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y con que le guste al diyei alcanza

lunes, 30 de diciembre de 2013

[59] Es una libertad encarcelada

 

“Por lo que yo te quiero”, de Rodrigo, en su disco “A 2000” (1999)



Termina hoy, casi junto con el año, la serie dedicada al cuarteto cordobés. Y tenía que terminar sí o sí con un tema de Rodrigo Bueno, cantautor que en muy pocos años, entre 1997 y 2000, abandonó el merengue, la cumbia y el pelo largo, se dedicó por completo al cuarteto y revolucionó el género por completo. Cuando llegó el fin del milenio, él vivía “a 2000”, daba unos 50 shows por semana (sí, ¡por semana!), y se mató en un confuso accidente automovilístico mientras viajaba de un recital al siguiente. Tenía 27 años.


[Digresión: este es uno de los casos en que uno (yo) más se lamenta ante la muerte de un músico. Digo: me encantan Bach, Nina Simone, Serrat, Pete Townshend y León Gieco, y por más que sus pasadas o futuras muertes me entristezcan, uno cree que tuvieron tiempo de hacer lo que querían hacer, de dar lo que tenían que dar. En cambio, siempre tendremos la duda de qué podría haber llegado a hacer Rodrigo con quince años más. ¿Cómo sería un tema “de madurez” de Rodrigo? Nunca se sabrá. Tristeza.]

Como comenté en semanas previas, Rodrigo le imprimió al cuarteto una onda que hasta entonces no tenía (o al menos, no en el grado e intensidad que le dio él): sentimental, frenética (fernética), enfática, empática, carismática. Dejando de lado las temáticas del humor y la sana diversión, caballitos de batalla del cuarteto desde sus comienzos. Reivindicando su cordobesidad tan cándida y constantemente que hizo que todo el país se sintiera un poco de allí (quién no habrá coreado el estribillo de “Soy cordobés”, en algún momento de los últimos quince años…). Retomando el melodrama, pero a diferencia de los cuartetos “clásicos”, en los que el drama se narraba en tercera persona, Rodrigo se lamentaba en primera, sin olvidar el ritmo incesante, siempre con la sonrisa canchera a mano y guiñando los ojito clarelis bajo las cejas pobladas.

Adelanté también, semanas atrás, la temática favorita de varios de los grandes hits de Rodrigo: una historia de amor correspondido pero a la vez frustrado. Los dos amantes están respectivamente casados, pero se encuentran a escondidas para vivir “lo mejor del amor”; están mutuamente ultraenamorados y sin embargo, no pueden escapar de las ataduras del “otro” amor, el formal, el institucionalizado: y el amor verdadero sigue escondido, vivo solamente en el recuerdo y en la esperanza de un futuro encuentro fugaz.

Hay una decena de canciones, todo un corpus poético, que explora de alguna forma la temática descripta (“Lo mejor del amor”, “Cómo olvidarla”, “La trampa”, “Si tú supieras”, “Cómo le digo”, “Qué ironía”, etc.).

La canción que elegí es “Por lo que yo te quiero”, que me parece una de las más logradas poética y musicalmente: estrofas de versos breves y contundentes desembocan en un estribillo inolvidable, dominado por la repetición de esa frase que titula el tema: “Por lo que yo te quiero”.


Al igual que pasaba con Elvis o Sandro, Rodrigo no debía tener problemas en que le creyeran las chicas. Pero si uno se pone a analizar la letra, sin embargo, se da cuenta de que hay algo que falla en el planteo.

De entrada, le reprocha a ella que “no sabe lo que es” tener que amarla a escondidas, al estilo de los Bee Gees en “To love somebody” (aunque en realidad ella sí lo sabe, porque, al menos a partir de lo que se dice en las estrofas siguientes, ella está exactamente en la misma situación: casada pero enamorada de su amante furtivo).

No sabes lo que es
tener que andar así,
robándote los momentos
cansándome de fingir
callando mis sentimientos,
amándote para mí.

En la segunda estrofa propone, inmediatamente, la solución a su mutuo problema: “tener valor”, y decirles a sus cónyuges la verdad, para “dejar libre al corazón”.

No puedo sonreír
tragándome tu amor;
si estamos enamorados,
¿por qué no tener valor?
Decirles que nos queremos,
dejar libre al corazón.

Bueno, ya está arreglado el tema, parece. Apagá la luz, cerrá la llave del gas y vámonos. Pero no. Por el contrario, inmediatamente llega el estribillo que es, a pesar de que dan ganas de gritarlo con un ferné en la izquierda y la camisa en la derecha, tremendamente depresivo:

Por lo que yo te quiero
tendré que acostumbrarme,
por lo que yo te quiero, amor,
a no tenerte aquí.
Por lo que yo te quiero
tendré que conformarme;
por lo que yo te quiero, amor,
he terminado así.

O sea: no sabemos (aún) por qué no pudieron “tener valor”, pero por si fuera poco, él ya está totalmente resignado a que ese “dejar libre al corazón” nunca sucederá. Y lo peor es que la razón que se da a ese “tendré que acostumbrarme / a no tenerte aquí” es el propio amor. Él le dice a ella: “Si me tengo que acostumbrar a no estar con vos, es porque te quiero tanto”. La única forma de que funcione este argumento es que lo diga Rodrigo, aplicando toda su simpatía rea, sonriendo y poniendo cara de Bueno (e igualmente no creo que le haya funcionado mucho tampoco: es demasiado, la humanidad no está preparada para que triunfe tanta caradurez).


En la tercera estrofa (probablemente ante la insistencia de ella, que no se creyó de una eso de “me voy porque te quiero”) él explica finalmente el motivo de por qué deben seguir callando sus verdaderos sentimientos:

Ni él, ni tú, ni yo
sabemos renunciar
al juego de la mentira
—maldita comodidad—
por ir a vivir la vida
huyendo de la verdad.

Ninguno de los implicados puede renunciar al “juego de la mentira” (el matrimonio formal), que es definido como “la verdad”, para ir a vivir el amor, definido como “la vida”. Pareciera que el amor verdadero no es suficientemente verdadero: el “no-amor” formal, en cambio, es de verdad, y es inconmovible, no se puede escapar de él.

¿Por qué no se puede escapar? La respuesta es de una honestidad brutal: por inercia. Es más cómodo seguir como estamos.

En general, yo tiendo a simpatizar muy bien con los argumentos “ab esfuerzum”. Pero si venís definiendo tan positivamente al amor, y tan negativamente al “no-amor”, no podés después decir que lo único que te separa de la felicidad eterna es que te queda más cómodo seguir como hasta ahora. Como si estuvieras eligiendo seguir comprando en el supermercado chino de la esquina, porque queda más cerca, en vez de en el Coto que está a dos cuadras, a pesar de que allá tienen la marca de yogur que te gusta más.

Y ahí insiste con lo de “por lo que yo te quiero”, pero pensándolo en frío, ahora ya no parece que la quiera tanto tanto, si prefiere quedarse donde está, frustrado, mintiendo y fingiendo, solo porque en la casa tiene aire acondicionado en vez de ventilador de techo.

Pero bueno, es muy fácil perderse de esas sutilezas mientras uno está en medio de la pista meta ferné, meta mano y meta cuartetazononón. Eso sí: no recomiendo a mis lectores incorporar esta argumentación para la vida verdadera. Salvo que sean Rodrigo, Elvis, Sandro o similar (o sus versiones femeninas).

Las mejores grabaciones de Rodrigo son todas en vivo, y la elegida sucedió en el Luna Park en 2000. Empieza con una emocionante definición cuasi-troskista sobre la pertenencia del arte al pueblo y no a los artistas, y lanza el eslogan “Cuarteto: ¡te quieeeeroooo!” con el que encabezaba sus recitales. Entre el minuto 3:39 y 3:50 del clip dedica dos veces el tema al club Instituto de Córdoba (“¡In-tituto!”, “¡La Gloria!”), de quien era hincha reconocido, como al menos una de las dedicandas de esta serie de cuartetos.


En el segundo link no está tan buena la versión, pero lo pueden ver a él, y comprobar si los convence más la letra dicha por Rodrigo cara a cara, o no les afecta para nada.



Por lo que yo te quiero

No sabes lo que es
tener que andar así,
robándote los momentos
cansándome de fingir
callando mis sentimientos
amándote para mí.

No puedo sonreír
tragándome tu amor;
si estamos enamorados,
¿por qué no tener valor?
Decirles que nos queremos,
dejar libre al corazón.

Por lo que yo te quiero
tendré que acostumbrarme,
por lo que yo te quiero, amor,
a no tenerte aquí.
Por lo que yo te quiero
tendré que conformarme;
por lo que yo te quiero, amor,
he terminado así.

Ni él, ni tú, ni yo
sabemos renunciar
al juego de la mentira
—maldita comodidad—
por ir a vivir la vida
huyendo de la verdad.

No puedo sonreír
tragándome tu amor;
si estamos enamorados,
¿por qué no tener valor?
Decirles que nos queremos,
dejar libre al corazón. 

Por lo que yo te quiero
tendré que acostumbrarme,
por lo que yo te quiero, amor,
a no tenerte aquí.
Por lo que yo te quiero
tendré que conformarme;
por lo que yo te quiero, amor,
he terminado así.


Y se acabó el año nomás. Pásenla lindo, fresco y bailando, y nos vemos el año que viene, siempre y cuando no me haya derretido. O conformado con quedarme quieto. Maldita comodidad.


DJ Vago

3 comentarios:

  1. Muy buen artículo. Particularmente, Rodrigo no me caía nada en su época de apogeo hasta que en una fiesta me sacaron a bailar cuarteto... Oh!!! (A mí la música me llega por el baile también!). Además ese verano previo a su muerte vino a mi casa una tía fanática que me atormentaba todas las tardes de verano con su cassette de Rodrigo.

    Y así concluí (después de escucharlo ad infinitum) que mi tema preferido del Shodrigo es Amor Clasificado.

    Buen Año!

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  2. ¡Grande DJ Vago por traernos por un rato a Rodrigo! Les guste o no, fue quien popularizó en todos lados y en todos los niveles sociales el cuarteto cordobés.
    ¡Salud! (obvio que con un ferné)

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  3. Qué lindo, bien sentido, escrito con pasión cuartetera

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