solo un tema por semana,
y con que le guste al diyei alcanza

martes, 9 de junio de 2015

[127] Volando bajo


“Eiti Leda”, de Charly García (1968)


(…) La ciudad, con sus humos y sus ruidos de oficios, nos seguía desde muy lejos por los caminos. ¡Oh el otro mundo, la morada bendecida por el cielo y las sombras! El Sur me recordaba los miserables incidentes de mi infancia, mis desesperaciones veraniegas, la horrible cantidad de fuerza y de ciencia que la suerte siempre alejó de mí. ¡No! No pasaremos el verano en este avaro país donde nunca seremos más que huérfanos desposados. Quiero que este brazo tieso deje de arrastrar una imagen querida.
Arthur Rimbaud, “Obreros” (fragmento), en Iluminaciones.


Hoy cierro la extensísima serie dedicada al rock nacional (argentino), que duró un mes y medio ya; a la vez, me adentro en la serie “Sobrenaturales”, con una canción épica que Charly García compuso a los 17 años (Spinetta no fue el único genio precoz del rock nacional). El tema fue cantado primero por Sui Generis (se destacaba la voz de Nito Mestre; el ritmo de la canción era extremadamente lento), luego por Seru Girán, grabada como primer tema del disco homónimo en 1978; y luego fue grabado por Fabiana Cantilo, a dúo con Gustavo Cerati, en 2005, como parte del excelente disco Inconsciente colectivo de Fabiana. Aunque las tres versiones tienen lo suyo, la que más me gusta a mí, curiosamente, es el cover de Cantilo-Cerati, y por eso lo elegí como versión “titular” de este posteo. Sé que varios pensarán que estoy en pedo por poner el cover por encima de los originales, pero bueno: si soy así qué voy a hacer.

Sé que la mayoría de ustedes ya conocen la canción; para quienes aún no la conozcan, sepan que está, quizá, entre las diez más famosas del rock nacional y es (como comprobarán al escucharla) única: una canción sin estribillo, estructuralmente compleja (con una parte rápida inserta entre las estrofas lentas) y cuya letra, poética y sugerente, no deja seguridades pero sí mucho para pensar y sentir.

De entrada, hay que hablar del título. La leyenda oficial es que “Eiti Leda” son palabras sin sentido en un idioma inventado por García y Lebón, al igual que “serú girán”, “seminare”, “narcisoleso”, etc. Pero a mí, que no sé latín pero tengo buen oído para las lenguas muertas, “seminare” me suena como “semillero”, un derivado del término latino seminarium (que además de “semillero” significa: causa, origen). Y no hay que ser Sherlock para relacionar “narcisoleso” con Narciso, un personaje mitológico grecorromano. Así que las palabras “inventadas” y “sin sentido” no son taaaaan inventadas ni taaaaan sin sentido, resulta.

Y la otra leyenda, promovida por el mismo Charly, es que “Eiti Leda” significa “cocacola”. Por más que lo haya dicho Charly mismo, esto es una estupidez atómica. Lean la letra, escuchen la canción, y díganme qué tiene que ver con la cocacola, este tema. A Charly le preguntaron, previsiblemente, qué carajo significaba “Eiti Leda”, y él (imagino/opino), para no responder y sacarse al reportero de encima, respondió lo primero que le cruzó por la cabeza: “significa cocacola”. No sería la primera vez que un rockero se burla sutilmente de un periodista poco calificado (recuerden, por ejemplo, lo conversado sobre “Turning japanese”, de The Vapors, en el posteo 77). Considerando la base clásica que ya mostraba tener Charly a los diecisiete años, me parece mucho más fácil pensar que “eiti” es una variante de E.T., de “extraterrestre”, de “alien”, y que “Leda” es: Leda, un personaje mitológico griego.


[Digresión mitológica: Leda era una minita a quien Zeus le arrastraba el ala, sin importarle mucho que ella ya estaba casada con Tindáreo, que era rey de Esparta pero, apenas, humano. Para conquistar a Leda, Zeus se transformó en un blanco cisne, y fingiendo ser perseguido por un águila, se le posó encima a Leda y, redondamente, la embarazó. 


Meses después, Leda puso dos huevos (de allí surgió la famosa frase “hay que poner huevos”, aplicada a los humanos), y de esos huevos salieron cuatro hijos:

- de uno de los huevos (lo llamaremos “huevo 1”, Helena (la bella a quien culparon de la Guerra de Troya) y Pólux (que no es un producto de limpieza, sino un varoncito);

- del otro huevo (“huevo 2”), Clitemnestra (quien sería luego la esposa (y asesina vengadora) de Agamenón, a quien en el barrio le decían “Cacho”) y Cástor (no confundir con “castor”, que es una especie de rata grande y dientona).

Lo curioso es que, en teoría, los hijos del huevo 1 eran hijos de Zeus, y por lo tanto, semidioses inmortales; mientras que los hijos del huevo 2 (siento como si estuviera hablando de huevitos Kinder, llenos de sorpresas) eran hijos de Tindáreo, y por lo tanto, simples mortales humanos.

Y lo recurioso es que, si Clitemnestra y Cástor eran hijos de Tindáreo, ¿por qué carajo nacieron de un huevo?

Y lo recontrarremilcurioso es que Cástor y Pólux eran gemelos. ¿Cómo pueden ser gemelos si nacieron de huevos diferentes, y en teoría, provenían de huevos dif, perdón, de padres diferentes?

En síntesis: qué quilombo. Fin de la digresión.]


Claro que mi interpretación del título es también discutible, e innecesaria: se puede escuchar la canción perfectamente sin necesidad de que Eiti Leda signifique lo que yo digo. Pero lo cierto es que esta es una canción casi mitológica, donde hay un pobre-infeliz-héroe-dios que se transforma en pájaro y/o en superhéroe de Marvel para acercarse a su amada. Así que aunque mi interpretación sea errada, igual considero que está más cerca de la verdad que pensar que el título significa “cocacola”. Ustedes piensen lo que quieran, obvio.

En las dos primeras estrofas, el cantor está solo, muy lejos de casa, en una ciudad que se siente como ajena y feroz, y ansía estar con ella, con su amada. Ansía verla:

Quiero verte la cara
brillando como una esclava negra
sonriendo con ganas

y ansía tenerla cerca, porque sabe que puede confiar en ella por completo, tanto para que le caliente los huesos fríos, que la acompañe a ver la mañana y que le brinde la prueba más íntima y definitiva de amor y confianza: que le “dé la inyección a tiempo” (de paso: algo que le hubiera venido bien a Cerati, pobre).

Lejos, lejos de casa
no tengo nadie que me acompañe
a ver la mañana
ni que me dé la inyección a tiempo,
antes que se me pudra el corazón
y caliente estos huesos fríos, nena.

Él quiere verla desnuda en el día del juicio final, carne y calor en contraste con el gris asfalto de una autopista sin sentido, “que tenga infinitos carteles / que no digan nada”, y en cambio ella sí dirá, entre risas, que esa realidad es nada más que un juego. O, si no es posible, lo matará al mediodía (dar la muerte, como ya se planteó antes, es un acto de amor y cercanía).

Quiero verte desnuda
el día que desfilen los cuerpos
que han sido salvados, nena,
sobre alguna autopista
que tenga infinitos carteles
que no digan nada
y realmente quiero que te rías
y que digas que es un juego nomás
o me mates este mediodía, nena.

Me parecen memorables, estas estrofas. Tan sugerentes, tan bien armadas, con esas oraciones que parece que terminan pero no terminan nunca (como los carteles de la autopista del Sur). Y el clima que proponen me recuerda algunos poemas que le oí a mi hermana la tercera, de las Iluminaciones de Rimbaud o de Poeta en Nueva York de Lorca: la ciudad como un espacio opresivo, alienante (uno se puede sentir tranquilamente un E.T. allí), sin sentido, impersonal, frío y oscuro, invernal. 


Un clima que continúa en la última estrofa, donde él propone “quemar las naves” y pierde hasta su sombra, mientras viaja, bajo la tierra, hacia ningún lado:

Quiero quemar de a poco
las velas de los barcos anclados
en mares helados, nena.
Este invierno fue malo
y creo que olvidé mi sombra
en un subterráneo

y sin embargo, ella sabe que no hay vuelta atrás (quemó las velas de las naves, después de todo):
y tus piernas cada vez más largas
saben que no puedo volver atrás,
la ciudad se nos mea de risa, nena.

Ese verso final, “la ciudad se nos mea de risa”, recalca la idea de la ciudad como entorno hostil, sin embargo, es un final casi discordante, un verso que corta la onda que tan cuidadosamente se venía construyendo. Ese “se nos mea de risa” es también, me parece, una marca del rock: tal vez hacer una canción tan perfectamente profunda y poética podía ser mal visto, había que sacarla un poco de allí. Así como Miguel Ángel, al terminar su escultura de Moisés, le dio un martillazo en la rodilla, tan solo para que no fuera una obra perfecta (digo yo). Como el “¡No!” gritado con que termina “Costumbres argentinas”, y sin el cual la canción sería impecable.

Pero bueno, me estoy yendo por las ramas. Entre estas estrofas extrañadas de soledad y añoranza en una ciudad extraña y hostil, aparece un ritmo diferente, un cambio total, una parte alegre y distinta: el encuentro amoroso.

Para que el encuentro se produzca (en la realidad o en el puro deseo) es necesario, sin embargo, ser más que humano, sobreponerse a la distancia convirtiéndose en pájaro (alondra, cisne: lo importante es que vuele) o en superhéroe (con capa y espada, con luz y peinado raro: lo importante es que vuele). Así, transformado, él puede volar bajo y bajar volando, entrar al cuarto de ella y unírsele en una explosión de luz blanca, ambos divinos y humanos, sobrenaturales y necesitados al mismo tiempo:

Entrando al cuarto volando bajo
la alondra ya está cerca de tu cama, nena.
Quiero quedarme, no digas nada,
espera que las sombras se hayan ido, nena.
¿No ves mi capa azul,
mi pelo hasta los hombros,
la luz fatal, la espada vengadora?
¿No ves que blanco soy, no ves?
¿No ves que blanco soy, no ves?

Que ese episodio esté intercalado entre las estrofas, en vez de cerrar la canción, me parece otra muestra de genialidad por parte de Charly: no quiere plantear una canción de final feliz, una “justicia poética” para sus personajes (Rivera dixit): la ciudad sigue allí, y él sigue perdido y alienado en ella; pero el encuentro existió, aunque fuera en un sueño o en otro tipo de realidad alternativa. Y eso es importante. Eso cuenta. Si no contara, sería mejor que me mates este mediodía, nena.

Va la canción por Cantilo-Cerati, la letra, y abajo los links a las versiones de SG (Sui Generis) y SG (Serú Girán).


Eiti Leda
Quiero verte la cara
brillando como una esclava negra
sonriendo con ganas, nena.
Lejos, lejos de casa
no tengo nadie que me acompañe
a ver la mañana
ni que me dé la inyección a tiempo,
antes que se me pudra el corazón
y caliente estos huesos fríos, nena.

Quiero verte desnuda
el día que desfilen los cuerpos
que han sido salvados, nena,
sobre alguna autopista
que tenga infinitos carteles
que no digan nada.
Y realmente quiero que te rías
y que digas que es un juego nomás
o me mates este mediodía, nena.

Entrando al cuarto volando bajo
la alondra ya está cerca de tu cama, nena.
Quiero quedarme, no digas nada,
espera que las sombras se hayan ido, nena.
¿No ves mi capa azul,
mi pelo hasta los hombros,
la luz fatal, la espada vengadora?
¿No ves que blanco soy, no ves?
¿No ves que blanco soy, no ves?

Quiero quemar de a poco
las velas de los barcos anclados
en mares helados, nena.
Este invierno fue malo
y creo que olvidé mi sombra
en un subterráneo
y tus piernas cada vez más largas
saben que no puedo volver atrás,
la ciudad se nos mea de risa, nena.


Por Sui Generis


Por Serú Girán




Eso es todo por hoy, nena. Quemaré las velas de a poco hasta la próxima semana.


DJ Vago

martes, 2 de junio de 2015

[126] Ai sí ded pípol




“Campanas en la noche”, de Los Tipitos, en su álbum Armando Camaleón (2004)



A Franco Vaccarini, por las ficciones literarias de cuiqui,
y a Dolores Giménez, por la conexión con “Penélope”.


Esta es la penúltima entrega de la serie “Rock nacional (argentino)”, y presento la más famosa canción de una banda marplatense no muy famosa, Los Tipitos, que comenzaron su carrera musical a mediados de los noventas pero alcanzaron su pico de fama hacia 2006, con el disco TipitoRex (grabado en vivo en el Gran Rex), en el que incluían, entre otras, esta canción: “Campanas en la noche”.



El tema de hoy funciona también, en especial gracias a su videoclip, como primera entrega de una serie nueva, dedicada a personajes y fuerzas sobrenaturales, que titularé, súperlúcidamente, “Sobrenaturales”.

“Campanas en la noche” es un caso raro de canción roquera clásica desde lo musical (riff inicial, 4/4 en tono mayor, estructura clásica de estrofas-estribillo-coda-final) con una letra melancólica, ambigua y un poquitín inquietante.

No es una canción de terror, por más que el videoclip intente hacerla parecer así, y que la primera estrofa, con magistral sutileza, se dedique a armar, mediante una enumeración, un paisaje que es a la vez exterior e interior, un clima nocturno de soledad e inquietud:

Un hombre
de frente a una ventana
súper lúcida la mirada
recorre el paisaje y no,
no su interior; es Luna,
son sombras lejanas del bosque,
es algo raro en las estrellas,
sonidos que inducen temor
y también melancolía de esperar,
de esperar.

Claro que con decir “temor” y “melancolía” no alcanza para establecer un clima de temor y melancolía: pero las palabras nunca son inocentes, y ayudan. Esta primera estrofa, entonces, establece una base de la que después la canción no llega a librarse del todo, por más que lo que se cuenta, la trama en sí, no tenga espanto alguno.

Es simplemente una historia triste, pero muy sencilla: ella se fue, y él, a pesar de que pasaron muchos años, la sigue esperando, sin darse cuenta de que no hay ninguna posibilidad de que ella vuelva, excepto, una y otra vez, en su mente (a él ya le chifla el moño, como diría una amiga cordobesa).
¿Les suena? ¡Sí, es “Penélope”!

[Digresión: Levanten la mano los que piensen que “Penélope” es una canción de Diego Torres. Ahora, váyanse ya mismo de acá, ¡juiracucha!]

Solo que en “Penélope” la que espera eternamente es ella (con su vestido de domingo y su bolso de piel marrón) en la estación de trenes, a que llegue él. Y espera tanto, que cuando él finalmente llega está muy cambiado, y ella lo desconoce (como sucede también en el mito griego, porque a Ulises, cuando regresa a Ítaca, de entrada solo lo reconoce el perro).

[Digresión 2: No pongo aquí el link a “Penélope”, pero solo para que no me suba demasiado la serratemia del blog, así más adelante puedo subir alguna canción de él, si me dieran ganas. Si no conocen o recuerdan la canción, gugléenla ustedes, les pido.]

Pero aquí, en “Campanas”, el encuentro no es una posibilidad demorada: no ocurrirá nunca. No hay final feliz posible, excepto en la mente insana, donde él sí la puede escuchar a ella que llega y exclama, joven y feliz: “¿Lo puedes creer? No existe el olvido. Aquí estoy. He venido” (y luego, en las siguientes repeticiones del estribillo, “he vencido”, como si hubiera vencido a la vez al olvido, a la muerte y al tiempo).

La segunda estrofa retoma el “thriller mental” de ese personaje cuyo cuerpo está hecho de recuerdos, “es solo memoria” e infinita paciencia.

su mente
inquieta se puebla de historias,
su cuerpo es solo memoria,
es eso que hay que sentir
con paciencia infinita
andando las calles ajenas
de hombres que al fin le dan pena:
campanas en la noche,
ruidos de melancolía
que esperan,
¿qué esperar?

La mención de las campanas en la noche es, claro, un mal agüero, porque las campanadas de alegría son siempre con luz del sol. Y por más que sean llamadas “ruidos de melancolía”, es imposible no pensar que son campanas fúnebres, que, como todas las campanas fúnebres, nunca hay que preguntar por quién suenan, porque están sonando por vos (sí, por vos, el que preguntó).



La tercera estrofa no aporta mucho a lo ya dicho, pero previsiblemente, es la que más le gusta a mi hermana la tercera, solo porque incluye la frase “ficción literaria” (ella es capaz de decir, como Zellwegger en “Jerry MaGuire”: “Callate. Ya me tenías con el ficción literaria”).



Delirio
tremendo, ficción literaria,
secretos que fueron plegaria,
espejo maldito que al fin
duplicó toda su vida

Y ahora viene la parte en que les cuento el videoclip, que enfatiza lo sobrenatural que ronda la canción.

De entrada, estamos en una habitación de loquero (onda “Atrapado sin salida”, “Hombre mirando al sudeste”, elijan), y él, el protagonista, vestido de rojo, mira con su mirada perdida el paisaje hasta que la ve llegar a ella, vestida de novia y sonriente (“I see dead people”, diría el nenito de “Sexto sentido”). En el 1:22 aparece un pájaro negro, que no se sabe bien qué cornos hace ahí, pero es mal agüero, si me preguntan. Al loco rojo lo trasladan por los pasillos del loquero, lo examinan seudomédicos seudopeluqueros seudomúsicos inquietantemente (lo que me recuerda, para más escalofrío, el clip del “Lamento della Ninfa”, posteo 77), la novia empieza a reírse nerviosamente, una risa que es casi un colapso, y en el 2:04 se funde en un humo verde y se vuelve bruja anciana de luto dueña de pájaros negros o negros de alma, y ella y él se intercambian lugares, como si fueran en realidad dos aspectos de la misma oscuridad; luego los “médicos” le aplican el defibrilador pero a ella, a la vieja de luto, que es la novia, que es el loco rojo; en 2:43 vuelve a aparecer el maldito pájaro negro; al loco rojo lo siguen paseando por las instalaciones del nosocomio (lo pasea un enfermero gordo y encuerado, muy poco serio), la vieja bruja lo sigue rondando, y hacia el final, al minuto cuatro, él pestañea y se mueve, como si dijéramos: “se despertó, era todo un sueño”, pero no le cree nadie.



Bueno, eso es todo por hoy, ya me cansé. Lo dejo con el clip, la letra y la despedida.



Campanas en la noche
un hombre
de frente a una ventana
súper lúcida la mirada
recorre el paisaje y no,
no su interior; es Luna,
son sombras lejanas del bosque,
es algo raro en las estrellas,
sonidos que inducen temor
y también melancolía de esperar,
de esperar.

Esperar que ella vuelva
y le diga: “acá estoy mi amor,
no existe el olvido,
acá estoy mi amor de vuelta,
he venido,
¿lo puedes creer? no existe el olvido, mi amor,
no existe”.

su mente
inquieta se puebla de historias,
su cuerpo es solo memoria,
es eso que hay que sentir
con paciencia infinita
andando las calles ajenas
de hombres que al fin le dan pena:
campanas en la noche,
ruidos de melancolía
que esperan,
¿qué esperar?

Esperar que ella vuelva
y le diga: “acá estoy mi amor,
no existe el olvido,
acá estoy mi amor de vuelta,
he vencido,
¿lo puedes creer? no existe el olvido, mi amor,
no existe”.

Delirio
tremendo, ficción literaria,
secretos que fueron plegaria,
espejo maldito que al fin
duplicó toda su vida
andando las calles ajenas
de hombres que al fin le dan pena:
campanas en la noche,
ruidos de melancolía
que esperan,
¿que esperan?

Esperar que ella vuelva
y le diga: “acá estoy mi amor,
no existe el olvido,
acá estoy mi amor de vuelta,
he vencido,
¿lo puedes creer? no existe el olvido, mi amor,
no existe”.


Listo, me voy. Pero tal vez no me voy. Tal vez vuelva algún día. Espérenme. Buajaja.


DJ Vago

martes, 26 de mayo de 2015

[125] Última ficha al azar


“Ruleta”, de Los Piojos, en su álbum Verde paisaje del infierno (2000)



Hablando de suerte: sobreviví a mi post de Spinetta. Estoy de racha.


Ya vamos por la cuarta entrega de esta serie de rock nacional (argentino), y hoy probaremos suerte con una canción de Los Piojos, banda liderada por Ciro (Andrés Ciro Martínez) y ya disuelta hace unos años (Ciro, en un acto de retribución histórica, está ahora con Los Persas).

Los Piojos, sin ser grandes favoritos en mi Winco, es una banda cuyos temas siempre tienen algo que me resulta interesante: a veces un riff, a veces una melodía, o una imagen, o una vuelta de tuerca en la letra…



Aquí, en “Ruleta”, con una idea sencilla para la música y otra idea sencilla para la letra, logran hacer un tema que me gusta mucho. Me gustan mucho más las estrofas que el estribillo, a decir verdad: es como si en el estribillo se les hubiera cortado la racha y hubieran tirado su última ficha al paño, cayera donde cayera, esperando un golpe de suerte.

La idea que propone la canción no es nada novedosa: una conexión entre el azar (representado por el juego de azar más emblemático y vistoso, la ruleta) y las acciones y hechos más significativos de una vida, en particular: el amor.

Los Piojos tienen siempre, aunque se encargan de disimularlo lo más que pueden, una sutileza poética que los marca (como a un naipe). Los primeros versos de esta canción, por ejemplo, me parecen preciosos.

En Comodoro rasgaste mi piel,
un largo viaje al desierto cruel.
Tus ojos verdes, oasis para mi sed.

Ubican un lugar preciso (Comodoro Rivadavia, desierto frío y cruel); señalan, en forma ambigua e indirecta, un hecho esencial (“rasgaste mi piel”, “tus ojos” = “oasis para mi sed”) y aluden ya al tema de la canción, la ruleta y el azar, por medio de la referencia a un color, el verde: verde de los ojos de ella y verde también del paño sobre el que se apuesta. Los ojos son como dos puntos verdes en un desierto infinito, y hacia ese improbable verdor se viaja (fíjense cómo esta primera estrofa remite también al excelente título del disco, Verde paisaje del infierno.

Y noten que la piel de él es rasgada, y rasgar es el verbo que se usa para el paño de las mesas de juego: la piel de él es (también) territorio del azar; o tal vez el amor lo rasgó como al paño de una mesa, venciendo en él todo azar, eliminando la posibilidad de que el azar lo habite. Yo creo que Los Piojos pensaron en todas estas cosas, al elegir el verbo rasgar; aunque puede que hayan tenido suerte nomás: lo dejo a su criterio.

En todo caso, de entrada se plantea la relación entre suerte y amor, entre azar y destino. Invariablemente uno recuerda la frase “Desafortunado en el juego, afortunado en el amor”: fórmula de consuelo para quienes pierden plata en la ruleta, equivalente al “pisar mierda trae buena suerte”, epigrama que intenta ocultar lo evidente: pisar caca es ya en sí una muestra de que no estamos pasando por una buena racha. En el mismo sentido, ¿por qué perder a la ruleta implicaría que uno es afortunado en el amor? ¿Y por qué estar más solo que un panadero napolitano implicaría que vamos a ganar la quiniela? No solo no hay ningún motivo: ni siquiera sucede. Es más probable que perder plata en el casino colabore a que pierdas toda relación humana significativa que aún mantengas. Y estar correspondidamente enamorado no te quita chances de ganar la lotería (¡tampoco las acrecienta!).

El cantor, aquí, la invita a ella a la ruleta. No, no es una gran idea para organizar una salida, en una cita.

De la ruleta te quiero llevar,
roja la sangre, verde el paño de la libertad
pero mi suerte es negra, mis dientes van a estallar.



Pero en realidad, él habla de la ruleta como un símbolo, porque enseguida aclara que los colores (rojo, negro, verde) representan otras cosas: la sangre, la libertad, la (mala) suerte… Digamos: la vida. La ruleta es una imagen de la vida entera. Uno no va a la ruleta: está dentro de ella. Giramos sin salida por la rueda de nuestros días, sin saber adónde iremos a parar cuando paremos. Y las calles de la ruleta (las líneas de números) son como las calles de nuestra ciudad, y coronar un número (rodearlo completamente de fichas, apostándole de lleno y cubriendo también los números de alrededor) no es muy distinto de coronar a una persona, de señalarla como lo más importante, como nuestra última o única esperanza.

Como vas girando, voy,
¿dónde vas a parar hoy?
Tengo ya hasta la mitad
toda bien cubierta, ¿ves?
Sobre mi calle estás
y yo ya te coroné.

Pero la ruleta, ese símbolo del azar, no es azarosa: se muestra como un juego aparentemente justo, cuando la realidad es que es una estafa al apostador. Y la estafa está en el cero, en ese numerito cero con fondo verde. Sin el cero, la ruleta sería justa; con el cero, el casino siempre gana, tarde o temprano, porque cuando uno acierta una ficha a pleno en un número cualquiera recibe 36 veces su apuesta, cuando en realidad tuvo solamente una chance de ganar en 37 números (del 1 al 36, más el cero); y cuando uno apuesta a un color (negro, rojo), piensa que tiene la mitad de las chances de ganar, pero en realidad tiene solamente una chance de victoria de 18/37 (apenas, lo suficientemente menor que la mitad). En una ficha se puede tener suerte: pero si uno está frente a la ruleta el suficiente tiempo, siempre perderá contra la Banca (moraleja: si tienen la oportunidad, en vez de un almacén pónganse un casino).

La segunda y última estrofa me encanta también: refuerza que su ruleta está hecha de negras noches y de blancos días (como el ajedrez de Borges), pero sabe que el cero (ese fatal número verde, como los ojos que él busca) siempre está girando alrededor, como un presagio de derrota.

Cada día trae su color
y cada noche seré un apostador,
el cero siempre girando alrededor.

Y él, como me pasa a mí también, ya no cree en el azar: la banca siempre gana, y él sabe que se habrá ganado a pulmón cualquier propina que obtenga del destino (para quienes no están familiarizados con la jerga: “gracias, Caja de Empleados” es lo que dicen los croupiers cuando reciben una propina, porque no se las quedan ellos individualmente, sino que al final del día las juntan y las reparten entre todos los empleados del casino).

Y ya no creo, no creo en el azar,
nada más todo esto tenía que pasar.
Gracias Caja de Empleados, propina especial.

El videoclip está muy bien, por más que se pone un poco en onda “película argentina” (mostrando un viaje por Comodoro cuando la letra dice “En Comodoro”, o haciendo coincidir “propina especial” con el momento en que él da una propina). En el clip la ruleta no es metafórica sino real: ella es una croupier en un casino clandestino (pero con show de música en vivo), él es un apostador que le hace trampa al azar, pues actúa en tándem con ella (en teoría, él apuesta a un número y ella consigue que salga, algo bastante improbable de conseguir, a menos que la rueda de la ruleta haya sido alterada). Que el apostador se quite la cara (como una careta) y debajo tenga el rostro de Ciro es también un rasgo de película argentina: no necesitábamos que nos explicaras que él eras vos, Ciro (aunque tal vez, probablemente, lo hizo para poder besar a la actriz él también: en ese caso te perdono).

Al día siguiente, el apostador es un tipo distinto (pero la idea es que aunque las caras cambien, él es siempre él). Hacia el final del clip, la croupier es descubierta, y cuando el desagradable dueño del casino se la quiere llevar para echarla o romperle los brazos (como sabemos, el hobby de los dueños de casino), ella lanza al aire las fichas, generando una avalancha de apostadores angurrientos y desesperados, lo que permite que ella se escape con él. Hacia el final, en el casino destruido y desierto solo quedan los integrantes de la banda, y Ciro lanza seis dados y consigue una ultra-generala en el primer intento (los dados dibujan, tosca y pixeladamente, el logo de la banda, una especie de piojo orejudo). La generala servida significa, por supuesto, que el azar no existe. O que los dados están, desde siempre y para siempre, cargados.





Ruleta

En Comodoro rasgaste mi piel,
un largo viaje al desierto cruel.
Tus ojos verdes, oasis para mi sed.
De la ruleta te quiero llevar,
roja la sangre, verde el paño de la libertad
pero mi suerte es negra, mis dientes van a estallar.

Como vas girando, voy,
¿dónde vas a parar hoy?
Tengo ya hasta la mitad
toda bien cubierta, ¿ves?
Sobre mi calle estás
y yo ya te coroné.
Y toda mi vida aquí
estoy apostando, oh,
girando la bola va
¿dónde vas a parar hoy?
Sobre mi calle estás
y yo ya te coroné.

Cada día trae su color
y cada noche seré un apostador,
el cero siempre girando alrededor.
Y ya no creo, no creo en el azar,
nada más todo esto tenía que pasar.
Gracias caja de empleados, propina especial.

Como vas girando, voy,
¿dónde vas a parar hoy?
Tengo ya hasta la mitad
toda bien cubierta, ¿ves?
Sobre mi calle estás
y yo ya te coroné.
Y toda mi vida aquí
estoy apostando, oh,
girando la bola va
¿dónde vas a parar hoy?
Sobre mi calle estás
y yo ya te coroné.



Hasta el próximo martes… hagan sus apuestas… ¡¡No va máááásssss!!


DJ Vago

martes, 19 de mayo de 2015

[124] Vago tal vez



“Barro tal vez”, de Luis Alberto Spinetta, en su álbum Kamikaze (1982)



A Laura Linzuain y Silvina Chauvin.


Hoy, como tercera entrega de la serie “Rock nacional (argentino)”, me arriesgo por fin con un tema del gran Luis Alberto Spinetta, quien nos dejara (físicamente) en 2012.


Quiero aclarar que si el Flaco no había aparecido antes por este blog no es, como podrían malpensar los imaginados, porque me daba fiaca. Aunque sí me daba fiaca, porque bueno, no son temas sencillos de comentar; el “Aserejé” me llevó menos esfuerzo, por un decir. Seré vago, tal vez.

Pero el principal motivo para la demora spinettiana es que no soy un gran fan de él. O sea: me gusta mucho su música, y hay temas suyos (varios) que me encantan. Pero no soy, bajo ningún concepto, un fan. Y el problema es que los fans de Spinetta son MUY fanáticos. Son cuasi terroristas musicales, capaces de pasar a degüello con el filo de un folleto budista a quien osare decir algo no-positivo sobre el Flaco.

A mí me pasó, hace dos años: en una reunión de amigos tuve la mala ocurrencia de confesar que aunque escucho a Spinetta cada tanto, en general no oigo discos enteros de él de corrido, porque me aburre un poco. En la reunión había una fan de Spinetta, de incógnito, disfrazada de ser humano común, que al escucharme saltó hacia mí armada con lo que tenía en esos momentos en sus manos, y que inmediatamente, tras derribarme de una patada en el tren inferior, me desparramó el triple de cantimpalo y queso por toda la cara y me estrelló la copa de malbec en el oído izquierdo, mientras gritaba “¡Dale, decilo de nuevo! ¡Atrevete, dale!”. Entre cuatro la separaron de mi magullada persona, pero lo peor fue que después los demás coincidieron en que quien había estado desubicado era yo (no creo que todos fueran fans de Spinetta, más bien me parece que tenían miedo de ser las siguientes víctimas). Así que me fui solito y solo a la guardia del Fernández, oliendo a vino y con pedacitos de vidrio y cantimpalo por toda la cara, mientras silbaba (con dificultad) “Seguir viviendo sin tu amor”.

Y tres meses atrás, mientras conversaba con un compañero a la salida de la oficina, ambos íbamos en el subte, él me preguntó si me gustaba Spinetta, y le dije que sí, que claro, aunque prefería a Calamaro, y de la otra punta del vagón escuché a uno que gritaba permiso permiso y que, al llegar hasta mí, sacó un aerosol lleno de lo que se cree que es un preparado casero de gas pimienta, ácido sulfúrico y metáforas volátiles, que procedió a rociarme por toda la cara y la camisa. Tardé dos semanas en recuperarme, al menos físicamente.

Así que por eso me mantuve reacio a comentar un tema de Spinetta. Pero bueno, el blog lo  estaba pidiendo. Eso sí, me cuidaré (haré todo lo posible) por no decir nada negativo. Igual: no pienso nada negativo del Flaco. Era un genio. Es un genio. Si alguna vez pensé o dije otra cosa, es que yo era un infeliz. Pero ya no lo soy. Ahora me transformé. Vi la luz.

Entre el montón de temas que podría haber elegido, tomaré “Barro tal vez”, que fue grabado como parte del disco Kamikaze, en 1982, pero había sido compuesto mucho antes, entre 1964 y 1965, cuando Luis Alberto tenía entre catorce y quince años.



Este dato, inevitablemente, genera esta reflexión: ¿quién escribe así a los catorce-quince años? ¿Cómo es posible? Debe haber muy pocos casos en la historia del mundo. Mi hermana la tercera, tras sorber de más el mate, me sopla: Rimbaud. Okey, pero Rimbaud no sabía de música, y el Flaco, por si fuera poco, a los quince ya sabía un kilo: al menos, lo suficiente para componer una zamba y fusionarla con rock apenas lo suficiente como para que no desentone con ninguno de los dos géneros. Musicalizada solo con una guitarra eléctrica y (genialidad:) con unos grillos de fondo (se grabó en un patio con jardín).

Y cantarla así: porque ¡cómo cantaba Spinetta! Creo que no descubro la pólvora si digo que las canciones de Spinetta son, por afano, las más difíciles de cantar de todo el rock, no solo argentino, sino en todo el idioma castellano. Lo que él hacía parecer fácil es extremadamente difícil, y uno se cansa de ver naufragar (o apenas salvarse del naufragio) a quienes intentan cantarlas sin haberse preparado lo suficiente.

“Barro tal vez” es, indudablemente, un tema de juventud, dentro del conjunto de la obra del Flaco: así de complejo y profundo como es, resulta sencillo por comparación, respecto de muchos temas posteriores. Un reguetonero se pasaría dos años intentando decodificar la primera estrofa, pero para el Flaco, esto es la sencillez encarnada. Podría haber elegido temas más complejos y famosos, pero bueno, tampoco quería arriesgarme tanto, considerando.

Este es un poema mitológico, en cierta forma: un poema de transformación, de trasmutación. Como los de Ovidio (me sopla de nuevo mi hermana tercera), en que la chica acosada se vuelve laurel o el dios calentón se transforma en cisne, o en marido.


El comienzo es la voluntad de cantar, como un imperativo, como una necesidad física y vital: cantar para no morir; aunque cantar produzca también, tal vez, la muerte física, y “solo quede tiempo en mi lugar” (qué bello verso, ¿no?):

Si no canto lo que siento,
me voy a morir por dentro.
He de gritarle a los vientos hasta reventar,
aunque solo quede tiempo en mi lugar.

El canto-grito es, digamos, la etapa uno, el interruptor que inicia la metamorfosis. Inmediatamente el cuerpo, ya reventado-diluido, desaparece (“mi carne ya no es nada”) y comienza la fusión.

Que es, a la vez, una fusión con la naturaleza y con la música (la música es, después de todo, parte la naturaleza, como saben los biólogos, los músicos y los músicos-biólogos). La voz ya no está, ahora hay silencio, un silencio momentáneo, de tránsito, que implica sufrimiento (de lo poco físico que quedó), pero también voluntad:

He de fusionar mi resto con el despertar,
aunque se pudra mi boca por callar.

La transformación es, al mismo tiempo, en naturaleza y en canción. En árbol y en sonido. En quietud y movimiento. Es una metamorfosis doble, y el resultado es también una combinación, como la del agua y la tierra que forman el “barro tal vez”.

Ya lo estoy queriendo,
ya me estoy volviendo canción,
barro tal vez.
Y es que esta es mi corteza
donde el hacha golpeará,
donde el río secará para callar.

En esta estrofa y la siguiente se repite varias veces la palabra “ya”, para marcar ese momento clave de la transformación, como si fuera un “paso a paso” del volverse canción-árbol, de ese revivir ya no como simple persona, sino como parte del mundo y del arte:

Ya me apuran los momentos,
ya mi sien es un lamento,
mi cerebro escupe ya el final del historial
del comienzo que tal vez reemprenderá.

Es, sin dudas, una hermosa canción (si no opinan lo mismo, les aconsejo que lo callen aunque se mueran por dentro). Y es claro que uno puede sentir esto a los quince años (o a los cincuenta): lo increíble es poder expresarlo así.



Barro tal vez

Si no canto lo que siento,
me voy a morir por dentro.
He de gritarle a los vientos hasta reventar,
aunque solo quede tiempo en mi lugar.

Si quiero me toco el alma,
pues mi carne ya no es nada.
He de fusionar mi resto con el despertar,
aunque se pudra mi boca por callar.

Ya lo estoy queriendo,
ya me estoy volviendo canción,
barro tal vez.
Y es que esta es mi corteza
donde el hacha golpeará,
donde el río secará para callar.

Ya me apuran los momentos,
ya mi sien es un lamento,
mi cerebro escupe ya el final del historial
del comienzo que tal vez reemprenderá.

Si quiero me toco el alma,
pues mi carne ya no es nada.
He de fusionar mi resto con el despertar,
aunque se pudra mi boca por callar.

Ya lo estoy queriendo,
ya me estoy volviendo canción,
barro tal vez.
Y es que esta es mi corteza,
donde el hacha golpeará,
donde el río secará para callar.



Hay muy buenas versiones de este tema (ninguna como la de Spinetta, por supuesto). Mercedes Sosa, Pedro Aznar y otros la emprendieron con “Barro tal vez” en forma muy bella. Pongo aquí el dueto entre Mercedes y Luis Alberto, que está muy bien.


Y me despido hasta la próxima semana, si es que sobreviví a esta empresa y me transformé, a los ojos de los spinettianos, en un ser razonablemente invisible o desdeñable, tolerable tal vez.

Haya paz,


DJ Barro

martes, 12 de mayo de 2015

[123] Me quiero morir

“Asesíname”, de Charly García, en su álbum Rock and Roll YO (2003)



Hoy termina, podríamos decir muere, la serie “Si se mata al cantor”, con un gran tema de uno de los principales próceres del rock nacional (argentino). En las canciones de las semanas previas, el cantor moría muchas veces o una sola, predecía su propia muerte o la recordaba; pero en ningún caso, como aquí en “Asesíname”, la muerte era algo deseado y buscado.

Será por eso que esta canción, además de hacerme juego con las anteriores, me linkea al tema medieval francés “Douce dame jolie” (posteo 67), en el que el cantor, desesperado y atormentado, le pide a su “dulce” dama que deje de hacerlo sufrir y que, si no lo va a amar, mejor lo liquide de una buena vez:

Y en cuanto mi enfermedad jamás
será anulada
sin ti, dulce enemiga, que deleite
tomas de mi tormento,
con las manos unidas suplico
a tu corazón que se apiade
y compasivamente me mate,
pues ya languidecí muy largamente.

De forma parecida, en “Asesíname” el cantor llega a la conclusión de que la muerte (a manos de la amada) es el mejor desenlace que le queda. A diferencia de la canción medieval, Charly lo expresa en forma directa y breve, con una única palabra, que funciona como estribillo: asesíname.


Las estrofas son también muy breves (dos versos cortos rimados en palabra aguda), muy sintéticas: en ese sentido, es casi una canción medieval (de las de la primera Edad Media, esas en que no había tiempo para dar mucho detalle, tipo “El testamento de Amelia” o “Chapirón de la reina”). Y sin embargo, con poquísimas palabras Charly logra dar una descripción bastante completa de cómo viene la mano en esa relación:

- Hay una puerta (una oportunidad, un amor) que se cierra pero que después se abre; o en realidad, se estaba abriendo incluso mientras parecía cerrarse.

- Hay alguien que da (se da) demasiado, hasta volverse un souvenir, es decir, la parodia de un recuerdo: hasta perder su identidad.

- Hay un intento desesperado en dejar atrás ese amor insuficiente, dado con cuentagotas: él “cajonea” la imagen de ella y guarda su alma en el melotrón (Mellotron, una especie de pianola eléctrica de los años sesentas-setentas, precursora de los sintetizadores: en el mellotrón se podían grabar y almacenar melodías.


Noten que en esta imagen del melotrón, el alma que se guarda es musical, está hecha de sonidos; y que enseguida el cantor compara su amor entero y no correspondido con el rocanrol, y aclara que aunque no es gran cosa, igual parece ser demasiado para ella (“es solo rock and roll / pero ya es mucho para vos”); no sé ustedes, pero yo al menos es por estas cositas, entre otras, por las que adoro a Charly.

La sensación del cantor es que está en un lugar insoportable. Mejor dicho: que el mundo entero es ese “aquí”, ese lugar insoportablemente cruel, y por lo tanto habría solo dos caminos posibles para él: ser amado o morir. En este caso, la frase "me quiero morir", que solemos decir sin que sea cierto, él la dice a conciencia.

Pero la primera opción él ya la descarta: no la pide ni la espera. Sabe que no recibirá ese amor que busca más que “a cuentagotas”. Y por lo tanto, pasa a la siguiente, a la única opción que le queda: la muerte.

Eso sí: no está dispuesto a suicidarse ni nada por el estilo: quiere que sea ella quien lo mate, en una especie de retorcida venganza: “igual mi muerte es tu culpa, así que por lo menos hacete cargo del trabajo”.

Por supuesto, ese “asesíname” es más súplica que orden, y uno escucha por debajo la opción aún latente: “elegí: amor o muerte” (ups, esa era otra serie, se me cruzaron los cables).

Esta canción forma parte del disco de 2003 Rock and roll YO,  que Charly pensaba titular Asesíname, como esta canción, pero a último momento, según dijo, temió que alguien lo tomara literal y le pegara un tiro.

El videoclip, coprotagonizado por Celeste Cid, recupera imágenes de la novela “Resistiré”, que usó la canción como parte de su banda musical. Y muestra las tremendas manos artríticas-artísticas-artrósicas-tétricas de Charly, que siempre pienso que le deben doler un montón y me da una pena.

Al escuchar a Charly, en general (pero más los últimos quince años) uno tiene que ir un poco más allá de su voz, porque claro, no le queda mucha (voz), y tampoco tenía tanta para empezar (ni siquiera sus más fieles fans se atreverían a decir que de joven era un gran cantante de hermosa voz); pero más allá y a pesar de eso, y tal vez: por eso también, esta es (en mi opinión) una hermosa canción, memorable. En mi mente suena re-bien; Charly la canta a dúo con Nina Simone y ella, en vez de asesinarlo, lo resucita.



Hacia el final del tema, habiéndosele acabado la letra pero aún con ganas de seguir cantando (o de seguir mirando a Celeste), Charly se empieza a delirar un poco y a incluir fragmentos de los Beatles y de canciones infantiles; igualmente, esos fragmentos no son del todo delirantes, sino relacionados, porque él también “todo lo que necesita es amor” y espera (exactamente igual que el protagonista de “Douce dame jolie” merecer el Cielo por haberse portado tan bien.

All you need is love, love, love.
One, two, three, four, five, six, seven:
all good children go to heaven.



https://www.youtube.com/watch?v=2TJ1ISraN2M


Cuando viniste a mí
cerré la puerta pero abrí.
Asesíname.

Por darte lo que di
me transformé en un souvenir.
Asesíname. Asesíname.

Dejé tu imagen en el cajón,
 guardé tu alma en el melotrón,
no quiero más que me des
con cuentagotas tu amor.

Es solo rock and roll,
pero ya es mucho para vos.
Asesíname. Asesíname.

No quiero más que me des
con cuentagotas tu amor.

Yo me quiero morir,
no aguanto más estar aqui.
Asesíname. Asesíname.


La semana que viene continuará esta serie de rocanrol argentino, con otro grande de verdad.
Si es que una mano justiciera no me asesina antes.

DJ Vago