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martes, 23 de agosto de 2016

[165] Por qué Usain Bolt no toca el piano


“Ballade” en sol menor (opus 118 Nº 3) de Johannes Brahms (1893)



Usain Bolt en Beijing 2008, antes de correr los 100 metros llanos:


El que toca el piano en honor de Bolt no es un “tipo chino”, como subtitula el clip, sino el famoso Lang Lang, uno de los más importantes concertistas de piano del mundo en la actualidad. Al igual que Bolt, yo tampoco entendí muy bien el porqué de la performance de Lang Lang, pero más allá de este episodio, él me cae simpático, es un gran pianista.


Esta semana comentaré una obra sin letra, solo para ahorrar. Hablaré de las seis piezas para piano que componen el opus 118 de Johannes Brahms (una de sus últimas composiciones), compuestas en 1893, y en particular de la tercera de ellas, la “Ballade” en sol menor. El “Intermezzo” Nº 2 es hermoso también, al igual que la “Romanze” Nº 5, y el último “Intermezzo” de la serie (Nº 6), cuyo tema recuerda la famosa melodía del “Dies Irae” (la llamada “misa de muertos” compuesta a partir de un famoso poema en latín), no sé si es lindo pero sí bastante inquietante.

De paso, me tomaré un rato para despotricar contra el virtuosismo de los concertistas.

Pero comienzo hablando un poquito de Brahms. Aunque algunos lo ponen a la altura de las Grandes Bes de la música (Bach y Beethoven), él no alcanzó ese grado de genialidad; sí fue un gran músico, por lo general subestimado. "Muy formal, muy académico”, suele opinarse de las composiciones de Brahms, pero fue un innovador también, y algunas de sus obras son maravillosas.

En un momento de su vida, a los cincuenta y pico, cansado de todo, anunció su retiro de la composición musical. Pero al igual que Messi, no pudo sostener esa renuncia, y poco después volvió a componer. En esa etapa ya madura escribió estas breves piezas para piano. Pocos años más tarde, Johannes enfermó y murió.

Estas seis piezas (se solía agrupar las composiciones musicales en grupos de 6, pues se consideraba que en tanto el 7, el número de Jesús, simbolizaba la perfección, el 6 era un número “humilde”, una declaración de lo imperfecto de la obra.

(Digresioncita: por qué el 7 era el número de Jesús, preguntarán. En tanto Jesús era Dios y a la vez hombre, reunía numéricamente el carácter divino (el 3, la Santísima Trinidad) con lo humano (el 4, por los cuatro elementos constitutivos del hombre: agua, aire, tierra, fuego). Pero no me hagan irme por las ramas, que me canso. Fin de la digresión.)

Estas seis piezas, decía, fueron dedicadas a Clara Schumann, en ese entonces ya viuda del famoso compositor Robert Schumann.

Juancito Brahms, que había sido niño prodigio musical (y desde chiquito se había tenido que ganar la vida tocando música en salones y cabarutes allá en Hamburgo), se conoció con el matrimonio Schumann cuando tenía 20 años. 


Robert y Clara también habían sido músicos precoces, y se conocían desde que tenían 9 años (se casaron a los 18, a pesar de los numerosos palos en la rueda que pusieron los padres de Clara).

Johannes admiraba a Robert, lo consideraba un maestro. Y Robert, cuando lo llegó a conocer, le tomó cariño también a Johannes: un chico talentoso, buena onda, prometedor.
Sucedió también, al mismo tiempo, que Johannes se enamoró de Clara. Clara, a quien todos quienes la conocieron consideraban una mujer, excepcional, encantadora y de enorme sensibilidad, inteligencia y belleza, era catorce años mayor que Juan, pero eso no fue ningún impedimento para que él la adorara.



Robert, muy pronto y lamentablemente, desarrolló una enfermedad mental que en la época se diagnosticó como psicosis melancólica. Hoy habría posibilidades de tratarlo con más herramientas, pero en ese entonces, tras un intento de suicidio, Robert se internó (por voluntad propia) en un loquero y murió dos años después, sin poder salir de su depresión.

Clara quedó sola y embarazada. De su octavo hijo. Una situación un poco complicada, como bien sabrán aquellas que hayan quedado viudas estando embarazadas de su octavo hijo. Sin embargo, Johannes estuvo a su lado en esos años difíciles, la ayudó (iba a escribir “la apoyó”, pero me di cuenta de que podría malinterpretarse) y la acompañó. 

Esa amistad/amor se mantuvo durante todo el resto de la vida de ambos. Se vertieron ríos de tinta sobre si Clara y Juan se volvieron amantes o mantuvieron las cosas en un plano platónico (algo que a Juan no le interesaba especialmente, como queda claro en sus cartas y comentarios), pero ellos se encargaron de no zanjar la duda. En todo caso, es cosa de ellos. Lo indudable es que había sentimientos allí, entre los dos. Johannes nunca se casó (aunque se le cuentan algunos amoríos no muy felices). Clara (quien tampoco volvió a casarse, por cierto) murió pocos meses después que Johannes.

Y estas piezas de Johannes fueron dedicadas a Clara. Son súper románticas, intensas, llenas de ideas y sentimientos. A mí me parecen espectaculares, las piezas. Y tal vez mi favorita sea la Balada, la número 3 de la serie. Recuerdo cuando la escuché por primera vez: yo era chico y no conocía nada de la historia de Brahms, solamente escuchaba la música, y realmente me conmocionó. Es una pieza que transmite mucho, que te deja sintiendo y pensando, como si te hubieran pegado un mazazo en el corazón...

... siempre y cuando se la ejecute bien. ¿Qué quiero decir con esto? Me explico: considero (es solo una humilde opinión personal, por supuesto) que el 95% de los concertistas de piano destruyen esta obra. Que a pesar de tener la indicación “allegro” (alegre, rápida) es, por sobre todas las cosas, una balada, y por lo tanto no debe ser tocada como si fueras una ardilla que se está escapando de un dóberman. Quienes terminan la pieza en menos de 4 minutos le dan una aceleración que hace que uno no pueda escuchar como se debe todo lo que sucede allí en la balada: las idas y vueltas, la construcción del clima, la llegada a los acordes dramáticos, las modulaciones armónicas, las sutilezas del contrapunto. El romanticismo de la pieza requiere un poco de “aire” (tiempo) para inflarse, para desarrollar todo su potencial.

Entre los concertistas de piano, hay un montón (la mayoría, diría yo) que pareciera que quieren demostrar (demostrarnos) que son capaces de mover los dedos a la velocidad de la luz, de hacer malabarismos musicales (como Lang Lang en el video del comienzo): que tocar bien el piano es tocar muy rápido. Que el virtuosismo (tocar rápido) es virtud. Bueno, para nada es así. Tocar bien un instrumento musical es tocar cada pieza como debe ser, y eso incluye, por supuesto, no acelerarla ni ralentarla cuando no corresponde.

A continuación, como ejemplos de lo que digo (y para que decidan ustedes mismos si opinan como yo o no, nada que ver), un popurrí de “precoces” y, como cierre, la versión que elegí.

· Radu Lupu, un ejemplo de cómo matar esta pieza. Aflojá Radu, relajate, ya sabemos que podés tocar rápido.


· Lo mismo va para vos, Ivo Pogorelich. No te tengo miedo.


· Y también vos, Eri Mantani. ¿Dejaste la pava en el fuego?


· Y vos también, Valentina Lisitsa (23:58 en el clip). Brahms te odia, sabelo.


· Y vos, Anna Gourari, ¿estás buscando marca para los juegos olímpicos?

Pero aquí va la versión que elegí, la pulenta, por Seymour Bernstein. De las que escuché en internet (y escuché todas las que hay en Youtube) es la que más se acerca a mi imagen sonora mental (que es todavía un poquitín más lenta). Pero Seymour (que no lo conozco, pero me parece un capo) le da buen sentido a los acordes y engarza bien la melodía. Es preciosa la forma en que toca la segunda sección (desde el 1:45 en el clip).



En fin, es una hermosa pieza, esta balada. Si les gustó y se quedan con ganas, escuchen también las piezas 2 y 5, del opus 118.

Eso es todo por hoy. Me despido con un lento y sentido abrazo a Brahms, otro a Clara, otro a Robert y otro a ustedes. Y le daría también un abrazo a Bolt, por qué no, aunque no creo que lo alcance.

DJ Vago

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