solo un tema por semana,
y con que le guste al diyei alcanza

lunes, 29 de abril de 2013

[27] Pegame y llamame “DJ”


“No me llamen por el nombre”, de Mísia, en su álbum Garras dos sentidos (1998)


 A los románticos alegres, en especial a Silvia Rixina.


Mísia es el nombre artístico de Susana Maria Alfonso de Aguiar, portuguesa de Oporto. Su padre es portugués, pero su madre es catalana; tal vez por eso su voz me suena tan cercana, tan de familia. Ella trabajó en Barcelona de bailarina de cabaret (tiene incluso una onda Liza Minelli, pero es mucho más linda), pero se hizo famosa cuando decidió, siguiendo el estilo de Amália Rodrigues y tomando textos de los grandes poetas portuguesas, dedicarse al fado.



En mi intención de ir emparchando ausencias en este blog, faltaba, evidentemente, una canción en portugués, y faltaba también un buen fado; con este tema de Misia quedan saldadas ambas deudas.

El fado es pariente del tango: ambos comparten una visión desalentadora de la vida, una visión urbana, oscura, nostálgica. Sin embargo, en comparación con el fado, el tango vendría a ser como el carnaval carioca. Porque hay pocas cosas, muy pocas, más depres que un fado. Ponele algunos poemas de García Lorca, la película Love Story, el tema principal del film Trapito de García Ferré: poco más.

Aporto dos definiciones famosas del fado. La primera, del gran poeta portugués Fernando Pessoa: “El fado es la fatiga del alma fuerte, el mirar de desprecio de Portugal al Dios en que creyó y que también lo abandonó”. O sea: es un canto de alguien que fue y que dejó de ser, que confió y que fue traicionado, que tuvo y dejó de tener.

La segunda definición es de Amália Rodrigues, una de las más famosas intérpretes de fados, que indica cómo deben cantarse: “[al fado] hay que sentirlo y hay que nacer con el lado angustioso de las gentes, sentirse como alguien que no tiene ambiciones ni deseos; una persona que sea… como si no existiera. Esa persona soy yo, y por eso he nacido para cantar el fado”. Esta definición es genial porque toca uno de los puntos más característicos del “yo” del fado: una des-identidad, una tristeza que te hace casi casi no ser nadie, y que se expresa en una voz dulce pero desgarrada, femenina (en oposición al tango, que casi siempre es masculino, aun cuando lo cante una mujer), romántica (del romanticismo siglo XIX de tumbas y crímenes y dioses impiadosos y pasiones mortales).

Este fado, “Não me chamem pelo nome” (“no me llamen por el nombre”, con música de José Antonio Amaral sobre un poema de primera mitad del siglo XX del poeta modernista portugués Antonio Botto) es uno de mis preferidos, y además responde casi al pie de la letra con las dos definiciones previas: la yo poética se va disolviendo ante nuestros ojos, consumiéndose como una vela: una “vela de altar”, dedicada al amado como si fuera su dios. De hecho, lo llama “señor”, como se llama solamente a dios o al amo, y este fado es así, mezcla de fe traicionada, esclavitud sentimental y masoquismo.



Después de la intro de acordeón, entra la guitarra portuguesa (una guitarra redondita, de 12 cuerdas) y más adelante, dos guitarras españolas. Un bajo (muy sutil, casi no se lo escucha) completa el cuarteto de cuerdas que le hace el contrapunto al acordeón. Entre ellos, la intensa voz de Mísia va naufragando exitosamente.



Y eso que el tema comienza (al menos, si consideramos la letra) bastante positivo: las primeras estrofas, eróticas, plantean un juego de pregunta-respuesta tipo “¿de quién es esta manita?: tuyita, tuyita”. Lo único que hace prever que la cosa no va a seguir muy alegre es que, cuando le habla dulcemente al oído, este “señor de mis ojos” no le habla a ella de amor, sino de muerte. Y ella, sin voluntad, dedicada a él como a un dios, hace todo lo que él le pide. Y entre lo que él le pide (suponemos que hay varias cosas), lo más terrible es cantar. ¿Por qué cantar será lo más terrible? Porque cantar, en la forma en que ella canta, la hace sufrir, la consume, la vacía: no canta “La cucaracha” ni “El payaso Plimplín”, evidentemente. Canta fado. Y cantar-actuar-amar (va todo junto) la va matando, a Mísia, lenta y dolorosamente, como a la Dama de las Camelias en la novela homónima de Dumas hijo o como a Nicole Kidman en Moulin Rouge: evidentemente, el de cabaretera es un oficio muy de riesgo, ninguna ART quiere hacerse cargo.

El verso más impresionante, en mi humilde parecer, es el que da título a la canción: ella pide que no la llamen por su nombre, pues se siente como una hoja otoñal, ya caída y a punto de morir sin haber disfrutado nunca del verdor de la primavera. Es decir, ella solo le queda llorar por ella misma.

La última estrofa es, como suele suceder en los fados, la más inquietante y la más terrible: la fuente (que es un símbolo nefasto, como saben todos los lectores de García Lorca: a diferencia del río, el agua de la fuente nunca avanza, siempre queda ahí estancada, muerta) murmura algo, y eso que dice es: si es que hay felicidad en algún lado, no me digas dónde. La yo poética ya no cree en la felicidad, pero aun en el caso de que la hubiera en algún lado, no considera posible que exista para ella. No solo siente que su propia felicidad ya es imposible: ni siquiera quiere saber dónde vive la felicidad.

Un canto a la vida, bah: alegría não tem fin.

Sin embargo, al menos para mí, la belleza es siempre una ocasión alegre, aunque comunique un tema triste. Y esta canción es bella, así que vale la pena brindar entrechocando las copas y escucharla con una sonrisa, y si es en buena compañía, mucho mejor. Eso sí: al menos por esta vez, dejemos los nombres de lado.



Não me chamem pelo nome

Quem é que abraça o meu corpo
Na penumbra do meu leito?
Quem é que beija o meu rosto,
Quem é que morde o meu peito?

Quem é que fala da morte
Docemente ao meu ouvido?
- És tu, senhor dos meus olhos
E sempre no meu sentido.

A tudo quanto me pedes
Porque obedeço não sei:
Quiseste que eu cantasse
Pus-me a cantar , e chorei.

Não me peças mais canções
Porque a cantar vou sofrendo;
Sou como as velas do altar
que dão luz e vão morrendo.

Não me chamem pelo nome
Que me deram ao nascer;
Sou como a folha caída
Que não chegou a viver.

Meus olhos que por alguém
Deram lágrimas sem fim,
Já não choram por ninguém
-Basta que chorem por mim.

O que é que a fonte murmura?
O que é que a fonte dirá?
- Ai, amor, se houver ventura,
Não me digas onde está.
No me llamen por el nombre

¿Quién abraza mi cuerpo
en la penumbra de mi cama?
¿Quién besa mi rostro,
quién muerde mi pecho?

¿Quién me habla de muerte
dulcemente al oído?
Eres tú, señor de mis ojos
y siempre en mi sentimiento.

A todo cuanto me pides
por qué obedezco, no sé:
quisiste que cantara,
me puse a cantar y lloré.

No me pidas más canciones,
porque al cantar voy sufriendo;
soy como las velas del altar,
que dan luz y van muriendo.

No me llamen por el nombre
que me dieron al nacer;
soy como una hoja caída
que no llegó a vivir.

Mis ojos, que por alguien
dieron lágrimas sin fin,
ya no lloran por ninguno:
basta que lloren por mí.

¿Qué murmura la fuente?
¿Qué es lo que la fuente dirá?
Ay, amor, si hubiera felicidad,
no me digas dónde está.


Saluda anónimo mientras se deshoja,
DJ Vago

1 comentario:

  1. Vago,me ha conmovido no solo el tema sino su aproximación, su iluminación...
    Me des (h)ojo también

    ResponderEliminar