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sábado, 5 de diciembre de 2020

[248] Perpetua cadena perpetua

 

“Romance del prisionero” (anónimo medieval)

 

Ya se va terminando esta quinta temporada del blog (en el que “temporada” es un concepto más vago aún que yo, pues la presente ya está por cumplir tres años). Este es el posteo 248, y en el 250 terminará la temporada, y andá a saber cuándo vuelvo, si es que vuelvo.

Así que decidí no comenzar ninguna serie, sino simplemente improvisar.

E improviso hoy con un tema medieval y anónimo, el “Romance del prisionero”. Ya hablé en este blog de los romances, cuando comenté el “Romance del enamorado y la muerte” (posteo 102, diciembre de 2014), así que vayan allá si quieren saber qué es un romance y quién gana cuando se enfrentan la muerte y el amor en tiempo de descuento.

Este romance tiene todo lo que amamos de las composiciones medievales: una gran capacidad de síntesis (se dice mucho con muy pocas palabras), un ritmo imparable y atrapante (que te aprisiona y no te suelta) y un desenlace sorprendente y súbito, que te corta el aliento. O sea: hace 700 años sabían hacer poemas y canciones. Dale toda una vida de plazo a un reguetonero y esperá a ver si te da una letra como esta.

Si este romance tenía música allá en el siglo XIV, no nos llegó, no lo sabemos. Las musicalizaciones que tiene (son varias) son todas modernas. Entre ellas, elegí una vez más la de Joaquín Díaz, un estudioso de la música medieval que además es un genial compositor y tiene una bella voz. Pero hay otras versiones interesantes de Paco Ibáñez, de Amancio Prada, del grupo español Candeal y del grupo folk Alalumbre (al final del posteo las agrego, por si les interesaran).

La letra está formada por 16 versos octosílabos, sin estrofas, y está dividida en dos partes: en la primera mitad, el narrador (que es el preso, aunque aún no lo dijo) habla de lo que está pasando en el mundo, y lo que está pasando en el mundo es que llegó la primavera. Es mayo, hace “la calor”, los campos están llenos de flores, los pájaros cantan entusiastas y los enamorados “van a servir al amor” (me encanta ese verso, que iguala a los enamorados con quienes sirven a otros señores, los sacerdotes a Dios, los soldados al rey, etcétera; me imagino a los enamorados fichando en la oficina, trabajando para el amor a cambio de un romántico [pero también escaso] sueldo).

O sea: si fuera por esta primera mitad, tenemos casi un cover (presagiante) de “Bienvenido amor” de Palito Ortega (“esperaba que llegaras / te esperaba primavera”, etcétera). Pero en la segunda mitad de la letra llegamos, bien de golpe, al meollo del asunto:

Sino yo triste, cuitado,

que vivo en esta prisión,

que ni sé cuándo es de día

ni cuándo las noches son


O sea: llegó la primavera para todos, pero no para mí. Aquí nos enteramos de que el narrador es un prisionero (y esta es, por lo tanto, una canción medieval carcelaria, como la francesa “Dans les prisons de Nantes” [posteo 53] o la catalana “Cançó del lladre” [“La justicia me apresó / y me trajo a prisión oscura / La justicia me apresó / y me hará pagar con la vida”]).

Y él no solo está preso, sino que está además en una celda oscura y sin ni siquiera una mínima ventana: lo que en las pelis llaman “el pozo” o “el hoyo” y se usa solo como castigo terrible a los presos revoltosos. Y a los reguetoneros.


A partir de eso, resalta con énfasis el contraste absoluto entre la luz, el color y la alegría de la primavera enamorada y la total negrura constante y soledad de él en la celda, donde ni siquiera tiene manera de diferenciar el día y la noche...

... salvo por el canto, allá afuera, de un pajarito (probablemente la calandria mencionada en el comienzo), que con sus trinos le anuncia que allá afuera amaneció:

sino por una avecilla

que me cantaba al albor.

 

Ese canto del pajarito es el único punto de contacto del prisionero con el mundo exterior, el único átomo de belleza que recibe. Es la única señal de que aún existen la libertad, el amor, los colores y la tibieza primaveral, allá afuera, y aunque él no pueda disfrutarlos, allí están y eso consuela ("Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando", dice el poema de Juan Ramón Jiménez).



Uno podría pensar que aún hay espacio para el final feliz: estamos mal, pero podríamos estar peor.

Bueno, no, nada que ver: el final es tan súbito como devastador:

Matómela un ballestero;

déle Dios mal galardón.


O sea: un cazador mató al pajarito (para comérselo, probablemente, o por conseguir las plumas, o simplemente por deporte, lo que sería ciertamente criminal) y él se quedó otra vez, además de a oscuras, en total silencio.

No sé qué crimen habrá cometido ese prisionero, pero no me van a negar que el castigo es terrible. Lo más probable es que nadie salga vivo, de una celda así; pero si alguien saliera, seguro que no será reformado y para reincorporarse feliz a la sociedad medieval y ser un aporte constructivo para su feudo.

Aún así, tan terrible criminal no debía ser este infeliz, si solo pide, para el ballestero que le quitó la única mínima alegría en su desgracia, que lo castigue Dios y ahí termina, y se calla para siempre, de nuevo en el silencio oscuro de su celda en la que ya cumplió setecientos años de condena y de la que no saldrá nunca.


Elegí como versión principal, como ya mencioné, la de Joaquín Díaz, musicalizada solo con una guitarra. Arma una especie de estrofas cada dos versos, y agrega un mínimo estribillo (con “laralalá” o “mmmmmm” como letra). Con estribillo improvisado y todo, la canción dura menos de dos minutos (un límite que no debería cruzar ninguna canción punk ni ninguna versión de este romance). Es una gran musicalización esta, bastante alegre, lo que le queda perfecto a este romance, para que el final desolador nos caiga de improviso y como un mazazo, sin aviso.

https://www.youtube.com/watch?v=OeiCluwd3oo



Romance del prisionero

 

Que por mayo era por mayo,

cuando hace la calor,

cuando los trigos encañan

y están los campos en flor,

cuando canta la calandria

y responde el ruiseñor,

cuando los enamorados

van a servir al amor.

Sino yo triste, cuitado,

que vivo en esta prisión,

que ni sé cuándo es de día

ni cuándo las noches son

sino por una avecilla

que me cantaba al albor.

Matómela un ballestero;

déle Dios mal galardón.

 

Agrego aquí, por si les interesara, las demás versiones que mencioné.

- El cover del grupo folk Alalumbre, a partir de la musicalización de Joaquín Díaz, con un clip ambientado en un espectacular castillo medieval (y se escucha a los pajarillos, en el comienzo del clip), consiguen que esta canción sub-dos minutos se extienda hasta casi cinco. Está muy bien la versión y la musicalización, pero sigo prefiriendo la versión de Joaquín, porque a él sí puedo imaginármelo solito y cantando adentro de una celda oscura, como debería ser este romance, qué tanto.

https://www.youtube.com/watch?v=qelEOPqetms


 

- Por Candeal, con una versión mucho más extensa de la letra (pero no por eso mejor), en la cual tenemos tres pajarillos en lugar de uno, y toda una explicación del cazador acerca de por qué mata a los pajarillos:

https://www.youtube.com/watch?v=r-KyKG51JQM


 

- Por Amancio Prada, muy linda voz, aunque un poquitín lenta para mi gusto, su versión (igual le sobran los dos minutos para llegar al “mal galardón”).

https://www.youtube.com/watch?v=KiuIOTUAPIQ


 

- La versión de Paco Ibáñez, con una onda más española y dramática, prácticamente a capella:

https://www.youtube.com/watch?v=lcD98oVpWMw


 

Y eso es todo por hoy. Vuelvo a encerrarme en mi celda, donde me duermo unas siestazas medio medievales. No me trinen, que me despiertan.

DJ Vago

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