solo un tema por semana,
y con que le guste al diyei alcanza

miércoles, 5 de agosto de 2015

[133] Para cortarse las venas con una arrocita

“Eleanor Rigby”, de The Beatles, en su álbum Revolver (1966)

Esta semana, como tercera entrega de la serie “Dime cómo te llamas”, vamos con un famosísimo tema de los Beatles. Sería aventurado decir que es el más famoso (teniendo ellos tantos), pero sí tiene la curiosidad de ser la canción más versionada de todos los tiempos, seguida no muy lejos por “Ne me quitte pas”, “Summertime” y “Que los cumplas feliz”.

La canción en cuestión es “Eleanor Rigby”. Si bien el tema aparece como compuesto por Lennon/McCartney, esta es una canción de Paul. John Lennon hizo un par de aportes en palabras concretas, pero el tema, la letra y todo es puro (y el mejor) McCartney. Las canciones de Lennon siempre tuvieron una onda de autoayuda alegre, él nunca habría hecho un tema como este. George y Ringo también hicieron mínimos aportes, pero esta canción es de Paul, e incluso lo demás se solían referir a ella como “el bebé de Paul”: la canción mimada, la favorita. Una canción extraña, que marcó sin dudas un antes y después en la historia de los Beatles, y del rock todo.



Porque el tema de esta canción es la gente sola, los solitarios. Que una banda de rock tome este tema, tan poco glamoroso y tan bajón, es algo rarísimo. Que el resultado sea una canción tan buena como esta, sería imposible para cualquiera excepto para The Beatles.

Sí hay y había canciones “dark” con cementerios y tumbas; por ejemplo, justo cuando salió esta canción, en los topes de los charts estaba “Paint it black”, the los Rolling Stones, que no es nada alegre y tiene su escena de autos negros en el cementerio. Pero acá hablamos de gente común y gris, de una solterona, de un cura de pueblo: gente que cuando muere nadie va al entierro, y cuando vive nadie los visita. Sin hijos, sin parientes, sin amigos.



Mi tío Joan, a partir supongo de escuchar “Eleanor Rigby”, hizo una canción titulada “La tieta”, que describe, en forma descarnada y brillante, la vida y muerte de la tía solterona de la familia. Pero musicalmente, la canción es pesada, lenta, y francamente aburrida (y eso lo digo yo, que lo adoro al tío). En cambio Paul compuso un tema genial, pegadizo, sobre una escala dórica que va bajando de semitono en semitono en cada tiempo fuerte del compás. Martin, el arreglador de los Beatles, completó el efecto con un contundente cuarteto doble de cuerdas (dos violonchelos, dos violas, cuatro violines) que toca en staccatto (es decir, no ligando una nota con otra, sino cortando el sonido, para que cada nota quede sola y seca, separada de la siguiente). No voy a hacer ningún descubrimiento si digo que Paul es un gran músico (así como lo fue John, pero a mí siempre me gustaron más las canciones que muestran la impronta de McCartney). Pero lo digo igual: qué gran músico. 

(En cambio, Ringo Starr, por ejemplo, era un baterista malísimo, pobre. En esta canción no aparece, y no se lo extraña para nada. A veces pienso qué bárbaros (más) hubieran sido los Beatles si hubieran tenido un baterista copado, tipo Keith Moon.)



Y qué letra.

Eleanor Rigby, ese nombre sonoro, súperirlandés, parece contener en sí toda la historia de ese personaje. Como si la letra de la canción lo único que hiciera es desarrollar esa historia ya contenida en el nombre propio.

Stat pristina rosa nomine / nomina nuda tenemus, me interrumpe mi hermana la tercera que dijo un monje benedictino y después un escritor italiano. Asiento con la cabeza y espero, porque seguro que ahora viene la traducción, mi hermana no se aguanta sin traducir una cita en latín. Ahí está, ya sabía: “La rosa primera está en el nombre / solo tenemos nombres desnudos”. Ajá.

La canción consta de solo tres estrofas, conectadas entre sí por una especie de doble estribillo: el que encabeza la canción (“Ah, mira a todos los solitarios”) y el que, tras repetir ese mismo verso, pregunta de dónde es que vienen y adónde pertenecen los solitarios.

El comienzo es notable:

Ah, look at all the lonely people!

Uno se imagina frente a una llanura llena de gente solitaria. Como si pudiera, en el ojo de un Aleph, observar a todos los solitarios del mundo al mismo tiempo. Y son muchos, más de los que creeríamos o querríamos que fueran. Y el cantor nos los muestra a todos, cual un diablo que ofreciera el mundo entero desde la cima de una montaña (“Tibi dabo...”, cita mi hermana la tercera, pero ya no le doy bola).

Pero enseguida comienza la primera estrofa, y de ese mar de gente solitaria se cuenta únicamente la historia de dos: Eleanor Rigby primero, y el padre McKenzie después. Eleanor es una solterona que va todo el tiempo a la iglesia y que levanta del suelo el arroz, cuando terminan las bodas; una imagen genial, pues remite por un lado a la pobreza de Eleanor y a su “vivir en un sueño”, a soñar que vive una vida diferente de la suya, que está por llegar el encuentro con ese alguien (desconocido) a quien espera junto a la ventana, con una máscara de circunstancia que esconde su verdadera tristeza.

Eleanor Rigby
levanta el arroz en la iglesia
después de una boda.
Vive en un sueño,
espera en la ventana llevando la cara
que guarda en un jarro junto a la puerta.
¿Para quién es?

La segunda estrofa introduce el segundo protagonista de la canción, la contraparte masculina de Eleanor, igualmente irlandés, igualmente solitario: un cura de pueblo, el padre McKenzie. Paul pensó de entrada usar su propio apellido para ese personaje, y que fuera el “padre McCartney”, pero imaginó que la gente que escuchara la canción iba a pensar que estaba hablando de su propio padre, en lugar de un cura desconocido, así que decidió buscar otro apellido.

El padre McKenzie prepara su sermón dominical que dirá en una iglesia vacía, zurce sus propias medias en la noche, siempre solo... ¿Por qué le importa? ¿Y qué le importa? Quién sabe.

Me parece genial, también, esa onda irlandesa, católica y decadente, que sobrevuela la canción, y que se logra apenas con los nombres de los personajes, un par de imágenes y la mención de la palabra “iglesia”.

El padre McKenzie
escribe las palabras de un sermón
que nadie oirá.
Nadie se acerca.
Míralo trabajar,
zurce sus medias en la noche
cuando no hay nadie allí,
¿qué le importa?

Y en la tercera estrofa, estos dos personajes tan grises se encuentran o, mejor dicho, se terminan de desencontrar. Eleanor Rigby muere (su muerte es exactamente como su vida, intrascendente y común, solitaria) y es enterrada en la iglesia de McKenzie. Este, suponemos, dirá unas palabras en la ceremonia, aunque no haya nadie más allí, enterrará él mismo a la pobre mujer y luego se sacudirá la tierra de las manos y se alejará, sabiendo (él y todos) que nadie fue salvado esa mañana.

Y la canción termina con el segundo estribillo, el que conecta con la frase inicial y se pregunta (sin respuesta posible) sobre ese mar de gente solitaria: de dónde vienen, a dónde van.

Todos los solitarios,
¿de dónde es que vienen?
Todos los solitarios,
¿a dónde pertenecen?

Todo esto dura apenas dos minutos y monedas (¡la duración de un tema punk!), porque la canción es rápida e incesante. Un tema bastante depre, y sin embargo, a pesar de que si fuera por la letra nos darían ganas de degollarnos con una galletita de agua (o mejor, una galleta de arroz, o mejor que mejor, con el filo de un grano de arroz, en honor a Eleanor), la canción no deja de sonar desde hace ya casi cincuenta años, y sigue siendo cantada y reversionada por montones de cantantes y grupos.

Es, en síntesis, una canción valiente, porque la soledad (ese caballero andante de la muerte) es un tema más que difícil de acompañar con música. El éxito sostenido de este tema marcó una nueva etapa para The Beatles, que se abrieron de las puras baladas y canciones de rock para permitirse hacer también experimentos musicales y explorar temáticas “raras” en sus letras.




Eleanor Rigby

Ah, look at all the lonely people!
Ah, look at all the lonely people!

Eleanor Rigby
picks up the rice in the church
Where a wedding has been
Lives in a dream,
Waits at the window, wearing the face
That she keeps in a jar by the door,
Who is it for?

All the lonely people
Where do they all come from?
All the lonely people
Where do they all belong?

Father McKenzie,
writing the words of a sermon
That no one will hear,
No one comes near.
Look at him working,
darning his socks in the night
When there's nobody there,
what does he care?

All the lonely people,
where do they all come from?
All the lonely people,
where do they all belong?

Ah, look at all the lonely people!
Ah, look at all the lonely people!

Eleanor Rigby
died in the church and was buried
Along with her name.
Nobody came.
Father McKenzie
wiping the dirt from his hands
As he walks from the grave
No one was saved.

All the lonely people,
where do they all come from?
All the lonely people,
where do they all belong?

Eleanor Rigby

Ah, mira a todos los solitarios.
Ah, mira a todos los solitarios.

Eleanor Rigby
levanta el arroz en la iglesia
después de una boda.
Vive en un sueño,
espera en la ventana llevando la cara
que guarda en un jarro junto a la puerta.
¿Para quién es?

Todos los solitarios,
¿de dónde es que vienen?
Todos los solitarios,
¿a dónde pertenecen?

El padre McKenzie
escribe las palabras de un sermón
que nadie oirá.
Nadie se acerca.
Míralo trabajar,
zurce sus medias en la noche
cuando no hay nadie allí,
¿qué le importa?

Todos los solitarios,
¿de dónde es que vienen?
Todos los solitarios,
¿a dónde pertenecen?

Ah, mira a todos los solitarios.
Ah, mira a todos los solitarios.

Eleanor Rigby
murió en la iglesia y fue enterrada
junto con su nombre.
Nadie vino.
El padre McKenzie
se limpia la tierra de las manos
mientras se aleja de la tumba.
Nadie fue salvado.

Todos los solitarios,
¿de dónde es que vienen?
Todos los solitarios,
¿a dónde pertenecen?




Coo bonus track, y ya que mencioné que hay millón de versiones de este tema, van un par: la de David Cook, en el reality musical "American Idol", Ray Charles y PAIN (grupo metalero under, cuyo cantante siempre parece que está cantando por última vez en su vida, antes de fenecer).







Bueno, eso es todo por hoy, me vuelvo a escuchar en mi Winco “Eleanor Rigby”, que me acompañará alegremente toda la semana.


Hasta la próxima,


DJ Vaguenzie

martes, 28 de julio de 2015

[132] Puedes llamarme S.



“You can call me Al”, de Paul Simon, en su álbum Graceland (1986)




A Ana Lucía Salgado.



Como segunda entrega de la serie “Dime cómo te llamas”, nos volvemos de la China y viajamos a Graceland, un gran disco del gran Paul Simon.


Graceland es el nombre de la mansión de Elvis Presley, en Memphis. Para un músico estadounidense, ir a Graceland sería, supongo, como decir: ir a La Meca. Un viaje iniciático. Que es el que hizo Paul pero a Sudáfrica, donde conoció montones de músicos y estilos nuevos para él, y escuchó, admiró y a veces hasta afanó, melodías y canciones enteras. El resultado fue un disco buenísimo, que les recomiendo escuchar en su conjunto (en Youtube se consigue fácil, si junto ganas, va el link abajo). Y el tema “Graceland”, dentro del disco, también es genialidatt, con dos T.

https://www.youtube.com/watch?v=mcnpcFoEBWQ


Para quienes no conocen a Paul Simon, es el Simon de Simon & Garfunkel. De los sesentas. Si no les suena Simon & Garfunkel, es que ustedes son muy jóvenes o muy burros. Eduquensé o crezcan un poco, y luego vuelvan acá y sigan leyendo. Los espero.

¿Listo? Sigo.



Garfunkel, a quien en mi posteo 45 comparé (acertadamente), por su aspecto, con un John MacEnroe adicto al ribotril, me cae muy simpático. Aunque no parezca. Pero en ese dúo desparejo, el verdadero talento no era el alto rubio que metió los dedos en el enchufe, sino el otro, Paul, el petiso con esa cara de caído del catre onda Chespirito, quien compuso prácticamente todas las canciones (incluyendo el trío de temas “top” que alcanzaron el número 1 en todos los charts de la época, en especial luego de la salida de la película “El graduado”: “Señora Robinson”, “El sonido del silencio” y “Puente sobre aguas turbulentas”. Temazononones.

Por eso, cuando en 1970 el dúo se separó, era fácil prever quién de los dos iba a hacer una gran carrera solista. Paul Simon sacó tres discazos, y luego en la primera mitad de los ochentas tuvo un bache, del que salió, luego de su viaje a Sudáfrica, pum para arriba con este discazo.

“You can call me Al”, el tema elegido hoy, no está ni en el top 3 de las canciones del disco; pero es el que me queda bien con el tema de la serie (“Dime cómo te llamas”), y por eso lo elegí. Además, la canción me encanta. Y el clip, a pesar de que es una boludez total, me causa gracia cada vez que lo veo.

En esta canción, Paul conjuga una base rítmica incesante y pegadiza (algo bien africano) con una onda pop y una sucesión de solos jazzeados: por momentos suena a algo caribeño, luego a zulú, luego a Britney Spears, luego a Santana… pero al final, es un Paul Simon auténtico.

En especial por la letra: esta canción iba a formar parte de otra serie (que quizás ya salga de mi calendario, ya bastante sobrecargado), titulada “Los parcos”, dedicada a músicos que gustan de hacer canciones con letras larguísimas (no haré la serie, pero sí habrá, hacia el final de esta secuencia, un “parco” más).

No sé si tiene un nombre en particular, pero me gusta pensar en estos temas como “canciones-río”, como un fluir de imágenes y palabras que se apelmazan, a veces sin orden ni aparente concierto, y que van formando una historia compleja, intensa. Eso me hace acordar, claro, al tema zulú que reseñé en este blog (posteo 97): las canciones-río son un invento africano. Como la humanidad.

La canción tiene tres estrofas, cada una es como un río de pensamientos que se suceden sin pausa ni corte, desordenadamente (pero no tanto). Todas comienzan con el mismo verso: “Un hombre camina por la calle”. Hasta ahí vamos bien. Pero lo cierto es que es una letra difícil de interpretar. Si tuviera que titularla, la llamaría: “una cartografía de la incomodidad” (estuve a punto de titular así el posteo, pero sonaba súper intelectual, no me da la caradurez para tanto). Las estrofas, sí, van “mapeando” una crisis interior, una incomodidad con el presente.

La primera estrofa es (para mí) muy graciosa, porque el cantor parece estar hablando de su panza: “¿Por qué estoy blando en el medio, ahora?”, como diciendo, ¿Por qué tengo este salvavidas en la zapán, de golpe?” (también se puede leer: ¿por qué me volví blando ahora que estoy en mitad de la vida?). Él se lamenta de que tiene blanda la panza, pero el resto de su vida está dura: necesita una oportunidad instantánea (photo-opportunity), una chance de redención. Y esos pensamientos oscuros que le roen la cabeza son como perros que le ladran a la luz de la luna, en plena noche en un lugar inhóspito, y solamente le puede pedir ayuda a ese desconocido que es él mismo, sí, ese tipo, el de la panza cervecera:

Perros a la luz de la luna
lejos de mi puerta bien iluminada
señor Panzadecerveza, Panzadecerveza,
aleje a esos perros de mí
sabe que esto ya no me hace gracia

La segunda estrofa revolotea por el mismo tema: el mismo hombre, que es él pero a la vez no es, camina por la calle y se lamenta de tener tan poca capacidad de atención, de que aún no tiene una familia (o su familia no está con él), que qué pasa si muere allí mismo, que quién será su modelo a seguir ahora que su modelo a seguir (él mismo) se distrajo y se fue, al igual que su corta capacidad de atención, con la primera chica que se le cruzó por la calle.

Y la tercera estrofa presenta al mismo infeliz en un país extraño, donde no conoce a nadie, ni el idioma, ni plata, donde lo rodean sonidos e imágenes extrañas (vacas en el mercado, huérfanos, pungas, ángeles en la fachada de los edificios)…

Un hombre camina por la calle
es una calle en un mundo extraño
quizás es el Tercer Mundo
quizás es su primera vez allí
no habla el idioma
no lleva dinero local
es un hombre extranjero
está rodeado por el sonido
el sonido
reses en el mercado
buscavidas y orfanatos
ira alrededor alrededor
ve ángeles en la arquitectura
girando en el infinito
dice ¡Amén y Aleluya!

Y sobre todas esas situaciones desconsoladas sin gracia y esos cuestionamientos existenciales sobrevuela un deseo: el deseo de redención. De salir de la crisis, de superar la incomodidad, de llegar a algún lugar amable. De encontrarse con alguien. Y a ese alguien le dice, en un estribillo que es una total genialidad: no importa quién sos, ni quién soy yo. No importan ni siquiera nuestros nombres (onda “Último tango en París”). Vos podés ser mi guardaespaldas, yo seré tu viejo compañero de la escuela a quien no ves hace mucho. Te llamaré Betty, vos podés llamarme Al.

Si fueras mi guardaespaldas
puedo ser tu viejo amigo perdido.
Puedo llamarte Betty,
y Betty, cuando me llames,
puedes llamarme Al.

En fin: me encanta este tema, que es como la reafirmación de la posibilidad de que un encuentro nos saque del pozo.

Mi hermana la tercera, mientras me devuelve al mate, levanta la vista brevemente de la lectura de su novela para decirme que el verso “Puedes llamarme Al” es una referencia al comienzo de la novela Moby Dick. Yo desconozco: lo dejo a vuestro criterio. Lo que si sé que se dice es que la primera idea de esta canción le surgió a Paul cuando, en una fiesta, el músico Pierre Boulez (que ya estaría pasado de copas) lo llamó a él Al, y a su esposa Peggy le dijo Betty.


El videoclip es una especie de sketch donde se los ve a Paul Simon, tan petisito él, al lado de Chevy Chase (el cómico), tan alto él, en una habitación rosada. Chevy Chase mueve la boca, como si él cantara, y Paul se limita solo a tocar (a hacer como que toca) algunos instrumentos. Es una pavada total, el clip, pero me divierte igual.


https://www.youtube.com/watch?v=uq-gYOrU8bA


You can call me Al

A man walks down the street
He says why am I soft in the middle now
Why am I soft in the middle
The rest of my life is so hard
I need a photo-opportunity
I want a shot at redemption
Don't want to end up a cartoon
In a cartoon graveyard
Bonedigger Bonedigger
Dogs in the moonlight
Far away my well-lit door
Mr. Beerbelly Beerbelly
Get these mutts away from me
You know I don't find this stuff amusing anymore

If you'll be my bodyguard
I can be your long lost pal
I can call you Betty
And Betty when you call me
You can call me Al

A man walks down the street
He says why am I short of attention
Got a short little span of attention
And wo my nights are so long
Where's my wife and family
What if I die here
Who'll be my role-model
Now that my role-model is
Gone Gone
He ducked back down the alley
With some roly-poly little bat-faced girl
All along along
There were incidents and accidents
There were hints and allegations

If you'll be my bodyguard
I can be your long lost pal
I can call you Betty
And Betty when you call me
You can call me Al
Call me Al

A man walks down the street
It's a street in a strange world
Maybe it's the Third World
Maybe it's his first time around
He doesn't speak the language
He holds no currency
He is a foreign man
He is surrounded by the sound
The sound
Cattle in the marketplace
Scatterings and orphanages
He looks around, around
He sees angels in the architecture
Spinning in infinity
He says Amen! and Hallelujah!

If you'll be my bodyguard
I can be your long lost pal
I can call you Betty
And Betty when you call me
You can call me Al
Call me Al.

Puedes llamarme Al

Un hombre camina por la calle
dice por qué estoy blando en el medio ahora
por qué estoy blando en el medio
el resto de mi vida es tan duro
necesito una foto de tapa
quiero una chance de redención
no quiero terminar como un dibujito
en un cementerio de dibujitos.
Entierrahuesos, entierrahuesos.
Perros a la luz de la luna
lejos de mi puerta bien iluminada
señor Panzadecerveza, Panzadecerveza,
aleje a esos perros de mí
sabe que esto ya no me hace gracia

Si fueras mi guardaespaldas
puedo ser tu viejo amigo perdido.
Puedo llamarte Betty,
y Betty, cuando me llames,
puedes llamarme Al.

Un hombre camina por la calle,
pregunta por qué tengo tan poca atención
tengo un lapso muy breve de atención
y por qué mis noches son tan largas
dónde están mi mujer y mi familia
qué pasa si muero aquí
quién va a ser mi modelo a seguir
ahora que mi modelo a seguir
se fue, se fue,
se escurrió por el callejón
con una chica rellenita con cara de murciélago
todo el camino todo
hubo incidentes y accidentes
hubo indirectas y alegatos

Si fueras mi guardaespaldas
puedo ser tu viejo amigo perdido.
Puedo llamarte Betty,
y Betty, cuando me llames,
puedes llamarme Al:
llámame Al.

Un hombre camina por la calle
es una calle en un mundo extraño
quizás es el Tercer Mundo
quizás es su primera vez allí
no habla el idioma
no lleva dinero local
es un hombre extranjero
está rodeado por el sonido
el sonido
reses en el mercado
buscavidas y orfanatos
ira alrededor alrededor
ve ángeles en la arquitectura
girando en el infinito
dice ¡Amén y Aleluya!

Si fueras mi guardaespaldas
puedo ser tu viejo amigo perdido.
Puedo llamarte Betty,
y Betty, cuando me llames,
puedes llamarme Al.
Llámame Al.



Y eso es todo por hoy. La semana que viene rellenaré uno de los grandes agujeros de este blog, con la banda de rock más famosa y la canción más versionada de todos los tiempos.

Hasta entonces, pueden llamarme S.


DJ S. Vago

martes, 21 de julio de 2015

[131] A los gritos en plena madrugada

“Nessun dorma”, de Giaccomo Puccini, en su ópera póstuma Turandot (1924)



Comienzo aquí una serie titulada “Dime cómo te llamas”, que bordeará por el tema de los nombres propios y su importancia. Como primera entrega, bastante obvia por cierto, voy con “Nessun dorma” (“Nadie duerma”), el aria más famosa de la ópera Turandot, de Puccini. Que muy probablemente esté en el top five de las arias más famosas de todas las óperas del mundo.

Antes de empezar, voy a aclarar, nuevamente, que no soy un experto en música. Me gusta la música, nomás. Y menos que menos, en ópera. Ni siquiera me gusta, la ópera. Pero escuché bastantes, gracias (de nada) a mi sorda abuela italiana, Annunziata. Esa es toda mi formación operística. Así que si buscan experticia, vayan por otros lados.

Puccini comenzó a componer Turandot hacia 1921, y cuando murió de cáncer, en 1924, no estaba terminada. Recién dos años después, Ricardo Alfano completó, a partir de los borradores que había dejado Puccini, lo que faltaba del tercer acto. Pero los dos primeros actos (incluyendo el aria de la que hablamos hoy) y la primera mitad del tercero son puro Puccini.

La historia es esta: Turandot es una princesa china. El nombre Turandot es impronunciable, en chino, pero bueno, ponele que se llama así, la princesa Turandot. Bastante arisca, ella. El padre la quiere casar, ella no quiere. Pero ella es la que corta el bacalao, parece, así que logra que se establezca, siguiendo la antigua tradición de la Esfinge y de las comedias de Shakespeare, un concurso: cualquiera que pretenda casarse con ella, deberá antes contestar tres acertijos. Si los aciertan, bárbaro, me caso (dice Turandot); pero si no los aciertan, ¡que le corten la cabeza! (al mejor estilo Reina de Corazones del País de las Maravillas). Así pierden la cabeza (y no metafóricamente) varios príncipes, al intentar obtener la mano de Turandot.



Pero llega un príncipe desconocido. Nadie sabe cómo se llama, pero de alguna manera, nadie duda de que es príncipe. Y él, a pesar de que todos (incluyendo los ministros Pang, Ping y Pong) le advierten, le repiten y le recontrarepiten que ser pretendiente de Turandot equivale a morir, él se enamoró de ella a primera vista y está decidido a probar suerte con los acertijos.

El príncipe, entonces, desoye a Ping y Pong. A Pang también. Increíble, pero previsiblemente, logra responder los acertijos de la princesa, que resultan extraños, la verdad, pero tampoco eran guau, qué difíciles:

“¿Qué nace cada noche y muere cada amanecer?”, larga Turandot.
“La esperanza”, responde el príncipe, medio frotándose el cuello como despedida, pero increíblemente esa era la respuesta correcta.

“¿Qué chispea de rojo y calienta como el fuego, pero no es fuego?”
“La sangre”, responde el príncipe anónimo, envalentonado, y vuelve a acertar.

Viene el tercer acertijo, el decisivo. Turandot, ya nerviosa, cual Odol pregunta:
“¿Qué hielo te quema como fuego, al cual tu fuego vuelve más frío aún?”
“¡Turandot!”, responde el príncipe, y esa era la respuesta nomás.

El concurso parece arreglado, sí, pero igualmente Turandot no se lo esperaba, y se pone como loca, porque no quiere de ninguna manera casarse con el desconocido. El padre (recordemos: es el emperador de China) le dice que, en tanto dio su palabra, se tiene que casar, qué tanto.
Turandot, sin darse por vencida, le pregunta al príncipe si aceptaría casarse con ella por la fuerza, en tanto ella no quiere casarse. El príncipe, que es todo un caballero, le hace una contrapropuesta: “Tú no sabes cuál es mi nombre. Si lo averiguas antes del amanecer, puedes cortarme la cabeza. Si no lo averiguas, te casarás conmigo por voluntad propia.”

La princesa acepta. El príncipe se retira a sus aposentos y Turandot decreta que todo el mundo se ponga a buscar ya mismo el nombre del príncipe, porque si no lo averiguan antes del amanecer, ella les cortará la cabeza a todos. ¡A todos, dije! Una pinturita, la principessa.

En esa noche decisiva, entonces, sucede el aria. “Nadie duerma” es lo que había pedido Turandot (y lo repiten ensimismados los cortesanos de palacio), pero también es lo que canta el príncipe:

(no lean los subtítulos del clip, están mal: la traducción correcta es la que pongo abajo)


Nessun dorma

Nessun dorma! Nessun dorma!
Tu pure, o principessa,
nella tua fredda stanza,
guardi le stelle
che tremano d'amore, e di speranza.

Ma il mio mistero è chiuso in me;
il nome mio nessun saprá! No, No!
Sulla tua bocca lo dirò
quando la luce splenderà!
Ed il mio bacio scioglierà il silenzio
che ti fa mia!

(Il nome suo nessun sapra,
E noi dovrem, ahim, morir, morir!)

Dilegua, o notte!
Tramontate, stelle!
Tramontate, stelle!
All'alba vincerò!
Vincerò! Vincerò!

Nadie duerma

¡Nadie duerma! ¡Nadie duerma!
Incluso tú, o princesa,
en tu fría habitación
miras las estrellas
que tiemblan de amor y de esperanza.

Pero mi secreto está escondido en mí,
¡nadie sabrá mi nombre! ¡No, no!
Sobre tu boca lo diré
cuando la luz brille.
Y mi beso disolverá el silencio
que te hará mía.

(Voces de la gente de palacio:)
(El nombre suyo nadie sabrá
Y deberemos morir, oh, morir, morir.)

¡Desvanécete, oh noche!
¡Ocúltense, estrellas!
¡Ocúltense, estrellas!
Al alba, venceré.
¡Venceré! ¡Venceré!



No sé a ustedes, pero a mí me encanta la letra, y también la música. Es una hermosa aria. Es un poco cursi, sí, pero hay un tema muy oriental allí, que es que conocer el nombre (el nombre verdadero) de alguien te da un poder sobre él. Y que uno puede regalar, como prueba máxima de amor y de confianza, su propio nombre a otra persona. Con eso, y un par de cositas más, Ursula Le Guin se hizo la saga de Terramar, y le quedó pipicucú. Pero lo inventaron los chinos, el concepto, al igual que casi todo: equivale a decir que es patrimonio de la humanidad, la idea.

El príncipe anticipa que vencerá (que nadie sabrá su nombre antes del alba) y, ansioso, le pide a las estrellas y a la noche que se vayan de una vez, porque la llegada de la luz señalará su triunfo. Que no es mantener la cabeza (aunque eso debería preocuparlo, al menos un poquito), sino confirmar el sí de su amada.

Pero Turandot, en esa larga noche, mueve cielo y tierra intentando descubrir el nombre del extranjero. No lo logra, por más que Ping y Pang van a los tiros, de acá para allá. Turandot llega incluso a torturar a un pobre infeliz, delante del príncipe, intentando conmoverlo. El príncipe le reprocha su crueldad, pero ella es dura, no le afecta.

En un momento, los dos se quedan solos, y el príncipe la besa. Turandot medio lo rechaza pero también lo acepta, y le confiesa que desde que lo vio lo odia y lo ama al mismo tiempo. Turandot le suplica al príncipe que abandone China, que se lleve su nombre secreto y no le exija casamiento. Pero el príncipe, que hay que confesar que es bastante osado, larga el as que guardaba en la manga: al oído de la princesa, le dice: “Mi nombre es Calaf”.

O sea: le regala su nombre; lo que significa, a la vez, regalarle su vida entera.

Porque llega el amanecer, y cuando el emperador le pregunta a la princesa, ella dice, triunfante: “Sé el nombre del príncipe”.

Mientras el verdugo afila la cuchilla, la princesa anuncia: “Su nombre es Amor”. Okey, okey, no es la mejor frase del mundo, y a esta altura de la ópera la música ya es de Alfano, pero bueno, es lo que hay: el funeral se cambia por banquete nupcial, y todos felices. Hasta hay fuegos articificiales, organizados por Pang Pong Ping.

De las miles de versiones disponibles, elegí una de Pavarotti. Por un lado, para que quienes lo escucharon solamente como un gordísimo viejo sudador con un pañuelo de seda en la mano entiendan el porqué de su extensa fama: sabía cantar, el muchacho. En su mejor momento, el mejor de los tenores que yo escuché, sin dudas.

Sin embargo, lo que a menudo me pasa (y es la razón, en parte, por la cual la ópera no me gusta, como género) es que preferiría, antes de que arias como esta fueran cantadas por gente con enormes voces potentísimas, que fueran cantadas por cantantes con voz más suave, más tranquilamente: son las tres de la mañana, no necesitamos despertar a todo el mundo con unos gritos capaces de quebrar todas las ventanas. Alcanzaría con un susurro. Y a mí me sonaría mucho más creíble ese “venceré” cantado entre dientes, como algo que uno se dice a sí mismo para darse ánimos y buscando la dudosa confirmación del destino.

Entre los proyectos que ideé (y que, por supuesto, no emprendí nunca, porque me da fiaca) están las óperas cantadas por no-cantantesdeópera. Cuando alguien lo haga, avísenle que yo lo inventé antes. (En cambio, si alguien lo hubiera inventado antes que yo, no es necesario que me avisen.)

Y bueno, eso es todo por hoy. Ahora déjenme volver a dormir, que aún es re temprano.

Hasta una próxima mañana,


DJ V…?