“Strange
Fruit”, de Abel Meeropol, por Billie Holliday
Hoy termina la serie “No aclares que oscurece” con la que
es, para muchos, la mejor canción de la historia. No de una época, un género o
un país, sino la mejor, así, a secas.
Quizás no lo sea (¿cuál lo sería?), pero sin dudas “Fruta extraña” está entre
las muy memorables y es una gran muestra de lo que puede llegar a hacer una
canción, de lo potente que puede llegar a ser. Probablemente la conozcan, pero
muy probablemente haya algo en este posteo que no sabían aún, así que no me
aflojen.
Letra y música son de la misma persona, Abel Meeropol. La
letra fue un poema escrito en 1937 por Meeropol, “un judío piola de Nueva York”
(como lo llamaría Randy Newman, vean el posteo anterior), un poeta de tercera
línea y músico de cuarta (línea). Compuso su poema, que tardó un tiempo en
volverse canción, a partir de ver una foto tomada unos pocos años atrás:
Antes de seguir, lean el poema (es muy corto, solo tres estrofas de cuatro versos, con rimas consonantes de dos en dos versos):
Strange
Fruit Southern trees bear a strange fruit Blood on the leaves and blood at the root Black bodies swinging in the southern
breeze Strange fruit hanging from the poplar trees Pastoral scene of the gallant south: The bulging eyes and the twisted mouth Scent of magnolias, sweet and fresh Then the sudden smell of burning flesh Here is a fruit for the crows to pluck For the rain to gather, for the wind to
suck For the sun to rot, for the tree to drop Here is a strange and bitter crop |
Fruta extraña Los
árboles sureños cargan una fruta extraña Sangre
en las hojas y sangre en la raíz Cuerpos
negros oscilando con la brisa del sur Extraña
fruta que cuelga de los álamos. Escena
pastoral del galante Sur: Los
ojos desorbitados y la boca torcida Perfume
de magnolias dulce y fresco Luego
el súbito olor a carne quemada. He
aquí una fruta para que picoteen los cuervos Para
que amontone la lluvia, para que aspire el viento Para
que pudra el sol, para que deje caer el árbol He
aquí un extraño y amargo cultivo. |
La foto de arriba no está completa, en realidad: no quería impresionarlos demasiado de entrada. La foto que vio Meeropol es esta:
Y corresponde a un linchamiento de negros en un pueblo
del sur, en 1930. Lo más terrible es que no fue un caso único: era algo habitual.
Ya sabemos lo que es un linchamiento (hay acá también): una turba indignada
contra un supuesto criminal hace justicia por mano propia y lo mata. En los
Estados Unidos (particularmente, aunque no únicamente, en el Sur), hasta bien
avanzado el siglo XX, los linchamientos tenían la particularidad de que solían realizarse
extrayendo a los linchados de la comisaría, la cárcel o los tribunales,
superando (si la había) la resistencia de los policías que debían custodiar a
los sospechosos. Y la otra particularidad, claro: en su gran mayoría eran
negros, los linchados, y todos blancos, los de la turba linchadora. La sociedad
podía tolerar que un blanco matara o violara a una persona blanca y fuera
juzgado por ello (había y aún hay pena de muerte, en el Sur, así que la muerte
era una condena posible, para un criminal condenado); pero no podían aceptar
que un negro fuera acusado de cometer un crimen contra un blanco, y hacían lo
necesario para matarlo en masa aun antes de que se lo pudiera juzgar.
[Digresión innecesaria: dice mi hermana la tercera que en
las novelas de Faulkner, ambientadas en el Sur, abundan los
episodios de linchamientos. Hay linchamientos que se concretan o amenazas de
linchamiento en Intruso en la riña (Intruder in the Dust) [contra un negro],
Luz en agosto (Light in August) [contra un negro que no parece negro] y Santuario (Sanctuary) [contra un blanco pobre, un “white trash”] y tienen en
común que los acusados de esos crímenes son inocentes, o al menos su
culpabilidad genera dudas.]
La foto en cuestión es del linchamientro de Thomas Shipp
y Abram Smith, dos jóvenes negros (18 años ambos) que habían sido acusados,
apenas horas atrás, de robar y asesinar a un hombre blanco, Claude Deeter (23 años), y de
violar a su novia blanca que lo acompañaba, Mary Ball. También estaba acusado y
arrestado un tercer sospechoso, James Cameron, también negro, más joven aún (16
años). Esto ocurrió en Marion, un pueblo de Indiana. En mitad de la noche, una
multitud de más de 5.000 personas, entre ellas mujeres y niños (y policías),
irrumpieron en la cárcel armados con mazas y martillos, sacaron a los tres sospechosos
de sus celdas, los llevaron a una plaza cercana (a una cuadra nomás), los
molieron a golpes y colgaron a Shipp y a Smith. Como Smith intentaba con sus
manos liberarse de la soga que rodeaba su cuello, lo bajaron del árbol, le
rompieron ambos brazos y luego lo volvieron a colgar. Una mujer anónima y un
deportista local intercedieron por el joven Cameron, indicando que había estado
allí pero no había participado del crimen, y lograron, a duras penas, evitar
que lo colgaran también: fue devuelto a la cárcel (luego sería juzgado como
cómplice de asesinato y condenado a varios años de cárcel efectiva). Los
líderes de la turba fueron acusados judicialmente por el linchamiento, pero sin
muchas ganas, y rápidamente fueron declarados inocentes de todo.
El crimen en sí fue muy confuso: resulta que los cinco
implicados (los tres victimarios negros y las dos víctimas blancas) eran
cómplices y formaban una banda en la que realizaban diversas estafas y robos de
poca monta. Mary Ball (muchos decían que era prostituta, aunque no hay ningún
dato confiable al respecto) había sido pareja de Smith, y al parecer, cuando
este iba caminando junto con Shipp la vieron chapando con Deeter en un parque local
conocido como “el rincón de los enamorados”, discutieron y en un momento,
aparentemente, Smith le dio a Deetter un balazo, herida de la que murió horas más
tarde (aunque los acusaron de “matarlo para robarle”, nadie pudo comprobar que
le hubieran robado nada a Deeter). En la riña, empujaron a Mary entre los
arbustos y luego ella dijo que los tres jóvenes negros la habían violado,
aunque hay muchas dudas sobre ese testimonio, en tanto sus ropas estaban
intactas y no tenía más lesiones que algunos rasguños en los brazos producidos
por los arbustos. (Una vecina contó que al día siguiente vio a Mary en el
almacén y se la veía de lo más tranquila y de buen ánimo, aparentemente sin ningún
trauma o secuela por el ataque.) Cuando llegó el juicio (solo Cameron estaba
siendo acusado, claro), Mary recordó que él no la había violado, pero mantuvo
que los otros dos (los linchados) sí. (Con todo este recuento no quiero decir
que los acusados hayan sido inocentes, ni del asesinato ni de la violación:
probablemente no lo fueran. Lo que quiero decir es que merecían ser juzgados en
forma mínimamente imparcial por lo ocurrido, para determinar realmente si eran
culpables, de qué, y qué castigo les correspondía por ello. En cambio, solo por
el color de su piel, Smith y Shipp fueron torturados y ahorcados en forma
sumaria, lo que me parece totalmente aberrante y alejado años luz de cualquier
sombra de justicia).
La foto fue tomada por un fotógrafo local y muestra las
risas y el clima festivo, casi de kermesse, que se había armado en la plaza,
alrededor de los jóvenes ahorcados.
Lo genial de la canción de Meeropol es su simpleza: lo
único que hace es imaginar que los cadáveres que cuelgan no fueron añadidos a los árboles, sino que crecieron de ellos: que son sus frutos.
Extraños frutos, por cierto. Habla de los linchamientos, pero mediante una
imagen poética y sin mencionarlos en forma directa. En la segunda estrofa (la
que describe irónicamente la “escena pastoral del galante sur”) se menciona, en
el final, la otra forma preferida de los linchamientos, además de la soga al
cuello: quemar vivos a los negros. A veces, los linchamientos eran realizados
por el Ku Klux Klan, con la turba escondida en batas y capuchas blancas; otras
veces, como en Marion, ni siquiera se preocupaban en ocultarse, sino que
posaban para la foto.
Meeropol le pidió a varios músicos conocidos
afroamericanos que le pusieran música a su letra, pero todos se negaron: era
demasiado peligroso, meterse con un tema como ese. En especial, si eras negro.
Ya suficientemente difícil era conseguir trabajo y sobrevivir, como para encima
levantar la cabeza (y ofrecerla así como candidata a volverse fruta). Así que
Meeropol mismo le puso música, con ayuda de su esposa: una música sencilla,
como la letra. Los Meeropol la cantaron un par de veces, incluso, pero claro:
Abel no era un gran poeta ni músico, pero era mucho peor cantante.
Así que la canción hubiera pasado sin pena ni gloria y se
habría desvanecido en la bruma del tiempo, si no fuera porque Meeropol fue a
ver a Billie Holliday (enorme cantante de jazz de quien ya hablé cuando posteé
sobre “I´ll be seeing you”) y le pidió que la cantara, y Billie la incorporó en
su acto.
[Billie declaró alguna vez que ella había compuesto la
música de “Strange Fruit”, y si bien no es 100% exacto, creo que sí modificó la
melodía original de Meeropol, para cantarla, y la fue modificando cada vez más
a medida que la representaba, así que no me parece nada descabellado
considerarla coautora de la música].
La forma en que Billie cantaba esta canción es lo que la
vuelve, en buena parte, espectacular y tremenda. Es imposible que no se te
ponga la piel de gallina, al escuchar cómo modula cada sílaba, incorporando en
esos sonidos un montón de sentidos y “capas”: hay ironía, hay amargura, hay
furia contenida, desazón, horror, compasión, hay denuncia de una injusticia
inhumana. El crop (“cultivo”) final,
por sí solo, es impresionante. Se hicieron covers diversos de esta canción, a
lo largo de las décadas, pero incluso aquellos hechos por músicos que me gustan
mucho (como Nina Simone, UB40 o Siouxie and the Banshees) no pudieron ni
siquiera acercarse a los arrabales del impacto que tiene, aún hoy, escuchar
esta canción por Lady Day.
https://www.youtube.com/watch?v=Web007rzSOI
Además, Billie había armado, junto con Josephson, el
dueño del Café Society (el primer pub “integrado” [que admitía negros] de Nueva
York [¡y estamos en el Norte!]), un método para esta canción, dentro del show de
Billie: “Strange Fruit” era siempre la última canción. Como es una canción muy
corta, se decidió que comenzara con una intro instrumental. Antes de que
Billie empezara a cantar, los mozos dejaban de servir tragos y comida, se
apagaban las luces, nada se movía, y solo quedaba una luz que iluminaba la cara
de Billie: ella mantenía los ojos cerrados durante toda la canción. Y cuando
terminaba de cantar esta canción, Billie se iba, sin saludar, sin hacer bises
ni recibir aplausos. No suelo lamentarme por haberme perdido eventos de otras
épocas (ni siquiera de esta), pero sí lamento no haber escuchado esta canción
en vivo, en 1939, en el Café Society de Nueva York, por Billie Holliday. No te
digo un brazo o un ojo, pero daría las siestas de un año por haber estado allí,
y para mí las siestas son sagradas.
[Como mini-homenaje a la interpretación de Billie, no voy
a poner covers de esta canción al final del posteo: están en Youtube, si los
quieren escuchar.]
[Billie había decidido cantar “Strange Fruit”, en parte,
en memoria y como respuesta a la muerte de su padre un par de años atrás:
Clarence Holliday había luchado durante la Primera Guerra Mundial para el
ejército estadounidense y había quedado expuesto al gas mostaza, por lo que
había desarrollado una afección pulmonar crónica. Mientras acompañaba a su hija
en una gira en Texas (parte del Sur), tuvo un episodio pulmonar y fue a un
hospital, pero se negaron a atenderlo porque era negro. Y murió.]
Billie sufrió una larga y continua persecución estatal,
por cantar esta canción. Durante años recibió múltiples amenazas de gente
(blanca), incluso del gobierno y la ley para que dejara de cantarla, pero no dejó de
cantarla. El FBI no quería que nadie cantara esta canción, y se ensañó con
Billie: aprovechando que ella tenía problemas de drogas (era opiómana y
heroinómana), la encarcelaron muchas veces, le armaron causas inventadas e incluso le plantaron drogas y
testigos truchos para acusarla de distribución y estuvo casi un año presa: pero
cuando salió de la cárcel, Billie volvió a cantar “Strange Fruit”.
Holliday tardó mucho en conseguir que una disquera le
publicara la canción: los de Columbia, que era la discográfica que le publicaba
todos los discos a Billie, no se atrevieron a publicarle este tema, porque
temían por represalias en los comercios y distribuidoras del Sur. Finalmente,
tras mucho andar, consiguió que la publicara una disquera ignota y muy pequeña,
Commodore Records (el dueño de la disquera, Milt Gabler, escuchó a Billie
cantar la canción a capella y se puso
a llorar como un niño). Aún en esos años de Depresión, el disco vendió ¡un
millón de copias! y fue el mayor éxito discográfico de Billie Holliday.
Muchos acusaron a Billie de “politizar el jazz”, con esta
canción. Muchos más creían que una artista negra que tuviera trabajo debía dar
gracias por ello y quedarse calladita. La revista Time la acusó de cantar una “pieza de propaganda política musical”
(esa misma revista, en 1999, votó a “Strange Fruit” como “La Mejor Canción del
Siglo”).
Muchas veces se dice que esta canción fue el inicio del
movimiento por los derechos civiles que tendría su auge en los cincuentas y
sesentas con Martin Luther King y conseguiría la abolición de las leyes
segregacionistas. No sé si es una afirmación correcta, pero sin dudas “Strange
Fruit” fue (aún lo es, diría) una canción muy importante, en la lucha contra la
discriminación por motivos raciales. Ya en el 39, se dijo que esta era “La
Marsellesa de la lucha contra la segregación”, y se enviaron copias del disco a
los senadores sureños que sostenían las leyes racistas.
Un recorrido bastante impresionante, para una (curiosa)
canción sobre árboles (ensangrentados), frutas (extrañas) y perfume de flores
(y de cuerpos quemados).
Que sonará en mi Winco toda la semana, si no me dejan
colgado.
Hasta la próxima,
DJ
Vago
Gracias por este post. Encantado de saber más de esta maravillosa canción y asombrado de lo que te lo has currado
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