“Romance del enamorado y la muerte”, anónimo español del siglo XIV, por Víctor Jara y por Joaquín Díaz
A Silvia Calero.
Como segunda entrega de la serie “Elegí: amor o muerte”, y
para no desbarrancar por la pendiente de la popularidad y los ritmos pegadizos,
regreso a una de mis áreas de confortable expertise
y les presento aquí un tema medieval anónimo. “El enamorado y la muerte” es un texto español del siglo XIV, y es un romance (lo que no significa que sea
romántico, sino que está compuesto por una seguidilla de versos octosílabos, y
que narra una historia).
Lo que es medieval es, sin embargo, la letra. La música es
moderna. Hubo varias musicalizaciones de este romance, pero las más famosas son
dos:
- - La de Víctor Jara, el gran cantautor chileno
asesinado por la dictadura de Pinochet en 1973.
- La del gran investigador y músico español (especializado
en música medieval) Joaquín Díaz (ya lo presenté, en el blog, interpretando “Chapirón
de la reina”, posteo 64).
Las dos versiones son muy bellas, y podrán escuchar ambas a
continuación. A mí me gusta un poquito más la de Joaquín Díaz, porque está
hecha con una onda medieval que le cae muy bien al texo (de hecho, Joaquín
lanzó esta musicalización como si fuera medieval y anónima, y solo veinte años después
confesó que había sido él el compositor). La de Víctor, sin embargo, es la más difundida
y versionada: fue cantada por grandes de la música latinoamericana como Leda
Valladares, María Elena Walsh, Sandro y muchos otros.
La historia que cuenta este romance es una muy lograda
variante de un tema de moda en la Antigüedad y la Edad Media: la imposibilidad
de escapar de la muerte. Y no solo no podemos escapar de ella, sino que ni
siquiera podemos decidir cuándo nos llevará: el momento en que vamos a morir
está escrito de antemano, firmado y sellado ante Escribano, y vano será
cualquier intento de cambiar ese mortal destino.
Al respecto, hay un famoso y breve cuento de tradición sufí,
con numerosas versiones a lo largo de siglos, que hizo famoso Jean Cocteau con
el título “El gesto de la muerte”, que es más o menos así:
Un joven jardinero
persa dice a su príncipe:
—¡Sálvame! Encontré a
la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche quisiera estar
lo más lejos posible de aquí, en Samarcanda.
El bondadoso príncipe
le presta su mejor caballo, el único capaz de recorrer tan larga distancia en
una sola jornada. Por la tarde, el príncipe ve pasar casualmente a la Muerte por
la calle y le pregunta:
—¿Por qué hiciste a mi
jardinero una mueca amenazante?
—No fue un gesto de
amenaza —le responde—, sino de sorpresa. Me sorprendió verlo tan lejos de Samarcanda,
donde debo encontrarme con él esta misma noche.
¡Chan! O sea que el infeliz del jardinero, mientras creía
que era muy piola y que se estaba escapando de su destino, en realidad estaba
haciendo todo lo contrario: estaba yendo al encuentro de la muerte.
La moraleja, claramente, es: “Si ves que la Muerte te hace
un gesto raro, no lo interpretes por tu cuenta, preguntale qué onda”.
En nuestro romance de hoy pasa algo parecido. La situación
inicial es un episodio policial: en una habitación herméticamente cerrada por
dentro, al enamorado se le aparece la novia. El chabón, a pesar de estar
encantado por la visita, se siente muy sorprendido.
—¿Por dónde has
entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi
vida?
Las puertas están
cerradas,
ventanas y celosías.
Pero el misterio dura poco, porque la chica revela que no es
la novia, sino la mismísima Muerte.
—No soy el amor,
amante:
la Muerte que Dios te
envía.
El enamorado se da cuenta de que había estado abrazando (y
tal vez manoseando un poco) a la Muerte en vez de a su amada (este episodio no
se lo contará después a la novia, porque a ninguna chica le agrada que la
confundan con la Parca, por más pálida que sea).
Y entonces le pide a la Muerte que le conceda un día más
antes de llevarlo. La muerte no le da el día, pero tal vez un poco ablandada
por los abrazos previos, sí acepta concederle una hora más de vida.
El amado piensa en apelar, pero no tiene tiempo. A partir de
ahora, los sucesos del poema se vuelven vertiginosos, y podrían bien
presentarse, si al enamorado lo interpretara Kiefer Sutherland, como un
capítulo de la serie “24”: “Lo siguiente sucede entre las 2:00 y las 3:00 del
día jueves 17 de marzo de 1329”.
El enamorado se levanta y se viste, como dirían los bardos provenzales,
a los pedos, y sale corriendo (ya no pasaban carretas ni colectivos a esa hora
de la madrugada) para la casa de su noviecita. ¿Por qué hace eso? Muy fácil:
porque, como nos adelantó el título, él está enamorado, y quiere ver a la amada
antes de morir.
Bueno, en realidad no quiere solamente verla; quiere más bien estar
con ella (es decir: yacer con ella;
es decir: coger, bah). ¿Cómo me doy
cuenta? Porque le pide a ella que le abra
la puerta. Y esa imagen, abrir la puerta, es, desde siempre y hasta
nuestros días, una forma sutil de decir: cojamos.
(Digresión: tengo preparada, para algún momento de este año,
toda una serie dedicada a canciones con puertas (y alguna ventana) que se abren
y se cierran, y esta canción, si no estuviera aquí, estaría allá.)
Si recuerdan el tema de la semana pasada, Gilda dice: “después
de cerrar la puerta / nuestra cama espera abierta / la locura apasionada del
amor”. La puerta se cerró, lo que significa que el amante ya no está, que ya
nunca estarán físicamente juntos. Como expuse en una de mis tesis de doctorado,
cada vez que se menciona una puerta o una ventana en una canción, se está
hablando, directa o indirectamente, de sexo. No me fue bien, con mi tesis, pero
ahí la tengo todavía, bajo la pata corta de la mesita de luz.
Vuelvo al romance. Él le pide a la novia que le abra la puerta,
así pueden estar juntos. En lo frenético del romance, no queda claro si la
puerta es blanca, o si lo blanco es ella, la muchacha (lo que explicaría, en
parte, por qué el enamorado había pensado que esa “señora tan blanca” que se le
apareció en su cuarto era la novia).
—¡Ábreme la puerta
blanca,
ábreme la puerta,
niña!
La llama “niña”, lo que indica que es una piba jovencita, y
por lo tanto, que los padres, para salvaguardar su honra, no la dejan
encontrarse a solas con su enamorado (y lo bien que hacen). Los padres están en
la casa, y por eso ella no le puede abrir la puerta. Esto demuestra,
indirectamente, cuáles son las intenciones del enamorado: si él solo quisiera
verla, no importaría que el padre y la madre estuvieran dentro de la casa; por
el contrario, la presencia de los padres sería un excelente motivo para dejar “entrar
adentro” al enamorado , pues servirían como chaperones. Pero lo que quiere
hacer el enamorado con ella no es conveniente hacerlo en presencia de los
padres. Y ella, la novia, lo sabe:
—¿Cómo te podré yo
abrir
si la ocasión no es
venida?
Mi padre no fue al
palacio,
mi madre no está
dormida.
Pero él la convence rápidamente (el tiempo apremia,
tictactictac), diciéndole: es ahora o nunca. Me quedan pocos minutos, y sos la
única que puede salvarme, que puede transformar mi presagio de muerte en una
vida nueva. Tu amor servirá como antídoto, para que yo pueda escaparle a la
muerte (esto último no lo dice, pero lo piensa).
—Si no me abres esta
noche,
ya no me abrirás,
querida;
la Muerte me está
buscando,
junto a ti, vida
sería.
Ella no es muy difícil de convencer, se ve (tal vez el
enamorado pensó en ese momento, desencantado: “si sabía que era tan fácil, te
hubiera dicho este verso hace meses”). Le dice que no puede abrirle la puerta
de la casa, pero sí puede darle acceso a la ventana de su habitación… que está
en la terraza, bien bien alto. Para subir hasta allí (“subir arriba”, dice
ella, lo cual en la Edad Media no es redundante, sino cool), la jovencita le pasará una cuerda de seda (es lo que hay) a
la que añadirá, faltándole longitud, sus propias largas trenzas, al estilo
Rapunzel:
—Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía;
te echaré cordón de
seda
para que subas arriba,
y si el cordón no
alcanzare,
mis trenzas añadiría.
Todo parece destinado al final feliz, pero el encuentro no
se concreta. En cuatro fugaces versos, todos los planes y anhelos del enamorado
se trastocan, y su destino, implacable, se cumple.
La fina seda se rompe.
La Muerte, que allí
venía:
—Vamos, el enamorado,
que la hora ya está
cumplida.
Este final nos deja, al igual que en el cuento “El gesto de
la Muerte”, la duda de si las mismas acciones del enamorado no fueron las que
ocasionaron su muerte, mientras intentaba escapar de su destino. ¿Hubiera
muerto igual, si se pasaba la hora mirando la tele, en lugar de creerle a su sueño
premonitorio e intentar subir a una torre altísima por un cordoncito de seda
atado con unas trenzas? En la Edad Media contestarían sin dudarlo: sí, hubiera
muerto igual. Nosotros, hoy en día, podemos permitirnos dudarlo. Así como
podemos permitirnos dudar si realmente la Muerte se le apareció al comienzo, en
esos primeros versos. Tal vez esa primera Muerte Blanca fue solamente un sueño,
y la Muerte real, que lo encuentra por primera vez cuando él cae desde las
alturas, tiene una cara muy distinta. “La hora ya está cumplida” puede ser la
hora de plazo que le dieron al enamorado en el comienzo del poema
(tictactictac), pero tal vez le dice, simplemente, que le llegó la hora de
morir.
El resultado, en todo caso, no varía: Muerte 1 - Amor 0, al
menos en este romance.
Pero no se desanimen: la semana que viene habrá,
seguramente, revancha.
Va aquí la versión de Joaquín Díaz, todo un galán, con esa trajecito ocre, esa hermosa
cabellera pelirroja y esos sexys anteojos culobotellescos:
https://www.youtube.com/watch?v=-JaZdAwcRRE
Y por Víctor Jara, a quien tan joven se lo llevaron y tanto
se lo extraña desde entonces (pongo el link cantado por Víctor, y la pantallita de la misma versión cantada por María Elena Walsh y Leda Valladares):
https://www.youtube.com/watch?v=NK3SZsvczbM
Y acá va la letra completa del romance (la versión de
Joaquín tiene un comienzo distinto, sin “soñito”, pero en líneas generales,
todas las versiones son bastante parecidas).
Romance del enamorado
y la muerte
Un sueño soñaba
anoche,
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores
que en mis brazos los
tenía.
Vi entrar señora tan
blanca
muy más que la nieve
fría.
—¿Por dónde has
entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi
vida?
Las puertas están
cerradas,
ventanas y celosías.
—No soy el amor,
amante:
la Muerte que Dios te
envía.
—¡Ay, Muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
—Un día no puedo darte:
una hora tienes de
vida.
Muy de prisa se
calzaba,
más de prisa se
vestía;
ya se va para la calle
en donde su amor
vivía.
—¡Ábreme la puerta
blanca,
ábreme la puerta,
niña!
—¿Cómo te podré yo
abrir
si la ocasión no es
venida?
Mi padre no fue al
palacio,
mi madre no está
dormida.
—Si no me abres esta
noche,
ya no me abrirás,
querida;
la Muerte me está
buscando,
junto a ti, vida
sería.
—Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía;
te echaré cordón de
seda
para que subas arriba,
y si el cordón no
alcanzare,
mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe;
la Muerte que allí
venía:
—Vamos, el enamorado,
que la hora ya está
cumplida.
Y eso es todo por esta semana, mi hora ya está cumplida. Y no
hagan muecas, porque me asusto.
DJ Vago
Solo esto "es un romance (lo que no significa que sea romántico, sino que está compuesto por una seguidilla de versos octosílabos, y que narra una historia)" amerita ya tener en cuenta esta entrada para trabajar romance con mis estudiantes. Y el análisis que lo continúa, ni te cuento... ¡Excelente, Dj! Siga así de vago que viene bárbaro!!!
ResponderEliminarChagracias, profesora. Si hubiera imaginado tal uso educativo para mi posteo, probablemente habría eliminado las malas palabras...
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