solo un tema por semana,
y con que le guste al diyei alcanza

martes, 26 de mayo de 2015

[125] Última ficha al azar


“Ruleta”, de Los Piojos, en su álbum Verde paisaje del infierno (2000)



Hablando de suerte: sobreviví a mi post de Spinetta. Estoy de racha.


Ya vamos por la cuarta entrega de esta serie de rock nacional (argentino), y hoy probaremos suerte con una canción de Los Piojos, banda liderada por Ciro (Andrés Ciro Martínez) y ya disuelta hace unos años (Ciro, en un acto de retribución histórica, está ahora con Los Persas).

Los Piojos, sin ser grandes favoritos en mi Winco, es una banda cuyos temas siempre tienen algo que me resulta interesante: a veces un riff, a veces una melodía, o una imagen, o una vuelta de tuerca en la letra…



Aquí, en “Ruleta”, con una idea sencilla para la música y otra idea sencilla para la letra, logran hacer un tema que me gusta mucho. Me gustan mucho más las estrofas que el estribillo, a decir verdad: es como si en el estribillo se les hubiera cortado la racha y hubieran tirado su última ficha al paño, cayera donde cayera, esperando un golpe de suerte.

La idea que propone la canción no es nada novedosa: una conexión entre el azar (representado por el juego de azar más emblemático y vistoso, la ruleta) y las acciones y hechos más significativos de una vida, en particular: el amor.

Los Piojos tienen siempre, aunque se encargan de disimularlo lo más que pueden, una sutileza poética que los marca (como a un naipe). Los primeros versos de esta canción, por ejemplo, me parecen preciosos.

En Comodoro rasgaste mi piel,
un largo viaje al desierto cruel.
Tus ojos verdes, oasis para mi sed.

Ubican un lugar preciso (Comodoro Rivadavia, desierto frío y cruel); señalan, en forma ambigua e indirecta, un hecho esencial (“rasgaste mi piel”, “tus ojos” = “oasis para mi sed”) y aluden ya al tema de la canción, la ruleta y el azar, por medio de la referencia a un color, el verde: verde de los ojos de ella y verde también del paño sobre el que se apuesta. Los ojos son como dos puntos verdes en un desierto infinito, y hacia ese improbable verdor se viaja (fíjense cómo esta primera estrofa remite también al excelente título del disco, Verde paisaje del infierno.

Y noten que la piel de él es rasgada, y rasgar es el verbo que se usa para el paño de las mesas de juego: la piel de él es (también) territorio del azar; o tal vez el amor lo rasgó como al paño de una mesa, venciendo en él todo azar, eliminando la posibilidad de que el azar lo habite. Yo creo que Los Piojos pensaron en todas estas cosas, al elegir el verbo rasgar; aunque puede que hayan tenido suerte nomás: lo dejo a su criterio.

En todo caso, de entrada se plantea la relación entre suerte y amor, entre azar y destino. Invariablemente uno recuerda la frase “Desafortunado en el juego, afortunado en el amor”: fórmula de consuelo para quienes pierden plata en la ruleta, equivalente al “pisar mierda trae buena suerte”, epigrama que intenta ocultar lo evidente: pisar caca es ya en sí una muestra de que no estamos pasando por una buena racha. En el mismo sentido, ¿por qué perder a la ruleta implicaría que uno es afortunado en el amor? ¿Y por qué estar más solo que un panadero napolitano implicaría que vamos a ganar la quiniela? No solo no hay ningún motivo: ni siquiera sucede. Es más probable que perder plata en el casino colabore a que pierdas toda relación humana significativa que aún mantengas. Y estar correspondidamente enamorado no te quita chances de ganar la lotería (¡tampoco las acrecienta!).

El cantor, aquí, la invita a ella a la ruleta. No, no es una gran idea para organizar una salida, en una cita.

De la ruleta te quiero llevar,
roja la sangre, verde el paño de la libertad
pero mi suerte es negra, mis dientes van a estallar.



Pero en realidad, él habla de la ruleta como un símbolo, porque enseguida aclara que los colores (rojo, negro, verde) representan otras cosas: la sangre, la libertad, la (mala) suerte… Digamos: la vida. La ruleta es una imagen de la vida entera. Uno no va a la ruleta: está dentro de ella. Giramos sin salida por la rueda de nuestros días, sin saber adónde iremos a parar cuando paremos. Y las calles de la ruleta (las líneas de números) son como las calles de nuestra ciudad, y coronar un número (rodearlo completamente de fichas, apostándole de lleno y cubriendo también los números de alrededor) no es muy distinto de coronar a una persona, de señalarla como lo más importante, como nuestra última o única esperanza.

Como vas girando, voy,
¿dónde vas a parar hoy?
Tengo ya hasta la mitad
toda bien cubierta, ¿ves?
Sobre mi calle estás
y yo ya te coroné.

Pero la ruleta, ese símbolo del azar, no es azarosa: se muestra como un juego aparentemente justo, cuando la realidad es que es una estafa al apostador. Y la estafa está en el cero, en ese numerito cero con fondo verde. Sin el cero, la ruleta sería justa; con el cero, el casino siempre gana, tarde o temprano, porque cuando uno acierta una ficha a pleno en un número cualquiera recibe 36 veces su apuesta, cuando en realidad tuvo solamente una chance de ganar en 37 números (del 1 al 36, más el cero); y cuando uno apuesta a un color (negro, rojo), piensa que tiene la mitad de las chances de ganar, pero en realidad tiene solamente una chance de victoria de 18/37 (apenas, lo suficientemente menor que la mitad). En una ficha se puede tener suerte: pero si uno está frente a la ruleta el suficiente tiempo, siempre perderá contra la Banca (moraleja: si tienen la oportunidad, en vez de un almacén pónganse un casino).

La segunda y última estrofa me encanta también: refuerza que su ruleta está hecha de negras noches y de blancos días (como el ajedrez de Borges), pero sabe que el cero (ese fatal número verde, como los ojos que él busca) siempre está girando alrededor, como un presagio de derrota.

Cada día trae su color
y cada noche seré un apostador,
el cero siempre girando alrededor.

Y él, como me pasa a mí también, ya no cree en el azar: la banca siempre gana, y él sabe que se habrá ganado a pulmón cualquier propina que obtenga del destino (para quienes no están familiarizados con la jerga: “gracias, Caja de Empleados” es lo que dicen los croupiers cuando reciben una propina, porque no se las quedan ellos individualmente, sino que al final del día las juntan y las reparten entre todos los empleados del casino).

Y ya no creo, no creo en el azar,
nada más todo esto tenía que pasar.
Gracias Caja de Empleados, propina especial.

El videoclip está muy bien, por más que se pone un poco en onda “película argentina” (mostrando un viaje por Comodoro cuando la letra dice “En Comodoro”, o haciendo coincidir “propina especial” con el momento en que él da una propina). En el clip la ruleta no es metafórica sino real: ella es una croupier en un casino clandestino (pero con show de música en vivo), él es un apostador que le hace trampa al azar, pues actúa en tándem con ella (en teoría, él apuesta a un número y ella consigue que salga, algo bastante improbable de conseguir, a menos que la rueda de la ruleta haya sido alterada). Que el apostador se quite la cara (como una careta) y debajo tenga el rostro de Ciro es también un rasgo de película argentina: no necesitábamos que nos explicaras que él eras vos, Ciro (aunque tal vez, probablemente, lo hizo para poder besar a la actriz él también: en ese caso te perdono).

Al día siguiente, el apostador es un tipo distinto (pero la idea es que aunque las caras cambien, él es siempre él). Hacia el final del clip, la croupier es descubierta, y cuando el desagradable dueño del casino se la quiere llevar para echarla o romperle los brazos (como sabemos, el hobby de los dueños de casino), ella lanza al aire las fichas, generando una avalancha de apostadores angurrientos y desesperados, lo que permite que ella se escape con él. Hacia el final, en el casino destruido y desierto solo quedan los integrantes de la banda, y Ciro lanza seis dados y consigue una ultra-generala en el primer intento (los dados dibujan, tosca y pixeladamente, el logo de la banda, una especie de piojo orejudo). La generala servida significa, por supuesto, que el azar no existe. O que los dados están, desde siempre y para siempre, cargados.





Ruleta

En Comodoro rasgaste mi piel,
un largo viaje al desierto cruel.
Tus ojos verdes, oasis para mi sed.
De la ruleta te quiero llevar,
roja la sangre, verde el paño de la libertad
pero mi suerte es negra, mis dientes van a estallar.

Como vas girando, voy,
¿dónde vas a parar hoy?
Tengo ya hasta la mitad
toda bien cubierta, ¿ves?
Sobre mi calle estás
y yo ya te coroné.
Y toda mi vida aquí
estoy apostando, oh,
girando la bola va
¿dónde vas a parar hoy?
Sobre mi calle estás
y yo ya te coroné.

Cada día trae su color
y cada noche seré un apostador,
el cero siempre girando alrededor.
Y ya no creo, no creo en el azar,
nada más todo esto tenía que pasar.
Gracias caja de empleados, propina especial.

Como vas girando, voy,
¿dónde vas a parar hoy?
Tengo ya hasta la mitad
toda bien cubierta, ¿ves?
Sobre mi calle estás
y yo ya te coroné.
Y toda mi vida aquí
estoy apostando, oh,
girando la bola va
¿dónde vas a parar hoy?
Sobre mi calle estás
y yo ya te coroné.



Hasta el próximo martes… hagan sus apuestas… ¡¡No va máááásssss!!


DJ Vago

martes, 19 de mayo de 2015

[124] Vago tal vez



“Barro tal vez”, de Luis Alberto Spinetta, en su álbum Kamikaze (1982)



A Laura Linzuain y Silvina Chauvin.


Hoy, como tercera entrega de la serie “Rock nacional (argentino)”, me arriesgo por fin con un tema del gran Luis Alberto Spinetta, quien nos dejara (físicamente) en 2012.


Quiero aclarar que si el Flaco no había aparecido antes por este blog no es, como podrían malpensar los imaginados, porque me daba fiaca. Aunque sí me daba fiaca, porque bueno, no son temas sencillos de comentar; el “Aserejé” me llevó menos esfuerzo, por un decir. Seré vago, tal vez.

Pero el principal motivo para la demora spinettiana es que no soy un gran fan de él. O sea: me gusta mucho su música, y hay temas suyos (varios) que me encantan. Pero no soy, bajo ningún concepto, un fan. Y el problema es que los fans de Spinetta son MUY fanáticos. Son cuasi terroristas musicales, capaces de pasar a degüello con el filo de un folleto budista a quien osare decir algo no-positivo sobre el Flaco.

A mí me pasó, hace dos años: en una reunión de amigos tuve la mala ocurrencia de confesar que aunque escucho a Spinetta cada tanto, en general no oigo discos enteros de él de corrido, porque me aburre un poco. En la reunión había una fan de Spinetta, de incógnito, disfrazada de ser humano común, que al escucharme saltó hacia mí armada con lo que tenía en esos momentos en sus manos, y que inmediatamente, tras derribarme de una patada en el tren inferior, me desparramó el triple de cantimpalo y queso por toda la cara y me estrelló la copa de malbec en el oído izquierdo, mientras gritaba “¡Dale, decilo de nuevo! ¡Atrevete, dale!”. Entre cuatro la separaron de mi magullada persona, pero lo peor fue que después los demás coincidieron en que quien había estado desubicado era yo (no creo que todos fueran fans de Spinetta, más bien me parece que tenían miedo de ser las siguientes víctimas). Así que me fui solito y solo a la guardia del Fernández, oliendo a vino y con pedacitos de vidrio y cantimpalo por toda la cara, mientras silbaba (con dificultad) “Seguir viviendo sin tu amor”.

Y tres meses atrás, mientras conversaba con un compañero a la salida de la oficina, ambos íbamos en el subte, él me preguntó si me gustaba Spinetta, y le dije que sí, que claro, aunque prefería a Calamaro, y de la otra punta del vagón escuché a uno que gritaba permiso permiso y que, al llegar hasta mí, sacó un aerosol lleno de lo que se cree que es un preparado casero de gas pimienta, ácido sulfúrico y metáforas volátiles, que procedió a rociarme por toda la cara y la camisa. Tardé dos semanas en recuperarme, al menos físicamente.

Así que por eso me mantuve reacio a comentar un tema de Spinetta. Pero bueno, el blog lo  estaba pidiendo. Eso sí, me cuidaré (haré todo lo posible) por no decir nada negativo. Igual: no pienso nada negativo del Flaco. Era un genio. Es un genio. Si alguna vez pensé o dije otra cosa, es que yo era un infeliz. Pero ya no lo soy. Ahora me transformé. Vi la luz.

Entre el montón de temas que podría haber elegido, tomaré “Barro tal vez”, que fue grabado como parte del disco Kamikaze, en 1982, pero había sido compuesto mucho antes, entre 1964 y 1965, cuando Luis Alberto tenía entre catorce y quince años.



Este dato, inevitablemente, genera esta reflexión: ¿quién escribe así a los catorce-quince años? ¿Cómo es posible? Debe haber muy pocos casos en la historia del mundo. Mi hermana la tercera, tras sorber de más el mate, me sopla: Rimbaud. Okey, pero Rimbaud no sabía de música, y el Flaco, por si fuera poco, a los quince ya sabía un kilo: al menos, lo suficiente para componer una zamba y fusionarla con rock apenas lo suficiente como para que no desentone con ninguno de los dos géneros. Musicalizada solo con una guitarra eléctrica y (genialidad:) con unos grillos de fondo (se grabó en un patio con jardín).

Y cantarla así: porque ¡cómo cantaba Spinetta! Creo que no descubro la pólvora si digo que las canciones de Spinetta son, por afano, las más difíciles de cantar de todo el rock, no solo argentino, sino en todo el idioma castellano. Lo que él hacía parecer fácil es extremadamente difícil, y uno se cansa de ver naufragar (o apenas salvarse del naufragio) a quienes intentan cantarlas sin haberse preparado lo suficiente.

“Barro tal vez” es, indudablemente, un tema de juventud, dentro del conjunto de la obra del Flaco: así de complejo y profundo como es, resulta sencillo por comparación, respecto de muchos temas posteriores. Un reguetonero se pasaría dos años intentando decodificar la primera estrofa, pero para el Flaco, esto es la sencillez encarnada. Podría haber elegido temas más complejos y famosos, pero bueno, tampoco quería arriesgarme tanto, considerando.

Este es un poema mitológico, en cierta forma: un poema de transformación, de trasmutación. Como los de Ovidio (me sopla de nuevo mi hermana tercera), en que la chica acosada se vuelve laurel o el dios calentón se transforma en cisne, o en marido.


El comienzo es la voluntad de cantar, como un imperativo, como una necesidad física y vital: cantar para no morir; aunque cantar produzca también, tal vez, la muerte física, y “solo quede tiempo en mi lugar” (qué bello verso, ¿no?):

Si no canto lo que siento,
me voy a morir por dentro.
He de gritarle a los vientos hasta reventar,
aunque solo quede tiempo en mi lugar.

El canto-grito es, digamos, la etapa uno, el interruptor que inicia la metamorfosis. Inmediatamente el cuerpo, ya reventado-diluido, desaparece (“mi carne ya no es nada”) y comienza la fusión.

Que es, a la vez, una fusión con la naturaleza y con la música (la música es, después de todo, parte la naturaleza, como saben los biólogos, los músicos y los músicos-biólogos). La voz ya no está, ahora hay silencio, un silencio momentáneo, de tránsito, que implica sufrimiento (de lo poco físico que quedó), pero también voluntad:

He de fusionar mi resto con el despertar,
aunque se pudra mi boca por callar.

La transformación es, al mismo tiempo, en naturaleza y en canción. En árbol y en sonido. En quietud y movimiento. Es una metamorfosis doble, y el resultado es también una combinación, como la del agua y la tierra que forman el “barro tal vez”.

Ya lo estoy queriendo,
ya me estoy volviendo canción,
barro tal vez.
Y es que esta es mi corteza
donde el hacha golpeará,
donde el río secará para callar.

En esta estrofa y la siguiente se repite varias veces la palabra “ya”, para marcar ese momento clave de la transformación, como si fuera un “paso a paso” del volverse canción-árbol, de ese revivir ya no como simple persona, sino como parte del mundo y del arte:

Ya me apuran los momentos,
ya mi sien es un lamento,
mi cerebro escupe ya el final del historial
del comienzo que tal vez reemprenderá.

Es, sin dudas, una hermosa canción (si no opinan lo mismo, les aconsejo que lo callen aunque se mueran por dentro). Y es claro que uno puede sentir esto a los quince años (o a los cincuenta): lo increíble es poder expresarlo así.



Barro tal vez

Si no canto lo que siento,
me voy a morir por dentro.
He de gritarle a los vientos hasta reventar,
aunque solo quede tiempo en mi lugar.

Si quiero me toco el alma,
pues mi carne ya no es nada.
He de fusionar mi resto con el despertar,
aunque se pudra mi boca por callar.

Ya lo estoy queriendo,
ya me estoy volviendo canción,
barro tal vez.
Y es que esta es mi corteza
donde el hacha golpeará,
donde el río secará para callar.

Ya me apuran los momentos,
ya mi sien es un lamento,
mi cerebro escupe ya el final del historial
del comienzo que tal vez reemprenderá.

Si quiero me toco el alma,
pues mi carne ya no es nada.
He de fusionar mi resto con el despertar,
aunque se pudra mi boca por callar.

Ya lo estoy queriendo,
ya me estoy volviendo canción,
barro tal vez.
Y es que esta es mi corteza,
donde el hacha golpeará,
donde el río secará para callar.



Hay muy buenas versiones de este tema (ninguna como la de Spinetta, por supuesto). Mercedes Sosa, Pedro Aznar y otros la emprendieron con “Barro tal vez” en forma muy bella. Pongo aquí el dueto entre Mercedes y Luis Alberto, que está muy bien.


Y me despido hasta la próxima semana, si es que sobreviví a esta empresa y me transformé, a los ojos de los spinettianos, en un ser razonablemente invisible o desdeñable, tolerable tal vez.

Haya paz,


DJ Barro

martes, 12 de mayo de 2015

[123] Me quiero morir

“Asesíname”, de Charly García, en su álbum Rock and Roll YO (2003)



Hoy termina, podríamos decir muere, la serie “Si se mata al cantor”, con un gran tema de uno de los principales próceres del rock nacional (argentino). En las canciones de las semanas previas, el cantor moría muchas veces o una sola, predecía su propia muerte o la recordaba; pero en ningún caso, como aquí en “Asesíname”, la muerte era algo deseado y buscado.

Será por eso que esta canción, además de hacerme juego con las anteriores, me linkea al tema medieval francés “Douce dame jolie” (posteo 67), en el que el cantor, desesperado y atormentado, le pide a su “dulce” dama que deje de hacerlo sufrir y que, si no lo va a amar, mejor lo liquide de una buena vez:

Y en cuanto mi enfermedad jamás
será anulada
sin ti, dulce enemiga, que deleite
tomas de mi tormento,
con las manos unidas suplico
a tu corazón que se apiade
y compasivamente me mate,
pues ya languidecí muy largamente.

De forma parecida, en “Asesíname” el cantor llega a la conclusión de que la muerte (a manos de la amada) es el mejor desenlace que le queda. A diferencia de la canción medieval, Charly lo expresa en forma directa y breve, con una única palabra, que funciona como estribillo: asesíname.


Las estrofas son también muy breves (dos versos cortos rimados en palabra aguda), muy sintéticas: en ese sentido, es casi una canción medieval (de las de la primera Edad Media, esas en que no había tiempo para dar mucho detalle, tipo “El testamento de Amelia” o “Chapirón de la reina”). Y sin embargo, con poquísimas palabras Charly logra dar una descripción bastante completa de cómo viene la mano en esa relación:

- Hay una puerta (una oportunidad, un amor) que se cierra pero que después se abre; o en realidad, se estaba abriendo incluso mientras parecía cerrarse.

- Hay alguien que da (se da) demasiado, hasta volverse un souvenir, es decir, la parodia de un recuerdo: hasta perder su identidad.

- Hay un intento desesperado en dejar atrás ese amor insuficiente, dado con cuentagotas: él “cajonea” la imagen de ella y guarda su alma en el melotrón (Mellotron, una especie de pianola eléctrica de los años sesentas-setentas, precursora de los sintetizadores: en el mellotrón se podían grabar y almacenar melodías.


Noten que en esta imagen del melotrón, el alma que se guarda es musical, está hecha de sonidos; y que enseguida el cantor compara su amor entero y no correspondido con el rocanrol, y aclara que aunque no es gran cosa, igual parece ser demasiado para ella (“es solo rock and roll / pero ya es mucho para vos”); no sé ustedes, pero yo al menos es por estas cositas, entre otras, por las que adoro a Charly.

La sensación del cantor es que está en un lugar insoportable. Mejor dicho: que el mundo entero es ese “aquí”, ese lugar insoportablemente cruel, y por lo tanto habría solo dos caminos posibles para él: ser amado o morir. En este caso, la frase "me quiero morir", que solemos decir sin que sea cierto, él la dice a conciencia.

Pero la primera opción él ya la descarta: no la pide ni la espera. Sabe que no recibirá ese amor que busca más que “a cuentagotas”. Y por lo tanto, pasa a la siguiente, a la única opción que le queda: la muerte.

Eso sí: no está dispuesto a suicidarse ni nada por el estilo: quiere que sea ella quien lo mate, en una especie de retorcida venganza: “igual mi muerte es tu culpa, así que por lo menos hacete cargo del trabajo”.

Por supuesto, ese “asesíname” es más súplica que orden, y uno escucha por debajo la opción aún latente: “elegí: amor o muerte” (ups, esa era otra serie, se me cruzaron los cables).

Esta canción forma parte del disco de 2003 Rock and roll YO,  que Charly pensaba titular Asesíname, como esta canción, pero a último momento, según dijo, temió que alguien lo tomara literal y le pegara un tiro.

El videoclip, coprotagonizado por Celeste Cid, recupera imágenes de la novela “Resistiré”, que usó la canción como parte de su banda musical. Y muestra las tremendas manos artríticas-artísticas-artrósicas-tétricas de Charly, que siempre pienso que le deben doler un montón y me da una pena.

Al escuchar a Charly, en general (pero más los últimos quince años) uno tiene que ir un poco más allá de su voz, porque claro, no le queda mucha (voz), y tampoco tenía tanta para empezar (ni siquiera sus más fieles fans se atreverían a decir que de joven era un gran cantante de hermosa voz); pero más allá y a pesar de eso, y tal vez: por eso también, esta es (en mi opinión) una hermosa canción, memorable. En mi mente suena re-bien; Charly la canta a dúo con Nina Simone y ella, en vez de asesinarlo, lo resucita.



Hacia el final del tema, habiéndosele acabado la letra pero aún con ganas de seguir cantando (o de seguir mirando a Celeste), Charly se empieza a delirar un poco y a incluir fragmentos de los Beatles y de canciones infantiles; igualmente, esos fragmentos no son del todo delirantes, sino relacionados, porque él también “todo lo que necesita es amor” y espera (exactamente igual que el protagonista de “Douce dame jolie” merecer el Cielo por haberse portado tan bien.

All you need is love, love, love.
One, two, three, four, five, six, seven:
all good children go to heaven.



https://www.youtube.com/watch?v=2TJ1ISraN2M


Cuando viniste a mí
cerré la puerta pero abrí.
Asesíname.

Por darte lo que di
me transformé en un souvenir.
Asesíname. Asesíname.

Dejé tu imagen en el cajón,
 guardé tu alma en el melotrón,
no quiero más que me des
con cuentagotas tu amor.

Es solo rock and roll,
pero ya es mucho para vos.
Asesíname. Asesíname.

No quiero más que me des
con cuentagotas tu amor.

Yo me quiero morir,
no aguanto más estar aqui.
Asesíname. Asesíname.


La semana que viene continuará esta serie de rocanrol argentino, con otro grande de verdad.
Si es que una mano justiciera no me asesina antes.

DJ Vago



martes, 5 de mayo de 2015

[122] ¿Qué otra cosa puedo hacer?



“Crimen”, de Gustavo Cerati (2006)


A Cecilia Repetti.



Como penúltima entrega de la serie “Si se mata al cantor”, presento “Crimen”, uno de los temas más famosos de la etapa solista de Gustavo Cerati, quien terminó de fallecer el año pasado, luego del terrible ACV que sufriera durante un recital en Caracas, en 2010.


Esta canción inaugura, paralelamente, una nueva serie, porque al matar dos pájaros de un tiro me siento más esforzado. La nueva serie está dedicada enteramente al rock nacional (argentino), y se titula, hasta ahora, “Rock nacional (argentino)”. Okey, okey, no pensé un título aún. Por ahora, es lo que hay.

Vuelvo a Cerati. Imagino que todos los lectores saben de él, así que no profundizaré sobre su biografía. Simplemente hacer un comentario sobre el grupo musical que lideró, Soda Stereo, una banda emblemática del rock latinoamericano, que marcó un claro antes y después, y que nunca, en mi opinión, fue superada, al menos en su estilo. Obvio que puede no gustarte Soda Stereo, y hasta podés odiarlos, como muchos fans de los Redondos de Ricota, en una falsa oposición que los mismos músicos se encargaron de desechar (el Indio Solari muchas veces aclaró que admiraba la música de Cerati, por más que no fuera su “onda”).

Tampoco es mi onda, aclaro: no soy un fan de Soda. Sin embargo, es imposible (o necio) no reconocer que hicieron grandes discos y temas memorables, y que lo que hacían, lo hacían espectacularmente bien. Al igual que cuando uno escucha a bandas como Coldplay o Ace of Base o Red Hot Chilli Peppers, a uno puede no gustarle el tipo de música que hacen, pero hay que reconocer que suenan bien. Y Soda Stereo sonaba impecable.

Y las letras de Cerati siempre se destacaron: complejas, sutiles, llenas de imágenes sobre el amor (como búsqueda), la muerte (como presencia) y el sexo (como deseo), expresadas en una forma elegantemente poética.

El tema de hoy es, como dije, “Crimen”, de 2006, uno de los más famosos y premiados de la etapa solista de Gustavo (ganó Grammys y montones de otros galardones, con él). Es, en mi opinión, una preciosa canción de amor contrariado, en el más puro estilo Cerati. Tal vez de las más melosas que él haya hecho, y sin embargo, no llega a ser cursi ni realmente melosa, porque la muerte (la propia, la del cantor) ronda constantemente, como posibilidad tan cierta que es casi presagio autocumplido: moriré porque así lo canto.



La canción cuenta con dos estrofas y un puente-coda hacia el final. Las dos estrofas son geniales: seis versos muy lentos, armados con frases que funcionan casi como oraciones independientes, y sin embargo al juntarse van pintando un panorama completo y complejo.

Ya en la primera estrofa, desde “La espera me agotó” (me sentí identificado de entrada) hasta “supe que te perdí” vemos que él fue abandonado por ella (digo él y ella por comodidad: la canción es unisex) y que quedó torturadamente recaliente (“en llamas me acosté”). Ella lo dejó de golpe (“una rápida traición / salimos del amor”), pero él se dio cuenta de eso muy de a poco, “en un lento degradé”. Y él reconoce (punto para él) que “tal vez me lo busqué”, pero eso no impide que sienta que su “ego va a estallar” (una imagen a la vez erótica y psicoanalista-friendly), y siente celos que lo queman, en llamas paralelas a las del deseo trunco.

El cantor se encuentra en un callejón sin salida, y el estribillo comienza con la pregunta “¿Qué otra cosa puedo hacer?”, pregunta cuya respuesta obvia y certera es: “Nada”. No podés hacer nada: ya fue. Lo único que puede intentar es el (imposible) olvido.

Lo que me recordó de golpe la película “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” (pésima traducción de “Eternal Sunshine of a Spotless Mind”, un verso de Alexander Pope), con Jim Carrey y Kate Winslet, peli que trata justamente de eso, del dolor del amor trunco y la posibilidad imposible de dejarlo atrás.

Aquí en “Crimen”, al llegar al estribillo el cantor afirma “Si no olvido, moriré”, y plantea que esa muerte de ninguna manera será natural, sino un asesinato. Un asesinato perfecto, pues no hay motivo ni medio ni oportunidad para cometerlo, y el arma del crimen es pura ausencia; por lo tanto, será un crimen perfecto, destinado, desde antes de ser, a no ser identificado como tal: “y otro crimen quedará / sin resolver”.

El videoclip es, como acostumbraba Cerati, una obra de arte en sí misma, armado como un cortometraje policial, y a la vez, como una parodia, con todos los clichés de las películas del policial negro: las calles empedradas, el investigador privado de sombrero y sobretodo, la femme fatal esposa del millonario (Mónica Antonópulos), la secretaria tímida y enamorada (Julieta Díaz), el investigador que se ve envuelto en la trama que investiga (mal) y que se convierte, finalmente, en víctima (muere a causa de sus pasiones, de su ceguera parcial y de un certero disparo).





https://www.youtube.com/watch?v=uLIs0j2WnlM


Crimen

La espera me agotó.
No sé nada de vos.
Dejaste tanto en mí.
En llamas me acosté.
En un lento degradé
supe que te perdí.

¿Qué otra cosa puedo hacer?
Si no olvido, moriré
y otro crimen quedará
otro crimen quedará
sin resolver.

Una rápida traición.
Salimos del amor.
Tal vez me lo busqué.
Mi ego va a estallar.
Ahí donde no estás,
los celos otra vez.

¿Qué otra cosa puedo hacer?
Si no olvido moriré
y otro crimen quedará,
otro crimen quedará
sin resolver.

No lo sé.
Cuánto falta, no lo sé.
Si es muy tarde, no lo sé.
Si no olvido, moriré.
¿Qué otra cosa puedo hacer?
¿Que otra cosa puedo hacer?
Ahora sé lo que es perder
y otro crimen quedará,
otro crimen quedará
sin resolver.



Eso es todo por hoy. Gracias totales a quienes me leyeron, y nos vemos la semana que viene con el final de la serie “Si se mata al cantor”, siempre y cuando ustedes recuerden cómo volver aquí y yo me despierte a tiempo. ¿Qué otra cosa puedo hacer?



DJ Vago