantasma del viejo pasado
que ya no se puede resucitar”.

Es decir, él es muy consciente de que el regreso es imposible y que el pasado es inalcanzable. Sin embargo (y esto es de las mejores cosas de este tango) él no le dice a ella todo eso que piensa. Se lo calla, por lástima ("Callé mi amargura y tuve piedad"). De todas maneras, ella igual entiende: con solo verle la cara, se da cuenta de todo lo que él pensó (eso saben hacer muchas mujeres, por cierto). Y ella, derrotada también, acepta la respuesta silenciosa, la negación definitiva de toda posibilidad de volver:

Callé mi amargura y tuve piedad;
sus ojos azules muy grandes se abrieron,
mi pena inaudita pronto comprendieron
y con una mueca de mujer vencida
me dijo: “Es la vida”, y no la vi más.

Ese “es la vida” que dice ella es a la vez definición y despedida. No me hables de volver, no me digas que veinte años no es nada: la vida es así, la vida es esto que queda: el presente gris y el pasado inalcanzable. No será alegre, pero al menos es verdad.

La segunda estrofa no agrega casi nada a la acción; sin embargo, es una gran segunda estrofa, porque redimensiona todo lo anterior. Después de la respuesta silenciosa y el adiós, ella se va en silencio, “sin un reproche”, y el cantor entonces siente un impulso: decide mirarse al espejo. No solo ve allí una sien plateada, sino que reconoce que en su propia frente se acumulan “tantos inviernos”... Y entonces tiene una revelación: él sintió lástima por ella, cuando volvió a verla, pero ella también (y antes, incluso) sintió lástima por él: toda la propuesta de ella fue, al menos en parte, un signo de piedad hacia él. En “Esta noche me emborracho”, el cantor se lamenta por encontrarla a ella “sola, fané y descangallada”, como una sombra de la belleza que había sido; pero en ese tango él, el cantor, no se mira en el espejo, no se da cuenta que él tampoco es el jovencito apuesto que había sido. Aquí él sí se atreve a mirarse al espejo y reconoce que la imposibilidad es de los dos lados, que el tiempo actuó también en él mismo, y que solos, descangallados, fanés e imposibilitados de volver están los dos.



Volvió una noche
Volvió una noche, no la esperaba,
había en su rostro tanta ansiedad
que tuve pena de recordarle
su felonía y su crueldad.
Me dijo, humilde: “Si me perdonas,
el tiempo viejo otra vez vendrá.
La primavera es nuestra vida,
verás que todo nos sonreirá”.

“¡Mentira, mentira!”, yo quise decirle,
“las horas que pasan ya no vuelven más.
Y así mi cariño al tuyo enlazado
es solo un fantasma del viejo pasado
que ya no se puede resucitar”.
Callé mi amargura y tuve piedad;
sus ojos azules muy grandes se abrieron,
mi pena inaudita pronto comprendieron
y con una mueca de mujer vencida
me dijo: “Es la vida”, y no la vi más.

Volvió esa noche, nunca la olvido,
con la mirada triste y sin luz,
y tuve miedo de aquel espectro
que fue locura en mi juventud.
Se fue en silencio, sin un reproche,
busqué un espejo y me quise mirar:
había en mi frente tantos inviernos
que también ella tuvo piedad.

“¡Mentira, mentira!”, yo quise decirle,
“las horas que pasan ya no vuelven más.
Y así mi cariño al tuyo enlazado
es solo un fantasma del viejo pasado
que ya no se puede resucitar”.
Callé mi amargura y tuve piedad;
sus ojos azules muy grandes se abrieron,
mi pena inaudita pronto comprendieron
y con una mueca de mujer vencida
me dijo: “Es la vida”, y no la vi más.

Como bonus track, la versión de Liliana Felipe de este tango. Lo hace más lento, lo que no me enloquece, pero me gusta mucho cómo dice el último verso del estribillo (“Es la vida”).



Con esto termino por hoy, ojalá les haya gustado el posteo. Pero si no les gustó, no es necesario que me lo digan: solo mírenme y me voy a dar cuenta.
La semana que viene continuará esta serie tanguera. Si es que vuelvo.

Hasta la vuelta,

DJ Vago

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