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martes, 20 de octubre de 2015

[144] Por eso tengo el corazón mirando al


“Sur”, de Homero Manzi y Aníbal Troilo (1948)



Termina hoy, por fin, la extensa serie “Tango/Drama”, en la que alterné tangos de ley con temas en inglés que tienen, tal vez, un aire de tango, aunque solo sople en mi cabeza. Todas fueron, de alguna manera, canciones de amor sufriente; aunque lo más correcto sería decir que todos fueron, con seguridad, temas sobre el tiempo, sobre la tremenda e insuperable barrera que nos separa de lo que ya fue (tanto si pasó veinte años atrás como si ocurrió hace tres segundos). Y el tango de hoy, de alguna manera, también se siente como una canción de amor, aunque es, principalmente, un himno a la nostalgia: la más perfecta canción de nostalgia que se haya escrito jamás (por supuesto, esto que digo es muy discutible, pero como mis lectores, no sé por qué, suelen ser ahorrativos en el esfuerzo (por no decir holgazanes), anticipo que no escucharé muchas protestas).


Para terminar, entonces, uno de los tangos más famosos, de dos de los mayores próceres del género, que eran además muy amigos entre ellos: el genial bandoneonista y compositor Aníbal Troilo (Pichuco, para los amigos), y el increíble poeta Homero Manzi, que, al menos por estos lares, tiene un club de fans que envidiaría Justin Biever (y eso que Homero le da el changüí de haber muerto hace más de cincuenta años).

(En las imágenes: Aníbal Troilo primero, Homero Manzi después. Más abajo, Troilo con Goyeneche.)



Me dijo una amiga que Manzi llegó a juntar más de cincuenta versiones de la letra de este tango, a medida que corregía un verso, cambiaba una palabra, retocaba una idea. Cincuenta versiones, para un poema de cien palabras. Y lo creo, porque el autor logró a la vez profundidad y síntesis, vuelo y justeza: cada palabra parece insustituible, cada imagen dice montón de cosas con un puñadito mínimo de sílabas. 

Esto que digo puede parecer chupamedismo, pero les juro que es así. Por dar solo un mínimo ejemplo, Homero menciona como al pasar “una luz de almacén”, y con eso solo ya nos da a entender (sin necesidad de mencionarlo), que es de noche, que el lugar que describe está en un suburbio despoblado y cuasi desierto (donde hay una sola luz, un solo comercio), y hasta le alcanza con calificar esa luz: una luz amarillo-anaranjada, no muy brillante, tentativa, interior, de almacén de barrio (no es un reflector de shopping, digamos). Lo único que no me convence de la letra es la rima entre “estrellas” y “querellas”. Tal vez si Manzi hubiera hecho diez o veinte versiones más del poema, encontraba una palabra mejor que “querellas”, para ese verso. Pero lo perdono.

Otro ejemplo notable de la genialidad de HM es el primer verso del estribillo: “Sur, paredón y después”. Tal vez sea mi verso de tango favorito. Un poeta puede armar muy buenos versos (escuchen en el link de abajo, por ejemplo, la letra de “El corazón al Sur”, de Eladia Blázquez); pero hay que ser un poeta-poeta, un genio de verdad, para largar un verso como “Sur, paredón y después”. “Paredón y después” funciona como una definición del Sur (que es, a la vez, un lugar físico, el sur de la ciudad de Buenos Aires, y un lugar mental: el pasado de la juventud); en ese sur hay un paredón y un después. ¿Después qué?, me pregunté durante años: la oración no puede terminar así. ¿Qué hay después? Nada. La oración se detiene allí, al igual que el pasado. Después del sur solo hay más sur (el “sur” que inicia el verso siguiente). Entre ese pasado (tan real que lo llena todo) y este presente inconsistente (que ni vale la pena mencionar) hay un enorme, infranqueable paredón.

(Esto me recuerda algo que no leí (pero me contaron): el muro que divide, en los libros de Terramar de Ursula Le Guin, a los vivos y a los muertos, y que solo se puede visitar en sueños (o al morir). Ese paredón, al igual que el del tango, divide a fuego las regiones del mundo con una frontera que está hecha (como en el tango) de un material más duro que el diamante: tiempo.)

A la vez, mientras uno va avanzando por los versos de “Sur”, se va imaginando con notable exactitud los lugares descriptos: casi como que uno los va recordando, aunque no haya estado allí. El Sur es un lugar preciso (se puede, de hecho es sencillo, armar el recorrido que plantea Manzi entre Boedo, Pompeya, dar nombre a las esquinas y calles que recorre el poema) y es, a la vez, la patria de la nostalgia, y por lo tanto, puede estar en cualquier sitio.

(Esto me recuerda otra cosa que no leí (pero me contaron): un cuento de Carlos Schlaen en que un esquimal que asiste, por casualidad, a un curso de idioma español donde le hacen escuchar el tango “Sur”, llega a la conclusión que Homero Manzi compuso el poema pensando en Alaska, y tras mucho buscar, encuentra la esquina precisa en que Manzi compuso el tango “Sur”, allí en la ciudad de Anchorage.)

“Sur” es, además, el tango de nombre más breve, junto con “Uno”. Pero como “Uno”, paradójicamente, tiene dos sílabas, considero que “Sur” es más corto. Esa palabra tan mínima y tan (gracias a la U) oscura en su sonar, lúgubre, fue excelentemente aprovechada por Troilo en la música: la sílaba “sur” vibra interminable, como diría Lorca, con el duende de la tierra, oscuro y amenazador: un lamento que es como una sirena, como un llanto, como una exclamación de fatal seguridad.

Yo creo que un tango como “Sur” marca, sí o sí, un antes y un después. Después de “Sur”, tangos como los que se componían y cantaban en los años 30 solo pueden ser “arena que la vida se llevó”. Y me pregunto qué hubiera pasado, por ejemplo, si el maldito avión de Gardel hubiera aterrizado y él hubiera llegado a cantar, quince años después, “Sur”. Con eso solo, Gardel se hubiera convertido en un cantor diferente (no técnicamente mejor, pero claramente distinto). Pero bueno, corto acá, no quiero irme por las ramas (sobre todo, porque me canso).

Si leen primero la letra de “Sur”, antes de escuchar el tango, podrán detenerse lo suficiente en cada verso para notar cómo se van acumulando, como gota a gota, imágenes que apelan a todos los sentidos: imágenes visuales (“tu melena de novia en el recuerdo”, “recostado en la vidriera y esperandoté”), sonoras (“tu nombre flotando en el adiós”), táctiles (“tus veinte años temblando de cariño / bajo el beso que entonces te robé”), olfativas (“un perfume de yuyos y de alfalfa / que me llena de nuevo el corazón”), y todas esas imágenes, concisas, precisas, van trazando un mapa, una geografía de la nostalgia, a medida que el cantor camina junto con su joven amada las calles de ese suburbio desolado pero contenedor, en una noche estrellada que es como si la estuviera viendo.

Y la canción termina expresando una terrible certeza: que todo eso que se venía describiendo ya no existe, que “todo ha muerto, ya lo sé”. Y sin embargo, ese verso final suena a mentira: el Sur, aunque solo persista en el recuerdo, está más vivo que cualquier presente y que cualquier futuro. Nosotros podemos morir, y aun así el Sur seguirá allí, imborrable, recreado, latente.

Porque el Norte es el que ordena y uno apunta al Norte (el futuro, la intención, el sueño), pero cuando el tiempo entra a tallar con su baraja fulera, no es que “el Sur también existe”, como proponía modestamente Benedetti: el Sur (el pasado, la memoria, el amor que nos marcó, lo que somos por lo que fuimos) es lo único que hay, la sola certeza cardinal que nos constituye.

Elegí la versión de la orquesta de Pichuco pero no la de Edmundo Rivero, sino la cantada por Goyeneche. Porque el polaco sabe (como dije unas semanas atrás) cómo darle a cada sílaba su tono y su peso, y sabe poner el sur en “sur” y la arena en “arena”. Si no les gusta esta versión, bien podría aplicarles la frase de Ygritte en Game of Thrones (no lo vi, pero me lo espoilearon): “You know nothing, Jon Snow”.






Sur

San Juan y Boedo antiguo y todo el cielo
Pompeya y más allá la inundación,
tu melena de novia en el recuerdo
y tu nombre flotando en el adiós.

La esquina del herrero, barro y pampa,
tu casa, tu vereda y el zanjón
y un perfume de yuyos y de alfalfa
que me llena de nuevo el corazón.

Sur, paredón y después.
Sur, una luz de almacén.
Ya nunca me verás como me vieras,
recostado en la vidriera
y esperandoté.
Ya nunca alumbraré con las estrellas
nuestra marcha sin querellas
por las noches de Pompeya.
Las calles y las lunas suburbanas
y mi amor y tu ventana,
todo ha muerto, ya lo sé.

San Juan y Boedo antiguo, cielo perdido,
Pompeya y al llegar al terraplén
tus veinte años temblando de cariño
bajo el beso que entonces te robé.

Nostalgia de las cosas que han pasado,
arena que la vida se llevó,
pesadumbre del barrio que ha cambiado
y amargura del sueño que murió.

Sur, paredón y después.
Sur, una luz de almacén.
Ya nunca me verás como me vieras,
recostado en la vidriera
y esperandoté.
Ya nunca alumbraré con las estrellas
nuestra marcha sin querellas
por las noches de Pompeya.
Las calles y las lunas suburbanas
y mi amor y tu ventana,
todo ha muerto, ya lo sé.


Bonus track, para que escuchen otro tema sobre la nostalgia pero con una onda muy distinta (distante) de “Sur”, por más que retome la misma dirección: “El corazón al sur”, de Eladia Blázquez, por Rubén Juárez:



Y eso es todo. La semana que viene comenzaré la última serie de la temporada (potencialmente: la última serie de este blog y mi retiro), que de alguna manera se centrará también en el tiempo, pero en una dirección distinta de la que vive en el tango.

Mientras sigo buscando la siesta que la vida se llevó, los saludo hasta el futuro y más allá:


DJ Vago

2 comentarios:

  1. Excelente el análisis, como siempre, y mejor. Acá está Anchorage al sur, el cuentazo de Carlos Schlaen en homenaje a Manzi, para los lectores que son como yo, nostálgicos y holgazanes. http://planlectura.educ.ar/pdf/literarios/schlaen._pdf.pdf

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  2. ay ...Manzi , mi preferido por sobre todos. Y justo ayer estaba escuchando a Juárez, el tango fue muy injusto con él me parece, es poco recordado, pero son IN CRE I BLES sus versiones, cómo va fraseando entre el bandoneón y la voz !!! Sur y corazón al sur, hermosas, tuve la suerte de cantarlas.

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