“La primera”, de Joan Manuel Serrat, en su álbum Per al meu amic (1973)
Para Marita Verón, dondequiera que esté.
Esta canción no estaba en mis planes, pero a pesar de que no
me muevo mucho que digamos, tampoco vivo en una ostra, y quise incluir algún
tema que se relacionara, al menos un poco, con la problemática de la trata de
personas y la prostitución, a partir del descorazonador fallo de hace unos días
en Tucumán, donde tres tristes jueces decidieron que los testimonios de las víctimas de
las redes de trata no servían para demostrar que dichas redes existieran, y que
al no estar presente en la sala una chica secuestrada no se podía probar,
solamente por múltiples testimonios, que hubiera sido secuestrada.
Quise, pero sin embargo, no es tan sencillo encontrar una
canción así. Por lo general, los cantautores que dedican canciones a las putas
presentan una visión naif, alegre e idealizada de la prostitución. Por dar
ejemplos: Joaquín Sabina (“Canción para la Magdalena”, “Barbie Superstar”,
etc.), Manu Chao (“Me llaman Calle”) y Ricardo Arjona (“Marta”). Un día de
estos pongo el listado completo, al costado. Sabina y Manu Chao serán, en
líneas generales, mucho más rescatables que Arjona, pero en este aspecto son
los tres lo mismo.
Serrat, en cambio, siempre fue un muchacho de familia y, por
cierto, nunca debe haber tenido dificultades para encontrar pareja sentimental
o sexual, permanente o momentánea, lo que fuera. Durante al menos dos décadas,
no hubo en este continente chica que no se derritiera por Serrat o Sting, o por
los dos.
Pero en esta canción, y con menos de veinte años, Serrat
hace lo que mejor hacía, y lo que lo convirtió (para la familia Vago, al menos)
en un ídolo: cantarle, con sensibilidad y talento, a las cosas cotidianas de su
pueblo. Lamentablemente, eso solo lo podía hacer en catalán, así que quienes
nunca escucharon los discos en catalán de Serrat conocen solamente la peor
mitad de su obra. Mientras que las letras en castellano de Joan son (a veces) un
poquitín pesadas, medio forzadas y algo sosas, en catalán fluyen, y son más frescas,
y agudas, y memorables. Basta comparar, por ejemplo, para el tema de los
campesinos pobres, canciones casi simultáneas como “Els veremadors” (un temazo) con “Manuel” (en el top five de
las peores canciones de JM, llena de rimas como “no hubo/mendrugo” y “fosa/esposa”).
En sus primeros discos en catalán, Serrat le hace canciones a su calle, a sus
vecinos, al trapero, a la muerte de su abuelo pescador, a su tía solterona, a
sus primeros amores (canciones en las que él siempre se está yendo, porque
quiere ser libre), a los que volvieron o no volvieron de la Guerra Civil, a los
amigos de la infancia, etc.
Y en este tema (que no es, ni cerca, uno de los mejores de
él, y ni siquiera está entre los mejores del disco, que es buenísimo), Joanito toca una cuestión muy
poco mencionada en el cancionero mundial: la costumbre, generalizada durante
incontables generaciones de padres (inclusive hasta no hace tanto, y probablemente
debe seguir existiendo en muchos lados) de “llevar a debutar” al adolescente
varón de entre 12 y 15 años con una prostituta, para que “se haga hombre”.
En general, al pibe lo llevaba el padre, o a veces, si tenía, el hermano mayor.
No me pregunten cuáles eran los motivos de tal costumbre, porque se me escapan.
Pero sí imagino que a casi ningún adolescente le causaría mucha gracia tal
situación. Aunque claro, nadie hablaba en público del asunto. Excepto Juanito,
que no se nos callaba nada, y con gran aplomo, nos cuenta una historia amarga,
cruda, pero no políticamente correcta (porque Serrat no es políticamente
correcto: es como es, y no se autoproclama como modelo de conducta),
contrastando su fantasía romántica adolescente con la realidad que le imponen,
repitiendo, estrofa a estrofa, la palabra “francamente”, que como una letanía
nos va avisando, como para que no protestemos después, que lo que sigue está empapado
de franqueza, y que “la primera” no fue la rubiecita pecosa que subía con él al
tranvía, como soñaba, sino una desconocida sin nombre y sin posibilidad de elegir sobre el
destino de su propio cuerpo y su propia vida, harta y explotada por diez mangos
(“diez duros”). Porque a casi ninguna prostituta, sea víctima de una red de
crimen organizado o no, le agrada ser prostituta: es un mito urbano, como el de
los homeless que “viven en la calle porque les gusta” o las adolescentes que se
embarazan porque les encanta hacerse abortos clandestinos, solo para
escandalizar a las viejas de Recoleta y a los curas católicos. Eso no quita que
la puta quiera defender su trabajo, y que exija mínimas condiciones para poder
realizarlo sin morir: pero ni siquiera para la más militante, la prostitución
es el trabajo ideal que soñó realizar, como pareciera que sucede en ciertas
canciones de Sabina y varios otros.
En “La primera”, ella por cierto no está contenta, y él
tampoco. Él es, en una forma distinta, víctima también de que las cosas “sean
como son”, y de que no dejen elegir con quién “hacer el amor” (porque Serrat lo
llama “amar”; recuerden que la canción es de hace cuarenta años y está Franco a
pleno en el gobierno, si decía “coger” lo colgaban de la estatua de Colón en el
puerto de Barcelona). Y él dice que no le da vergüenza ni lo lamenta, y que ya
es parte de su historia, pero por cierto, francamente, no es para él un
recuerdo agradable, sino una frustración, una memoria dolorosa, por la doble
violencia (a ella y a él) impuesta por la sociedad y por el abismo que separa
esa situación de lo que él imaginaba-deseaba que fuera su primera experiencia
sexual: nada de pajares ni tiernos arrumacos sin prisa, sino sensaciones bastante
más desagradables y crudas, que menciona con pocas palabras pero lo suficiente
como para hacerse una idea, como cuando menciona “sintiendo el olor de otro que
llegó antes que yo”.
Pero el adolescente es “benevolente” (aunque en realidad
queda claro que no tenía ninguna opción de oponerse, así que la palabra no
parece, por esta vez, bien elegida), y acepta “comer lo que encuentra por la
calle”. Y ahí, en la frase final, el narrador dice las palabras claves: “como
usted”. ¿Quién es ese “usted” al que se
señala con el dedo y que acepta/permite la situación, que eterniza,
utilizándolo, ese sistema absurdo de alquiler-compra-venta de cuerpos humanos?
Es el varón adulto en general, es la parte de la sociedad que hace que las
cosas “sean como son”. Creo que no debe haber causado mucha gracia este tema, y
probablemente no lo habrán pasado mucho por las radios. Cierto que en esos años
no se podían pasar canciones en catalán por la radio, me había olvidado. Pero
si hubieran podido, por cierto que no hubieran elegido este tema, porque es
mucho mejor callarse, dejar que las cosas sigan como son y no hacer olas,
aunque eso signifique sufrimiento, esclavitud y muerte para miles y miles de
personas.
Por esta vez no voy a dejar el tema todo el fin de semana,
porque se vuelve un poco difícil de aguantar, después de un tiempo. Como la
realidad.
La
primera
Francament,
m'hagués agradat molt més
que hagués estat primavera
i la primera
fóra aquella nina
rossa, prima i pigarda
que cada tarda
pujava amb mi al tramvia
quan el jorn s'endormia.
Francament,
m'hagués agradat molt més
que el teu cos fart
de “deu duros i el llit a part”,
però això va com va,
i en aquell temps no em van
deixar triar.
I no
em sap greu,
ni em fa vergonya
que fos en la teva pica
el meu bateig d'estimar.
Vares ser honrada i sincera,
i la primera
de segona mà.
Però, francament,
m'hagués agradat molt més
que aquell catre, una
pallera
on la primera
s'hagués deixat dur amb
vergonya,
entre mentides i un xic de
conya,
i
anar fent, sense pressa,
regalimant tendressa.
Francament,
m'hagués agradat molt més
que fer d'aprenent
quan a la porta espera una
altra gent,
sentint l'olor
d'un altre que va lleure
abans que jo.
I
no em sap greu,
ni em fa vergonya,
ets part de la meva
història
i
per aixó et puc dibuixar
desitjant baixar bandera.
Ai, la primera
de segona mà.
Francament,
m'hagués agradat molt més
que hagués estat primavera
i fos la primera
la continuació d'aquelles
històries verdes,
romanços tendres
que el germà gran mentia
assegut a la voravia.
Francament ,
m'hagués agradat molt més.
Benevolent,
li agraden verges a
l'adolescent,
però com vostè
es menja el que troba pel
carrer.
|
La
primera
Francamente,
me hubiera gustado mucho
más
que hubiese sido primavera
y que la primera
fuera aquella chica
rubia, flaca y pecosa
que cada tarde
subía conmigo al tranvía
cuando el día se dormía.
Francamente,
me hubiera gustado mucho
más
que tu cuerpo harto
de “diez duros y la cama
aparte”,
pero las cosas son como son
y en aquel tiempo no me
dejaron elegir.
Y no lo lamento
ni me da vergüenza
que fuese en tu pila
mi bautizo de amar.
Fuiste honrada y sincera,
y la primera
de segunda mano.
Pero, francamente,
me hubiera gustado mucho
más
que aquel catre, un pajar
donde la primera
se hubiera dejado llevar
con vergüenza
entre mentiras y algún
chistecito
e ir haciendo, sin prisas,
derramar ternura.
Francamente,
me hubiera gustado mucho
más
que hacer de aprendiz
mientras en la puerta
esperan otra gente
sintiendo el olor
de alguien que llegó antes
que yo.
Y no lo lamento
ni me da vergüenza,
eres parte de mi historia
y por eso te puedo dibujar
deseando bajar bandera.
Ay, la primera
de segunda mano.
Francamente,
me hubiera gustado mucho
más
que hubiera sido primavera
y fuera la primera
la continuación de aquellas
historias verdes,
cuentos tiernos
que el hermano mayor mentía
sentado en la vereda.
Francamente,
me hubiera gustado mucho
más.
Benevolente,
le gustan vírgenes al
adolescente,
pero como usted
se come lo que encuentra
por la calle.
|
Se despide hasta la próxima este cronista de segunda mano,
DJ Vago
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