solo un tema por semana,
y con que le guste al diyei alcanza

miércoles, 26 de febrero de 2020

[225] Malevos que ya no son


“Malevaje” (1929), de Juan de Dios Filiberto y Enrique Santos Discépolo


Hoy, como tercera entrega de la serie “Volver al tango” (en la que ya comenté, créanme o revienten, diez tangos) vamos con un tema muy bueno y a la vez, muy gracioso. Que también podría tranquilamente participar de la otra serie que tengo en danza, la dedicada a la religión.

Se trata de “Malevaje”, un tango de crisis del 29, con música y letra de los “religiosos” Juan de Dios Filiberto y Enrique Santos Discépolo, respectivamente.

Aquí, el pasado perdido que se lamenta es él mismo: ya dejó de ser como era, ya no se reconoce a sí mismo. ¿Cómo era antes? Guapo, valeroso, macho, peleador: malevo, en una palabra. ¿Cómo es ahora? Un infeliz que cuando ve una pelea sale corriendo, que tiembla ante la sola idea de que lo hieran o lo metan en cana y que de noche se encierra en su cuarto a llorar como un adolescente. En fin: ahora es un cobarde (desde su propio punto de vista) o un sensible (creo que él consideraría más insultante todavía, ese calificativo). La segunda estrofa es la que detalla su situación tangueramente patética:

Ayer, de miedo a matar,
en vez de pelear me puse a correr...
Me vi a la sombra o finao;
pensé en no verte y temblé.
Si yo, que nunca aflojé,
de noche, angustiao,
me encierro a llorar...

Lo más gracioso es que no se hace cargo: le echa la culpa a ella, la mujer de la que se enamoró. Como si ella le hubiera lanzado un hechizo (“I put a spell on you...”), incluso él le pide que confiese qué es lo que le hizo:

Decí, por Dios, qué me has dado,
que estoy tan cambiado,
no sé más quién soy

Y los compañeros, los demás malevos, lo miran y no entienden nada: no pueden creer que él, que era el más guapo del lote, ahora esté tan tiernito y miedoso:

El malevaje, extrañao,
me mira sin comprender,
me ve perdiendo el cartel
de guapo, que ayer
brillaba en la acción.

Al final de la primera estrofa explica que está “embretao” en el corazón de ella, y en el estribillo cuenta cómo sucedió. Básicamente, la vio bailando tangos y se enamoró a primera vista. Es divertido que le eche en cara que por ella perdió, además del coraje, la fe (cuando en el comienzo de la canción le pedía “por Dios” que le dijera qué le había hecho).

Te vi pasar tangueando altanera
con un compás tan hondo y sensual
que no fue más que verte y perder
la fe, el coraje,
el ansia 'e guapear.


Y el estribillo cierra con la síntesis del lamento: soy una sombra de lo que fui, por tu culpa. Y dice, en un final memorable que siempre me hace reír, que lo único que le falta (lo que ya sería el súmum, lo más de lo más de lo anti-malevo) es ir a misa y arrodillarse para rezar:

No me has dejao ni el pucho en la oreja
de aquel pasao malevo y feroz.
Ya no me falta, pa' completar,
más que ir a misa e hincarme a rezar.


En fin: un memorable tango que habla sobre la añoranza del pasado con una veta bastante graciosa.

(Mini digresión: el título de este posteo, “malevos que ya no son”, es un verso del tango “Tinta roja”)

No elegí la versión de Gardel, que es la primera pero bastante olvidable (musicalizada solo con guitarras y con una onda de aire campero), sino la más maleva, de Goyeneche en 1992, que tiene una intro espectacular (escuchen los primeros doce segundos) y que suena bien canyengue.


Malevaje
Decí, por Dios, qué me has dao,
que estoy tan cambiao,
no sé más quien soy.
El malevaje, extrañao,
me mira sin comprender,
me ve perdiendo el cartel
de guapo, que ayer
brillaba en la acción.
No ves que estoy embretao,
vencido y maniao
en tu corazón.

Te vi pasar tangueando altanera
con un compás tan hondo y sensual
que no fue más que verte y perder
la fe, el coraje,
el ansia 'e guapear.
No me has dejao ni el pucho en la oreja
de aquel pasao malevo y feroz.
Ya no me falta, pa' completar,
más que ir a misa e hincarme a rezar.

Ayer, de miedo a matar,
en vez de pelear me puse a correr...
Me vi a la sombra o finao;
pensé en no verte y temblé.
Si yo, que nunca aflojé,
de noche, angustiao,
me encierro a llorar,
decí, por Dios, qué me has dao,
que estoy tan cambiao,
no sé más quien soy.

Listo, terminé: posteo corto, hoy. Ya no me reconozco. Solo me falta levantarme temprano e ir a laburar.

Se despide su ex malevo servidor,

DJ Vago

jueves, 13 de febrero de 2020

[224] ¡Que no es de Shrek, te dije!


“Hallellujah”, de Leonard Cohen (1985)


Volvemos a la serie “El escabio de los pueblos”, con otro tema sobre religión... o algo así. Como quizá ya se irán dando cuenta, estoy eligiendo canciones que no son cien por ciento sobre religión, pero que bordean el tema. Ninguna de la serie será una canción 100% religiosa, onda “Pescador de hombres” o “El mensajero de la paz”; ya pasé por ese purgatorio, no vuelvo más.

Hoy vamos con la más famosa canción del gran gran Leonard Cohen. Es curioso que este sea su mayor hit, porque por un lado, Cohen tiene montones de canciones maravillosas (acá en el blog ya reseñé mi favorita, “Suzanne”, en agosto de 2015, posteo 136); y además, porque esta canción tardó mucho en ser aceptada por una discográfica (el dueño de CBS, por ejemplo, la rechazó diciendo: “¿Qué mierda es esto? No es pop, no es rock, no es nada. No la vamos a publicar, es un desastre”; en Columbia la rechazaron también), e incluso una vez publicada (por un pequeño sello europeo), pasó bastantes años sin pena ni gloria, hasta que la empezaron a coverear otros músicos: Bob Dylan (1988), John Cale (1991), Jeff Buckley (1994; muchos jovencites, de hecho, piensan que es de Buckley, esta canción), Bono, Bon Jovi. Y también, claro, la coverearon en la película animada Shrek en 2001: muchos pendex piensan que a esta canción la compuso el ogro Shrek, y me dan ganas de borrarlos del mapa con un rayo de fuego a lo Gomorra, pero por suerte no soy dios, así que zafan.



De allí en adelante, en los últimos casi veinte años, esta canción se oyó mucho, al punto que algunos le piden moratoria, que dejen de cantarla dos o tres añitos así no la arruinan a fuerza de repetirla (por qué no pedirán eso para todo el reguetón, me pregunto).

Tiene un porqué, este auge: por un lado, es hermosa la canción. Tiene una melodía encantadora y tiene una letra poética y lo suficientemente ambigua como para darle muchas ondas diferentes, según lo que quiera enfatizar quien la canta. Si escuchan todos los covers que hay en youtube (yo lo hice, y no se los recomiendo) verán que hay desde versiones que la vuelven una canción de iglesia (y no lo es) hasta roqueras, o románticas, o angustiadas, o gozosas.
Hay otra particularidad que fomenta este camaleonismo de “Hallellujah”: no tiene una letra establecida. Cohen estuvo dos años escribiendo estrofas para esta canción: llenó dos cuadernos con unas ochenta estrofas. Cuando tuvo que elegir solo cuatro para grabar, se golpeaba la cabeza contra la pared. Pero luego, en los años subsiguientes, fue cambiando las estrofas elegidas. Hay al menos dos versiones que son completamente diferentes, en cuanto a la letra; y las versiones de Cale y de Buckley mezclan estrofas de la primera versión con otras de la segunda. Conocemos siete estrofas, en definitiva: pero si se cantaran las siete, la canción duraría como “Rapsodia bohemia”, así que no da, todos los que la cantan hacen una selección (por lo general, siguiendo la versión de Cale-Buckley o la más corta, la de Shrek).

En todo caso, las versiones cantadas por Cohen no son las mejores: es un gran compositor pero un flojo cantor (como otro amigo mío, Bob Dylan), así que elegiré, como versión principal, la de Rufus Wainwright, que la hace corta y al pie y con buena voz. Aunque también incluiré abajo varias más.

Pero basta de cháchara, vamos a la canción.

Las dos primeras estrofas son las más “bíblicas”: están llenas de referencias a historias de la Biblia. Principalmente a dos héroes hebreos, el rey David (el de las mañanitas, sí) y Sansón (el fuerte, sí). Ambos fueron amados y protegidos por Dios (hablamos de Yahvé, el dios judeocristiano, obvio) y ambos cayeron en desgracia por culpa de su amor/lujuria hacia una mujer.

Cada estrofa de esta canción es buenísima. En la primera se menciona un “acorde secreto” que sabía David y le agradó a Dios, e inmediatamente se le habla a una segunda persona para decirle: “pero a vos la verdad que no te interesa mucho que digamos esto de la música, ¿no?”. Onda el huevito de telekino. Es buenísimo. Y anticipa que esta canción no será solamente sobre relatos bíblicos, sino más bien sobre la relación entre dos personas. Sin esperar la respuesta, y por más que a ella (supongamos que es una ella) no le interesa la música, igual él le explica a continuación cómo es el acorde (que no era tan secreto, en tanto él lo sabe). Lo explica con palabras y, al mismo tiempo, las notas (la canción está en Do mayor) arman la progresión de acordes que él menciona: “el cuarto” (Fa), “el quinto” (Sol), “el menor cae” (La menor), “el mayor sube” (Fa mayor). Más allá del chiste que solo entienden los músicos, el acorde que se arma no es nada secreto: es un acorde de tono menor, común y corriente; pero el rey David, que era músico y estaba algo perplejo ante la omnipotencia divina, lo hace especial, imagino, porque lo compone junto con una palabra de alabanza a Dios en cuatro sílabas: aleluya (o “hallellujah”, si se ponen exquisitos: hallellu = “gloria a”, jah = “Dios”). Esa sola palabra arma, repetida, el estribillo entero, que es, por cierto, memorable.

Bueno, escuché que había un acorde secreto
que David tocó y agradó al Señor,
pero a vos no te interesa la música, ¿nocierto?
Viene así: el cuarto, el quinto,
el menor cae, el mayor sube;
el perplejo rey compone: aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya.

En la segunda estrofa él empieza con una referencia a Tomás, que se vuelve creyente recién cuando ve un milagro, y Jesús lo reta: “Como viste, creíste; dichosos aquellos que creen sin ver”. De inmediato hay otra referencia, a la historia de David y Betsabé: el rey sube al techo de su palacio, de noche, y desde allí ve a Betsabé (esposa de un soldado de su ejército, Urías) bañándose desnuda a la luz de la luna, se recalienta (o se enamora, según qué versión estén leyendo) y va y la seduce (o la viola, según qué versión). Betsabé queda embarazada, y David, no conforme con eso, usa su poder para ordenar que Urías sea enviado a la vanguardia del ejército, donde tendrá más chances de morir; efectivamente, Urías muere, y así el cachondo e inescrupuloso David puede quedarse con Betsabé. La forma pésima de actuar de David le gana el enojo de Dios, que sin embargo no lo abandona, solo lo castiga un poquito.

En la segunda mitad de la estrofa se trae otra historia bíblica, la de Sansón y Dalila. Ella, que simula estar enamorada de él pero es una espía de los filisteos, intenta millón de veces que él le cuente el secreto de su enorme fuerza (mató a mil filisteos con una quijada de buey, por ejemplo). Él le contesta cualquier mandanga solo para burlarse de ella, pero al final sí le dice la verdad, que si le cortaran su largo pelo él perdería su fuerza. Y ella se lo corta, y Sansón termina esclavizado (pero Dios le devuelve al final su fuerza, para que él pueda derrumbar el edificio donde están todos los filisteos y morir él también, cual kamikaze).



Aquí, en la canción, estas referencias bíblicas (a las que se suma una referencia al salmo 89, cuando Dios quiebra el trono de David en castigo por sus pecados) están usadas como metáfora de una relación amorosa con alto contenido erótico: cuando él, atado por ella a la silla de la cocina (¡eso no pasa en la Biblia!) exclama ante ella, casi obligado, “¡aleluya!”, ya no es una alabanza a Dios, o mejor dicho: ella es dios, para él, en ese momento. La fe de él (que era fuerte pero necesitaba pruebas) es la fe en su amada.

Tu fe era fuerte pero necesitabas prueba,
la viste bañándose sobre el tejado,
su belleza y la luz de la luna te abatieron.
Ella te ató a la silla de la cocina,
rompió tu trono y cortó tu pelo
y de tus labios arrancó el aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya.

Esta blasfemia provoca que ella lo rete: “no tomes el nombre de Dios en vano” (el segundo de los diez mandamientos). Pero él replica: ni siquiera conozco ese nombre. Y va más allá, con una hermosa argumentación: “cada palabra resplandece de luz, así que en realidad no importa si escuchaste el aleluya sagrado o el quebrado y blasfemo: es, en todo caso, mi aleluya”.

Decís que tomé el nombre en vano:
ni siquiera conozco el nombre.
Pero si lo hice, entonces, ¿qué te cambia?
Hay un resplandor de luz en cada palabra,
no importa cuál escuchaste,
si el santo o el quebrado aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya.

Y esta versión original del tema concluye con una increíble estrofa en la que, derrotado y frágil, él confiesa que hizo lo que pudo, pero no pudo mucho; que “no podía sentir, así que intenté tocar” y que, aunque todo le salió mal, igual no se arrepiente, y cuando se presente ante el dios de la canción (su preferido) para el juicio final, no tendrá en su lengua, como defensa, más que el acorde secreto de su repetido aleluya.

Hice lo mejor que pude: no fue mucho.
No podía sentir, así que intenté tocar.
Dije la verdad, no vine para engañarte.
Y aunque todo salió mal,
me planto ante el Señor de la Canción
con nada en mi lengua salvo: aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya.

Las demás estrofas (las que fueron apareciendo en las versiones posteriores y los covers) son más seculares, pero también incluyen algunas referencias, como el “vi tu bandera sobre el arco de mármo”, que remite a la entrada triunfal del emperador Tito en Roma, en el siglo I, luego de aplastar la rebelión de los judíos; y la mención de la “santa paloma”, que es una de las formas que toma, en la Biblia, el Espíritu Santo (pero que aquí es traído nada menos para que consagre, pareciera, un descarado pero intenso acto sexual). 


En estas estrofas, él habla del amor (hacia esa diosa humana) como algo necesario pero doloroso (por perdido), que hacía exclamar alabanzas mientras florecía pero ahora, en el frío y quebrado presente de la soledad y el recuerdo, genera aleluyas también.

Pero nena, estuve acá antes,
vi esta habitación y caminé este piso;
Sabés, vivía solo antes de conocerte.
Y vi tu bandera sobre el arco de mármol:
el amor no es una marcha triunfal,
es un frío y es un roto aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya.

Hubo un tiempo en que me hacías saber
lo que de verdad pasaba por debajo,
pero ya nunca me lo mostrás, ¿nocierto?
Pero recordá cuando me moví en vos
y la santa paloma se movía también
y cada respiración que dábamos era: aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya.

Y cierra con una conclusión algo depre, pero enternecedora:

Quizás hay un Dios arriba,
pero todo lo que aprendí del amor
es cómo dispararle a alguien que desenfundó más rápido.
Y no es un llanto lo que oís de noche,
no es alguno que vio la luz:
es un frío y es un roto aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya.

En fin: un gran tema, no religioso pero indirectamente religioso, romántico pero ambiguo, poético pero cercano, bíblico pero hot, que solo suena en pocas iglesias pero bien podría sonar en varias cocinas.

Va la versión elegida, la letra completa y, abajo, las demás versiones.

Por Rufus Wainwright:



Hallellujah
Now, I've heard there was a secret chord
That David played, and it pleased the Lord
But you don't really care for music, do you?
It goes like this, the fourth, the fifth
The minor fall, the major lift
The baffled king composing: Hallelujah
Hallelujah, Hallelujah, Hallelujah

Your faith was strong but you needed proof
You saw her bathing on the roof
Her beauty and the moonlight overthrew ya
She tied you to a kitchen chair
She broke your throne and she cut your hair
And from your lips she drew the Hallelujah
Hallelujah, Hallelujah, Hallelujah
                
Aleluya
Bueno, escuché que había un acorde secreto
que David tocó y agradó al Señor,
pero a vos no te interesa la música, ¿nocierto?
Viene así: el cuarto, el quinto,
el menor cae, el mayor sube;
el perplejo rey compone: aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya.

Tu fe era fuerte pero necesitabas prueba,
la viste bañándose sobre el tejado,
su belleza y la luz de la luna te derribaron.
Ella te ató a la silla de la cocina,
rompió tu trono y cortó tu pelo
y de tus labios arrancó el aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya.
You say I took the Name in vain
I don't even know the Name
But if I did, well really, what's it to you?
There's a blaze of light in every word
It doesn't matter which you heard
The holy or the broken Hallelujah
Hallelujah, Hallelujah, Hallelujah

I did my best, it wasn't much
I couldn't feel, so I tried to touch
I've told the truth, I didn't come to fool you
And even though it all went wrong
I'll stand before the Lord of Song
With nothing on my tongue but Hallelujah
Hallelujah, Hallelujah, Hallelujah
Decís que tomé el Nombre en vano:
ni siquiera conozco el Nombre.
Pero si lo hice, entonces, ¿qué te cambia?
Hay un resplandor de luz en cada palabra,
no importa cuál escuchaste,
si el santo o el quebrado aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya.

Hice lo mejor que pude: no fue mucho.
No podía sentir, así que intenté tocar.
Dije la verdad, no vine para engañarte.
Y aunque todo salió mal,
me planto ante el Señor de la Canción
con nada en mi lengua salvo: aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya.

But baby I've been here before
I've seen this room and I've walked this floor
You know, I used to live alone before I knew ya
And I've seen your flag on the marble arch:
love is not a victory march
It's a cold and it's a broken Hallelujah
Hallelujah, Hallelujah, Hallelujah

Well there was a time when you let me know
What's really going on below
But now you never show that to me, do ya?
But remember when I moved in you
And the holy dove was moving too
And every breath we drew was Hallelujah
Hallelujah, Hallelujah, Hallelujah

Maybe there's a God above
But all I've ever learned from love
Was how to shoot somebody who outdrew ya
And it's not a cry that you hear at night
It's not somebody who's seen the light
It's a cold and it's a broken Hallelujah
Hallelujah, Hallelujah, Hallelujah
Pero nena, estuve acá antes,
vi esta habitación y caminé este piso;
Sabés, vivía solo antes de conocerte.
Y vi tu bandera sobre el arco de mármol:
el amor no es una marcha triunfal,
es un frío y es un roto aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya.

Hubo un tiempo en que me hacías saber
lo que de verdad pasaba por debajo,
pero ya nunca me lo mostrás, ¿nocierto?
Pero recordá cuando me moví en vos
y la santa paloma se movía también
y cada respiración que dábamos era aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya.

Quizás hay un dios arriba,
pero todo lo que aprendí del amor
es cómo disparar a quien desenfundó más rápido.
Y no es un llanto lo que oís de noche,
no es alguno que vio la luz:
es un frío y es un roto aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya, aleluya.


Por Jeff Buckley (quien murió ahogado mientras nadaba en un río en Tennessee, a los 31 años, en 1997); el cover más famoso:

 Por Jeffrey Adam Gutt, que vandaliza la iglesia en ruinas (a la par de la melodía) y se va enojando cada vez más:


Por Leonard Cohen, desafinado pero genial, en la versión original en su disco Various Positions:


Por John Cale, de The Velvet Underground; el primero que mezcló las estrofas como se le cantó el culo:


Por Shrek, ya que estamos, por qué no, si no tengo dignidad alguna. El ogro evita, convenientemente, todas las partes hot y más blasfemas de la letra:


Y por Sarah Connor, cantante alemana-estadounidense, en un concierto en Alemania para recaudar fondos para la gente de Haití. Como Sarah cambia tanto la melodía, el Music-Terminator está por entrar al estudio para acribillarla en cualquier momento:


Ya terminé, alabado sea.

Volveré pronto, aunque a ustedes no les interesa mucho que vuelva, ¿nocierto?

DJ  Vago

martes, 11 de febrero de 2020

[223] Rubias de París


Tangos con nombre de mujer francesa: “Griseta”, “Madame Ivonne”, “Manón”, “Claudinette”, “Arlette”, “Marión”, “Margo” y “Viviane de París”


Así como Gardel nos dio, antes de volar, grandes tangos (por ejemplo, los que comenté dos posteos atrás, “Volver” y “Volvió una noche”), nos regaló también un abominable (pero recordadísimo) foxtrot titulado “Rubias de New York”, que podría considerarse bisabuelo del reguetón y no tiene, en mi opinión, nada rescatable. Momento: me interrumpe mi hermana la tercera para decirme que sí, que tiene una cosa buena “Rubias de New York”: inspiró el título de Boquitas pintadas, una famosa novela de Puig.

La única novela de Puig que conozco es “¡Grande, Pa!”, pero ya dejé hace años de intentar discutirle nada a mi hermana la tercera, así que asiento en silencio y sigo.

En el foxtrot mencionado se detallan las cualidades de cuatro damiselas rubias neoyorquinas, descriptas como “frágiles muñecas del olvido y del placer” y pintadas, para sintetizar, como coperas alegres. O, si nos ponemos a escuchar a mi hermana, como sirenas (de mar, no de patrulla), en tanto producen en el varón que las ve y escucha, mientras se mueven al compás de la música, placer, atontamiento y olvido.

Pero esa canción, mala como es, no alcanzó (graciadió) para hacer escuela ni generar en la gran ciudad de Nueva York una meca o un mito. Sí lo hizo París, la Ciudad Luz, que venció ampliamente a la Gran Manzana como destino cultural y turístico de los tangueros argentinos entre 1920 y 1950 (para el tango, ese es más o menos el límite temporal: para los literatos e intelectuales en general el influjo y el encanto de París se extendió bastante más, hasta comienzos de los ochenta, e incluyó exilios políticos, no solo sentimentales).

Toda esta intro es para explicar que hoy, para contrarrestar y vencer a las rubias de New York, invocaré un ejército de tangos en cuyo título hay un nombre de mujer y esa mujer es francesa. Por orden de aparición, esta selección de rubias y alegres francesitas forma con “Griseta”, “Madame Ivonne”, “Manón”, “Claudinette”, “Arlette”, “Marión”, “Margo” y “Viviane de París”. Son ocho, como para hacer bullying con facilidad a las cuatro cabecitas perfumadas neoyorquinas.

Dejé afuera de esta monografía musical tangos no titulados con nombres de mujer (como “Anclao en París” o “Muñequita de París”), tangos que sí tienen nombre de mujer pero esa mujer no es declaradamente francesa (como “Ivón” o “Margot”), o son un homenaje a un personaje literario (como el tango “Margarita Gauthier”).

No son, estos ocho tangos, especialmente maravillosos, ni siquiera entre el acotado grupo de los tangos con nombre de mujer (en ese grupo, el más famoso, por afano, es “Malena”, y mis favoritos personales, “María” y “Gricel”). El más logrado de estos ocho probablemente sea “Madame Ivonne”, y es fácil ver que tuvo muchas más grabaciones y versiones que todos los demás juntos.

Lo interesante de todos estos tangos es que arman, entre todos, una misma historia. O, para ser más exactos: el primero de ellos, “Griseta”, creó un tópico y luego todos los demás se colgaron de ese tema original para agregar detalles, desviaciones, variaciones y comentarios.

También es interesante que estos tangos inauguran y profundizan una nueva vertiente tanguera, romántica y sentimental, opuesta a la hasta entonces veta principal, canyengue, “macha”, burlona y compadrita. Aquí los varones, bajo el influjo del recuerdo de esas rubias francesitas perdidas, lloran y añoran (justo lo opuesto a lo que producen las rubias de niu-iórk: risa y olvido).

La historia, en síntesis, viene así: años atrás (unos cuantos), el cantor, entonces un joven estudiante argentino, había viajado a París y conoció allí (más precisamente, en un cabaret o un café-concert en el barrio latino, el barrio de los bohemios y los estudiantes) a una jovencita (la que da título al tango). Ella era hermosa, una papusa que embrujaba a todos con la belleza de sus ojos (casi siempre) verdes, su alegría, su bondad, su bella voz y su capacidad para:
a) trasnochar;
b) acceder a propuestas amorosas de extranjeros a los que no entiende ni jota cuando hablan;
c) escuchar tangos (y que le gusten); y
d) tomar alcohol en grandes cantidades.

Ninguno de estos tangos, curiosamente, aclara el color de pelo de la chica, pero bueno, digamos que era rubia, la francesita prototípica, solo porque me ayuda al posteo.
Ellos se aman (o al menos, él la ama a ella), pero en un momento tienen que separarse. Los motivos de la separación son dos: o ella se muere de tuberculosis, o uno de los dos se toma el buque, metafórica o literalmente (o sea: ella desaparece entre la niebla o alguien se toma un barco para la Argentina). Cuando es ella la que viaja a la Argentina, lo hace acompañando al estudiante argento del que se enamoró, pero él, al llegar, la deja (por error, obviamente), y ella queda igual que antes (es decir, cantando y escabiando en un cabaret) pero en Lanús en lugar de en París, menos joven, menos alegre y más sola. Cuando el que viaja es él, no sabe nada más sobre ella, y se limita a preguntarse por dónde andará su poco de amor francés, mientras es él quien está menos joven, menos alegre y más solo.

Ya está: si leyeron el párrafo anterior, ya conocen la historia base de todos estos tangos. Igual, a continuación iré diciendo, a medida que los presento, alguna cosita en particular de cada uno, pero bien pueden terminar la lectura acá y limitarse a escuchar (los tangos que prefieran, o un cacho de cada uno, o ninguno, o como les parezca).
Empiezo, pues, el recorrido por este seleccionado de Les Boquíts Pinteés.

“Griseta” (1924). Música de Enrique Delfino, letra de José González Castillo

Este es el tango inaugural de este mar de francesitas añoradas. La palabra “griseta” viene de grisette, término con el que se designaba a las obreritas o costureritas francesas, que iban vestidas de gris de día pero de noche, aparentemente, eran bataclanas y facilongas (ya sabemos que las jóvenes costureras son propensas a dar “el mal paso”, acá y en París).

El autor de la letra, José González Castillo, se había leído todas las novelas románticas francesas (como lo hicieron también los italianos que componían óperas), en particular Escenas de la vida de bohemia, de Henri Murger; Histora del caballero Des Grieux y Manon Lescaut, del abate Prevost, y La dama de las camelias, de Alejandro Dumas hijo. En “Griseta”, la francesita ya no está más en París, sino que vino “al arrabal” (todo indica que acá en la Argentina), y aunque sigue soñando inútilmente con sus novelas y sus amores y su pasado de gloria parisino (como aquella otra papusa francesa, madame Bovary), lo único que logra traerse de Francia es la tuberculosis que la liquida impiadosamente, mientras se escucha, arrullo fúnebre, la voz de un bandoneón.

Este es el único tango del grupo en el que el cantor no declara estar (o haber estado) enamorado de la francesita.

Por Ignacio Corsini:

 Griseta
Mezcla rara de Museta y de Mimí
con caricias de Rodolfo y de Schaunard,
era la flor de París
que un sueño de novela trajo al arrabal...
Y en el loco divagar del cabaret,
al arrullo de algún tango compadrón,
alentaba una ilusión:
soñaba con Des Grieux,
quería ser Manón.

Francesita
que trajiste, pizpireta,
sentimental y coqueta
la poesía del quartier,
quién diría
que tu poema de griseta
solo una estrofa tendría:
la silenciosa agonía
de Margarita Gauthier.

Mas la fría sordidez del arrabal.
agostando la pureza de su fe,
sin hallar a su Duval,
secó su corazón lo mismo que un muguet.
Y una noche de champán y de cocó,
al arrullo funeral de un bandoneón,
pobrecita, se durmió,
lo mismo que Mimí,
lo mismo que Manón.


“Madame Ivonne” (1933). Música de Eduardo Pereyra, letra de Enrique Cadícamo

Como mencioné, este es el más famoso y quizá el mejor tango del grupo. Aquí se marca claramente la división entre el pasado de gloria fiestera en París (cuando era “mamuasel”) y el hoy de tristeza tanguera (cuando ya solo es “madame”). Quien la trajo de París fue “un argentino”, que “la hizo suspirar” “entre tango y mate” (ja, con esas armas de seducción debía ser además un Brad Pitt, el argentino, para tener tanto levante); pero ahora el argentino se tomó el buque y ya no está, Ivonne quedó sola, escabiando con champán. El cantor se conmueve por su tristeza de nieve y su estado lamentable, y aunque no lo dice, parece probable que él mismo (quien canta) sea el mismo argentino seductor que en el pasado (muchos años atrás) la trajo hasta el arrabal, como quien lleva un coronavirus a un crucero.

Por Julio Sosa:


Madame Ivonne
Mamuasel Ivonne era una pebeta
que en el barrio posta de viejo Montmartre,
con su pinta brava de alegre griseta
animó la fiesta de Les Quatre Arts.
Era la papusa del barrio latino
que supo a los puntos del verso inspirar...
Pero fue que un día llego un argentino
y a la francesita la hizo suspirar.

Madame Ivonne, la Cruz del Sur fue como el sino,
Madame Ivonne, fue como el sino de tu suerte.
Alondra gris, tu dolor me conmueve,
tu pena es de nieve, Madame Ivonne…

Han pasado diez años que zarpó de Francia,
Mamuasel Ivonne hoy solo es Madame…
La que va a ver que todo quedó en la distancia
con ojos muy tristes bebe su champán.
Ya no es la papusa del Barrio Latino,
ya no es la mistonga florcita de lis,
ya nada le queda, ni aquel argentino
que entre tango y mate la alzó de París.


“Manón” (1933). Música de Arturo De Bassi, letra de Antonio Podestá

Este tango es bastante malo. Aquí el cantor se siente morir, y mientras agoniza, recuerda a Manón, la francesita gaucha (no me pregunten qué significa “gaucha” aquí, porque prefiero ignorarlo) a quien amó en París pero de la que debió separarse, aunque no tiene idea de por qué la perdió (esta amnesia selectiva es común entre los tangueros: siempre añoran el pasado, pero nunca se acuerdan de las cagadas que hicieron).

Por Alberto Gómez:

Manón
Vida, vida vieja que cincha cansada
repitiendo tu nombre, Manón,
y se siente morir recostada
sobre los latidos de mi corazón.
Vida,
pobre vida que ya ni se mueve,
que ni sabe por qué se perdió,
heroína de un barrio con nieve,
francesita gaucha, mi linda Manón.
Rondo tu recuerdo,
persigo tu sombra;
mi pena te nombra,
con fervor, con gratitud,
y sufre complacida
porque es tuyo su pesar.
No sabe ni llorar...
Te nombra, nada más.
El nido era pobre,
un último suelo
un poco de cielo
de París, tu gran París...
La luna, entre los techos,
decoraba la ilusión...
Soñábamos allí...
Amábamos, Manón.

(Pero estaba escrita,
marcada a destino
sobre aquel cariño,
la palabra adiós).

Pena,
pena dulce que llevo escondida,
que me alumbra la vida, Manón.
Me la ha dado tu orgullo y la llevo
como una caricia sobre el corazón...
Vida,
pobre vida que ya ni se mueve,
que ni sabe por qué te perdió,
heroína de un barrio con nieve,
francesita gaucha, más gaucha que yo.


“Claudinette” (1942). Música de Enrique Delfino, letra de Julián Centeya

Pocas cosas sabemos de Claudinette. Es francesa, obvio, y no conversa mucho (al menos, no con el argentino que aquí le canta; quizá, muy probable, no se supieran mutuamente el idioma). Se dan de ella datos sueltos, que difícilmente alcanzarían para armar un identikit decente: ojos negros, baja de estatura, esmirriadita. Buena voz para cantar. La noche que él la perdió (a la salida de un café-concert) ella vestía blusa azul.
Él se lamenta por haberla perdido, pero la verdad, no parece haber hecho mucho para buscarla, que digamos. Le echa la culpa a la calle por esconderla (queda flotando la imagen de que la calle “la perdió”, lo que sería una forma sutil de insinuar que Claudinette se volvió una callejera, una perdida; pero nada lo confirma).
No por haberla perdido el cantor la perdona, pues la acusa de ser la culpable de que él no pudiera nunca más ser feliz. No queda claro por qué exactamente: si él hubiera estado taaaan enamorado y taaaan atormentado por el recuerdo de ella, pareciera que le hubiera debido poner un cacho más de onda a buscarla o peleársela a esa maldita calle de París. Pero ya sabemos que el tanguero, lo que tiene de sufriente, lo tiene de contradictorio, así que tampoco hay que pedirle perás (de París) al olmó.

Por Héctor Mauré:

Claudinette
Ausencia de tus manos en mis manos,
distancia de tu voz que ya no está...
Mi buena Claudinette de un sueño vano,
perdida ya de mí, ¿dónde andarás?

La calle dio el encuentro insospechado,
la calle fue después quien te llevó...
Tus grandes ojos negros, afiebrados,
llenaron de tiniebla mi pobre corazón.

Medianoche parisina,
en aquel café-concert,
como envuelta en la neblina
de una lluvia gris y fina
te vi desaparecer.
Me dejaste con la pena
de saber que te perdí,
mocosita dulce y buena
que me diste la condena
de no ser jamás feliz.

Mi sueño es un fracaso que te nombra
y espera tu presencia, corazón,
por el camino de la cita en sombra
en un país de luna y de farol.

Mi Claudinette pequeña y tan querida,
de blusa azul y la canción feliz,
definitivamente ya perdida,         
me la negó la calle, la calle de París.


“Arlette” (1944). Música de Antonio Bonavena, letra de Horacio Sanguinetti

A Arlette no la tragó la calle: murió de tuberculosis en plena juventud, como Margarita Gauthier (la heroína de La dama de las camelias, el mayor hit literario de Alejandro Dumas hijo) y como Griseta en el primer tango de esta serie. El cantor se lamenta de que París y sus alegres rincones ya no verán “los luceros” de los ojos verdes de esta papusa, y recuerda (él) todas las noches que, en el bar, la veía (a ella) escabiar (parece que chupaba como un cosaco, la francesita) y fumar sin parar (lo cual, sabemos, no es nada recomendable para quien padece una enfermedad pulmonar). Mientras recuerda, se lamenta (él) por no haberse atrevido nunca a confesarle (a ella) su gran amor.

Por Rodolfo Biagi:

Arlette
Ni los Campos Eliseos, ni el alegre boulevard,
no verán ya los luceros de tus ojos verdemar.
Hoy el viejo organillero, con dolor,
calla frente a tu ventana su canción
ya la Parca te dio cita...
y sé que no faltarás.
Linda y buena francesita,
vos, igual que Margarita,
llevabas en tu vida
signo fatal.

Arlette, no sé por qué tu nombre tiene para mí,
Arlette, la misteriosa poesía del sufrir.
Yo te he visto pensativa muchas noches
en la mesa del bar,
y tus ojos se perdían en distancias
que cruzaban el mar.

Arlette, yo nunca quise que supieras mi pasión.
Arlette, no sé por qué calló mi pobre corazón.
Arlette, mas hoy que sé tu triste fin
a tu recuerdo confiaré
mi gran amor.

Cuando nieve su tristeza
en el bar el acordeón,
te veré siempre en la mesa con tu copa de licor.
Y veré tus labios tristes aletear,
ya conocidos, de hablar solos y fumar.
Y la copa de mi vida
se llenará de dolor.
Recordando tu partida
y tu imagen tan querida
que tanto amó en silencio, mi corazón.


“Marión” (1943). Letra y música de Luis Rubinstein

Este es flojito flojito: el cantor recuerda a su amada Marión, a quien conoció, siendo jóvenes ambos, en París, y debió despedirse de ella una tarde de lluvia (onda Rick tomando el tren para separarse de Ilsa en Casablanca). El nombre de Marión le permite al cantor cerrar versos con un cúmulo de sustantivos terminados en “-ón”, y tampoco se priva de rimar “fragancia” con “distancia”, así que uno puede fácilmente intuir por qué Marión lo habrá dejado plantadet en París.

Por Roberto Rufino:

Marión
En la evocación vuelve a soñar mi corazón,
y el sueño eres tú, Marión...
Amor de mi juventud que no se olvida.
Amor, amor que llena de luz toda mi vida.
Sombras del ayer con su tristeza de canción
siempre me dirán: Marión...

Marión,
sé que a tu lado fui feliz
cuando te di mi corazón
en el viejo París.
Recuerdo la angustia del adiós
y el cielo llorando por los dos...
Oh, Marión,
amor lejano que dejé,
quiero que sepas, corazón,
que jamás te olvidé.

Sueño de París que se enredó con la emoción
de tu amor sin fin, Marión...
Hoy solo queda el albor de tu fragancia
y el perfumado rumor de la distancia.
Sombras del ayer con tono gris de evocación
siempre me dirán: Marión.


“Margo” (1945). Música de Armando Pontier, letra de Homero Expósito

No hay que confundir este tango con “Margot” (donde, curiosamente, la protagonista no es francesa, sino arrabalera de acá nomás). “Margo” es palabra grave, como “amargo”, y efectivamente esa es la única palabra con la que se atinó a rimar el nombre (no, perdón, también lo hace rimar con "largo"...). El autor de la letra es el gran Homero Expósito, pero esta debe ser probablemente de las peorcitas letras que hizo. La idea es que Margo, ya instalada en el arrabal amargo, llora amargamente recordando su viejo y alegre París; un viejo París feliz que, sin embargo, “se alimenta con el breve / fin brutal de la magnolia / entre la nieve”, lo que no queda del todo claro, pero al menos suena bien.

Por Roberto Goyeneche:

Margo
Margo ha vuelto a la ciudad
con el tango más amargo,
su cansancio fue tan largo
que el cansancio pudo más.
Varias noches el ayer
se hizo grillo hasta la aurora,
pero nunca como ahora
tanto y tanto hasta volver.
¿Qué pretende? ¿A dónde va
con el tango más amargo?
¡Si ha llorado tanto Margo
que dan ganas de llorar!

Ayer pensó que hoy, y hoy no es posible;
la vida puede más que la esperanza.
París era oscura y cantaba
su tango feliz,
sin pensar, pobrecita
que el viejo París
se alimenta con el breve
fin brutal de la magnolia
entre la nieve.
Después
otra vez Buenos Aires
y Margo otra vez
sin canción y sin fe.

Hoy me hablaron de rodar
y yo dije a las alturas:
Margo siempre fue más pura
que la luna sobre el mar.
Ella tuvo que llorar
sin un llanto lo que llora,
pero nunca como ahora
sin un llanto hasta sangrar.
Los amigos que no están
son el son del tango amargo...
¡Si ha llorado tanto Margo
que dan ganas de llorar!


“Viviane de París” (1946). Música de Carlos Viván, letra de Horacio Sanguinetti

Y el recorrido cierra con este discreto y romántico tango en el que Vivián, bella francesa de ojos verdes, enamoraba a todos en “la callecita del viejo París”, incluidos pintores y poetas, pero ella misma se enamoró del argentino tanguero, y ambos “juran su amor” cuando entran a Notre Dame (antes del incendio del techo, por suerte). Hoy ella no está (no queda claro si lo dejó, se perdió o murió de tuberculosis), y él llora como un chancho mientras la recuerda y le dice que en los ojos de ella se quedó anclado el amor de él, y que esos ojos verdes, “murmullos de mar / rondan la costa de mi soledad” (me gusta mucho esa imagen, me parece que salva al tango y es un buen cierre para este posteo).

Por Ricardo Videla:                                 

Viviane de París
Tus ojos verdes hicieron feliz
la callecita del viejo París.
Y cien pintores buscaron tus ojos
y cien poetas rimaron tu amor.
Tus ojos verdes, murmullos del mar,
rondan la costa de mi soledad.

Viviane, en tus ojos verdes,
Viviane, se quedó mi amor.
Pensar que este amor juramos
la tarde que entramos
allá en Notre Dame...
Viviane, hoy te extraño tanto,
que en mi quebranto
solo sé llorar.

Tus ojos verdes, mi vieja ilusión,
los llevo dentro de mi corazón.
Encadenados igual que esmeraldas
en un engarce de penas y amor.
Tus ojos verdes, murmullo del mar,
rondan la costa de mi soledad.


Y así termino esta increíblemente extensa nota, que ahora quizá no aprecien pero añorarán cuando la pierdan.

Hasta la próxima, cabecitas adoradas que vierten amor.

DJ Vagót