solo un tema por semana,
y con que le guste al diyei alcanza

martes, 30 de diciembre de 2014

[105] Nadar sabe mi llama



“Come what may”, de David Baerwald, por Nicole Kidman y Ewan McGregor (2001)


Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día, 
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía: 
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa. 

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido 

su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado. 


Francisco de Quevedo y Villegas

Se acaba el año, hace calor, y no se imaginan la fiaca que tengo en este momento. Hace 7 horas y pico que estoy frente a la computadora, esperando que se corte la luz de nuevo mientras busco excusas para no hacer mi posteo semanal. Que de hecho, a nadie le interesa, después de todo. O a casi nadie. Pero por otra parte,  soy lo suficientemente supersticioso como para no querer empezar el año con deudas, por más simbólicas que fueren.

Así que aquí va, como había sido anunciado, la quinta y última entrega de la serie “Elegí: amor o muerte”. Que inaugura, al mismo tiempo, una serie nueva, dedicada a cantantes bellos de ambos sexos. Hablamos de belleza física, por supuesto, no de belleza de la voz o de qué linda persona. Esta investigación seguramente me ganará el escarnio y la decepción de varios de mis pocos seguidores, pero vieron que eso no es algo que me quite el sueño. Exploraré en la serie, entonces, ejemplos de bellos y bellas contemporáneas que cantan, e investigaré (es un decir) sobre las sutilezas de la relación entre belleza física, talento musical y éxito comercial en nuestros tiempos. La canción de hoy, entonces, es la primera en esta serie, que se extenderá también durante un mes y denominaré: “Estás tan fuerte que ni te escucho”.


La canción elegida para hoy es “Come what may”, de la banda de sonido de la película Moulin Rouge, protagonizada por Nicole Kidman y Ewan McGregor, quienes, oh sorpresa, son también los intérpretes del tema. Si vieron la peli, recordarán que la banda de sonido de esta especie de comedia musical está armada, en general, a partir de covers modificados de canciones contemporáneas famosas (toman, por ejemplo, partes de “Like a virgin”, de Madonna, o “Heroes”, de David Bowie, etc., y les cambian un poco la melodía o el ritmo, pero manteniendo la letra). Esta canción es la única (creo) del disco que es original para la película, que no es cover de otra canción preexistente.

El título, “Come what may”, es una frase hecha que significa aproximadamente “venga lo que venga”, “pase lo que pase”, y que se le ocurrió primero (como tantas cosas) a Shakespeare, en su obra Macbeth:

MACBETH (aside): Come what come may,
Time and the hour runs through the roughest day.

Macbeth (aparte): Venga lo que venir pueda,
el tiempo y la hora atraviesan hasta el día más duro.

Y esta, por cierto, no es una gran gran canción de esas que justifican al género humano ante los improbables aliens, sino una canción romántica simpática, bien hecha. El cantor (o la cantora, para el caso es lo mismo) está súper enamorado, al punto que siente que su ser se deshace en una feliz comunión universal. Propone: “quiero desvanecerme dentro de tu beso”, lo que me parece una moción interesante. A partir de este amor que lo llena (diré que el cantor es “lo” para ahorrar energía, pero recuerden que es unisex, la canción), todo el mundo se muestra nuevo, bello y lleno de gracia, lo que por supuesto no está sucediendo en verdad, sino que es una percepción alterada debida a los efectos de esa droga amorosa que está consumiendo. Lo.
Al punto que su vida ya no es tan desastre (“such a waste”) como (lo) parecía hasta hace un rato.

Además de lo encachilado que está, la otra idea interesante de la canción (y lo que amerita incluirla dentro de la serie “Elegí: amor o muerte”) es que anuncia que esto que siente ahora no es algo pasajero sino constante, y que seguirá sintiéndolo “hasta el final de los tiempos” y “venga lo que venga”. Pueden juntarse las nubes de tormenta (lo que no parece tan grave) y estrellarse las estrellas (lo que parece un poco exagerado), pueden pasar las estaciones como en una calesita del tiempo, pero él ahí seguirá, firme, amando a lo loco, pase lo que pase. No pregunta cuántos son, sino que vayan viniendo.

Tiene, eso sí, la lucidez de darse cuenta de que hay un límite para ese amor. A diferencia del soneto de Quevedo que encabeza este posteo (gracias, hermana tercera), aquí no se propone que el amor puede sobrevivir al cuerpo; no existe tal cosa como “cenizas con sentido” y “polvo enamorado” (aunque pensándolo bien, eso depende de cómo se defina “polvo”, por supuesto). En “Come what may”, el amor, así de grande y valeroso como es, llega solo “hasta el día de mi muerte”.


Uno podría pensar que la muerte ganó de nuevo, como en casi todas las canciones de esta serie; pero no. No se siente así, al menos: durar hasta la muerte es el triunfo del amor. Y esta es, sin dudas, una canción victoriosa y alegre. Como dijo el filósofo: morir no quiero, pero estar muerto ya no me importa. Lo que sí importa es el mientras tanto, y ahí, para este amor no hay río demasiado ancho ni montaña demasiado alta. Mi llama navega por el agua fría, lo más pancha.

(Lo de la montaña es otra exageración, por supuesto: es poco probable escuchar cantar a nadie a capella a través del Río de la Plata o con el Aconcagua de por medio. Pero es que toda canción de amor que se precie tiene que mencionar una montaña o un río, es una tradición.)

El amor de esta canción dice que durará lo que la vida entera. Y cuando se corte la soga de seda y caigamos de la torre y venga la Parca que justo pasaba por ahí, no habrá arrepentimientos ni negociaciones. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Y chupate esa mandarina.

Paso ahora, antes de terminar, a mencionar el otro aspecto que hace que esta canción participe también de la otra serie: “Estás tan fuerte que ni te escucho”. Y es que quienes cantan son los dos protagonistas de la película, Ewan y Nicole. A mí, Nicole me gustaba más cuando tenía rulos y unos kilitos más, pero es innegable que está muy bien. Hice, por otro lado, la investigación de mercado entre mis hermanas y me confirmaron que Ewan está que se parte de bueno. De hecho, no hicieron sus respectivas carreras actorales cantando, y por suerte, no decidieron hacer carrera como cantantes. Sin embargo, en esta canción (y en la película entera) hacen un gran trabajo, cantan realmente bien. No tienen esas voces memorables de los grandes cantantes de la historia, pero la verdad, prendan MTV o cualquier canal que pase videoclips “del momento” y notarán que las “estrellas” musicales actuales tampoco tienen buena voz. La mayoría de las veces, tampoco saben componer, ni tienen el menor talento musical, ni se esfuerzan en adquirirlo. Y por cierto, tampoco saben actuar. Así que Nicole y Ewan no pasan vergüenza, para nada: ser lindos no les quita la decencia musical.








Come what may

Never knew I could feel like this
Like I´ve never seen the sky before
I want to vanish inside your kiss
Every day I love you more and more
Listen to my heart, can you hear it sings
Telling me to give you everything
Seasons may change, winter to spring
But I love you until the end of time

Come what may
Come what may
I will love you until my dying day

Suddenly the world seems such a perfect place
Suddenly it moves with such a perfect grace
Suddenly my life doesn´t seem such a waste
It all revolves around you.

And there´s no mountain too high
No river too wide
Sing out this song I´ll be there by your side
Storm clouds may gather
And stars may collide
But I love you until the end of time

Oh, come what may, come what may
I will love you, I will love you.
Suddenly the world seems such a perfect place

Come what may
Come what may
I will love you until my dying day

Venga lo que venga

Nunca pensé que podía sentirme así,
como si nunca antes hubiera visto el cielo.
Quiero desvanecerme dentro de tu beso,
cada día te amo más y más.
Escucha a mi corazón, ¿puedes oírlo cantar,
diciéndome que te lo dé todo?
Las estaciones pueden cambiar, invierno a primavera,
Pero te amaré hasta el final de los tiempos.

Venga lo que venga,
Venga lo que venga,
te amaré hasta el día de mi muerte.

De pronto el mundo parece un lugar tan perfecto,
de repente se mueve con una tan perfecta gracia,
de pronto mi vida no parece tan desperdiciada,
todo orbita a tu alrededor.

Y no hay montaña demasiado alta,
no hay río demasiado ancho:
canta esta canción y estaré a tu lado.
Las nubes de tormenta podrán reunirse
y las estrellas podrán chocar,
pero te amaré hasta el final del tiempo.

Oh, venga lo que venga, pase lo que pase
te amaré, te amaré.
De pronto el mundo parece un lugar tan perfecto.

Venga lo que venga,
pase lo que pase
te amare hasta el día de mi muerte.



Y hasta aquí llegó mi 2014. Que empiecen bien el veinte quince. Yo me ocuparé de iniciarlo durmiendo, lo que me garantizará la capacidad de siestear por todo el año. Y no habrá cuete demasiado fuerte ni brindis demasiado gritado como para despertarme. Polvo seré, mas polvo fatigado.

Hasta el año que viene,


DJ Vago

martes, 23 de diciembre de 2014

[104] Centro de Ayuda al Amante Suicida



“Contigo”, de Joaquín Sabina, en su álbum Yo, mi, me, contigo (1996)


Llegó con tres heridas:


la del amor,

la de la muerte,

la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.


("Llegó con tres heridas" Miguel Hernández)




Esta es la penúltima entrega de la serie “Elegí: amor o muerte”; y podría incluir muchas canciones más, si no me aburriera la perspectiva. 


Por un decir, muchos poemas de Miguel Hernández (algunos de ellos, musicalizados por mi tío Joan) exploran la cuestión de una forma estremecedora y enamorantemente fatal. Por ejemplo, en “La boca”:

He de volver a besarte,
he de volver. Hundo, caigo
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos y enamorados.
Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
Vida, Muerte, Amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.

O estas partes en “Hijo de la luz y de la sombra”:

Caudalosa mujer, en tu vientre me entierro,
tu caudaloso vientre será mi sepultura.
Si quemaran mis huesos con la llama del hierro
verían qué grabada llevo allí tu figura. (…)
Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
se besan los primeros pobladores del mundo.

Y ni hablar de “Elegía”. O de “El herido”, que compuso Miguel para el muro de un hospital de sangre; la segunda parte del poema la tomó mi tío como letra de la canción “Para la libertad”; pero la primera parte es memorable, emocionante y tremenda, con estrofas como estas:

La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo.
Y las heridas suenan, igual que caracolas,
cuando hay en las heridas celeridad de vuelo,
esencia de las olas.
(…)

Herido estoy, miradme: necesito más vidas.
La que contengo es poca para el gran cometido
de sangre que quisiera perder por las heridas.
Decid quién no fue herido.


Qué tendrá todo esto que ver con Sabina y la canción de hoy. Ya llego, no me apuren.

Quiero aclarar, antes de decir lo que diré, que a mí me gustan las canciones de Joaquín Sabina. No todas, pero sí cuatro o cinco de ellas (lo cual no es poco: hay montones de músicos o grupos de los cuales nos gusta una sola canción, una solita, y es suficiente para rescatarlos).

Lo que tiene Sabina es una gran homogeneidad en su propuesta: casi todas sus canciones son de amor, canyengues, irónicas, y en ellas él es un conocedor de la noche y sus excesos, y las mujeres son atrevidas, piolas y facilongas (cuando no directamente putas); y él es fácil también, por supuesto.

No es mi universo poético preferido, pero está todo bien. Ahora: resulta que Joaquín es gran amigo de Joan Manuel Serrat (no es mi tío en realidad, le digo así porque es un gran amigo de la familia, en especial de mi viejo Josep). Y un día, Joaquín y Joan decidieron hacer discos y giras juntos. Hasta acá, todo bien también: Joaquín admira mucho a Joan, obvia y declaradamente, y coincido.

Pero resulta que Serrat no tiene la misma onda que Sabina. Y Serrat tiene montones de canciones maravillosas (todas las del disco Miguel Hernández, solo por dar un ejemplo) que si las cantara en un recital con Sabina, no solo cortaría la onda festiva y de lumpenaje sentimental que impera por ahí, sino que además lo dejaría muy en evidencia, a Joaquín. Y Serrat no haría eso con un amigo. Así que para no dejarlo en posición adelantada, qué hace Joan: selecciona de su repertorio las canciones canyengues, irónicas y sentimentales que tiene (que las tiene, por cierto) y que están, frecuentemente, entre sus peores: “No hago otra cosa que pensar en ti”, “Hoy puede ser un gran día”, “Señora”, “Lucía”, etc. Y quedan afuera tantas preciosas canciones. Y por eso Serrat siempre parece menos de lo que es, cuando canta con Sabina; queda disminuido.

Estoy siendo injusto, por supuesto. Y exagerado. Porque igual cantan, Joaquín y Joan, canciones como “Cantares”, “Paraules de amor” y otras buenísimas. Así que retiro lo dicho, pero no lo borro porque me dio mucho trabajo escribirlo y me da fiaca volver a empezar este posteo. Desléanlo nomás, y sigan.


Ahora sí, voy “Contigo”.

Que no está, ni cerca, entre las canciones de Sabina que me gustan. Pero era la que mejor cuadraba para el tema de esta serie, y es sin dudas una de las más famosas (si no la más) canciones de él.

¿Vieron alguna vez esas máquinas que usan los tenistas para entrenar, esas que lanzan pelotas de tenis sin parar? Bueno, Sabina es una máquina de tirar metáforas. No para. Y lo hace bien. Por eso, frecuentemente sus canciones se estructuran a partir de un listado, en las estrofas o en el estribillo.

En este caso, la lista está en las estrofas: cada verso comienza con “yo no quiero”, y se va enumerando todas esas cosas que él no quiere; mientras que en el estribillo se dice lo que sí quiere.

Lo que no quiere es: el amor convencional, el “de todos los días”. El amor tranquilo. Y lanza una enorme cantidad de imágenes para representar ese “amor civilizado”, que él no quiere: acciones cotidianas, rutinas, rituales del compartir y de vivir en sociedad (escena del sofá, catorce de febrero, hacer las compras, empezar una dieta, cortarse el pelo, llegar a fin de mes… etcétera etcétera).

Lo que sí quiere es: un amor fatal y terminal, de matar y morir. Quiere que ella muera por él, él morir por ella, los dos morirses contigos. ¿Por qué? “Porque el amor, cuando no muere, mata; porque amores que matan nunca mueren”.

En las canciones de las semanas previas, Muerte era la gran rival de Amor. Aquí, en cambio, se presenta como una aliada: la muerte “valida” al amor, es la meta de los enamorados, es la que señala que el amor fue un amor trascendental, eterno. Amor es un asesino serial.


Suena muy lindo, sí, y todos prenden los encendedores mientras corean el estribillo; pero es una patraña. El amor NO ES las acciones cotidianas y los rituales del compartir, pero esa vida cotidiana es un hábitat favorable para que el amor habite. Porque lo que necesita, lo que quiere un enamorado es tiempo, tiempo junto a su amada/amado. No necesita guerras, privaciones ni tormentas ni desgracias alrededor para sazonar lo que siente: su amor le basta y sobra. Lo que menos quiere, un enamorado de verdad, es morir y/o matar a su amor. Quiere vivir. Porque la muerte será muchas cosas, pero no es glamorosa ni bella ni amorosa: es muerte nomás. Sabina cree que “Romeo y Julieta” son lo más porque se mataron; yo creo que es por lo que se dijeron antes.

Podrían ustedes retrucar, ya los escucho: cuando Sabina dice “matar y morir” es una imagen también, una forma de referirse a un amor no convencional, tormentoso, feroz. Ponele que sí. Pero es que eso, para mí, eso no es amor, es un "como si". Así como el reguetón no es música, por más discos de platino que coseche.

O tal vez es que me da demasiada fiaca, eso del amor tormentoso. Suena a mucho trabajo.

En todo caso, Sabina se merecía entrar a este blog, y aquí va “Contigo”, aunque más adelante probablemente le haga justicia con alguna canción de él que me guste (como “Y sin embargo”, “Ahora que”, “19 días y 500 noches” o alguna otra).

En el clip, Joaquín canta a dúo con Olga Román, cantante española de muy bella voz.




Contigo
Yo no quiero un amor civilizado
con recibo y escena del sofá.
Yo no quiero que viajes al pasado
y vuelvas del mercado
con ganas de llorar.
Yo no quiero vecinas con pucheros;
yo no quiero sembrar ni compartir;
yo no quiero catorce de febrero
ni cumpleaños feliz.
Yo no quiero cargar con tus maletas;
yo no quiero que elijas mi champú;
yo no quiero mudarme de planeta,
cortarme la coleta,
brindar a tu salud.


Yo no quiero domingos por la tarde;
yo no quiero columpio en el jardin;
lo que yo quiero, corazón cobarde,
es que mueras por mí.

Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren.

Yo no quiero juntar para mañana,
no me pidas llegar a fin de mes;
yo no quiero comerme una manzana
dos veces por semana
sin ganas de comer.
Yo no quiero calor de invernadero;
yo no quiero besar tu cicatriz;
yo no quiero París con aguacero
ni Venecia sin ti.
No me esperes a las doce en el juzgado;
no me digas “volvamos a empezar”;
yo no quiero ni libre ni ocupado,
ni carne ni pecado,
ni orgullo ni piedad.
Yo no quiero saber por qué lo hiciste;
yo no quiero contigo ni sin ti;
lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes,
es que mueras por mí.

Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren.


La semana que viene termina esta serie y, simultáneamente, comienza la siguiente, dedicada a otro espinoso tema: la relación entre la música contemporánea y la belleza física.

Me despido de ustedes hasta la muerte o hasta el martes próximo (lo que suceda primero):



DJ Vago

martes, 16 de diciembre de 2014

[103] Volvé a las 9 hija, o sos boleta

“Una rosa en abril”, tradicional anónimo inglés, por Kate Rusby (1997)



Nunca lo aclaré, pero supongo que ya se dieron cuenta de que esta temporada cambié los lunes por los martes. Es que empecé un martes, y después ya no pude recuperar ese día de retraso: seis jornadas no es suficiente para recuperar la fuerza de no-trabajo que me permite degenerar mi minusvalía semanal. Así que martes será, de aquí hasta que (yo) dure.

Como tercera entrega de la serie “Elegí: amor o muerte”, presento aquí una canción inglesa muy antigua, “A Rose in April” (una rosa en abril, o si prefieren, una rosa de abril), en la versión de Kate Rusby, una genial cantante folk británica, que volverá a aparecer en este blog dentro de pocos meses, dueña de una voz hermosa y de un repertorio notable.


Este es el momento exacto de emprenderla con esta canción, porque conecta y dialoga con el “Romance del enamorado y la muerte”, que presentamos (mi pereza y yo) la semana pasada. En el romance, si recuerdan, la muerte ganaba claramente la partida, a pesar de que el enamorado hacía todo lo posible (según él) para escapar de su destino. La muerte le daba una hora, y se le pasó volando. Literalmente, volando: se le cumplió la hora mientras practicaba el bungee jumping, y como era la Edad Media y la disciplina estaba recién comenzando, no se les había ocurrido aún que convenía usar una soga resistente. Chau enamorado, entonces. Como vimos, en cierta forma él se lo buscó.

Lo que pasa en el tema elegido hoy tiene ciertos puntos en contacto, pero también importantes diferencias. Comenzando porque la protagonista es ella, no él. No sabemos el nombre de ella, aunque podemos llamarla Rosa. Es joven, aunque no tan joven como quisiera: dice que fue una rosa primaveral pero ya no lo es, y teme que si no concreta con su amado, se le pase el cuarto de hora y quede para vestir santos, pues “ya no florecerá más”:

Por eso de entrada, en la primera estrofa, le pide permiso a la mamá para que la deje ir junto a su amado. Sí, ella vive con los padres. Hoy en día eso es opcional, pero hace unos cuantos siglos no había otra: la única forma honorable de salir de la casa paterna, para una chica, era casada, o de camino para el convento.

Oh, ¿puedo ir junto a mi amado?
Oh, déjame ir este día,
por favor déjame ir junto a mi amado,
oh madre, no hagas que me quede.
Fui una rosa en abril
y sigo una rosa en junio,
temo que cuando llegue el invierno
ya no floreceré más.


Rosa, sin embargo, no quiere ir a ningún convento: quiere ir a lo de su amado. Sola. Y ya mismo. O sea: para el Renacimiento es una heroína, pero para la Edad Media es una loca dispuesta a todo para tirar la chancleta. Y como esta canción está a mitad de camino de ambas épocas, lo dejo a vuestro criterio.
En la segunda estrofa contesta mamá. La madre le dice a Rosa que no, que de ninguna manera se puede ir (lo prohibió el padre, y ya sabemos qué terminante es él cuando prohíbe algo). Intenta levantarle el ánimo: por supuesto que no se te va a venir encima la noche del invierno, nena, qué cosas decís. Si sos divina, ni siquiera se nota que ya estás medio vieja.

Hija, hija, no puedes ir,
oh, no puedes ir este día.
Tu padre te lo prohibió,
Debes quedarte en casa.
Fuiste una rosa en abril
y aún una rosa en junio,
pero Dios puede enviar cinco inviernos
y sé que mi rosa florecerá.

En la tercera estrofa, Rosa contesta y termina la discusión: me voy y me voy, junto a mi amor verdadero. Eso de “amor verdadero” (true love), si recuerdan mis notas sobre “Scarborough fair” (posteo 45), no se refiere tanto a “mi único amor” o al “amor de mi vida”, sino más bien es una forma de decir “mi amante”: un amor verdadero es un amor de verdad, tangible (tocable y tocador), opuesto a los pretendientes “de mentirita” del amor cortés. La nena está desesperada, entonces, y toma un caballo blanco (de pureza) y lo monta a todo galope hacia la casa del amado, donde espera continuar con el ejercicio.

Madre, madre, debo alejarme
junto a mi amor verdadero.
Tráeme mi caballo blanco
y cabalgaré hacia él.
Ella viajó por campos de cebada
Y cruzó campos de maíz,
llegó hasta su amor verdadero
una hora antes del anochecer.



Fíjense que llega “una hora antes del anochecer”: al igual que en el romance de la semana pasada, aquí hay un plazo acotado también: sesenta minutos separan la vida (y el amor, y la luz) de la oscuridad y la muerte.
En la cuarta y penúltima estrofa, el padre se levanta de su siesta y se pudre todo. Pregunta dónde está la hija, y la esposa le confiesa que la nena, a pesar de su consejo, se escapó (“voló”). Él, como quien agarra las llaves o el celular, toma una daga, y comienza a cabalgar hacia lo de ese infeliz (el novio de Rosita). Cruza los mismos campos, aunque imagino que en un caballo convenientemente negro, y llega al lugar exactamente una hora (tictactictac) después que su hija: justo cuando cae el anochecer.

Su padre, al despertarse
escuchó del escape de su hija.
tomó su daga
Y cabalgó hacia la noche.
Viajó por campos de cebada
Y aceleró por campos de maíz.
Llegó hasta la casa del amor verdadero
justo antes del anochecer.

¿Por qué se pone tan loco, el padre? Hoy en día no tendría sentido, reaccionar así porque la hija (ya mayor de edad) se fue para lo del novio (padres: no intenten esto en sus casas). Pero esta canción es claramente de una época donde una acción individual de este tipo, por parte de una mujer, es considerada una mancha indeleborrable en la honra y la reputación de toda la familia. “No podés hacernos esto”, pensaría el padre, furioso, mientras apuraba al caballo.

La última estrofa es bastante previsible. Al menos, en cuanto a la resolución del conflicto: cuando el padre llega a la cabaña, la hija ya hizo todo lo que quería hacer y está durmiendo, lo más pancha, en los brazos de su amante (“her true  lover”). El padre, sin demorarse en decir buenas tardes, los apuñala a los dos. Esto muestra, sin duda, un rigor admirable a la hora de aplicar el toque de queda; le faltó decir: “ahí tenés, pa que aprendás a llegar tarde a casa”. Lo que se dice un viejo estricto.

Halló a su hija durmiendo
en los brazos de su amante.
Empuñó su daga
y la hundió en sus corazones.

Si esta canción fuera puramente medieval, hasta aquí llegaría el asunto; pero nos queda media estrofa aún, y es suficiente para dar vuelta la taba; en los cuatro versos que quedan toma la palabra Rosa, ¡después de muerta! Y le habla al padre asesino:

Oh, padre, cruel padre,
Mataste a mi amor, me mataste,
pero ahora descanso a su lado,
envuelta en sus brazos estaré,
envuelta en sus brazos estaré.

O sea: me mataste, pero la muerte (a diferencia de lo que pasaba en el “Romance del enamorado”) no es el final de la historia. Mi amante y yo morimos, pero ahora descansaré junto a él para siempre, envuelta en sus brazos. Es decir: ahora seré siempre una rosa en abril, nunca seré una rosa del invierno. Seré ceniza, mas tendré sentido (como diría Pancho Quevedo).

No alcanza para que la canción sea alegre, pero sí para que Amor meta un postrero gol y rescate, en el último minuto, un empate con sabor a victoria: Amor 2 - Muerte 2.

La revancha se juega aquí mismo la semana que viene, ya de regreso en la música contemporánea.

https://www.youtube.com/watch?v=FYClOgRyvLs


A Rose in April

Oh can I go to my love's side
Oh let me go this day,
Please let me go to my love's side,
Oh mother, don't make me stay.
I was a rose in April
And still a rose in June
I fear that come the winter,
I shall no longer bloom.

Daughter, daughter you cannot go,
Oh you cannot go this day.
Your father, he forbade you,
And at home you must remain.
You were a rose in April,
And still a rose in June,
But God can send five winters
And I know my rose will bloom

Mother, mother, I must away
Unto my true love's side.
Bring to me my white horse,
And away to him I'll ride
She's rode through fields of barley,
And she's rode throught fields of corn,
She's come unto her true love
One hour before the dawn.

Her father, being awakened,
Heard of his daughter's flight.
He's taken up his dagger
And he's rode into the night.
He's rode through fields of barley
And he's sped through fields of corn.
He's come unto her true love's house
Just before the dawn.

He's found his daughter sleeping
in her true lover's arms.
He's taken up his dagger
And it's deep into their hearts.
Oh father, cruel father,
You've killed my love, killed me,
But now I'll rest beside him,
Locked in his arms I'll be,
Locked in his arms I'll be.
Una rosa en abril

Oh, ¿puedo ir junto a mi amado?
Oh, déjame ir este día,
por favor déjame ir junto a mi amado,
oh madre, no hagas que me quede.
Fui una rosa en abril
y sigo una rosa en junio,
temo que cuando llegue el invierno
ya no floreceré más.

Hija, hija, no puedes ir,
oh, no puedes ir este día.
Tu padre te lo prohibió,
Debes quedarte en casa.
Fuiste una rosa en abril
y aún una rosa en junio,
pero Dios puede enviar cinco inviernos
y sé que mi rosa florecerá.

Madre, madre, debo alejarme
junto a mi amor verdadero.
Tráeme mi caballo blanco
y cabalgaré hacia él.
Ella viajó por campos de cebada
Y cruzó campos de maíz,
llegó hasta su amor verdadero
una hora antes del anochecer.

Su padre, al despertarse
escuchó del vuelo de su hija.
tomó su daga
Y cabalgó hacia la noche.
Viajó por campos de cebada
Y aceleró por campos de maíz.
Llegó hasta la casa del amor verdadero
justo antes del anochecer.

Halló a su hija durmiendo
en los brazos de su amante.
Empuñó su daga
y la hundió en sus corazones.
Oh, padre, cruel padre,
Mataste a mi amor, me mataste,
pero ahora descanso a su lado,
envuelta en sus brazos estaré,
envuelta en sus brazos estaré.


Con los minutos contados y cruzando los campos de cebada, se despide hasta el próximo martes:


DJ Vago

martes, 9 de diciembre de 2014

[102] Habiendo escalera


“Romance del enamorado y la muerte”, anónimo español del siglo XIV, por Víctor Jara y por Joaquín Díaz


A Silvia Calero.

Como segunda entrega de la serie “Elegí: amor o muerte”, y para no desbarrancar por la pendiente de la popularidad y los ritmos pegadizos, regreso a una de mis áreas de confortable expertise y les presento aquí un tema medieval anónimo. “El enamorado y la muerte” es un texto español del siglo XIV, y es un romance (lo que no significa que sea romántico, sino que está compuesto por una seguidilla de versos octosílabos, y que narra una historia).


Lo que es medieval es, sin embargo, la letra. La música es moderna. Hubo varias musicalizaciones de este romance, pero las más famosas son dos:

-          - La de Víctor Jara, el gran cantautor chileno asesinado por la dictadura de Pinochet en 1973. 

      - La del gran investigador y músico español (especializado en música medieval) Joaquín Díaz (ya lo presenté, en el blog, interpretando “Chapirón de la reina”, posteo 64).


Las dos versiones son muy bellas, y podrán escuchar ambas a continuación. A mí me gusta un poquito más la de Joaquín Díaz, porque está hecha con una onda medieval que le cae muy bien al texo (de hecho, Joaquín lanzó esta musicalización como si fuera medieval y anónima, y solo veinte años después confesó que había sido él el compositor). La de Víctor, sin embargo, es la más difundida y versionada: fue cantada por grandes de la música latinoamericana como Leda Valladares, María Elena Walsh, Sandro y muchos otros.
La historia que cuenta este romance es una muy lograda variante de un tema de moda en la Antigüedad y la Edad Media: la imposibilidad de escapar de la muerte. Y no solo no podemos escapar de ella, sino que ni siquiera podemos decidir cuándo nos llevará: el momento en que vamos a morir está escrito de antemano, firmado y sellado ante Escribano, y vano será cualquier intento de cambiar ese mortal destino.
Al respecto, hay un famoso y breve cuento de tradición sufí, con numerosas versiones a lo largo de siglos, que hizo famoso Jean Cocteau con el título “El gesto de la muerte”, que es más o menos así:

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
—¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche quisiera estar lo más lejos posible de aquí, en Samarcanda.

El bondadoso príncipe le presta su mejor caballo, el único capaz de recorrer tan larga distancia en una sola jornada. Por la tarde, el príncipe ve pasar casualmente a la Muerte por la calle y le pregunta:
—¿Por qué hiciste a mi jardinero una mueca amenazante?
—No fue un gesto de amenaza —le responde—, sino de sorpresa. Me sorprendió verlo tan lejos de Samarcanda, donde debo encontrarme con él esta misma noche.

¡Chan! O sea que el infeliz del jardinero, mientras creía que era muy piola y que se estaba escapando de su destino, en realidad estaba haciendo todo lo contrario: estaba yendo al encuentro de la muerte.
La moraleja, claramente, es: “Si ves que la Muerte te hace un gesto raro, no lo interpretes por tu cuenta, preguntale qué onda”.

En nuestro romance de hoy pasa algo parecido. La situación inicial es un episodio policial: en una habitación herméticamente cerrada por dentro, al enamorado se le aparece la novia. El chabón, a pesar de estar encantado por la visita, se siente muy sorprendido.

—¿Por dónde has entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.

Pero el misterio dura poco, porque la chica revela que no es la novia, sino la mismísima Muerte.

—No soy el amor, amante:
la Muerte que Dios te envía.

El enamorado se da cuenta de que había estado abrazando (y tal vez manoseando un poco) a la Muerte en vez de a su amada (este episodio no se lo contará después a la novia, porque a ninguna chica le agrada que la confundan con la Parca, por más pálida que sea).

Y entonces le pide a la Muerte que le conceda un día más antes de llevarlo. La muerte no le da el día, pero tal vez un poco ablandada por los abrazos previos, sí acepta concederle una hora más de vida.

El amado piensa en apelar, pero no tiene tiempo. A partir de ahora, los sucesos del poema se vuelven vertiginosos, y podrían bien presentarse, si al enamorado lo interpretara Kiefer Sutherland, como un capítulo de la serie “24”: “Lo siguiente sucede entre las 2:00 y las 3:00 del día jueves 17 de marzo de 1329”.

El enamorado se levanta y se viste, como dirían los bardos provenzales, a los pedos, y sale corriendo (ya no pasaban carretas ni colectivos a esa hora de la madrugada) para la casa de su noviecita. ¿Por qué hace eso? Muy fácil: porque, como nos adelantó el título, él está enamorado, y quiere ver a la amada antes de morir.
Bueno, en realidad no quiere solamente verla; quiere más bien estar con ella (es decir: yacer con ella; es decir: coger, bah). ¿Cómo me doy cuenta? Porque le pide a ella que le abra la puerta. Y esa imagen, abrir la puerta, es, desde siempre y hasta nuestros días, una forma sutil de decir: cojamos.

(Digresión: tengo preparada, para algún momento de este año, toda una serie dedicada a canciones con puertas (y alguna ventana) que se abren y se cierran, y esta canción, si no estuviera aquí, estaría allá.)

Si recuerdan el tema de la semana pasada, Gilda dice: “después de cerrar la puerta / nuestra cama espera abierta / la locura apasionada del amor”. La puerta se cerró, lo que significa que el amante ya no está, que ya nunca estarán físicamente juntos. Como expuse en una de mis tesis de doctorado, cada vez que se menciona una puerta o una ventana en una canción, se está hablando, directa o indirectamente, de sexo. No me fue bien, con mi tesis, pero ahí la tengo todavía, bajo la pata corta de la mesita de luz.

Vuelvo al romance. Él le pide a la novia que le abra la puerta, así pueden estar juntos. En lo frenético del romance, no queda claro si la puerta es blanca, o si lo blanco es ella, la muchacha (lo que explicaría, en parte, por qué el enamorado había pensado que esa “señora tan blanca” que se le apareció en su cuarto era la novia).  

—¡Ábreme la puerta blanca,
ábreme la puerta, niña!

La llama “niña”, lo que indica que es una piba jovencita, y por lo tanto, que los padres, para salvaguardar su honra, no la dejan encontrarse a solas con su enamorado (y lo bien que hacen). Los padres están en la casa, y por eso ella no le puede abrir la puerta. Esto demuestra, indirectamente, cuáles son las intenciones del enamorado: si él solo quisiera verla, no importaría que el padre y la madre estuvieran dentro de la casa; por el contrario, la presencia de los padres sería un excelente motivo para dejar “entrar adentro” al enamorado , pues servirían como chaperones. Pero lo que quiere hacer el enamorado con ella no es conveniente hacerlo en presencia de los padres. Y ella, la novia, lo sabe:

—¿Cómo te podré yo abrir
si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio,
mi madre no está dormida.

Pero él la convence rápidamente (el tiempo apremia, tictactictac), diciéndole: es ahora o nunca. Me quedan pocos minutos, y sos la única que puede salvarme, que puede transformar mi presagio de muerte en una vida nueva. Tu amor servirá como antídoto, para que yo pueda escaparle a la muerte (esto último no lo dice, pero lo piensa).

—Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando,
junto a ti, vida sería.

Ella no es muy difícil de convencer, se ve (tal vez el enamorado pensó en ese momento, desencantado: “si sabía que era tan fácil, te hubiera dicho este verso hace meses”). Le dice que no puede abrirle la puerta de la casa, pero sí puede darle acceso a la ventana de su habitación… que está en la terraza, bien bien alto. Para subir hasta allí (“subir arriba”, dice ella, lo cual en la Edad Media no es redundante, sino cool), la jovencita le pasará una cuerda de seda (es lo que hay) a la que añadirá, faltándole longitud, sus propias largas trenzas, al estilo Rapunzel:

—Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía;
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare,
mis trenzas añadiría.

Todo parece destinado al final feliz, pero el encuentro no se concreta. En cuatro fugaces versos, todos los planes y anhelos del enamorado se trastocan, y su destino, implacable, se cumple.

La fina seda se rompe.
La Muerte, que allí venía:
—Vamos, el enamorado,
que la hora ya está cumplida.

Este final nos deja, al igual que en el cuento “El gesto de la Muerte”, la duda de si las mismas acciones del enamorado no fueron las que ocasionaron su muerte, mientras intentaba escapar de su destino. ¿Hubiera muerto igual, si se pasaba la hora mirando la tele, en lugar de creerle a su sueño premonitorio e intentar subir a una torre altísima por un cordoncito de seda atado con unas trenzas? En la Edad Media contestarían sin dudarlo: sí, hubiera muerto igual. Nosotros, hoy en día, podemos permitirnos dudarlo. Así como podemos permitirnos dudar si realmente la Muerte se le apareció al comienzo, en esos primeros versos. Tal vez esa primera Muerte Blanca fue solamente un sueño, y la Muerte real, que lo encuentra por primera vez cuando él cae desde las alturas, tiene una cara muy distinta. “La hora ya está cumplida” puede ser la hora de plazo que le dieron al enamorado en el comienzo del poema (tictactictac), pero tal vez le dice, simplemente, que le llegó la hora de morir.


El resultado, en todo caso, no varía: Muerte 1 - Amor 0, al menos en este romance.

Pero no se desanimen: la semana que viene habrá, seguramente, revancha.

Va aquí la versión de Joaquín Díaz, todo un galán, con esa trajecito ocre, esa hermosa cabellera pelirroja y esos sexys anteojos culobotellescos:

https://www.youtube.com/watch?v=-JaZdAwcRRE


Y por Víctor Jara, a quien tan joven se lo llevaron y tanto se lo extraña desde entonces (pongo el link cantado por Víctor, y la pantallita de la misma versión cantada por María Elena Walsh y Leda Valladares):

https://www.youtube.com/watch?v=NK3SZsvczbM




Y acá va la letra completa del romance (la versión de Joaquín tiene un comienzo distinto, sin “soñito”, pero en líneas generales, todas las versiones son bastante parecidas).

Romance del enamorado y la muerte
Un sueño soñaba anoche,
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores
que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca
muy más que la nieve fría.
—¿Por dónde has entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.
—No soy el amor, amante:
la Muerte que Dios te envía.
—¡Ay, Muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
—Un día no puedo darte:
una hora tienes de vida.
Muy de prisa se calzaba,
más de prisa se vestía;
ya se va para la calle
en donde su amor vivía.
—¡Ábreme la puerta blanca,
ábreme la puerta, niña!
—¿Cómo te podré yo abrir
si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio,
mi madre no está dormida.
—Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando,
junto a ti, vida sería.
—Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía;
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare,
mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe;
la Muerte que allí venía:
—Vamos, el enamorado,
que la hora ya está cumplida.


Y eso es todo por esta semana, mi hora ya está cumplida. Y no hagan muecas, porque me asusto.


DJ Vago